El 90% de los jovenes reclusos, en espera de juicio
"Un establecimiento nuevo, en ¨®ptimas condiciones, hecho para que los j¨®venes sean capaces de vivir como personas% seg¨²n palabras del entonces director general de Instituciones Penitenciarias, Carlos Garc¨ªa Vald¨¦s, fue inaugurado a finales de junio en el complejo penitenciario de Carabanchel. Con un coste superior a los cien millones de pesetas, hab¨ªa nacido el Centro de Detenci¨®n de J¨®venes de Madrid, capaz de albergar, en celdas individuales, a 297 reclusos entre los diecis¨¦is y los veinti¨²n a?os de edad.Hoy la poblaci¨®n reclusa del Centro de Detenci¨®n de J¨®venes supera las quinientas personas. Las celdas son compartidas por dos internos y, en momentos de m¨¢xima aglomeraci¨®n, los siete metros cuadrados que mide cada una han "albergado" a tres presos. En los ¨²ltimos dos a?os se ha duplicado la poblaci¨®n penitenciaria espa?ola, y, al igual que otros, este centro se ha visto desbordado, pero pr¨¢cticamente desde que surgi¨®, a pesar de que en los veranos el hacinamiento se reduce un tanto. 'Los chavales hacen sus trabajitos en la costa e ingresan en los centros de la periferia", comenta uno de los funcionarios.
Desde esos quinientos reclusos j¨®venes, un 90% son preventivos -en espera de juicio-; el resto lo componen condenados y adultos que realizan trabajos penitenciarios. El edificio, que mantiene la estructura tradicional de galer¨ªas, era antes una prolongaci¨®n de la Prisi¨®n Provincial, con el reformatorio y los talleres, y en ¨¦stos permanecen maestros y penados, a los que su larga condena ha permitido pasar de aprendices a oficiales.
Los internos del Centro de J¨®venes y los de la Prisi¨®n Provincial no reciben distinto tratamiento. " Tienen el mismo horario de cuartel", dice el jefe de servicios, con iguales visitas -de media hora, dos d¨ªas por semana- y permisos -de fin de semana, cinco y siete d¨ªas, aunque pocos los disfrutan, por su condici¨®n de detenidos-.
"La diferencia espec¨ªfica es la edad; ¨¦stos pasan autom¨¢ticamente a la prisi¨®n cuando cumplen los veinti¨²n a?os", a?ade el funcionario.
Hay otras similitudes, como la escasez de personal -funcionarios, educadores, psic¨®logos-, de dotaciones materiales y de organizaci¨®n de actividades formativas y culturales. Ambos centros, desde la primera a la ¨²ltima reja, "son modelos de lo que no debe ser", considera Enrique Galav¨ªs, actual director general de Instituciones Penitenciarias.
El mot¨ªn inaugural
-Hay m¨¢s vida en Carabanchel", dec¨ªan los 54 internos del Centro de Detenci¨®n de J¨®venes a la semana escasa de haber sido abierto, mirando desde el patio la Prisi¨®n Provincial, de donde venia la mayor¨ªa. La reflexi¨®n dura todav¨ªa, y se refieren a Carabanchel como si fuera otra galaxia de la que no formaran parte. Pero un arrebato como el que les dio en el verano de 1979 no se ha vuelto a producir; tan s¨®lo tres o cuatro intentos, consumados, de fuga.
La novedad inaugural del centro dur¨® unos siete d¨ªas y desapareci¨® en el transcurso de un mot¨ªn del que a¨²n quedan huellas. En los patios, donde diversos grupitos de internos "sostienen" las paredes en sombra, pueden verse algunos montones de ladrillos; unos, de las reparaciones; otros, arrancados hace dos a?os. Los escalones de acceso a las cuatro galer¨ªas est¨¢n renegridos por el fuego que se desliz¨® por ellos, atizado por maderas de las puertas de los armarios de las celdas, colchones, mantas, cristales y cuantos objetos inflamables ten¨ªan a mano los amotinados; entre ellos, los altavoces de un hilo musical carcelario, que ahora sale por una especie de respiraderos situados junto al techo en diversos lugares estrat¨¦gicos.
La parte del viejo reformatorio, que fue adaptada, se encuentra especialmente resentida, y, seg¨²n se recorre, crece la sensaci¨®n de encontrarse en una sala de despiece o matadero -muchas paredes son de azulejo blanco, y en el suelo, de cemento, hay algunos charquitos de agua-. Diversas zonas del centro han podido ser reparadas, pero el presupuesto con que cuenta es insuficiente para realizar un "lavado de cara completo". Como tampoco hay fondos para organizar cursos de formaci¨®n profesional para los detenidos o seminarios de modernizaci¨®n para el personal de prisiones.
Una exigua plantilla de funcionarios
Cuando el Centro de Detenci¨®n de J¨®venes contaba, con una cifra de internos cercana a la ideal, ocho funcionarios de prisiones vigilaban las distintas dependencias. Actualmente lo hacen once, con un internado casi dos veces superior. El resto de la plantilla est¨¢ compuesto por un jurista crimin¨®logo, un ayudante t¨¦cnico sanitario, dos profesores de EGB, una asistente social, tres maestros de taller, un administrador, un subdirector -que adem¨¢s es psic¨®logo titular del centro- y un director. Cuando alguno de ellos se encuentra de vacaciones no se le puede sustituir con otro profesional.
Los responsables de este establecimiento son conscientes de lo exiguo de la plantilla y han enviado varias propuestas de ampliac¨ª¨®n a lo largo de estos dos a?os de funcionamiento, en los que han visto un trasiego de m¨¢s de 4.000 j¨®venes detenidos.
Los funcionarios y los ayudantes no ocultan sus quejas. Habitualmente, tres de ellos tienen a su cargo 65 internos, y a veces uno solo ha hecho la guardia para ochenta reclusos. "Tenenios demasiada responsabilidad", reconoce un funcionario. En general, son j¨®venes, con una media de edad sobre la treintena, y casi todos han cursado estudios universitarios: psicolog¨ªa, pedagog¨ªa, derecho... Comprenden, aparentemente, Ia situaci¨®n personal de los muchachos a su cargo, pero tambi¨¦n admiten que tienen que hacer esfuerzos por no peider la paciencia. Sobre todo cuando llevan veinticuatro horas seguidas en el recinto.
No llevan armas. Saben defensa personal, por si acaso, aunque ¨²ltimamente no han tenido que emplearla demasiado. "La cosa est¨¢ tranquila", dicen, recordando que no han sido necesarias grandes peinadas de celdas para despejar a los presos del posible armamento. "Alg¨²n objeto punzante s¨ª que hemos detectado; pero aqu¨ª lo que m¨¢s se encuentra es droga. Muchos son consumidores de porro antes de entrar y, claro, no lo dejan as¨ª como as¨ª; tienen sus escondrijos, gente que consigue pasarles paquetes".
Una intervenci¨®n excepcional, no por droga, realizaron hace unos meses para salvar del acoso masculino a Dolores, un travestido que, de estar en una c¨¢rcel, "prefiero una de mujeres; pero yo no he robado, no soy delincuente". Est¨¢ recluido todo el d¨ªa en una celda de aislamiento, al igual que otros 42 detenidos, esperando que las autoridades espa?olas le pongan nuevamente en la frontera por paso ilegal. En esta espera ha intentado dos veces suicidarse cort¨¢ndose las venas.
Cuando se abri¨® el Centro de Detenci¨®n, ¨¦ste carec¨ªa de economato, sala de cine y televisi¨®n. Tampoco ten¨ªa dotaciones paraactividades deportivas -dos cestas de baloncesto cuelgan en uno de los patios-. S¨®lo dos posibilidades: tirarse en el patio o currar en el taller. Las primeras carencias han sido subsanadas. Tambi¨¦n tienen sala de juegos de mesa; semanalmente tienen una proyecci¨®n cinematogr¨¢fica; no hay teatro y, tras muchos esfuerzos, un cantante rockero consigui¨® actuar el verano pasado. Y los aficionados a la lectura tienen a su disposici¨®n una biblioteca -concertada con las Populares- con 2.000 vol¨²menes y unas cuantas colecciones de diarios y revistas.
La redenci¨®n del taller
Por otra parte, pueden acudir a una escuela -con bastantes pupitres de madera, casi de museo donde se imparten clases gratuitas de EGB -en estos momentos a una docena de alumnos- y de educaci¨®n a distancia. Hay asimismo una clase semanal de ingl¨¦s. Pero el n¨²cleo de mayor actividad de los internos lo constituyen los tres talleres: de ebanister¨ªa, artes gr¨¢ficas, zapater¨ªa y mec¨¢nica, donde trabaja un centenar de ellos. Aunque de modo inconstante, por las salidas para juicios, visitas, traslados y tr¨¢mites.
"El taller es el ¨²nico camino para la reinserci¨®n social", sostiene el maestro ebanista, que entr¨® por oposici¨®n hacediecis¨¦is a?os. Est¨¢n a su cargo unos veinte reclusos, que cobran a tenor del trabajo realizado: 2.000 pesetas, el que menos; 30.000 pesetas, el que m¨¢s. La producci¨®n se canaliza hacia clientes particulares, del propio establecimiento o del Ministerio de Justicia, o industrias peque?as que necesitan surtido.
En la imprenta, donde se tiran publicaciones del citado Ministerio y se hacen facturas y dem¨¢s trabajos para uso interno, trabaja igualmente una veintena de j¨®venes. En mec¨¢nica trabajan unos seis chicos, y el taller con mayor n¨²mero de aprendices -y solicitantes: hay m¨¢s de 150 instancias presentadas- es el de zapater¨ªa, con m¨¢s de treinta j¨®venes maniobrando m¨¢quinas y otros tantos en manipulado y paquetes.
La zona de talleres fue escrupulosamente respetada por los amotinados. "La consideran como algo propio", dicen, satisfechos, los oficiales, quienes recuerdan el incentivo de redimir medio d¨ªa de pena por ocho horas laborables. De lo que no est¨¢n. contentos es del vac¨ªo laboral que tienen sus ense?a dos cuando salen a la calle, en libertad. "Yo procuro pasarles mis contactos, pero luego me escriben y me dicen que les han echado. Si todos les damos con la puerta en las, narices, volver¨¢n a delinquir", dice el ebanista. "Es cierto que la atenci¨®n pospenitenciaria est¨¢ muy abandonada", a?ade el jefe de servicios, sonri¨¦ndose ante la pregunta de si no interviene la asistencia social.
"Ya veremos si me dan trabajo cuando salga", se queja Ignacio, de veinte a?os, que lleva encerrado nueve meses a la espera de condena por el robo de un' piso y ha conocido durante dos a?os lo que es estar en paro: "Era un aburrimiento, como la vida en el patio".
Otro interno, de diecinueve a?os, con ocho meses esperando juicio, insiste en lo del aburrimiento. Lija con fruici¨®n la puerta de un mueble, llen¨¢ndose el pelo de viruta, y exclama: "Estar sin hacer nada todo el d¨ªa es mu fuerte", puntualiza un compa?ero de la misma edad, aprendiz de ebanista, condenado a tres a?os por robo con intimidaci¨®n, y que tiene su futuro muy pensado: "Cuando salga de aqu¨ª me ir¨¦ a la mili, me pondr¨¦ a trabajar y me casar¨¦.
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