Domingo Ortega, con los pies entre dos surcos
Durante este verano espa?ol, a la sombra de la bandera nacional, entre moscas y, humo de calique?o, van sacrificados ya 100.000 toros en la plaza p¨²blica, o sea, 300.000 estocadas, otros tantos descabellos, un mill¨®n de puyazos, una cantidad exorbitada de v¨®mitos de sangre, garrotazos, degollaciones, caballos traspasados, pescuezos ensogados, linchamientos, cornadas en la barriga y otros arrastres en general han sido ofrecidos como escarmiento y norma de vida en corridas y capeas a los ciudadanos de este pa¨ªs. Ahora abro al azar la Tauromaquia de Rafael Guerra Bejarano, matador apodado Guerrita, que, al parecer, los ten¨ªa as¨ª de gordos, y en seguida tropiezo con esta consigna llena de vitalidad: "Al toro hay que darle le?a desde que sale". Es todo un m¨¦todo aplicado a un territorio donde los toros, toreros y el resto de a pie siempre han recibido su merecido. Ah¨ª, en la butaca de enfrente, Domingo Ortega hace sonre¨ªr su cabeza de le?o, con un lente esmerilado en el Ojo izquierdo y ese aire de bracero convertido en hidalgo.-Al toro hay que darle le?a, seg¨²n. Hay animales que necesitan la le?a y otros que necesitan mucho mimo. Es una lucha en la que puedes t¨² con el toro o el toro puede contigo, pero no es cuesti¨®n de le?a, porque el bicho tiene el cerebro funcionando y aprende en seguida. Para poder con ¨¦l tienes que enterarte de lo que quiere hacer. El toro siempre anuncia, nunca te coge por sorpresa; cuando va a accionar, antes lo dice. Es una lucha donde unas veces se gana y otras se pierde. Los toros han dado muchas cornadas en esta vida, han matado a mucha gente, aunque, por un lado o por otro, siempre lleven lo peor, pero, a mi modo de ver, eso no es una salvajada, porque el toro bravo disfruta una barbaridad en el ataque. A m¨ª me parece una salvajada lo del boxeo, donde unos hombres se matan a pu?etazos. Al toro bravo, el espa?ol lo tiene ah¨ª porque lo ha hecho ¨¦l, y, en el fondo lo lleva en la sangre; es un animal que est¨¢ ah¨ª con su bravura, y, ?qui¨¦n se la ha dado? Es un misterio. Eso de la raza, la nobleza y la bravura es una cosa muy dif¨ªcil de explicar; es como el espa?ol que est¨¢ tranquilo mientras no le tocan la querencia, que no ataca si no le molestan, pero en cuanto algo se tuerce, te arrea sin m¨¢s, aunque primero avise, eso s¨ª. En fin, que aqu¨ª pasa lo de siempre: unos necesitan le?a y a otros hay que mimarlos porque al toro, como a cualquiera, hay que llevarle por donde no quiere ir, y si lo consigues, entonces t¨² eres el amo.
Los ojos yertos de unas maniqu¨ªes de Solana desde lo alto de la chimenea inspeccionan el sal¨®n lleno de muebles de anticuario, los candelabros de plata, los bru?idos ceniceros sobre pa?os de encaje, un espacio de lujo sobrio o de solidez castellana por donde una dulce criada filipina pasa de puntillas. Domingo Ortega, a su edad, todav¨ªa se sienta s¨®lo con media nalga en el borde del profundo sill¨®n con el tronco plegado sobre el antebrazo, el codo en el muslo y el pitillo hume¨¢ndole la ceja, como cualquier campesino que espera el turno en la barber¨ªa del pueblo. De las paredes cuelgan grav¨ªsimos cuadros, de una seriedad absoluta.
-Esos cuadros de Solana los compr¨¦ antes de morirse el hombre, porque realmente Solana estaba sin un duro, es una cosa curiosa. El desolladero ya lo cog¨ª del hermano; no me acuerdo lo que pagu¨¦ por ¨¦l; hace tantos a?os... Entonces Solana no val¨ªa dinero. Recuerdo que una vez fui a torear a Lima y a M¨¦xico y me llev¨¦ unos cuadros de Solana para venderlos. No me dieron ni un duro. S¨®lo se me acerc¨® un americano para ofrecerme quince d¨®lares por ¨¦se que hay ah¨ª. Es una cosa muy rara esto de las artes. Esas perdices de Palencia se las compr¨¦ el d¨ªa antes de morirse. Vino a casa a almorzar y entonces trajo ese cuadro, y el pobre, a las veinticuatro horas, muri¨® de repente. A Palencia le conoc¨ªa de su pueblo. A Zuloaga tambi¨¦n le trat¨¦ mucho. Fui a visitarle un d¨ªa a su casa cuando ya estaba enfermo y me dio esos dibujos que estaba haciendo para un libro. Llam¨® a la chica y me los dedic¨® porque sab¨ªa que no le iba a dar tiempo a terminarlos. El pobre, a los dos d¨ªas o as¨ª, muri¨®. Ese retrato m¨ªo es el ¨²ltimo cuadro importante que pint¨® Zuloaga. Se muri¨® al a?o de terminarlo. Lo hizo con una ilusi¨®n enorme. Antes de pintarlo estuvo en mi pueblo, en Borox; anduvo por aquellos cerros para ver el panorama que le pon¨ªa detr¨¢s. Era un hombre encantador. Me cobr¨® muy poco por ¨¦l, no lleg¨® a las 100.000 pesetas, pero me pidi¨® que no lo vendiera nunca y yo le promet¨ª que mientras tuviera qu¨¦ comer este cuadro jam¨¢s saldr¨ªa de aqu¨ª. Tambi¨¦n tengo un cuadro precioso de naranjas en el comedor. Yo era muy amigo de Zuloaga. Una vez mont¨¦ un mano a mano en el campo entre ¨¦l y Carlos Gim¨¦nez D¨ªaz con unas becerras. De los dos, el que estaba m¨¢s toreado era Zuloaga, que quiso ser torero de joven. De pintores, tambi¨¦n conoc¨ª a ese que hizo dos o tres retratos m¨ªos, ?c¨®mo se llama?; s¨ª, hombre, ese que era de all¨¢ abajo, de la parte de Andaluc¨ªa; eso es, V¨¢zquez D¨ªaz, un tipo muy raro para la cosa econ¨®mica; el t¨ªo insist¨ªa en que quer¨ªa pintarme, y luego me daba la lata para que le comprara; me hac¨ªa ir a su casa y despu¨¦s se pon¨ªa muy pesado para que me llevara el cuadro por narices. Yo le dec¨ªa: "Oye, que yo no he venido aqu¨ª a comprar. Me has molestado con los d¨ªas que llevo posando y ahora, encima, quieres que suelte dinero. Y adem¨¢s, no me gusta nada lo que haces, porque tienes la man¨ªa de pintarme sentado. Pero, leche, si los toreros no se sientan m¨¢s que cuando ya est¨¢n en el autom¨®vil, hombre". Despu¨¦s he visto que por alguno de aquellos cuadros han llegado a dar dos millones.
Hab¨ªa que hacer algo para vivir
Muy, lejos de estos salones adornados con cuadros solemnes, muebles de estilo, reflejos de plata y pan de oro est¨¢n aquellas sudadas capeas por los pueblos de la Mancha en plazas de carros en las polvorientas lardes del final de la Dictadura, los toros de siete a?os que se sab¨ªan de memoria el vientre de los maletillas, los gritos del pueblo macho contra los candidatos a la gloria, el hambre de perro en medio del sembrado del se?orito. A Domingo Ortega, amueblado ahora como un marqu¨¦s, venteado con aires de finca propia, le queda desde entonces una cazurrer¨ªa seca en el habla, unas arrugas de encima y esa forma de llevar la chaqueta y la camisa blanca sin corbata como un campesino el d¨ªa de fiesta.
-Mi padre ten¨ªa dos o tres fanegas de regad¨ªo junto al Tajo, a la otra parte de la Finca del duque de Veragua, donde se criaban toros bravos desde los tiempos de Fernando VII, y yo atravesaba de chico cada d¨ªa la ganader¨ªa para ir a cultivar patatas, melones, jud¨ªas, pepinos... Todo eso y el ver los toros, probablemente me despert¨® la afici¨®n, pero lo que me hizo ser torero fue que yo era el mayor de cinco hermanos y a los diecis¨¦is a?os muri¨® mi madre y pens¨¦ que hab¨ªa que hacer algo para ganarse la vida, que aquello era un desastre. Yo me daba cuenta de que hab¨ªa ricos y pobres, eso es muy de Castilla; que hab¨ªa mucha gente que pasaba hambre, y el que pasa hambre roba lo que sea; roba hasta a su padre; es natural, ?o no? En mi pueblo la pol¨ªtica era tremenda el a?o 1926 o 1927. Espa?a siempre ha estado llena de jaleos, pero yo nunca he estado en la pol¨ªtica porque me ense?aron eso los p¨²blicos, empezando por los pueblos; all¨ª ibas y te chillaba lo mismo el de la derecha que el de la izquierda, y te aplaud¨ªa lo mismo el de la izquierda que el de la derecha. Algunas proposiciones tuve yo de la pol¨ªtica, pero yo siempre dije: "Uy, que no me hablen de ese asunto, que a todos les debo el estar aqu¨ª, ?c¨®mo me voy a poner en contra de unos si me aplauden todos igual?". Yo recuerdo que en tiempos de la Rep¨²blica le di a un hombre 5.000 o 6.000 pesetas ah¨ª, en Salamanca, porque el t¨ªo se puso pesado: "Oye, danos algo, que t¨² ganas, dinero", y yo le dec¨ªa: "Que no tengo dinero, leche, a ver si me dejas en paz", pero ¨¦l insist¨ªa: "Danos algo para la causa". Era un se?or de derechas, de la CEDA, yo creo; se puso tan pesado que al Final le afloj¨¦ unos mil duros: "Toma, leche, y no se lo digas a nadie". A los cuatro d¨ªas lo cont¨® a todo dios. Eso de la pol¨ªtica es una cosa terrible; lo ve¨ªa all¨ª en el pueblo con los caciques: el hambre y un maestro para doscientas personas. Mi madre le daba algo al secretario del ayuntamiento para que me ense?ara a leer y a escribir. Aquello era la miseria. Borox ten¨ªa entonces trescientos vecinos en secano de Castilla, ocho meses sin llover y de repente una tromba que se lo lleva todo para abajo. Despu¨¦s de la guerra hicieron un caz y ahora la gente vive del riego, de eso come y bebe.
El torero, mascota de intelectuales
En este pa¨ªs, pol¨ªticos, poetas, fil¨®sofos, escritores, pintores y m¨²sicos siempre han tenido a un torero como mascota. El Guerra era un s¨¦neca de taberna que tiraba de espaldas a cualquier barbudo de final de siglo con sus sentencias al ajoarriero. Juan Belmonte dej¨® con la boca abierta a la generaci¨®n del 98 haciendo filosof¨ªa de cortijo. Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas se dej¨® coronar la frente andaluza con los endecas¨ªlabos de la generaci¨®n del 27. Domingo Ortega ha ido por la vida de paleto ilustrado alternando la cucharilla de plata a los postres junto a un fil¨®sofo idealista y quebrando el espinazo del toro con un pase de castigo. En este pa¨ªs va todo unido: el soneto y el cornal¨®n hasta la cepa contra cualquier clase de femoral, las ver¨®nicas de seda y el chorizo de sebo, el bordado de vanguardia y el costur¨®n en la tripa del caballo cosido con aguja saquera.
-A Ortega y Gasset le conoc¨ª ya de matador de toros en Portugal en el a?o 1933, y despu¨¦s de la guerra tambi¨¦n le trat¨¦ mucho all¨ª, cuando estaba ido de Espa?a. Era un hombre encantador. Luego aqu¨ª ¨ªbamos juntos al campo; le gustaba mucho la fiesta; m¨¢s de lo que parec¨ªa; le gustaba una barbaridad; adem¨¢s ten¨ªa pensado hacer una cosa sobre el arte de torear, lo que pasa es que llevaba tantas cosas en el cerebro que de ah¨ª viene que le pasara la idea a Jos¨¦ Mar¨ªa de Coss¨ªo. Del contacto con ¨¦l y otros intelectuales, que son gente que tiene raz¨®n en muchas cosas, fue que yo diera una conferencia en el Ateneo. Mucha culpa la tuvo Ortega: "Dala, dala, dala". El era de la opini¨®n de que nadie pod¨ªa hablar de la fiesta si antes no se hab¨ªa pasado un toro por la faja, as¨ª que di -El arte de torear y la bravura del toro- y la repet¨ª dos o tres veces en algunos pueblos de Castilla, con un ¨¦xito enorme, pero yo ve¨ªa que no era mi profesi¨®n esa, que lo de hablar es dificil¨ªsimo. Despu¨¦s se public¨® y el libro ya se ha hecho tres veces. Ortega sab¨ªa una barbaridad. En tiempo de
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carnaval, una vez me invit¨® a Alemania y me oblig¨® a ir vestido de corto. ?l se disfraz¨® con una pamela y una bata larga; estaba muy gracioso. La gente all¨ª, en Alemania, le admiraba mucho, sobre todo las chavalas de dieciocho a?os. Su padre, ?qu¨¦ t¨ªo!, las chicas lo adoraban; lo manoseaban las chavalas. Por cierto que Ortega cre¨ªa que el toro bravo ya se hab¨ªa cr¨ªado en la vieja Europa. ?l y yo, all¨ª, en Alemania, vimos siete vacas y un toro bravo en un prado que ten¨ªan all¨ª guardados desde la antig¨¹edad, toros como los de aqu¨ª expuestos, en un zool¨®gico. A Ortega eso le dio mucho que pensar. Muri¨® demasiado pront¨®, el hombre, lo mismo que Mara?¨®n, al que tambi¨¦n trat¨¦ mucho y estuve un par de veces en su finca de Toledo. Pero de todos aquellos intelectuales, el m¨¢s extraordinario era Julio Camba. ?Qu¨¦ t¨ªo! Ese era un pajarraco muy raro; pero tratado, te ca¨ªa muy bien. No le gustaban nada,los toros; los odiaba, pero ¨¦ramos muy amigos. A veces, ven¨ªa a almorzar a casa y se cabreaba si ven¨ªa m¨¢s gente, sobre todo si hab¨ªa se?oras, porque entonces no le serv¨ªan a ¨¦l primero. Ten¨ªas que echarle bien de comer y servirle en seguida; de lo contrario, cog¨ªa unos cabreos espantosos.
Paseillo con el pu?o en alto
Domingo Otega era cabecera de cartel en todas las plazas cuando en Espa?a comenz¨® la otra gran corrida de 1936. La guerra lleg¨® mientras Estrellita Castro cantaba Mi jaca y Ortega impon¨ªa en los ruedos el estilo castellano de lidiar, conocimiento y sobriedad, la espada directamente al grano y el camino de la muerte con la mayor econom¨ªa de medios, como un oficio sacro sin adornos. Durante tres a?os hubo entodo el pa¨ªs una lecci¨®n aplicada del arte de matar, sonaron las cornetas y los tambores, se desbordaron las gradas y comenz¨® la fiesta nacional propiamente dicha, en clara pr¨¢ctica, hasta que la patria se convirti¨® en un desolladero. Al toro de carne y hueso ni siquiera se le dej¨®. en paz. En cada bando se daban corridas para ilustrar est¨¦ticamente la gran carnicer¨ªa.
,-La guerra me pill¨® con Manolo Bienvenida cuando ¨ªbamos a torear a Algecir¨¢s y el tren se par¨® dos horas en medio del campo. Iba yo en el coche-cama y me dije: "Pero, leche, ?qu¨¦ pasa aqu¨ª?". Cre¨ª que era una aver¨ªa; s¨ª, s¨ª, aver¨ªa. Salimos a la carretera y un auto nos llev¨® hasta C¨®rdoba y all¨ª nos enteramos de lo que hab¨ªa. Dejamos lo de Algeciras abandonado y un coronel nos arregl¨® la cosa para poder regresar a Madrid, porque a los dos d¨ªas ten¨ªa: que torear en Francia. Pero a los pocos kil¨®metros de carretera: "?Alto! ?Qui¨¦n va?". Con los fusiles en la oreja, leche, y as¨ª hasta que llegamos a la capital, ya de noche. Estuve un mes en mi pueblo y tore¨¦ una vez en. Valencia, y all¨ª hice el paseillo con el pu?o en alto. Aquello era un desastre. El hotel donde me hospedaba cay¨® en manos del limpiabotas, que se hab¨ªa hecho el due?o. Recuerdo que en aquella corrida cort¨¦ dos orejas, la gente me sac¨® en hombros, me llev¨® hasta el hotel y me dej¨® a los pies de aquel limpiabotas precisamente. Desde all¨ª un comunista de Aranjuez me llev¨® a la frontera de Francia. Iba a torear en Dax, pero ya entr¨¦ en Espa?a por la zona liberada cuatro meses despu¨¦s. Vi cosas tremendas en las dos partes, y yo pens¨¦: "A ver si me da suerte la vida y me salvo". No pod¨ªa estar ni de un lado ni de otro porque hab¨ªa, visto los dos temas. S¨®lo me he preocupado del toro, de ser yo el que mandara de los dos. Y como he tenido suerte, aqu¨ª estoy.
Es la imagen del labrador sentado con esa hidalgu¨ªa del terr¨®n en los anchos p¨®mulos, en la quijada abierta. El cristal helado en un ojo le da el aire de viejo capataz que sabe de letra, de un greco del barbecho toledano que nunca ha descompuesto la figura. La vida le ha dado suerte a este matador, lo ha llevado de ac¨¢ para all¨¢ entre gente s¨®lida y fina, sin zarandearlo mucho desde aquel festival en Esquivias, el a?o 1929, hasta dejarlo ahora aqu¨ª varado en el porche de su hacienda.
-El primer dinero que gan¨¦ fue en Barcelona, en el a?o 1930; antes hab¨ªa cogido algo en los pueblos, pero era poco, porque tenia que ir con el capote abierto bajo los carros esperando a que te echaran algunos reales. En los pueblos matabas cuatro toros y te daban cuatrocientas pesetas, pero hab¨ªa que repartirlas con el apoderado, un se?or que estaba, toreado en la vida y que te ayudaba. Fui por las capeas, pero no mucho, en la provincia de Toledo. Las capeas eran de ¨®rdago la cometa. Hace sesenta a?os, en los pueblos de la Mancha hab¨ªa hombres con veinte novillos de esos medio bravos que los llevaban por quince o veinte pueblos para que los toreasen los muchachos, y eso iba en contra del que quer¨ªa ser torero porque ten¨ªas que estar al lado del animal en plan de huida, porque si no te enganchaba. Yo, realmente, tore¨¦ pocas novilladas, siete en total: tres en la plaza de Tetu¨¢n, que fue destruida en la guerra, y cuatro en Barcelona, eso el a?o 1930. Tambi¨¦n el festival de Esquivias, con seis toros para m¨ª solo, pero all¨ª estaban los de mi pueblo. La afici¨®n ha variado una barbaridad; ahora la juventud tiene formaci¨®n y adem¨¢s van muchas chicas a la plaza, y eso arrastra a los novios y a otros elementos que ni se enteran. Y todos van vestidos de lo mismo, pero antes hab¨ªa un a desigualdad tremenda: el que estaba a la sombra no ten¨ªa que ver con el de la izquierda; unos iban descalzos y otros con americana y puro. Bueno, yo en esto me he librado como he podido. He tenido suerte. A Manolete lo mat¨® un toro, eso no es nuevo; una cornada grande no la cura ni Dios. Yo tambi¨¦n tengo un muslo pasado, pero a m¨ª me cogi¨® por primera vez un toro despu¨¦s de doscientas corridas, por eso mi modelo siempre fue, Pedro Romero, que mat¨® 5.500 toros y no le toc¨® ni uno. Y eran bichos con cinco a?os, no como ¨¦stos de ahora, que se caen porque est¨¢n criados a lujo, con el pesebre y pienso vitaminado. Y despu¨¦s viene lo del ¨¦xito, que consiste en que todo el mundo te saluda afectuosamente, pasas de no ser nada a ser lo todo, te rodean las mujeres, porque las mujeres son muy cari?osas, aparte de la cosa gorda. Yo he ido poco de juerga, por que nunca olvid¨¦ que del vientre de una mujer hab¨ªa nacido y siempre pens¨¦ que era mejor no abusar de su cerebro. Pero a la mujer no la enga?a ni su padre, esa es otra. De juerga s¨®lo fui una vez, despu¨¦s de una corrida en que cort¨¦ dos orejas. Mi apoderado se enter¨® y me dijo: "S¨¦ que has estado de juerga. Ma?ana toreas y no estar¨¢s como hoy". Y fue cierto: estuve fatal. Entonces le dije al apoderado: "Le prometo no tocar mujer hasta que termine la temporada".
Los toros s¨®lo le han cogido cinco veces en toda la vida. Nada hay de rom¨¢ntico en el perfil de Domingo Ortega, matador apalancado en tierra con los muslos en forma de par¨¦ntesis. Es un cl¨¢sico este hombre sereno y taimado, de pie entre dos surcos, que sonr¨ªe cazurramente para no hablar de pol¨ªtica.
-El espa?ol es una cosa muy rara: en cuanto se le deja en libertad, ¨¦chele usted hilo a la cometa, aun que muy mal la cosa no estar¨¢,digo yo. Pase lo que pase, aqu¨ª nac¨ª y aqu¨ª palmar¨¦.
Si a Domingo Ortega nunca lo han cogido los toros, menos le voy a coger yo.
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