¡°Sanfermines¡±, un acontecimiento con seis siglos de historia
A pesar de que este a?o 1981 se considera como el seiscientos aniversario de las fiestas de San Ferm¨ªn, algunos estudiosos del tema han fijado en 1324 el comienzomines, coincidiendo con el privilegio concedido por el rey Carlos I de Navarra y IV de Francia a Pamplona para celebrar sus ferias. En aquella ¨¦poca, las ferias no estaban dedicadas a ning¨²n santo, ya que ¨²nicamente se trataba de mercados en los que se pod¨ªa comprar o vender cualquier tipo de productos.
Fue Carlos II de Navarra (protagonista de la reciente serie televisiva El Le¨®n de los Pirineos) quien llev¨® a Pamplona, desde Amiens (Francia), una reliquia de san Ferm¨ªn, ante lo cual los burgos de la ciudad tomaron el acuerdo de celebrar la4estividad del santo el 10 de octubre, coincidiendo con las ferias. Seg¨²n el privilegio de la feria de la ciudad de Pamplona, otorgado, en 1381, por Carlos II de Navarra, la capital del reino pod¨ªa contar con una feria en la que, durante veinte d¨ªas, los asistentes ten¨ªan, incluso, una especie de inmunidad parlamentaria, ya que no se les pod¨ªa arrestar, aun cuando tuviesen castigos pendientes con la justicia y, de igual forma, no se pod¨ªan embargar sus bienes y posesiones. Hasta tal punto los monarcas navarros pretend¨ªan promocionar sus ferias que, a todo aquel visitante que durante su estancia en Pamplona o, de camino hacia la capital, fuera asaltado y robado, la justicia estaba obligada, si no se encontraba al malhechor en un plazo prudencia?, a pagar los da?os ocasionados por los ladrones.
En 1381 se tiene constancia de la existencia de corridas de toros en Pamplona, instiuidas por Carlos II. Los festejos taurinos comenzaban sobre las dos del mediod¨ªa y finalizaban con la ca¨ªda del sol, casi de noche. Se lidiaban hasta quince toros y al final, para contento de la galer¨ªa, se libraba un toro de fuego o zezenzusko, al que le colocaban una manta en las costillas con p¨®lvora y otros materiales explosivos, que hac¨ªan enloquecer al animal hasta que ¨¦ste se quedaba rendido y sin fuerzas. Era entonces cuando el personal de Pamplona remataba la faena, dando muerte al animal con estacas y machetes.
Ante la fuerza que las ferias estaban tomando, el regimiento de Pamplona solicit¨® a la autoridad eclesi¨¢stica un cambio de fechas del 10 de octubre al 10 de julio. Esta propuesta fue aceptada por el s¨ªnodo diocesano en 1590, por lo que, un a?o despu¨¦s, en 1591, los sanfermines enlazan con el calendario actual, pero con una distinci¨®n: en el siglo XVI las ferias comenzaban el d¨ªa de San Pedro y se un¨ªan, sin ning¨²n trauma, con las fiestas hasta el 14 de julio. A partir de entonces, los sanfermines comienzan a tomar su verdadera dimensi¨®n, y en las calles de Pamplona aparecen en la procesi¨®n del Santo los gigantes y grupos de danizaris. Y unos a?os despu¨¦s, seg¨²n los testimonios recogidos hasta la actualidad, comienza uno de los n¨²meros fuertes de la fiesta, los encierros, que serv¨ªan para introducir en Pamplona a los toros que se lidiaban cada tarde.
Los encierros primitivos no se parec¨ªan gran cosa a los actuales, aunque ten¨ªan un cometido id¨¦ntico, que consist¨ªa en llevar hasta los corrales a los astados que deb¨ªan lidiarse. De esta forma, y presidida la manada por un abanderado a caballo, los toros entraban a la vieja Iru?a a trav¨¦s de un pasillo humano, mientras los pamplonicas, pertrechados con estacas, palos, picas y otros ¨²tiles, propinaban a los morlacos una buena paliza, con la finalidad de que ¨¦stos entraran en la plaza y no se desviaran de su recorrido. Adem¨¢s, y seg¨²n algunos estudiosos del tema, los taurinos de aquella ¨¦poca iban a los toros protegidos con toda suerte de objetos contundentes, ya que, si la corrida se prolongaba demasiado y se hac¨ªa de noche, la afici¨®n saltaba al ruedo y acababa a golpes con el animal o, si por el contrario, la corrida finalizaba a su hora pero alg¨²n toro se sal¨ªa del coso, utilizaban los palos y estacas para defenderse de los embistes.
Pero es en el siglo pasado cuando los sanfermines toman su aut¨¦ntica medida de fiesta popular y entra?able, con la llegada masiva de comediantes, actores, hombres de circo, etc¨¦tera. En 1805, los pamploneses contemplaron, casi con estupefacci¨®n, c¨®mo se elevaba el primer globo con tripulaci¨®n. Treinta a?os antes, desde la plaza del Castillo, el franc¨¦s Pierre Duperon hab¨ªa conseguido hacer volar a dos globos de papel entre los aplausos de los espectadores, que adem¨¢s dejaron en la bandeja del franc¨¦s 748 reales como muestra de su entusiasmo. En 1820, las fiestas de San Ferm¨ªn marcan un nuevo hito: se instalan en las afueras de la ciudad los primeros caballitos, que dar¨¢n origen a ese montaje actual que hoy se conoce en Pamplona como barracas, en donde se ubican desde el circo y la mujer ara?a hasta la monta?a rusa, la salchicher¨ªa alemana y el puesto de churros.
A mediados del siglo pasado, en 1860, un pintor de la ciudad, Tadeo Amorena, propone al Ayuntamiento que financie la construcci¨®n de una nueva comparsa de gigantes, ya que las anteriores estaban totalmente inservibles. La Corporaci¨®n aceptala proposici¨®n y encarga a Amorena que construya unos gigantes ?s¨®lidos y ligeros a la par, que representen ¨¢ las cuatro partes del mundo: Europa, Asia, Africa y Am¨¦rica?. Sin duda, los miembros de aquella Corporaci¨®n municipal estaban algo escasos en conocimientos de geograf¨ªa, ya que dividieron el mundo en cuatro partes, olvid¨¢ndose de la quinta, Ocean¨ªa. Lo cierto es que los gigantes se hicieron y desde entonces se pasean por las calles de Pamplona y... Nueva York. Coincidiendo con la exposici¨®n mundial que se celebr¨® en aquella ciudad, los gigantes de Pamplona se pasearon por la quinta avenida neoyorquina, con excepci¨®n de la pareja de reyes negros, que no se envi¨® a Estados Unidos por razones de seguridad, ya que el problema racial estaba
llegando a su punto ¨¢lgido en aquellas fechas. Para arropar a los gigantes, en 1889 se construyeron unos cabezudos, personajes de cabeza desproporcionada, que hoy forman parte de la comparsa con kilikis y zaldiko-maldikos.
Los sanfermines,a finales del siglo pasado, eran va un acontecimiento importanle en la vida de Pamplona y pasaron su rev¨¢lida popular cuando, en 1898, el Ayuntamiento de la ciudad propuso su supresi¨®n aquel a?o, debido a la derrota de Santiago de Cuba. As¨ª, el 6 de julio de 1898, la Corporaci¨®n municipal de Pamplona, despu¨¦s de conocer las informaciones desastrosas que llegaban desde Cuba, opt¨®, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, por suprimir las fiestas, manteniendo las ceremonias religiosas en memoria del santo patr¨®n. El l¨ªo que debi¨® organizarse pudo ser de ¨¦poca hasta el punto de que el Ayuntamiento, echando marcha atr¨¢s y poniendo como excusa que ya estaban en Pamplona las ganader¨ªa contratadas para las corridas, tom¨® la resoluci¨®n de anular su anterior acuerdo. Para colmo de sus males, aquel a?o los toros se escaparon varias veces de los corrales y las fiestas estuvieron a punto de acabar como el rosario de la aurora.
Los "sanfermines" y Hemingway
A pesar de que las fiestas de San Ferm¨ªn ya eran conocidas a nivel internacional, quiz¨¢ fue el escritor norteamericano Ernest Hemingway quien les dio el espaldarazo definitivo y logr¨® que una gran parte de la juventud de habla inglesa se preocupara por conocer la medida exacta de las fiestas de Pamplona. La publicaci¨®n, en 1926, de su novela The sun also rises, conocida en el mercado hispano como Fiesta, ha sido la mejor campa?a de publicidad gratuita que pudieran haber imaginado nunca los sanfermines.
Hemingway lleg¨® por primera vez a Pamplona en 1925, desde Par¨ªs, en donde trabajaba como corresponsal de The Toronto Star Weekly, despu¨¦s de que su compatriota y colega Gertrude Stein, amiga de Picasso, le recomendara conocer los sanfermines y asistir a las corridas de toros, de las que Hemingway era un gran aficionado. As¨ª, el corpulento Ernest Hemingway se present¨® en la capital navarra un 6 de julio de 1923 dispuesto a no perderse una corrida ni un encierro. La Pamplona de entonces, con unos 35.000 habitantes, ten¨ªa su encanto especial y consideraba sus fiestas como algo entra?able y necesario. Hemingway, un perfecto desconocido en la capital navarra, comprob¨®, el encanto de las fiestas, qued¨® satisfecho del espect¨¢culo taurino y prometi¨® volver el a?o siguiente.
En 1926, Ernest Hemingway regres¨®, acompa?ado, entre otros, del escritor John dos Passos, con el prop¨®sito de participar de lleno en el ambiente. Y para comprobar de cerca la emoci¨®n del encierro, el 8 de julio de aquel a?o decidi¨® correr en el ¨²ltimo tramo. Hemingway lleg¨® sano y salvo a la plaza, pero en las vaquillas que se sueltan al finalizar el encierro tuvo la mala fortuna de resultar alcanzado por un animal. Despu¨¦s de ser atendido en la enfermer¨ªa de la plaza, Hemingway, que se encontraba con su amigo el periodista Donald Odgen Stewart, los dos con el miedo en las carnes, se retiraron al hotel don la firme intenci¨®n de no volver a repetir la experiencia.
A pesar de que el susto en la plaza de toros no pas¨® de un soberano revolc¨®n ante una vaquilla, la agencia United Press International difundi¨® un teletipo con la siguiente noticia: ?Escritor de Toronto corneado por un toro bravo en Espa?a. Ernest Hemingway, corresponsal extranjero de The Toronto Star, ha sido recientemente cogido por un toro bravo en las fiestas de Pamplona, Espa?a. Sufri¨® s¨®lo dolorosas magulladuras producidas por las astas emboladas del toro, pero su compa?ero Donald Odgen Stewart, corresponsal americano de prensa, sali¨® con dos costillas rotas?. Aunque el texto falseaba la verdad en casi todos sus t¨¦rminos, Hemingway nunca la desminti¨® y siempre record¨® con cari?o su episodio.
Quiz¨¢ por este episodio o por la grata sorpresa que los sanfermines causaron en Hemingway, premio Nobel de literatura en 1953, lo cierto es que dos a?os m¨¢s tarde public¨® su novela The sun also rises, que dar¨ªa la vuelta al mundo. En la segunda parte de esta obra, Hemingway centraba la acci¨®n en Pamplona, durante los sanfermines, si bien distorsionando la realidad de las fiestas. A partir de la publicaci¨®n de The sun also rises, traducido al castellano como Fiesta, los sanfermines entraron en el calendario de vacaciones de turistas de todas las partes del mundo. Adem¨¢s, la novela fue llevada al cine, de la mano del director Darry1 Zanuck, en 1947, con un reparto estelar: Tyronne Power, Mel Ferrer, Errol Flyn, Eddie Albert y Robert Evans, lo que contribuy¨® en mayor medida a internacionalizar las fiestas.
En 1954, una encuesta realizada a trav¨¦s de las oficinas de turismo de Espa?a en distintos pa¨ªses europeos y americanos, descubr¨ªa un dato revelador: casi el 90% de los turistas que ven¨ªan a Pamplona durante las fiestas de San Ferm¨ªn lo hac¨ªan picados por la curiosidad ya que hab¨ªan le¨ªdo o visto en e? cine The sun also rises. Fue la contribuci¨®n a Pamplona de un premio Nobel de literatura, que en los ambientes castizos de la vieja Iru?a era conocido como chaquespeare, que muri¨® un 2 de julio de 196 1. Pero fue enterrado, en recuerdo a su pasi¨®n por las fiestas de San Ferm¨ªn, el 7 de julio.
"Sanfermines" de siempre
A pesar de ser una de las fiestas m¨¢s conocidas a nivel mundial, los sanfermines no han perdido su sabor. En la d¨¦cada de los sesenta, Pamplona se vio inundada, durante las fiestas, por miles de melenudos, beatniks o ye-y¨¦s, seg¨²n la terminolog¨ªa al uso. Luego llegaron los anarcos, m¨¢s tarde los pasotas, posteriormente la pol¨ªtica, a trav¨¦s de las manifestaciones pro amnist¨ªa del primer Gobierno Su¨¢rez, y m¨¢s tarde la muerte (Germ¨¢n Rodr¨ªguez, un 8 de julio de 1978, por un disparo de la Polic¨ªa Armada). Los sanfermines, en su ¨²ltima ¨¦poca, han estado rodeados de forma casi continua, por elementos ajenos a la fiesta -que no ajenos a determinados sentimientos populares-, pero han logrado sobrevivir con m¨¢s o menos taras.
Es un hecho evidente que para una ciudad como Pamplona sus sanfermines son algo especialmente importante como para no renunciar a ocho d¨ªas de agitado relax. Ya en la actualidad las fiestas de San Ferm¨ªn son un mont¨®n de horas dedicadas a la evasi¨®n, que permiten al ciudadano medio olvidarse de los problemas de cada d¨ªa, de la bronca cotidiana, del esfuerzo del trabajo y de la tensi¨®n sociopol¨ªtica. De esta forma, los sanfermines, para determinadas personas, son algo absolutamente necesario, porque suponen la ruptura con las buenas costumbres, los r¨ªgidos horarios, los l¨ªmites establecidos y las conductas.
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