El silencio provisional de Jos¨¦ Hierro
En una reciente entrevista radiof¨®nica, Jos¨¦ Hierro reconoc¨ªa p¨²blicamente que el Premio Pr¨ªncipe de Asturias podr¨ªa convertirse en un compromiso de continuidad en su tarea de creaci¨®n. Tal anuncio, apenas insinuaci¨®n, no puede por menos que alegrarnos. Pero en modo alguno el reconocimiento que implica el galard¨®n puede estar condicionado al devenir de una obra cuyo desarrollo, hasta la fecha, se puede considerar como ejemplar en el marco de las letras espa?olas contempor¨¢neas.Si tratamos de explicarnos el silencio de Jos¨¦ Hierro es posible que hallemos respuestas que ¨¦l mismo no ha dado nunca, o que ni siquiera estuvieron en su mente. Quiz¨¢ encontr¨¢ramos la intensa significaci¨®n biogr¨¢fica e hist¨®rica de su silencio, el valor de la pausa reflexiva, el poema en blanco, el inquietante par¨¦ntesis. En ning¨²n caso, la jubilaci¨®n de un poeta que jam¨¢s ha dejado de estar presente en nuestro acontecer cultural, y cuya voz, certera y aquilatada siempre, no ha enmudecido.
V¨¦anse, si no, para entenderlo, poemas como el que se incluye en la antolog¨ªa que, con el t¨ªtulo de Chile en el coraz¨®n, recoge los textos de muy variados escritores espa?oles o los poemas de Agenda, presentados en su antolog¨ªa ¨²ltima. Adem¨¢s, Libro de las alucinaciones constitu¨ªa, sin duda, todo lo contrario de un poemario final. Era la apertura de Hierro a un sugestivo mundo expresivo que ha influido luego en nuestra poes¨ªa posterior, la esperanza de que su silencio fuera muy provisional.
Ocurre, sin embargo, que un cierto af¨¢n trascendentalista nos mueve al intento de explicaci¨®n del silencio.
El silencio de Jos¨¦ Hierro es tan sencillo en lo aparencial, y de tan honda complejidad en su esencia, como su obra misma. El silencio, adem¨¢s, le comporta ahora al poeta una notoriedad que no debe ser c¨®moda para ¨¦l. En consecuencia, resulta el primer necesitado de acabarlo. No ser¨¢n, sin embargo, los retos o los est¨ªmulos externos -tan apreciados por Hierro en su gratitud- los que lo muevan a terminar con el silencio. Este poeta nuestro de la m¨²sica, obsesionado siempre por el ritmo po¨¦tico, orfebre extraordinario de la m¨¦trica y emocionado y emocionante notario de su tiempo, mantiene serios temores por la insuficiencia del lenguaje, por la b¨²squeda de la palabra justa para entender las cosas, como refiere Aurora de Albornoz en el pr¨®logo a su antolog¨ªa.
?Explican estos temores el silencio de Jos¨¦ Hierro? ?O es acaso la contestaci¨®n, dign¨ªsima y soberbia, de un arist¨®crata del esp¨ªritu -nada me importa abundar en esta definici¨®n- a una mezquina sociedad como la nuestra, cargada de silencios voluntarios e ignorantes, mezquina en los reconocimientos ... ? No. No est¨¢ hecho este alucinado testigo del tiempo que nos ha tocado vivir de la madera de quienes dan rencor por respuesta.
Abandono de la poes¨ªa
El silencio de Jos¨¦ Hierro habr¨¢ que explic¨¢rselo, como ¨¦l acierta a hacerlo, con la total seguridad de que no miente quien tanta verdad transmite con su verbo. Es preciso creer en ese posible abandono de la poes¨ªa, esquiva ella con quienes alcanzan la felicidad, seg¨²n una de las explicaciones del poeta. Ser¨¢ necesario admitir que ?la poes¨ªa no se escribe sino cuando ella quiere?, aunque lo admitamos con la cautela de quienes piensan que ha de ser receptiva la actitud del creador para que el advenimiento se produzca.
En cualquier caso, el Premio Pr¨ªncipe de Asturias, como cualquier otro galard¨®n, se concede a una obra hecha, aunque en marcha, y la de Hierro -est¨¦tica contemplaci¨®n de un mundo por el que pasa salv¨¢ndose, entreg¨¢ndose, cargado el texto de la m¨¢s viva emoci¨®n humana- merece un reconocimiento sin condiciones. El volumen de la obra y su categor¨ªa l¨ªrica y testimonial, la vigorosa originalidad que tan acertadamente ha subrayado el jurado de Oviedo, bastan para reconocer en la poes¨ªa de Hierro un valios¨ªsimo patrimonio de nuestro acervo cultural.
Para ser quien es le basta con lo dado, y no es escasa su obra. Por otra parte, cuestionar a Novalis o a Montale, a Eliot o a Baudelaire, o al mismo Gil de Biedma por el limitado volumen de sus obras o por sus respetables silencios, delata escasa sensibilidad, valoraciones torpes. A una cosa y a otra estamos acostumbrados.
Jos¨¦ Hierro, intimista convertido en poeta social desde la proyecci¨®n de su propia experiencia vital, poeta social en el que acaban todas las discusiones sobre la poes¨ªa con apellidos, responder¨¢ sin duda a quienes esperamos sus nuevos versos. Pero lo har¨¢ cumpliendo con un ¨²nico compromiso: la fidelidad a s¨ª mismo. En esa fidelidad se vertebra toda su historia po¨¦tica, sobria y contenida, presidida siempre por la palabra esencial.
Es esa historia la que ahora ha resultado premiada por sorpresa. Por sorpresa le vinieron antes a Hierro los premios de la Cr¨ªtica, el nacional de Literatura, el March o el Pablo Iglesias. S¨®lo si los acad¨¦micos cambiaran su obsoleto procedimiento de elecci¨®n, podr¨ªan tenerlo un d¨ªa en un sill¨®n de la docta casa. Porque Jos¨¦ Hierro ha renunciado a andar por puertas para vestirse de laureles, y hay que descubrir en su extrema modestia la enorme dignidad de sus renuncias.
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