Cristino Mallo, en la barbacana del caf¨¦
Desde el a?o 1948, en horario de ma?ana y tarde, Cristino Mallo est¨¢ sentado en el peluche del caf¨¦ Gij¨®n. Es ya un personaje empotrado en el mobiliario, forma un todo con el paisaje, lo mismo que el tenderete del cerillero. Es muy f¨¢cil saber qui¨¦n es. Entre usted en el caf¨¦ a las ocho de la tarde, cualquier d¨ªa de cualquier a?o, aunque est¨¦ Tejero asaltando el Parlamento, eche una mirada por encima del barullo de mariquitas, chulos de bocadillo, hadas madrinas con suspensorio y dem¨¢s artistas que esperan la gloria al pie de la barra, y en la primera mesa, detr¨¢s del t¨²mulo de la cripta, ver¨¢ a un se?or con cara de p¨¢jaro. Probablemente usted se preguntar¨¢ en seguida qu¨¦ hace el general Guti¨¦rrez Mellado all¨ª a esa hora. Pues bien, ese se?or es exactamente el escultor Cristino Mallo. Tambi¨¦n lo puede ver a mediod¨ªa, atornillado en el mismo asiento, y entonces existe otra se?al para descubrirlo. Es el ¨²nico ejemplar de republicano superviviente en el planeta que lee devotamente el diario Abc. A las nueve de la noche, si uno es muy amigo suyo y ¨¦l lo ha pasado cuatro veces por el filtro, puede sentarse a su mesa, poner la oreja y escuchar lo que dice:-Yo me he paseado en esta vida por mucho cementerio, m¨¢s que nada por ver mausoleos. ?no?: por el de San Justo y el de San Isidro, que son muy bonitos, como jardines, en cambio, por el de la Almudena he ido poco, porque se parece a unos grandes almacenes. En el de San Isidro ve¨ªa el mausoleo de la marquesa de Bermejillo del Rey, con una cultura de Clar¨¢, muy buena, titulada Serenidad, que est¨¢ todav¨ªa all¨ª, o el mausoleo de la Fornarina, que se lo hizo Benlliure, con un ¨¢ngel asomado a la puerta, ?no?", con el dedo as¨ª, ?no?, pidiendo silencio, ?no? Siempre me ha gustado leer las inscripciones en los nichos, algunas muy bonitas, por ejemplo, esta que recuerdo del cementerio de Vallehermoso, que dec¨ªa: ?El feto Gonz¨¢lez. Sus padres no le olvidan ?. Y hab¨ªa otros con exclamaciones terribles. El cementerio de Vallehermoso ten¨ªa unos cipreses enormes, los m¨¢s antiguos de Espa?a. All¨ª estaba el mausoleo de don Juan de la Pezuela, virrey de Per¨². Despu¨¦s de la guerra pas¨¦ por delante y resulta que viv¨ªa una familia dentro, durmiendo en los nichos. Un chico sali¨® de all¨ª a pedirme una peseta. En el de San Isidro est¨¢ enterrada Cayetana, la duquesa de Alba, y hace a?os, cuando se exhumo su cad¨¢ver para que el doctor Blanco Soler analizara si hab¨ªa sido envenenada por la reina Mar¨ªa Luisa, se vio que la faltaba un pie.
La conversaci¨®n de un castizo
Habla con media boca, como un pichi de la Cava Baja, con el tr¨¦mulo chuleta del castizo que suelta las palabras goteando s¨ªlabas por el colmillo. Con la puntualidad f¨¦rrea que rige en la astrolog¨ªa, a las siete y una d¨¦cima de segundo de la tarde, Cristino Mallo aparta la cortina de la entrada y aparece en el caf¨¦ con esa cabeza estrecha como un bajorrelieve, la nariz que tira de ella hacia adelante, una nariz tan importante que le impedir¨ªa meter el hocico en una copa de co?¨¢, el peri¨®dico en la axila y una pulcritud de magistrado del Supremo en los pu?os, en, el cuello de la camisa en el nudo de la corbata, y all¨ª, de pie, su preocupaci¨®n consiste en encontrar una mesa que est¨¦ a salvo de pelmazos. Solo habla con los amigos.
-Yo. aunque no lo parezca. nac¨ª en Tuy. Soy gallego. Y desde all¨ª, de muy ni?o, me fui a Gij¨®n, donde trasladaron a mi padre, que era del cuerpo de Aduanas, y luego a Avil¨¦s. De lo primero que me acuerdo en mi vida es de una epidemia de tifus y de ver c¨®mo sacaban enfermos en colchones de una casa que se estaba incendiando. Eran enfermos de tifus. Yo, de epidemias, s¨¦ un rato. Recuerdo la gripe de 1917; yo viv¨ªa en la calle del cementerio y no ve¨ªa pasar m¨¢s que muertos, ca¨ªan como ratas, todo eso junto a la huelga tremenda de aquel a?o, cuando volaron con dinamita un transformador y apareci¨® un mont¨®n de camiones con la Guardia Civil y en mi casa pusieron colchones en las ventanas por la cosa del tiroteo. De ni?o, yo pegaba mucho la oreja. A mi casa ven¨ªa una peinadoraa arreglara mi madre, y recuerdo que durante m¨¢s de un a?o hablaron mucho de Canalejas cuando lo apiolaron; yo, entonces, me pasaba los d¨ªas delante de aquella foto en que se ve a Canale¨ªas cayendo para atr¨¢s, con la chistera en el aire, y a Pardi?as dispar¨¢ndole en el cogote. O¨ªa a la peinado ni y me desesperaba, porque yo no sab¨ªa leer y no me enteraba de nada. A Canalejas lo tuve metido en la cabeza hasta que en 1922 vine a Madrid, y lo primero que hice fue ir a la hemeroteca a leer los peri¨®dicos de aquella ¨¦poca. Y luego estaba el crimen del capit¨¢n S¨¢nchez, al que mataron, descuartizaron y empotraron en una pared. Al llegara Madrid viv¨ª en la misma casa, en el mismo piso don de se cometi¨® el famoso crimen de la calle de Fuencarral, en el siglo pasado, en una casa que todav¨ªa existe, esquina a Divino Pastor, que tiene dos miradores. Es posible que ini padre lo supiera, pero por lo visto le daba igual. Yo hab¨ªa le¨ªdo el relato, la criada Fli ginia Balaguer que mat¨® a su ama. Luciana Barcino, viuda de Varela, una t¨ªa que es cond¨ªa el dinero bajo los ladrillos y se hac¨ªa ella misma la comida por miedo a ser envenenada. Primero echaron la culpa de su muerte al hijo de la se?ora, pero, despu¨¦s se supo que hab¨ªa sido la criada, que la quem¨® con petr¨®leo en la cocina. Como yo sab¨ªa todo esto, estaba un poco mosca.
Una Espa?a de soldados con traje de rayadillo, ros de hule y alpargata valenciana, embarcando para Marruecos, aliad¨®filos y german¨®filos tir¨¢ndose al pescuezo en los casinos, don Tancredo matando en zancos o rejoneando en bicicleta, era el panorama patri¨®tico cuando Cristino Mallo empez¨® a estudiar el bachillerato, en 1913, en Avil¨¦s, en el colegio de los hermanos Casariego, un centro donde se respiraba cierto aire anticlerical en aquel clima que Clar¨ªn hab¨ªa creado en Asturias. Cristino Mallo se pasaba el d¨ªa haciendo monigotes en el cuaderno, junto al teorema de Pit¨¢goras, hasta el punto que el profesor de Qu¨ªmica le dijo a su padre que en aquel chico pod¨ªa haber un diamante en bruto, nada menos que un artista. Le recomend¨® que asistiera a la escuela de Artes y Oficios. All¨ª pas¨® algunos a?os modelando narices y ojos a granel, de noche, gratis, en compa?¨ªa de marineros del puerto. Despu¨¦s se traslad¨® a Madrid.
-Me matricul¨¦ en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando el 13 de septiembre de 1923, el mismo d¨ªa en que Primo de Rivera daba el golpe militar, con toda la calle llena de soldados, ya ves. Y all¨ª, en la escuela, en seguida conoc¨ª a Dal¨ª, que estaba en un curso superior. Este Dal¨ª, a los diecisiete anos, ya ten¨ªa la cosa de la propaganda bien organizada, oye, no pasaba d¨ªa en que no se hablara de ¨¦l, que si hab¨ªa hecho esto o lo de m¨¢s all¨¢. Y encima ten¨ªa pasta. Recuerdo que nos daba una peseta por llevarle los libros. El fue el primero que trajo a la escuela un libro de Picasso que le hab¨ªa comprado su padre en Francia, y as¨ª nos enteramos de qui¨¦n era Picasso. A Dal¨ª lo expulsaron a patadas de la escuela porque en un examen de teor¨ªa de las Bellas Artes, despu¨¦s de sacar las bolas, se puso de pie y recus¨® al tribunal, llam¨¢ndole incompetente e ignorante, diciendo que el sab¨ªa m¨¢s que todos ellos juntos. Por otro lado, yo hac¨ªa una vida muy aislada, aunque a veces ca¨ªa por Pombo para o¨ªr a Ram¨®n G¨®mez de la Serna, o por la Granja del Henar para ver a Valle-Incl¨¢n, pero sin atreverme a chistar. Nosotros, entonces, ten¨ªamos mucho respeto a aquella gente tan bragada, m¨¢s que nada era miedo, uno no abr¨ªa la boca en aquellas tertulias por si acaso te soltaban el estacazo, como yo observ¨¦ una vez que Valle-Incl¨¢n le dijo a uno que hablaba mucho: ?Oiga, pollo, que se va usted a pisar la lengua?.
La cara de Unamuno
No es como ahora, que cualquier pelmazo puede acercarse a tu mesa a darte la lata. Yo conoc¨ª a Unamuno en Salamanca, en el a?o 1936, cuando estuve all¨ª de profesor en la Escuela de Artes y Oficios, y, claro, entonces era de rigor echarle una visita a don Miguel, pero con un respeto b¨¢rbaro, ya digo. Recuerdo que una vez lleg¨® Solana a hacerle un retrato por encargo del ministerio y yo le acompa?¨¦ a que tomara unos apuntes, y lo hizo sobre una caja de puros. Al salir de la casa de Unamuno me dijo Solana: ?Hay que ver lo inteligente que es este hombre. Lo ¨²nico que me fastidia es la cara de cangrejo que tiene?. Dio en el clavo, oye, Unamuno era muy colorado, y con el pelo blanco a¨²n resaltaba m¨¢s.
Desde aquel caf¨¦ de las Salesas donde ve¨ªa a Antonio Machado sentado, con el sombrero puesto, las manos en el pu?o del bast¨®n, la colilla en una esquina del labio, toda la ceniza en la solapa y el traje revuelto como una cama deshecha, junto a su hermano Manuel, tan atildado; al actor Ricardo Calvo y las hermanas Tormo, hasta ayer mismo por la tarde, que estaba en la barbacana de peluche, en el caf¨¦ Gij¨®n, con medio cabreo envasado, contemplando la nueva fauna, la vida de Cristino Mallo ha sido la de un gato solitario, pero con horario fijo. Levantarse, tres horas de trabajo en el taller, dos horas de tertulia al mediod¨ªa, almuerzo en casa flanqueado por sus dos hermanas, tres horas m¨¢s de trabajo, dos horas m¨¢s de tertulia, un vaso de leche y a dormir. As¨ª cincuenta a?os, mientras el sistema planetario ha pasado por encima de su cabeza, sin amor¨ªos, sobresaltos, lujos ni aventuras, s¨®lo con un callejeo individualista como ¨²nica juerga hasta aprenderse las cosas m¨¢s raras de Madrid, una rutina que interrumpi¨® la guerra s¨®lo por tres temporadas.
-Yo pertenec¨ªa a la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Fui teniente en el frente
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de Teruel, pero antes de disparar un solo tiro ca¨ª enfermo de los bronquios y me retiraron al hospital base de Valencia. Y desde mi habitaci¨®n del hospital yo ve¨ªa al acorazado Canarias, que andaba ya por all¨ª merodeando, hasta que la cosa se cay¨® a pedazos y nos dijeron que en la puerta hab¨ªa unos autobu ses para el que quisiera irse a Alicante. Era terrible ver bajar por la escalera una cantidad de gente escayolada, muchos sentados incluso sobre la propia escayola, que, al fin y al cabo, hu¨ªan hacia una ratonera. Yo me largu¨¦ a Burjasot y all¨ª me detuvo el jefe de Falange de Valencia, un tal Marcos, acompa?ado del zapatero del pueblo, en cuya casa yo hab¨ªa vivido alg¨²n tiempo, que me quer¨ªa mucho porque yo le hab¨ªa regalado latas de suministro. Era muy buena persona, uno de esos al que los rojos cre¨ªan de derechas porque iba al casino, y, claro est¨¢, por haber sufrido un poco de persecuci¨®n, al terminar la guerra, le dieron un fusil para hacer vigilancia. Se port¨® muy bien conmigo este zapatero, me regal¨® chocolate y me acompa?¨® hasta la puerta de la c¨¢rcel, cosa muy de agradecer, porque entonces, en las cunetas, Suced¨ªan cosas, ?no? Ingres¨¦ en la prisi¨®n de Monteolivete y me cayeron ocho meses y pico por auxilio a la rebeli¨®n. Luego me vine a Madrid y no mov¨ª nada en el ministerio para que me pusieran en la c¨¢tedra, bah, bah, tampoco lo he hecho ahora con esto de la democracia; que les den morcilla. .
En los a?os cuarenta, Cristino Mallo era ese artista silencioso que antes de sentarse en cualquier caf¨¦ vigilaba a conciencia que no hubiera en un radio de siete metros alguien con cara de fascista, nadie que llevara bigotito imperial, insignias de victoria y otras se?ales de peligro, una labor que cada d¨ªa se volv¨ªa m¨¢s dif¨ªcil. Su figura obedece a la del tipo qu¨¦ no est¨¢ dispuesto a tragar. Tampoco trag¨® entonces. Pod¨ªa estar dos minutos en una tertulia soportando el triunfalismo de cualquier imb¨¦cil, pero era casi imposible que llegara a los dos minutos y medio. Cristino daba un salto de gato escaldado por encima de la consumici¨®n y se largaba sin decir adi¨®s muy buenas, con ese cabreo callado que a¨²n hoy s¨®lo le descubren los muy ¨ªntimos. Su ,timidez le mantiene envarado y te mira impasible con las gafitas de aumento, lo oyes mascullar media imprecaci¨®n o soltar una iron¨ªa con sonido Lavapi¨¦s y no se sabe s¨ª est¨¢ contento o a punto de reventar. Despu¨¦s de la guerra sobrevivi¨® solo, con la cabeza debajo del colch¨®n y el coraz¨®n republicano puesto en el desembarco de Normand¨ªa, esperando que aquellas tropas entraran por los Pirineos mascando chicle. En 1947, el arquitecto Emilio Pe?a le hizo una exposici¨®n en su galer¨ªa de la calle de Jovellanos; tambi¨¦n Eugenio d'Ors lo incluy¨® en uno de sus salones. Cristino Mallo se mantuvo apartado de cualquier grupo y trat¨® a los amigos de uno en uno.
-De Solana se ten¨ªa ¨¦l concepto de que era un ordinario, un guarro perdido. Yo no lo ve¨ªa as¨ª. Soltaba alg¨²n taco, pero con naturalidad. Era muy correcto, lo que pasa es que le gustaba mucho el chorizo, que fue de Id que palm¨® realmente. A veces, daba fiestas en su casa; yo fui a alguna de ellas, y Solana cantaba, ten¨ªa un vozarr¨®n enorme y presum¨ªa de dar el do de quijada, que consist¨ªa en soltar un grito furibundo y resistir hasta que se quedara desencajada la mand¨ªbula. Yo le ve¨ªa mucho por la calle del Le¨®n, y me preguntaba: ??A d¨®nde ir¨¢ este hombre??. Claro, iba a comprar chorizo a una tienda que habla all¨ª; iba con su hermano, que era m¨¢s absurdo y estaba a¨²n m¨¢s loco que ¨¦l, los dos. discutiendo, uno delante y otro detr¨¢s, llam¨¢ndose hijo de puta a grito pelado desde cincuenta metros de distancia. Se gastaron toda su fortuna comiendo chorizo. Los Solana ten¨ªan minas de plata en M¨¦xico, lo que pasa es que no se ocuparon de eso y un pariente se las sopl¨®. A Solana le dieron la medalla de honor ya muerto. Siempre se la negaron por un voto: el de S¨¢nchez Camargo, que era su mejor amigo y luego fue su albacea. Camargo era un fr¨ªvolo, y se lo daba siempre a Segura o algo as¨ª, no s¨¦ si por cosas de El Pardo o del ministro Ib¨¢?ez Mart¨ªn. Cuando se la dieron a Pancho Coss¨ªo yo estaba en el jurado, y S¨¢nchez Carnargo, en esa ocasi¨®n, tambi¨¦n le dio el voto a Segura.
El escultor Cristino Mallo, arrastrando su arte y su cartilla de racionamiento despu¨¦s de la guerra, sent¨® plaza en solitario pos varios caf¨¦s de Madrid -en el Li¨®n, en el Prado-, hasta que en 1948 qued¨® varado en el peluche del caf¨¦ Gij¨®n, donde en este momento est¨¢ explicando un reciente viaje suyo a Portugal. Dice que all¨ª la vida est¨¢ muy barata: una copa de anls, un duro; un taxi, treinta pesetas; una limpieza de zapatos, tres duros. Alguien de la tertulia se admira ingenuamente y pregunta muy preocupado: ?Y en Portugal, ?de qu¨¦ viven los limpiabotas??.
-?De qu¨¦ van a vivir, muchacho? Pues de dar brillo y esplendor. Se dice que este hombre, que es soltero desde su nacimiento, hace 75 a?os, a¨²n permanece virgen, como un santo laico, amparado por una timidez mordaz. Nadie le ha visto jam¨¢s con una mujer, nunca ha bajado la guardia ante cualquier caderazo.
-La verdad es que nunca hice demasiado caso a las se?oras, aunque a veces me han mareado un poco. Reconozco que tienen unas cosas agradables y otras desagradables. Al empezar en la escuela de San Fernando vi en seguida el panorama. Me di cuenta de que uno ten¨ªa que apechugar tanto si le va bien como si le va mal. Si est¨¢ uno solo, los problemas los tiene uno solo, ?no? La casa, la familia, pueden malograr a cualquier artista se han dado muchos casos. Yo, por ejemplo, de haber estado casado, despu¨¦s de la guerra hubiera tenido que ir al ministerio a dar, explicaciones para ver si me repon¨ªan en la plaza. As¨ª que ni eso.
Un escultor ¨²nico
Cristino Mallo es un, escultor que no admite encargos; hace piezas ¨²nicas sin reproducciones; esto quiere decir que no le interesa el dinero, ni las mujeres, ni el m¨¢s all¨¢. Se ha quedado a solas con la sensibilidad de sus yemas. Desde que en 1933 fue premio Nacional de Escultura, con sus dedos ha fabricado cientos de criaturas pose¨ªdas de una temblorosa belleza. Cristino Mallo es el mejor escultor del pa¨ªs, pero no pide nada, no desea nada, no espera nada importante, s¨®lo que venga pronto el camarero.
-Yo hice la primera comuni¨®n fuera de fecha para retrasarla lo m¨¢s posible. Iba a misa de peque?o detr¨¢s de los soldados del regimiento del Pr¨ªncipe de Asturias, m¨¢s que nada para ver c¨®mo se quitaban el gorro cuando levantaban el cop¨®n. Comprendo que la gente sea feliz con una esperanza. Yo quiero convertirme en ox¨ªgeno o que cojan mis cenizas y las mezclen con aceite, a ver si se arma otro l¨ªo con mi anilina. F¨ªjate en la pompa que han dado a la muerte de Pem¨¢n, cuando este se?or no era m¨¢sque el tercer hermano Quintero. Pues ah¨ª lo tienes. Aqu¨ª lo que hay tambi¨¦n es mucho pintor golpista que aprovecha cualquier descuido para dar la emboscada en el ministerio. A m¨ª, que me dejen en paz.
Para Cristino Mallo, el veraneo s¨®lo consiste en cambiar de caf¨¦. Lo que hace durante todo el a?o en el caf¨¦ Gij¨®n lo har¨¢ durante el mes de agosto en La Austr¨ªaca, en Santander, todo medido al mil¨ªmetro, a la d¨¦cima de segundo, los mismos pasos, unt, id¨¦ntica expresi¨®n de p¨¢jaro sagaz, un silencio de centinela alerta sobre el velador, y arriba, el universo, dando vueltas de relojer¨ªa suiza, aunque nunca tan exacta como las ¨®rbitas que Cristino da sobre sus d¨ªas, sobre sus horas. En Santander no trabaja, por eso duerme la siesta, s¨®lo para acelerar el tiempo de bajar al caf¨¦ y dejar colgado de la percha su perfil de Guti¨¦rrez Mellado.
-Estoy harto. Un d¨ªa de ¨¦stos me voy a dejar barba, porque lo mismo me confunden con ¨¦l y cualquier burro me arrea un tantarant¨¢n.
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