La "neumon¨ªa at¨ªpica" y los demonios de Loudun
Si las cosas no hubieran sido tan dolorosas en m¨¢s de un aspecto: desde el porcentaje de muertes al descubrimiento caso obsceno de la picaresca y la corrupci¨®n nacionales y la m¨¢s absoluta omisi¨®n de sus deberes por parte de las autoridades, ser¨ªan algo as¨ª como una espl¨¦ndida puesta en escena o perfecta restauraci¨®n del pasado. Porque, en efecto, todo ha funcionado respecto a la famosa neumon¨ªa at¨ªpica, que luego ha resultado una vulgar intoxicaci¨®n como consecuencia de la utilizaci¨®n de aceites de cocina adulterados, como funcionaron en el antiguo r¨¦gimen: en la m¨¢s plena vigencia del argumento de autoridad y de ciencia oficial.Sera suficiente, por ejemplo, recordar lo que sucedi¨® en Loudun, los a?os 1632 y siguienles, con Ias ursulinas endemoniadas: un caso ya t¨®pico pero fascinante que no ha dejado de explotar la literatura (Aldous Huxley) y el cine (Kawalerowicz y Ken Russel) o la ¨®pera (Penderecki). Se plante¨® el problema, naturalmente, de cu¨¢l ser¨ªa el mal de que tales monjas se sent¨ªan afectadas y hubo un verdadero concurso de opiniones m¨¦dicas al respecto. Pero no !odas ten¨ªan igual valor ni todas pod¨ªan aspirar a ser tenidas en cuenta siquiera; y la medida no era su racionalidad o probabilidad seg¨²n los conocimientos del arte de la ¨¦poca, sino una medida geogr¨¢fica. De antemano, los in¨¦dicos quedaban divididos en ignorantes o clarividentes, seg¨²n fueran m¨¦dicos y cirujanos de una peque?a poblaci¨®n o aldea o de una ciudad, y todav¨ªa eran m¨¢s ciarividentes y menos ignorantes, aqu¨¦llos que estaban en ciudades m¨¢s cercanas a Loudun. Veintis¨¦is m¨¦dicos y, cirujanos aparecen en los papeles del proceso, pero ninguno de ellos fue de los que hablan ganado su fama de saber con su arte o hab¨ªan destacado por sus estudios o sus curaciones, y los rechazados fueron precisamente los que entre esos veintis¨¦is parece que tendr¨ªan rn¨¢s razones para saber lo que ocurr¨ªa en reabidad en el, convento, pero eran titulares de peque?as aldeas y se les suponla ignorantes. De manera que fueron los clar¨ªvidentes quienes comenzaron a montar all¨ª su farsa molieresca y prescribieron, entre otras insensateces, numerosos enemas a las religiosas para acabar con su endemoniamiento. Todo ello, recordemos la fecha, en 1632: el a?o en que Rembrandt pinta La lecci¨®n de anatom¨ªa del doctor Tulp y en que los m¨¦dicos de verdad hac¨ªa ya alg¨²n tiempo que ven¨ªan ri¨¦ndose de los enemas y de los demonios. Pero la ciencia oficial es as¨ª, y quien se levante contra su imperialismo puede quedar aplastado. Como le suceder¨ªa a Semmel Weiss, a quien se le ocurri¨® la malsana idea de que la fiebre puerperal de que mor¨ªan las muieres se deb¨ªa a una infecci¨®n. Pag¨® su osad¨ªa con el manicomio, y eso, a principios de este siglo todav¨ªa. Y esto es lo que ha ocurrido ahora con la neumon¨ªa atipica: todo el cuerpo m¨¦dico espa?ol qued¨® obligado desde el primer instante a pensar en ella y a dejarse de buscar en otros planos de la realidad. A pesar incluso de que la ausencia de contagio era obvia para el m¨¢s profano y tambi¨¦n lo era la selectividal de la enfermedad y, el fracaso de los primeros tratamientos. La autoridad, seg¨²n la geograf¨ªa, comenz¨® a funcionar, y, a medida que los galenos ten¨ªan una residencia alejada de Madrid y de los edificios oficiales, su saber se iba convirtiendo de clarividencia en ignorancia. Mucho es de temer que si la toxicidad del aceite no hubiera sido tan f¨¢cil de demostrar como lo ha sido, gentes hubieran seguido muri¨¦ndose de neumon¨ªa at¨ªpica e incluso se hubieran encontrado sapient¨ªsimas razones para demostrar que j¨®venes en los mejores a?os de su resistencia f¨ªsica sucumb¨ªan por eso mismo con m¨¢s facilidad al mal que ni?os de pecho o ancianos. El despliegue de t¨¦cnicas m¨¦dicas no ha logrado, como es l¨®gico, que la ciencia oficial se haya despojado a¨²n de al vieja teor¨ªa de los humores o poco menos, y s¨®lo el atrevimiento de un m¨¦dico que ha hecho su oficio como una instancia epistemol¨®gica -que es lo que constituve el diagn¨®stico en s¨ª- a partir de la historia cotidiana de los enfermos logr¨®, por fin, poner las cosas en claro, en uni¨®n de su equipo. Pero no s¨¦ todav¨ªa si este acto her¨¦tico no le va a costar alg¨²n disgusto. Tambi¨¦n los m¨¦dicos ignorantes de los alrededores de Loudun sab¨ªan de sobra que el donjuanismo del capell¨¢n Grandier, la debilidad e indefensi¨®n de las pobres monjas, los odios de la ciudad y la pol¨ªtica eran todo el mal que hab¨ªa en el convento de las ursulinas, pero algunos no se atrevieron ni a insinuarlo.
Es de esperar, sin embargo, que Madrid siga siendo todav¨ªa por mucho tiempo el Loudun de Espa?a, y que en medicina y en todo lo dem¨¢s sea, ¨¦l s¨®lo, clarividente. Con autonom¨ªas o sin autonom¨ªas, el centro del saber y, del poder seguir¨¢ estando all¨ª, y el resto del pa¨ªs, ignorante e idiota por definici¨®n -y tal es su propia conciencia que ni siquiera lo traumatiza-, seguir¨¢ esperando que Madrid hable. Incluso a costa de seguir muriendo de enfermedades con etiqueta oficial, exactamente como en los m¨¢s ¨¢ureos tiempos. El principio ilustrado de que el arzumenlo de autoridad nada vale y de que hay que atreverse a pensar sigue siendo algo vitando ante nosotros. Lo que seguimos necesitando son t¨ªtulos para hablar e impresionar con su prestigio, si son de Madrid o de sus alrededores residenciales, mucho mejor, claro est¨¢. Hasta Cervantes resulta diferente visto desde Madrid que desde la historia, como hemos podido comprobar en reciente y realmente curiosa emisi¨®n televisiva. Pero la geograf¨ªa manda y don Felipe el Segundo asent¨® junto al Manzanares los reales de la clarividencia: en los despachos de los bur¨®cratas.
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