Mr Enders atraviesa el espejo
El Gobierno colombiano se encuentra emparedado entre dos dolores de cabeza. De un lado, el temor de un conflicto internacional por sus m¨²ltiples desacuerdos de fronteras, y del otro lado, la realidad de una insurrecci¨®n interna que no es para enfrentar con pistolas de agua. En efecto, Colombia tiene conflictos de l¨ªmites con Venezuela, por un pleito que empez¨® hace muchos anos y que se encuentra hoy m¨¢s empantanado que al principio. Tiene conflictos con Nicaragua, que est¨¢ reclamando en mal momento, y con muy poca lucidez pol¨ªtica, unos islotes des¨¦rticos del archipi¨¦lago de San Andr¨¦s y Providencia. que son colombianos desde siempre. Tendr¨¢ en cualquier momento conflictos con Brasil, cuya penetraci¨®n por el Sur, silenciosa, pero implacable, inquieta a los militares colombianos mucho m¨¢s que las guerrillas dom¨¦sticas. Un oficial de alto rango me hac¨ªa notar hace pocos a?os que en los grandes r¨ªos meridionales de Colombia ya no se hace el comercio en castellano, sino en portugu¨¦s.Las guerrillas, por otra parte, no est¨¢n tan derrotadas como lo quisieran los mismos militares, que en los ¨²ltimos treinta a?os han proclamado once veces la muerte en combate del mismo comandante guerrillero. Todo lo contrario: este a?o -seg¨²n se desprende de las propias informaciones militares- las guerrillas est¨¢n m¨¢s fuertes, m¨¢s extendidas y mejor armadas que el a?o anterior, y han conseguido una imagen popular que no tuvieron en otro tiempo. De modo que las Fuerzas Armadas de Colombia necesitan m¨¢s armas para conjurar ambas amenazas. Con una condici¨®n dif¨ªcil, sin embargo: que sean armas suficientes para ganar la guerra interior, pero no tantas ni tan destructoras como para alarmar a los vecinos, que tienen m¨¢s dinero con que comprarlas en mayor cantidad.
Esta necesidad ineludible de caminar por la cuerda floja se hizo evidente el 10 de junio pasado, despu¨¦s de que los miembros del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Colombia visitaron a su presidente, el doctor Turbay Ayala, un g¨¦minis perfecto por su sensualidad y su desidia, que aquel d¨ªa cumpli¨® sus primeros 65 a?os de felicidad. Al salir de la Fiesta, el ministro de la Defensa, general Camacho Leyva, hizo una declaraci¨®n p¨²blica que era al mismo tiempo un prodigio de acrobacia militar. ?Cada pa¨ªs?, dijo el ministro, ?debe tener el armamento que requiere para combatir la subversi¨®n interna y la que se trata de traer de otra naci¨®n, pero nada m¨¢s?. Luego agreg¨®: ?Se debe tener lo normal?. Pero lo agreg¨® sin explicar, y tal vez sin explicarse a s¨ª mismo, qu¨¦ se entiende por cantidades normales cuando se habla de hierros para matar. Para cualquier buen entendedor de los misterios colombianos, por supuesto, el ministro de la Defensa estaba pensando que el enemigo inmediato son las guerrillas, pero que el enemigo principal es Venezuela.
Estas filtraciones de la mala vecindad entre Colombia y su vecino rico se hab¨ªan notado demasiado durante la visita que hizo a Bogot¨¢, tambi¨¦n en junio, el ministro de Relaciones exteriores de Guyana, se?or Rashleig E.Jackson. No creo que haya muchos colombianos -adem¨¢s del canciller- que sepan a ciencia cierta d¨®nde queda Guyana, ni que nadie en Colombia tenga algo que ver con ella. Creo, adem¨¢s, que la indlfC7Cncia es rec¨ªproca. En el comunicado conjunto que firmaron los dos cancilleres, en efecto, se nota tambi¨¦n demasiado que aquella no fue una reuni¨®n entre los personeros de dos pa¨ªses amigos, sino de dos Gobiernos que se sienten enemigos del mismo enemigo. S¨®lo as¨ª se entie nde que hayan insistido tanto en los principios fundamentales de la integridad territorial y la soluci¨®n pac¨ªfica de las disputas internacionales, y que se hayan comprometido ?a continuar los esfuerzos para mantener la soberan¨ªa y la exclusiva jurisdicci¨®n de cada pa¨ªs en las ¨¢reas marinas y submarinas adyacentes a sus costas. de acuerdo con las normas establecidas en el Derecho internacional?. Todo esto carecer¨ªa de sentido entre dos pa¨ªses que no tienen fronteras comunes., ni idiomas ni religiones comunes, ni una historia com¨²n, pero en cambio, es asunto de blanco es gallina lo pone entre dos pa¨ªses que mantienen desde hace tiempo sus respectivas disputas territoriales con Venezuela.
Ambos, por cierto, est¨¢n bien correspondidos. Hace algunas semanas, a ra¨ªz de una carta que le escribi¨® el secretario de Estado de Estados Unidos, general Alexander Haig, el presidente de
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Venezuela reuni¨® al Estado Mayor de sus Fuerzas Armadas para explicarles la necesidad de que Estados Unidos le vendiera m¨¢s armas a Colombia, para defenderse de una supuesta agresi¨®n de Cuba. Sin embargo, los servicios de inteligencia militar de Venezuela no saben menos que los de Colombia. En el mes de marzo, cuando el Ej¨¦rcito colombiano captur¨® a un grupo de guerrilleros del M-19 infiltrados por el sur del pa¨ªs, los militares venezolanos les pidieron compartir sus informaciones para ver si Venezuela estaba incluida en los planes pretendidos de Cuba. Ahora saben que no lo estaban, entre otras cosas, porque esos planes no exist¨ªan. sino en la imaginaci¨®n fant¨¢stica de los sorprendidos y asustados militares colombianos.
Los venezolanos saben adem¨¢s -como lo saben ahora los propios militares de Colombia, aunque no lo digan por conveniencia pol¨ªtica- que si Cuba tuvo algo que ver con el entrenamiento de aquellos guerrilleros no tuvo, en cambio, nada que ver con el barco en que llegaron ni con las armas con que desembarcaron. M¨¢s a¨²n: saben muy bien qui¨¦n los embarc¨® y qui¨¦n los arm¨®.
De modo que la socorrida amenaza de Cuba no les pareci¨® m¨¢s que un pretexto de Colombia para armarse contra Venezuela, y as¨ª se lo dijeron a su presidente, de la manera m¨¢s delicada de que fueron capaces. Para ellos, el enemigo principal no es Cuba, sino Colombia.
Dentro de este espejo de suspicacias no hay que ser clarividente ' s para suponer qu¨¦ vino a buscar en Colombia y Venezuela el secretario de Estado adjunto de Estados Unidos, Thomas Enders, hace dos semanas. Lo ¨²nico que se propon¨ªa era conciliar los intereses de ambos pa¨ªses, para que cada uno de ellos permitiera quq se armara el otro, y de ese modo equilibrar contra Cuba el potencial militar en el Caribe. En Colombia, Enders trat¨® de convencer al presidente Turbay Ayala -en v¨ªsperas de su cumplea?os feliz- de que el enemigo principal no es Venezuela, corno piensan sus militares, sino la p¨¦rfida Cuba. Tal vez el presidente no lo crey¨®, porque hace ya mucho tiempo que no cree en nada, pero debi¨® hacer cara de que lo cre¨ªa, como hace siempre, para no tener que pensarlo. Estados Unidos necesita que se calme la disputa entre Colombia y Venezuela, pero le conviene que se agudice la que mantiene Venezuela con Guyana -a la cual consideran como un aliado potencial de Cuba- y, que se agudice tambi¨¦n la que mantienen Colombia y Nicaragua, que Estados Unidos considera como una simple proyecci¨®n de Cuba en tierra firme. Por esto, Enders le dijo al presidente Turbay Ayala que su pa¨ªs ve¨ªa con inquietud el comunicado conjunto de Guyana y Colombia, que afecta las relaciones de ¨¦sta con Venezuela. Y, en cambio, le asegur¨® que el Departamento de Estado tratar¨¢ de que el Congreso de Estados Unidos ratifique el acuerdo que asegure a Colombia la soberan¨ªa sobre los cayos del archipi¨¦lago de San Andr¨¦s, porque ese acuerdo ha de deteriorar todav¨ªa m¨¢s las relaciones de Colombia con Nicaragua. Al presidente de Venezuela, por otra parte, le dijo lo mismo que al de Colombia, pero al rev¨¦s. En realidad, al pasar de un pa¨ªs a otro, Enders debi¨® sentir lo mismo que sinti¨® la peque?a Alicia al atravesar el espejo.
Lo m¨¢s triste de este ir y venir del se?or Enders, y de todo el proyecto del presidente Reagan en Am¨¦rica Central y el Caribe, es que parece elaborado Con materiales de archivo. Hace veinte a?os, los Enders del presidente Eisenhower, y despu¨¦s los del presidente Kennedy, estaban haciendolo mismo que hacen los Enders de hoy a trav¨¦s de los espejos ilusorios del presidente Reagan. No es que el tiempo no pase para ellos -como ocurre en los retratos-, sino que pasa al rev¨¦s. Como en el interior -de los espejos, por supuesto.
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