La mujer, ayer y hoy
A partir del 30 de septiembre de 1931, las Cortes espa?olas de la Segunda Rep¨²blica iniciaban el debate del art¨ªculo 34 -luego ser¨ªa el 36 del texto constitucional- que conten¨ªa el entonces pol¨¦mico tema del derecho del voto para la mujer. Con cierto retraso se discut¨ªa en Espa?a el posibilitar a la mujer el inicio de su emancipaci¨®n a partir del ejercicio de la libertad pol¨ªtica. En aquellas discusiones, la c¨¢mara reconoc¨ªa para la mujer aquello que, desde los ideales y conquistas de la revoluci¨®n francesa, era patrimonio de los hombres y constitu¨ªa en el orden pol¨ªtico la gran batalla de la modernidad: el sufragio universal como verdadero legitimador de toda soberan¨ªa y todo poder as¨ª como la base del orden democr¨¢tico desde la libertad del individuo -hombre o mujer- al que se le reconoce capacidad para ordenar los l¨ªmites de su propia naturaleza.La victoria de las tesis feministas-sufragistas fue posible gracias al protagonismo y tenacidad de Clara Campoamor, que frente a su propio partido -el radical- asumi¨® la defensa de la mujer, cuya situaci¨®n cultural se refleja en una angustiosa cifra: el 71% de la poblaci¨®n femenina era analfabeta. Si bien todos los grupos pol¨ªticos inspirados en los principios democr¨¢ticos y liberales reconoc¨ªan la igualdad entre sexos, a la hora de su aplicaci¨®n se tem¨ªa que el voto femenino se dirigiera a las organizaciones m¨¢s conservadoras e imposibilitaran la propia existencia de la rep¨²blica. Lo cierto es que como en toda reforma electoral lo que est¨¢ presente es la posible ganancia o p¨¦rdida que a cada grupo pol¨ªtico pueda reportar.
El triunfo ciudadano que supuso la equiparaci¨®n de derechos electorales fue complet¨¢ndose con modificaciones de los principios napole¨®nicos inspiradores de los c¨®digos, con medidas y acciones sanitarias y con el inicio de una nueva y m¨¢s abierta pol¨ªtica cultural y educativa. Como consecuencia de todo ello los movimientos organizados de mujeres crecieron, ocurriendo que las organizaciones m¨¢s conservadoras -que se correspond¨ªan con la mayor¨ªa de las mujeres- se vieron desbordadas. Al darse cuenta la mujer de los cambios y al querer participar en ellos se va perdiendo el car¨¢cter elitista de los primeros movimientos feministas. La mujer deja de ser un elemento pasivo en la vida del pa¨ªs, los partidos se dan cuenta de su existencia pol¨ªtica y por tanto de la necesidad de tenerlas en cuenta. Creo, sin embargo, que es muy simplista la interpretaci¨®n de los triunfos electorales de 1933, y en otro sentido, de 1936, gracias al voto femenino. La condici¨®n de la mujer, su entorno, su decisi¨®n, no puede nunca separarse de su condici¨®n humana al margen de su diferenciaci¨®n biol¨®gica. Son factores pol¨ªticos, econ¨®micos, sociales v culturales los determinantes de la direcci¨®n general del voto. En aquel momento, la mujer simplemente iniciaba el camino de salida de su secular marginaci¨®n sin ser protagonista cualificada de los triunfos de unos y otros.
El hoy
En nuestro hoy pol¨ªtico, la conmemoraci¨®n del cincuentenario de la concesi¨®n del voto a la mujer me obliga a hacer unas reflexiones por encima de mi condici¨®n de miembro de un partido, de un Parlamento y de un Gobierno concreto. Tras el par¨¦ntesis-t¨²nel de nuestro ¨²ltimo per¨ªodo hist¨®rico, la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n democr¨¢tica de 1978 sienta los principios de la equiparaci¨®n legal y social. A partir de ese momento se ha realizado un importante esfuerzo en las reformas legislativas para hacer realidad el principio de igualdad de todos ante la ley: el principio gen¨¦rico de equiparaci¨®n con los preceptos de protecci¨®n a cada derecho desde la figura del defensor del pueblo hasta la ley Org¨¢nica del Tribunal Constitucional; la legislaci¨®n laboral que establece la igualdad entre sexos en oportunidades, salarios y ascensos, y la reforma del C¨®digo Civil en materia de familia, son realidades concretas y equiparadoras tanto en la nueva concepci¨®n democr¨¢tica de la organizaci¨®n familiar como en la salida de la mujer al mundo de lo p¨²blico a trav¨¦s del trabajo. Sin embargo, los logros obtenidos contrastan con lo efectuado en otras ¨¢reas. Se sigue sufriendo los embates de la discriminaci¨®n por la falta de eficaces pol¨ªticas en el terreno de la planificaci¨®n familiar, en la calidad sexista de los libros de texto: en el acceso a la formaci¨®n profesional y en los servicios sociales precisos para poder compaginar la vida de trabajo y la vida de familia.
En este marco la mujer espa?ola, en libertad y en un r¨¦gimen democr¨¢tico, sigue luchando por sus derechos, aunque el camino le est¨¦ resultando m¨¢s dif¨ªcil de lo que crey¨® en el arranque ilusionado del nuevo sistema. En realidad, la libertad e igualdad democr¨¢tica en la letra de la ley no se ha traducido en el orden social en el cambio de h¨¢bitos culturales o al menos no en la medida deseada. La sociedad acepta muy lentamente y con criterios masculinos los principios equiparadores marcados en la ley.
Paralelamente la vertebraci¨®n de la sociedad en torno a organizaciones ciudadanas que defienden intereses espec¨ªficos de las mujeres atraviesa por un momento delicado; de un lado, se constata falta de unidad y de objetivos claramente planificados en el movimiento pro liberaci¨®n de la mujer, y de otro, un auge creciente de grupos conservadores cuyos intereses distan con mucho de los objetivos reales de independencia de la mujer. Con todo, no parece imposible, despu¨¦s de pasadas experiencias, llegar a un programa de m¨ªnimos, apoyado por diferentes grupos que cubrieran ampliamente el espectro ideol¨®gico, siempre y cuando los partidos pol¨ªticos -todos-, las organizaciones ciudadanas y la Administraci¨®n establecieran tras las sonrisas complacientes ante lo femenino, una verdadera voluntad de acci¨®n en la eleccion de sus prioridades que hiciera imposible e innecesario la existencia de principios de discriminaci¨®n positiva y de cualquier acci¨®n espec¨ªfica ?a favor? de la poblaci¨®n femenina. En aquel momento, la verdadera equiparac¨ª¨®n se habr¨ªa conseguido y a trav¨¦s de la igualdad de oportunidades el sexo ¨²n¨ªcamente tendr¨ªa una diferencia: la biol¨®gica.
Para conseguir alcanzar esa utop¨ªa es obvio que el sistema democr¨¢tico debe consolidarse y el voto femenino -independientemente de su adscripci¨®n partidista- con su participaci¨®r, har¨¢ que el fantasma de la abstenci¨®n no favorezca a aquellos que sue?an volver a antiguos sistemas.
Y ejercido el derecho al sufragio, finalmente, la utop¨ªa ser¨ªa posible si aqu¨¦llos que luchan por la libertad hacen de la emancipaci¨®n femenina parte de su combate.
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