?Qui¨¦n le teme a L¨®pez Michelsen?
Un amigo abusivo -que tambi¨¦n los hay, y muy buenos- hizo p¨²blicas, la semana pasada, algunas reflexiones que yo hice en privado sobre la candidatura de Alfonso L¨®pez Michelsen para la presidencia de Colombia, y adem¨¢s me atribuy¨® conclusiones prematuras y simples que nunca se me hubieran ocurrido en mi sano juicio. Antes de que yo hiciera la aclaraci¨®n debida, ya muchos amigos me hab¨ªan llamado por tel¨¦fono para expresarme su alborozo o su contrariedad. La cosa no termin¨® ah¨ª, sin embargo. El domingo siguiente, por primera vez desde su iniciaci¨®n, hace un a?o exacto, esta columna semanal no apareci¨® en El Espectador, de Bogot¨¢. A pesar de que el peri¨®dico explic¨® a sus lectores que eso se debi¨® a un inconveniente telegr¨¢fico, muchos amigos me volvieron a llamar indignados, pues cre¨ªan que la censura interna de El Espectador me hab¨ªa suprimido el art¨ªculo por ser favorable a L¨®pez Michelsen. A todos les expliqu¨¦ que en realidad el art¨ªculo era s¨®lo una evocaci¨®n a Thornton Wilder, un novelista norteamericano criado en Hong Kong que no tuvo nada que ver con la pol¨ªtica colombiana. Tambi¨¦n les record¨¦ que desde hace m¨¢s de treinta a?os estoy vinculado a El Espectador por motivos m¨¢s duraderos que el oficio y la pol¨ªtica; que, por consiguiente, no era probable que sus due?os le torcieran el cuello a mi cisne descarriado, y que en un caso extremo no lo har¨ªan sin decirles la verdad a nuestros lectores.El incidente no valdr¨ªa ni siquiera un recuerdo dominical, si no fuera porque revela de un modo inquietante el grado de sensibilizaci¨®n de los colombianos frente a la candidatura de L¨®pez Michelsen. No parece haber t¨¦rminos medios, ni la menor incertidumbre de la raz¨®n, sino que todos creemos saber ya d¨®nde estamos, y parecemos decididos a estar all¨ª hasta la muerte. Desde que tengo conciencia no recuerdo una candidatura que provocara de inmediato semejante polarizaci¨®n pasional. Ni siquiera la de Alfonso L¨®pez Pumarejo, padre del Alfonso actual, en su segundo asalto al poder en 1942. Tal vez el ¨²nico antecedente hubiera sido la candidatura de Laureano G¨®mez, en 1949, pero ¨¦sta ocurri¨® en un momento en que la inmensa mayor¨ªa de los colombianos est¨¢bamos sometidos por el terror desde el poder, y nadie pudo expresar su repudio.
Tampoco, desde que tengo memoria, hab¨ªa visto al pa¨ªs en un estado de postraci¨®n como este, que tiene todos los visos de una encrucijada final. Lo que nos hace falta ahora no es un presidente como tantos otros, sino un salvador providencial. Nunca hemos estado peor. Para empezar, por primera vez, no hay Gobierno. Vivimos una especie de s¨¢lvese quien pueda nacional, donde cada quien tiene que valerse de s¨ª mismo, aun para los actos m¨¢s simples de la vida. A partir de 1948, cuando el r¨¦gimen conservador asesin¨® a 450.000 colombianos con su pol¨ªtica de tierra arrasada, los sobrevivientes cre¨ªamos, al menos, en el poder medicinal de las elecciones. Entonces hab¨ªa una oligarqu¨ªa intacta, inteligente y recursiva, que se daba inclusive el lujo de una cierta sensibilidad social. Hoy esa oligarqu¨ªa se est¨¢ desbaratando a pedazos en su silla de ruedas, y amenaza con caernos encima con todo el peso de sus culpas. Nadie cree, no sin cierta raz¨®n, que las elecciones sirvan para algo, y en los n¨²cleos m¨¢s atrasados de las Fuerzas Armadas, como en el coraz¨®n de muchos civiles, germina la ilusi¨®n de curarnos con un purgante militar. De modo que la hora no es para retozos democr¨¢ticos, y la forma emocional en que los partidarios y los enemigos de L¨®pez Michelsen est¨¢n considerando su candidatura no concuerda con la seriedad del momento.
Lo menos serio de todo, desde luego, fue la manera como se decidi¨®. Claro que, dentro de las normas que se impuso a s¨ª mismo el partido liberal, la decisi¨®n fue leg¨ªtima. El argumento de que la convenci¨®n que lo decidi¨® estaba manipulada no tiene ning¨²n valor, porque no hay en este mundo ninguna convenci¨®n que no sea manipulada: para eso se inventaron. Lo que me parece un esc¨¢ndalo en un pa¨ªs tan menesteroso de seriedad es que la designaci¨®n se haya hecho por pura politiquer¨ªa de vereda, y en ¨²ltimo caso, por intereses de amistad y simpat¨ªa personal, y que haya favorecido a un hombre imprevisible que hasta 48 horas antes y durante muchos meses no se hab¨ªa cansado de reiterar que no quer¨ªa ser candidato. Menos serio a¨²n es que todo esto haya sucedido sin que L¨®pez Michelsen dijera qu¨¦ es lo que nos propone y se propone, y cu¨¢les son las armas secretas de que dispone para conjurar los ventarrones siniestros del apocalipsis. Sin embargo, lo que tenemos enfrente ahora es la realidad irreversible de un hecho cumplido, con el cual tuvieron que ver muy pocos, pero que nos concierne a todos, y creo que es por ah¨ª por donde tenemos que empezar.
Desde hace muchos a?os mantengo una muy buena amistad personal con Alfonso L¨®pez Michelsen. Le conoc¨ª en la Universidad nacional de Bogot¨¢, en 1947, cuando ¨¦l era el mejor profesor de Derecho Constitucional, a los 34 a?os, y yo era su peor alumno, a los diecinueve. Llegaba siempre con una puntualidad irritante, con unas magn¨ªficas chaquetas de casimir, cortadas en Londres por el sastre de su padre, que seg¨²n se dec¨ªa era el mejor del mundo, y dictaba la clase sin mirar a nadie, con ese aire celestial de los miopes inteligentes, que siempre parecen andar por entre los sue?os ajenos. Era una clase muy aburrida, como lo eran para m¨ª todas las clases que no fueran sobre poes¨ªa, pero su modo de hablar con una sola cuerda ten¨ªa la fascinaci¨®n de un encantador de serpientes. Esa es todav¨ªa, a los 68 a?os, su virtud m¨¢s notable. Tiene una cultura literaria que ya quisi¨¦ramos muchos escritores, aunque s¨®lo fuera para los domingos; tiene un encanto personal peligroso, tiene una lucidez casi m¨¢gica para descubrir de inmediato las segundas intenciones de las gentes, sobre todo de las que quiere menos, y un talento especial para que sus juicios parezcan certeros, aunque no lo sean. Por todo esto le tengo una admiraci¨®n personal inmensa, y la he proclamado siempre sin estrecheces de ninguna clase, pero tambi¨¦n he conseguido, a lo largo de muchos a?os, que no interfiera mi juicio pol¨ªtico.
No s¨®lo no le vi ni una sola vez mientras fuera presidente de la Rep¨²blica, sino que siempre compart¨ª y sigo compartiendo la responsabilidad de la oposici¨®n encarnizada -no siempre suficiente y no siempre justa- que le hizo la revista Alternativa en sus cuatro a?os de mal Gobierno. Fui, pues, su adversario merecido, y estoy preparado para serlo otra vez con el mismo ardor y ojal¨¢ con mejores recursos, si su segunda presidencia resulta como la primera. Pero tambi¨¦n estoy preparado para ayudarle hasta donde pueda, siempre desde una oposici¨®n democr¨¢tica y sin complacencias, si resulta ser, al contrario de su padre, el hombre providencial de la segunda oportunidad.
Yo creo, contra toda evidencia, que L¨®pez Michelsen tiene condiciones de sobra para pagarnos con intereses los tres millones de votos que nos qued¨® debiendo de su primer mandato, y que no es imposible encontrar una f¨®rmula que nos proteja de una reincidencia. Creo, por pura intuici¨®n po¨¦tica, que tiene la inteligencia, la formaci¨®n y la autoridad para encontrarle una soluci¨®n pol¨ªtica a la guerra civil larvada que padecemos todos, de ambos lados, y creo que puede promover un proceso de justicia social y recuperaci¨®n democr¨¢tica, y recoger del suelo los vidrios rotos de la pol¨ªtica internacional. S¨®lo con eso bastar¨ªa para cumplir con un destino hist¨®rico. Pero lo que nadie sabe es si L¨®pez Michelsen lo quiere, porque al parecer no existe nadie en este mundo que sepa a ciencia cierta lo que quiere hacer este hombre insondable, aparte de ser otra vez presidente de la Rep¨²blica. ?1981. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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