El Gobierno monocolor
PIENSO QUE ya va siendo hora de decir algo sobre este Gabinete del se?or Calvo Sotelo y su fragilidad manifiesta en el quehacer de la gobernaci¨®n. Al margen, si es que se pueden poner al margen, los sucesos del 23 de febrero, Leopoldo Calvo Sotelo era el hombre dise?ado para suceder a Adolfo Su¨¢rez en medio de una crisis generalizada de su partido, perdida la confianza del Rey en el primer ministro de la transici¨®n y cuando se supon¨ªa que lo que UCD y el pa¨ªs necesitaban era un gestor y no un mago: un hombre que hablara idiomas, aunque se le dificultara la sonrisa. Helo aqu¨ª. Cuatro meses despu¨¦s de su ajetreada investidura, la debilidad cong¨¦nita del equipo gubernamental y el renacimiento de las intrigas en el seno del partido hacen a muchos preguntarse sobre la utilidad de aquel relevo y sobre el futuro pr¨®ximo de la derecha espa?ola en democracia.Hay dos interrogantes sustanciales que jalonan toda la actividad pol¨ªtica del momento: si ser¨¢ el Gobierno capaz de amparar un juicio justo contra los rebeldes, al tiempo que persigue y desarticula la trama golpista, y si podr¨¢ despu¨¦s llevar a este pa¨ªs a unas elecciones Generales libres, sin cauci¨®n militar alguna respecto a un triunfo de la izquierda ni el miedo en las conciencias de los ciudadanos a la hora de depositar el sufragio.
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Ninguna de estas dos cuestiones ha sido satisfactoriamente despejada. Pero no es siquiera en la ausencia de soluciones a estos temas tanto como en su mismo planteamiento donde reside la denunciada fragilidad gubernamental. Y ¨¦sta ha terminado por echar ra¨ªces en la convicci¨®n extendida de que es todav¨ªa m¨¢s grande el miedo del Gobierno que su poder, y que est¨¢ m¨¢s firmemente aferrado a ¨¦ste que comprometido en la defensa de un sistema de democracia avanzada, tal como prometieron los redactores de la Constituci¨®n. Mientras tanto, la oposici¨®n -y el partido socialista notablemente- se muestra cogida en lo que considera una trampa: debilitar al Gobierno y tratar de derribarlo -como ser¨ªa su obligaci¨®n en una democracia estable- equivale, dicen, a aumentar los peligros y enfermedades que aquejan al r¨¦gimen. Y se ha lanzado por eso a un nuevo consenso bajo el horrible vocablo de concertaci¨®n que rememora los mismos viejos errores que facilitaron, o al menos no impidieron, el intento golpista.
Sorprende este empe?o de unos y otros por reemprender una andadura ya probada. Lo menos que puede decirse es que la noche del 23 de febrero la transici¨®n salt¨® hecha a?icos a tiros sombreados de tricornios. Escasas horas antes, el propio Calvo Sotelo hab¨ªa anunciado el fin de este per¨ªodo, pero, sin duda, no imaginaba hasta qu¨¦ punto sus palabras iban a ser dram¨¢ticamente corroboradas por los hechos. Estos nos han ense?ado que todo el esfuerzo de la transici¨®n sin traumas, de hacer una ruptura desde el poder pero con el poder no ha sido suficiente para erradicar del aparato del Estado los elementos antidem¨®cratas que en el Ej¨¦rcito, en la polic¨ªa, en la judicatura, en sectores de la oligarqu¨ªa capitalista y en ¨¢mbitos eclesiales trabajaban y trabajan a¨²n hoy activamente contra la Monarqu¨ªa parlamentaria. La conclusi¨®n inevitable es que hay que reiventar la transici¨®n, hacerla de forma diferente, no reproducir esquemas fracasados. Y no hay que ser muy versado en estas materias para entender que una sinraz¨®n fundamental de lo sucedido est¨¢ en haberse empe?ado en regir el pa¨ªs durante un per¨ªodo constituyente con un Gobierno monocolor y minoritario que, por si fuera poco, emanaba casi al Ciento por ciento del aparato del antiguo r¨¦gimen que se estaba desmontando.
Despu¨¦s de la votaci¨®n de investidura, Calvo Sotelo s¨®lo ten¨ªa pr¨¢cticamente un punto en su programa: la realizaci¨®n de elecciones democr¨¢ticas en el plazo constitucional previsto. Todo lo dem¨¢s -incluidos el paro y el terrorismo, con ser dos problemas tan esencialmente acuciantes- palidec¨ªa de importancia ante la necesidad de salvar el r¨¦gimen. La administraci¨®n involutiva de los efectos del golpe o la interiorizaci¨®n del programa m¨ªnimo de los golpistas equival¨ªa, como en cierta medida est¨¢ equivaliendo ya, al suicidio a medio plazo de las instituciones democr¨¢ticas y a la creaci¨®n de condiciones favorables a nuevas intentonas sediciosas. Para la realizaci¨®n de este programa de un solo punto (elecciones en 1983), el Gobierno necesita resolver los conatos de insurrecci¨®n en los institutos armados y proceder a una democratizaci¨®n del aparato del Estado. Al mismo tiempo debe ofrecer una soluci¨®n pol¨ªtica al galimat¨ªas auton¨®mico con que la impericia o la mala conciencia de UCD han regalado a este pa¨ªs. Parec¨ªa que hubiera sido m¨¢s sensato emprender un proyecto as¨ª desde un Gobierno de coalici¨®n con los socialistas y otras fuerzas parlamentarias, Gobierno que fue solicitado por el PSOE, por CD y por el PC. Los temores de que un Gabinete de ese g¨¦nero no fuera aceptado por los militares parec¨ªan infundados y en todo caso resultaba inadmisible claudicar ante ellos. Una cauci¨®n semejante, a menos de dos a?os de unas nuevas elecciones generales, supondr¨ªa aceptar que ¨¦stas no pueden ser ganadas por la izquierda si no se quiere propiciar un nuevo golpe. Pero no quiso UCD correr el riesgo de la coalici¨®n, aduciendo, por una parte, que era la ¨²ltima carta a jugar y que no conven¨ªa usarla a¨²n (?cu¨¢ndo entonces se usar¨¢ si hasta han entrado a tiros en el Parlamento?), y, por otra, porque pretend¨ªa el presidente asumir ¨¦l solo la victoria de la democracia y utilizarla en la campa?a electoral.
La conclusi¨®n es que la gesti¨®n del Gobierno monocolor no ha mejorado ostensiblemente las cosas en estos meses. No ten¨ªa por qu¨¦ hacerlo, pues el Gabinete que hay es el que hab¨ªa -dicen que el presidente es tan d¨¦bil bajo esa apariencia de singular talla y fortaleza que no puede ni siquiera cambiar a sus ministros-. El panorama en el seno del partido ha empeorado, y Su¨¢rez, cuyos intentos por volver resultan algo folkl¨®ricos si se considera que ya ha sido nombrado duque, es, no obstante, un mal enemigo para el jefe del Ejecutivo. Pero lo que late en el fondo de la crisis sigue siendo un problema anterior, repetidamente denunciado: la derecha espa?ola, albacea de la herencia de poder franquista, no acaba de encontrar, ni en su organizaci¨®n interna ni en su expresi¨®n pol¨ªtica, el camino adecuado para administrar democr¨¢ticamente este pa¨ªs sin abdicar de sus posiciones de intereses o clase. No pudo o no supo hacerlo Su¨¢rez y no puede o no sabe hacerlo Calvo Sotelo. Porque no es cuesti¨®n de personas, sino que afecta a algo m¨¢s profundo: la capacidad estructural de la derecha de aceptar que, aun estando en la gobernaci¨®n del pa¨ªs, no podr¨¢ en adelante mantener los mismos privilegios que en el pasado y que una nueva pol¨ªtica de equilibrios se hace precisa para ella.
Desgraciadamente, el actual Gobierno est¨¢ benefici¨¢ndose de un factor psicol¨®gico que lleva a la oposici¨®n y a la calle a moderar sus protestas, suponiendo -como dec¨ªa acertadamente Le Monde- que as¨ª garantiza al menos la pervivencia de un poder civil, aunque sea ¨¦ste descaradamente conservador. Y digo desgraciadamente porque eso est¨¢ perjudicando el entusiasmo de las gentes que no ven representadas sus inquietudes en el Parlamento. La votaci¨®n masiva a leyes vergonzantes como la de Defensa de la Constituci¨®n, la apelaci¨®n frecuente a un particular sentido de la responsabilidad claramente interpretado como sin¨®nimo del miedo, est¨¢ haciendo mella en nuestro cuerpo social y erosionando su fortaleza frente a la subversi¨®n.
En los ¨²ltimos cuatro meses han sucedido tal cantidad de cosas frente a las que el poder ha reaccionado tard¨ªamente y mal, que de no corregir el Gobierno el rumbo de los acontecimientos llegar¨¢ al oto?o con la lengua fuera y sin energ¨ªas para la ingente tarea que el amparo de las libertades necesita a¨²n. Pues lo mismo si se habla del caso Almer¨ªa que del aceite de colza, podemos comprobar que este es un pa¨ªs en el que los delincuentes, si van bien vestidos o portan uniforme, merecen en ocasiones mejor trato. por parte de la autoridad que sus propias v¨ªctimas.
Este no debe ser, sin embargo, el tiempo de las demagogias, sino el de las reflexiones. Y una, sobre todas, es necesario hacer: la tregua que la oposici¨®n parlamentaria tiene decretada en su actuaci¨®n frente al Gobierno debe terminar. No es posible beneficiar m¨¢s con ella a los elementos subversivos, que se cachondean, y con raz¨®n, del espect¨¢culo ignominioso de un Estado que pide a una comisi¨®n de expertos resuelva por la v¨ªa cient¨ªfica lo que la falta de valor pol¨ªtico y de ideas claras sobre las aspiraciones populares no ha sabido resolver. Ya est¨¢ bien de concertaciones in¨²tiles y de gestos. No es la pedanter¨ªa lo que nos ha de salvar de la hecatombe, sino la voluntad firme de movilizar a los ciudadanos en la defensa de las libertades. Eso lo sabe cualquiera que haya le¨ªdo un solo libro sobre la historia del mundo.
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