Sacco y Vanzetti
Dos veces titilaron las luces de la c¨¢rcel aquel 22 de agosto de 1927; afuera la silenciosa muchedumbre capt¨®, estremecida, el mensaje de esos fugaces gui?os que enviaba el penal de Massachusetts.Un par de descargas de 5.000 voltios cada una bajaron el tel¨®n de una tragedia que hab¨ªa durado siete a?os, cuatro meses y once d¨ªas, y que mantuvo sin respiraci¨®n a millones de seres de todos los colores, razas y religiones, en uno de los juicios m¨¢s pat¨¦ticos del siglo. A los 61 a?os de la fat¨ªdica fecha, los investigadores contin¨²an reconstruyendo algunos tramos de una cronica en donde resulta casi imposible prescindir de la carga emotiva y de la pol¨ªtica.
Medio siglo despu¨¦s de aquel d¨ªa, miles de espectadores pudieron revivir, a trav¨¦s del Filme de Montaldo Sacco y Vanzetti, el mismo horror y la misma indignaci¨®n ante unos hechos monstruosos. Bartolomeo, el calmo dominador, con grueso bigote, seguro de s¨ª mismo y mesurado en el hablar, y Nicola, con los nervios a flor de piel, violento y vulnerable, un Charles Chaplin de Tiempos modernos, con el capitalismo atragantado en la nuez y exacerbado en su af¨¢n de suprimir todas las injusticias sociales, eran, en definitiva, dos mediocres inmigrantes con dificultades para expresarse en ingl¨¦s que hab¨ªan sido encummbrados a la categor¨ªa de los s¨ªmbolos y que, en su momento, asumieron un papel desconociendo cu¨¢l era el libreto que les correspond¨ªa representar.
La pel¨ªcula de Montaldo no fue filmada en 1971 por casualidad; desde tres a?os antes -mayo de 1968-, la b¨²squeda desesperada de un socialismo liberador -?o libertario?- intentaba escaparse, a cualquier precio, del letargo en que se hab¨ªa surnido. De ah¨ª que el asunto Sacco-Vanzetti cobrase el valor de un mito. ?C¨®mo convertir en m¨¢rtires a seres tan poco sospechosos de haber cometido los asesinatos de los que se les acusaba?
Aunque separados, Nicola y Bartolomeo llegaron a Estados Unidos en el rnisino a?o de 1908. Aguatero, pe¨®n en una fundici¨®n, jornalero y, finalmente, oficial zapatero, Sacco vivi¨®, mejor dicho, sobrevivi¨®, junto a sus hermanos de raza latina, en la m¨¢s cruel de las miserias, compartida con su mujer, Rosina Zambelli. La vida de Sacco no ten¨ªa historia y nada ni nadie hac¨ªa presuponer que las furias policiales pudieran desencadenarse sobre Su cabeza. Anarquista -?cu¨¢nto lo hab¨ªa disimulado?- y, adem¨¢s, propagandista y militante, pero de ninguna manera "ponedor de bombas". Despu¨¦s de todo, ¨¦l, en las reuniones con sus amigos anarquistas, hab¨ªa reconocido hasta la exasperaci¨®n la necesidad de oponer la contra-violencla a la violencia cotidiana del sistema, "pues mientras existiesen las palabras, ?para qu¨¦ usar la dinamita?".
Vanzetti, al desembarcar en Nueva York, recorri¨® una variada gama de oficios. Lavacopas en un tugurio miserable, repartidor de carb¨®n, ayudante de pastelero, cortador de vidrios, encerador, alba?il, barrendero y, por fin, vendedor ambulante de pescado, un oficio que jam¨¢s hab¨ªa practicado -tampoco Henry Miller hab¨ªa repartido telegramas-, pero que le permit¨ªa lo que ¨¦l m¨¢s deseaba en el mundo, que era no depender de ning¨²n patr¨®n. Solter¨®n empedernido, de trato encantador, siempre amable y sonriente, Vanzetti ten¨ªa clavados sus ojos azules en una sociedad m¨ªtica, poblada de ciudadanos felices, ni explotados ni explotadores. Era un idealista de la casi extinguida especie humana de los optimistas mani¨¢ticos, un hombre tranquilo, un ser bueno. Anarquista declarado, su lucha ten¨ªa como meta desmontar el verticalismo del sindicato norteamericano, especialmente la Industrial Workers of the World (IWW). Sent¨ªa la necesidad de luchar y de triunfar, pero sin aplicar jam¨¢s los m¨¦todos violentos.
El 15 de abril de 1920 Bartolomeo vendi¨® su pescado y Nicola pidi¨® permiso para ir a renovar el pasaporte. Ese mismo d¨ªa, a las tres de la tarde, dos cajeros que transportaban los sueldos de los empleados de una f¨¢brica de calzado -primera casualidad en una lista interminable de casualidades- son abatidos a tiros en el mejor estilo de Chicago. El 5 de mayo hay otro asalto a otros pagadores de otra f¨¢brica de calzado -lo cual ya es mucha casualidad-, y cuando cuatro italianos intentan recuperar un autom¨®vil que hab¨ªan dejado para reparar, huelen una emboscada y huyen como alma que lleva el
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diablo, uno de ellos es reconocido, Mike Boda, efectivamente italiano. El jefe de la polic¨ªa local, un tal Steward, no necesita m¨¢s, y en ese momento tiene, seg¨²n sus palabras, "la intuici¨®n de mi vida". Hace detener un tranv¨ªa antes de llegar a la terminal y all¨ª estaban, tranquilamente sentados, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
El juicio es una farsa, y los testigos, manicomiales. Cincuenta espectadores del asalto del 5 de mayo vieron "un autom¨®vil negro; no, blanco; no" azul; no, gris...". Cincuenta ciudadanos vieron a los criminales que eran "bajos; no, altos; no, de mediana estatura...". Cincuenta hombres y mujeres respetables dijeron que los agresores eran "rubios; no, morenos; no, calvos; no, con sombreros; no, sin sombreros; no, con gorra...". Cincuenta personas afirmaron que "eran tres; no, cuatro, no, cinco; creo que seis..."
El juicio fue una comedia; el procurador del distrito, Frederick Gunn Katzmann -descendiente en segunda generaci¨®n de emigrantes centroeuropeos, enemigos jurados de esos "malditos ?talianos", otra casualidad-, se apresur¨® a emitir su veredicto: culpables. Los abogados de Sacco y Vanzetti confiaban en lajusticia, pero los errores jmdiciales no suelen ser f¨¢cilmente reconocidos, y las pesadillas -testigos que se desdicen, testigos que juraban haber visto a Vanzetti vendiendo pescado, pero eran testigos italianos, as¨ª que no serv¨ªan para nada; polic¨ªas que no pueden fundamentar las acusaciones, etc¨¦tera- s¨®lo tienen lugar en los sue?os y en la imaginaci¨®n.
Sacco y Vanzetti pod¨ªan demostrar hasta la saciedad que eran inocentes, pero exist¨ªa el peque?¨ªsimo detalle de que ambos eran italianos, y eso, en Massachusetts, era como ser leproso. En California se pod¨ªa ser italiano; en Massachusetts, no, porque ese era el Estado m¨¢s snob de todo el pa¨ªs. La gente de Massachuseas miraba con asco a Alabama, un Estado donde los due?os de plantaciones se acostaban con mujeres negras e incluso utilizaban como sementales a los esclavos. Sacco y Vanzetti hab¨ªan llegado muy tarde a Massachusetts; los puestos de trabajo de m¨¢s de cien d¨®lares al mes ya estaban ocupados. Adem¨¢s, los italianos siempre eran demasiado ruidosos, demasiado numerosos, con demasiados hijos, con demasiada hambre; y demasiado pobres. Como Massachusetts no pod¨ªa considerarlos como obreros especializados, por un c¨®modo silogismo se convert¨ªan en hombres aptos s¨®lo para los trabajos m¨¢s rudos, m¨¢s sucios y peor pagados. Y adem¨¢s estaba la Mafia, todos italianos, asociaci¨®n nacida del hampa, y ¨¦sta, a su vez, nacida de la miseria; gentuza, que exportada desde Calabria y desde Sicilia comenzaba a hacer estragos en Nueva York. y en Chicago. De los 36 Estados en donde se estableci¨® la ley Seca, el 90% de los cr¨ªmenes ten¨ªa la nacionalidad italiana.
Para el procurador Katzmann, los individuos de raza latina eran culpables de todos los delitos. Si una sueca era violada, cincuenta italianos ten¨ªan que ingresar en la c¨¢rcel. Y todos eran acusados de ser anarquistas, aunque juraran por sus muertos que hab¨ªan votado a Teodoro Roosevelt o a Wilson. Todos eran unos embusteros.
Pero Sacco y Vanzetti s¨ª eran anarquistas, y para probarlo era suficiente leer el papel encontrado en el bolsillo de Nicola: "Proletarios, hab¨¦is combatido en todas las guerras, hab¨¦is trabajado para todos los explotadores, hab¨¦is errado por todos los pa¨ªses. ?Hab¨¦is recogido el fruto de vuesras penas y de vuestras v¨ªetorias? ?Hab¨¦is encontrado un rinc¨®n de la Tierra donde pod¨¢is vivir y morir como seres humanos? Bartolomeo Vanzetti os hablar¨¢ de estas cuestiones y de este tema: la lucha por la existencia. Entrada gratuita. Libertad de discusi¨®n. ?Traed a vuestras mujeres!". El procurador Katz¨ªnar¨ªn, el juez R. Thayer, los abogados de la defensa, Vahey y Graham, sab¨ªan que, los acusados eran anarquistas confesos, pero decidieron ocultar el hecho por "razones pol¨ªticas".
Fue una buena jugada. Los anarquistas, despu¨¦s de la masacre del 1 de mayo de 1888, en Chicago -seis polic¨ªas destrozados por una bomba-, alimentaban la imaginaci¨®n y el odio de los ciudadanos de Massachusetts. La gran guerra hab¨ªa aligerado el terror, pero la precaria paz lo estaba tr¨ªplicando. En 1919, un a?o antes de la detenc¨ª¨®n, Boston, Cleveland, Chicago, Filadelfia, Seattle y Nueva. York hab¨ªan s ido un puro desorden, con huelgas, rebeliones obreras y m¨ªtines en todas las esquinas. La ,represi¨®n fue una carnicer¨ªa y la escalada comenz¨® con todo lujo de detalles. Entonces, "los brazos vengadores" empezaron a actuar. Sus v¨ªctimas no hab¨ªan sido, hasta ese momento, muchas; tan s¨®lo un vigilante nocturno y un abanderado, pero el espectro del anarquismo rodaba por todas las aceras del mundo. En Washington, el fiscal Palmer orden¨® la caza total de los anarquistas, Estado por Estado, ciudad por ciudad, casa por casa.
Se crearon miles de comit¨¦s de defensa en todo el mundo para salvar la vida de Sacco y Vanzetti. Hasta el as de la aviaci¨®n y gloria nacional, Charles L¨ªndberg, quiso firmar a favor de los dos sentenciados, pero el embajador americano en Par¨ªs, Myron T. Herrick, "me arranc¨® el papel de las manos y se lo meti¨® en el bolsillo". Tampoco firm¨® -por decisi¨®n propia- Paul Val¨¦ry. Lo hicieron otros, ante 30.000 personas reunidas en las gradas del circo de Par¨ªs: Ascaso, Durruti, Jover, S¨¦bastien Faure, Urbain Gohier, Le¨®n Blum, Vaillan-Couturrier, Henry Torr¨¦s, Marc Sagnier...
Alvin Fuller; el multimillonario gobernador de Massachusetts, estaba literalmente aplastado por cientos de miles de cartas y de telegramas. En ese momento, Fuller ya no juzgaba a hombres, sino que, y ¨¦l lo sab¨ªa, estaba sentenciando a unos s¨ªmbolos. Un gesto de clemencia -dijo- le costar¨ªa 200.000 votos, al margen, claro est¨¢, de que ser¨ªa considerado por parte de los rojos como un d¨¦bil. No quiso -?no pudo?- ceder y, por otra parte, ¨¦l estaba all¨ª nombrado por el pueblo para representar y defender a los ciudadanos honorables de Massachusetts. Fuller baj¨® el pulgar y el mundo se estremeci¨®.
El 22 de agosto de 1927, Sacco, en primer lugar, y Vanzetti, inmediatamente despu¨¦s, se sentaron en la silla el¨¦ctrica. Todo hab¨ªa terminado. Una hora antes de la ejecuci¨®n, desde la galer¨ªa de condenados a muerte, el azul celeste de los ojos de Bartolomeo Vanzetti se troc¨® en un gris acerado y grit¨®:"Nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros sufrimientos no son nada. Tom¨¢is nuestras vidas, las vidas de un zapatero y de un pobre vendedor de pescado, ?eso es todo!".
No, eso no era todo.
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