De c¨®mo no se usa ni al Parlamento ni a la opini¨®n / y 2
El Pent¨¢gono y el Departamento de Estado se escudan tras la resistencia del Congreso de Estados Unidos -real o potenciada con fines negociadores- a conceder a Espa?a una garant¨ªa de defensa; incluso usan la reluctancia de los legisladores para rebajar las contrapartidas econ¨®micas, de suministros militares, de transferencias tecnol¨®gicas. El Gobierno espa?ol prefiere lidiar s¨®lo, como los buenos maestros, sin apoyos, sin testigos. Siempre ha sido as¨ª, por parte y parte.En las renegociaciones precedentes, en su debido momento, los americanos anunciaban: tenemos un doble l¨ªmite, el Senado no aprobar¨¢ un tratado con un r¨¦gimen muy democr¨¢tico, por muy convencidos que puedan estar en Capitol Hill de que lo m¨¢s conveniente estrat¨¦gicamente sea un r¨¦gimen como el del general Franco; la segunda limitaci¨®n reside en que el Congreso no puede traspasar un cierto umbral en las concesiones econ¨®micas.
Cuando era preciso, como en 1968, descend¨ªa de su magnificencia jupiterina el mismo senador Fullbright para defender las competencias del legislativo. Para Franco no hab¨ªa problema. Como Angel Vi?as ha recogido de los archivos, el general no confiaba el control de las negociaciones a ninguna instituci¨®n o departamento. No ya a las Cortes espa?olas; ni siquiera, en lo decisivo, a los equipos negociadores espa?oles. Los diplom¨¢ticos que andaban en el asunto pod¨ªan encontrarse con un cambio copernicano de orientaci¨®n; o descubrir que filtraciones a la Prensa, como la c¨¦lebre Flora Lewis, ten¨ªan origen en las oficinas del Departamento de Estado. Se empleaba todo. Por el contrario, como se?alaba la otra noche en RTVE el teniente general Diez Alegr¨ªa, en dos temas Franco no delegaba: en las relaciones con Estoril, enla cuesti¨®n de la monarqu¨ª¨¢; en la relaci¨®n con Estados Unidos. Solamente una persona estuvo al tanto en la segunda cuesti¨®n de lo que se pensaba e?n el palacio de El Pardo, y esa persona era el general Vig¨®n.
En lo que se refiere a Washington, si el Congreso puede alegarse a veces como instrumento en la negociaci¨®n, la realidad se impone. Desde la guerra de Vietnam, desde la conciencia de los efectos derivados de la autorizaci¨®n lograda cuando el incidente del golfo de Tonkin, el Congreso ha ido haciendo notar su poder, increment¨¢ndolo en lo que trata de la capacidad de vincularse internacionalmente el Estado. Se ha convertido en un factor decisivo en la configuraci¨®n y ejecuci¨®n de la pol¨ªtica exterior (la literatura sobre el tema es enorme, una obra muy conocida hace historia del proceso la de Thomas M. Franck & Edward Werband, Foreign Policy by Congress, Oxford Univ. Press, 1979). El sistema de divisi¨®n de poderes se mantiene en este punto o, incluso, se compagina con un cierto predominio del legislativo. Reservas, enmiendas, understandings, senses, aparte de las sesiones de informaci¨®n y comparecencias (hearings) constituyen una importante panoplia congresual (Richard Haas, Congressional Power: Impl¨ªcalions for American Security Policy, Adelphi Paptr, London, 1979).
Bien es verdad qu¨¦ hoy el presidente Reagan cuenta con un Senado m¨¢s controlado y con una C¨¢mara de Representantes donde los mismos dem¨®cratas no resisten a su proyecto de presupuesto. Podr¨ªa el Ejecutivo influir m¨¢s y m¨¢s directamente para que Espa?a obtuviese mayores contrapartidas. Con todo, la limitaci¨®n que representa el Congreso es real y la diplomacia espa?ola hace bien en tenerla en cuenta.
Solos ante el peligro, orgullosamente solos
Pero, ?por qu¨¦ ejercer¨ªa tal presi¨®n el presidente? ?Necesita hacerlo? La opini¨®n del Gobierno Calvo Sotelo por la OTAN, incondicionada (ya se han olvidado -recu¨¦rdelo el lector- los condicionamientos respecto a una mejor¨ªa en las conversaciones sobre Gibraltar, el allanamiento del camino hacia la CEE), ardorosa, viscera?, de ritmo galopante, elimina la necesidad de Washington de ofrecer garant¨ªa de defensa y elevar las contrapartidas. Ya encontrar¨¢ Espa?a lo que busca en la OTAN. ?No dice Madrid que all¨ª se, encuentra todo lo necesario? A la OTAN se remiten.
Cabr¨ªa, no obstante, que frente al exterior el pueblo espa?ol apareciese m¨¢s exigente, menos acomplejado;,reclamando lo que oorresponde a quien, a pesar de todos los intentos desestabilizadores, es una democracia. S¨ª, pero desdb el 23 de febrero nos ha entrado una extra?a congoja que reaviva el tradicional dorijulianismo espa?ol: que vengan los extranjeros a sacarnos de nuestros internos dilemas. Un mal de soledad que nos empeque?ece y que disminuye nuestra capacidad real de negociaci¨®n.
El Gobierno prefiere actuar en solitario. Es un error de concepto. Si la pol¨ªtica exterior de urra gran potencia es, casi, la mera proyecci¨®n de la pol¨ªtica exterior, en una potencia media, la definici¨®n exterior determina y. acota la orientaci¨®n interior. Por ello, cuando tratan las potencias medias con los grandes, que propenden a proyectar sobre las primeras su sombra hegem¨®nica, movilizan a la opini¨®n. Para que la opini¨®n se dentrie en un proyecto nacional, se coordina previamente donde est¨¢ institucionalmente representada: en el Parlamento.
Falta de voluntad negociadora
He intentado, desde. 1979, convocar a los ministros de Asuntos Exteriores a una concertaci¨®n de la posici¨®n que Pod¨ªa ser nacional. El se?or Oreja pose¨ªa el don parlamentano, impagable, de acudir a la convocatoria del Senado -y del Congreso- en pleno y en comisi¨®n, hablar mucho y bien en t¨¦rminos generales. Gustaba a la afici¨®n. Su sucesor es m¨¢s esquivo parlamentariamente, se complace en parecerlo. Parece inspirado en el lema de Graci¨¢n, quien recomendaba al h¨¦roe barroco ?tener cifrada la voluntad?. El 2 de diciembre, pasado le instaba yo en el $enado a que se definiese en materia de alianzas y le reiteraba, desde mi modestia, la buena disposici¨®n de la oposici¨®n para que se configurase una posici¨®n com¨²n, nacional, que constituyese una s¨®lida posici¨®n negociadora de Espa?a en el momento de la renovaci¨®n del tratado con Estados Unidos. A nuestro eventual socio le podr¨ªa, a la postre, convenir m¨¢s un texto duramente negociado, que tuviese la casi unanimidad de las C¨¢maras, que una relaci¨®n casi sigilosa con un Gobierno minoritario. No hemos tenido ¨¦xito, no ya la oposici¨®n, sino tampoco, pienso, el pueblo espa?ol en este tema.
Prefieren ir solos que mal acompa?ados, arriesgados, para lograr la honra o cargar con un resultado que posteriormente pudiere crear frustraci¨®n en los mismos estamentos cuya voluntad supuesta se alega para adoptar esta determinada opci¨®n.
De lo que, se trata en la doble operaci¨®n tratado/ accesi¨®n a la OTAN es, nada menos, que de definir la posici¨®n general de Espa?a por mucho tiempo. Desde hace m¨¢s de dos a?os, el Gobierno habla' de un debate. Primero se trataba de un debate nacional, luego se transform¨® en mero debate parlamentario. Si tomamos como prdcedente los actos parlamentarios m¨¢s decisivos -censura, confianza, investidura- podr¨ªa durar dos o tres sesiones. ?Bastan tres d¨ªas, con las limitaciones a que constri?en los reglamentos de las C¨¢maras, para deducir la aprobaci¨®n, interiorizaci¨®n y asimilaci¨®n por el pueblo soberano de tal tema?
No hay que poseer una posici¨®n intelectual y pol¨ªtica decidida, en uno u otro sentido, para concluir que si temas tan importantes como la aprobaci¨®n de un proceso auton¨®mico concreto exigen el refer¨¦ndum, ?no est¨¢ justificada la consulta al electorado cuando se trata de una decisi¨®n de la que depender¨¢ toda nuestra pol¨ªtica de defensa y la pol¨ªtica exterior general, cual es la entrada en la OTAN?
En este punto, elGobiernojueg¨¢ con la normal desinformaci¨®n del ciudadano. Incluso deja decir que la Constituci¨®n proh¨ªbe el refer¨¦ndum en materias de pol¨ªtica exterior, cuando el art¨ªculo 87, a veces aludido, solamente cualifica, el empleo de la iniciativa popular en dichos temas, cosa bien diferente. El refer¨¦ndum, si bien consultivo, est¨¢ inequ¨ªvocamente consagrad.o en nuestro texto constitucional, en el art¨ªculo 92, para ?las iniciativas pol¨ªticas de especial trascendencia?. Ni en las Constituyentes, en ning¨²n momento del proceso, ni en los comentarios al texto -alguno redactado por ilustres miembros de UCD-, se afirm¨® en ninguna ocasi¨®n o lugar que del refer¨¦ndum se exclu¨ªan las cuestiones internacionales.
La diferente actitud
Respecto al tratado, el Gobierno de Estados Unidos presentar¨¢ el texto a la aprobaci¨®n (advise and consent) del Senado. Pero antes informar¨¢ del curso de las negociaciones. Desde los a?os sesenta, la pr¨¢ctica le extiende asimismo, a los acuerdos: ejecutivos. La posici¨®n americana tendr¨¢ la fuerza que representa estar respaldada por el legislativo. De parte espa?ola, se prefiere el sigilo, la sorpresa, casi el hecho.cansumado, no ya para e? tratado, sin o para ¨¦ste y para la entrada en la OTAN.
La diferencia puede residir en que en Am¨¦rica la democracia se entiende como un proceso de con troles continuo y fluido; no como, el simple cumplimiento de unas nor mas procesales formales, -incluso ara?¨¢ndolas-; no como si la de mocracia se contuviese en el juego mec¨¢nico de las mayor¨ªas.
Dec¨ªa un pensador espa?ol, deteni¨¦ndose en la prosa de un escritor, quien, otrora falangista, hab¨ªa optado valientemente por la lucha democr¨¢tica, que el estilo y el lenguaje cambiaban m¨¢s lentamente que la ideolog¨ªa. Est¨¢ el Gobierno, en este tema de las alianzas, hablando con un alarmante acento de un tiempo que pens¨¢bamos sobrepasado.
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