El mundo ¨¢rabe y el pueblo egipcio fueron los grandes ausentes en el entierro de Anuar el Sadat
El Gobierno egipcio tribut¨® ayer una grandiosa despedida a su presidente, Anuar el Sadat, muerto en atentado el pasado martes; pero el pueblo, apartado de la ceremonia f¨²nebre por motivos de seguridad, tuvo que seguirla por televisi¨®n.
Sadat, de 63 a?os de edad, fue enterrado, envuelto en una s¨¢bana, a tan s¨®lo trescientos metros del lugar en el que fue asesinado, en una modesta, tumba situada al lado del monumento al soldado desconocido, ante la cual s¨®lo pudieron reclinarse sus familiares y las m¨¢ximas autoridades egipcias.En medio de espectaculares medidas de seguridad, sin precedentes en este pa¨ªs, un helic¨®ptero procedente del hospital militar de Maadi transport¨® hasta Nasr, barrio cairota, el f¨¦retro con los restos mortales del que fue durante once a?os presidente de Egipto. All¨ª, en, ese barrio perif¨¦rico situado a quince kil¨®metros al noreste de El Cairo, esperaban, bajo un sol de justicia, m¨¢s de ochenta delegaciones extranjeras venidas de casi todo el mundo para asistir al entierro del rais.
Pero los que all¨ª no estaban eran los cairotas, y los pocos centenares de ciudadanos que consiguieron alg¨²n medio de transporte para desplazarse hasta aquel suburbio se toparon con las fuerzas de orden p¨²blico. Con la voz entrecortada por la emoci¨®n y al grito de "La lli illa Ala" ("S¨®lo hay un Dios: Dios"), intentaron en vano franquear los controles. "Nos han robado el entierro de nuestro l¨ªder", comentaba, desilusionado, uno de ellos.
Ni siquiera los vecinos de las vivienda sociales construidas a varios centenares de metros de la explanada donde se desarroll¨® la ceremonia fueron autorizados a asomarse a las ventanas de sus casas.
S¨®lo unos pocos representantes de las diferentes capas de la poblaci¨®n, cuidadosamente seleccionados y provistos de la documentaci¨®n aclecuada, tuvieron acceso al per¨ªmetro de la ciudad de Nasr.
Los muertos en el entierro de Nasser
Cuando, en septiembre de 1970 -recordaban los corresponsales veteranos de Oriente Pr¨®ximo-, el cortejo f¨²nebre que acompa?aba a los restos mortales del presidente Gamal Abdel Nasser cruz¨® El Cairo, dos millones de personas pelearon por llevar el f¨¦retro a hombros, y hubo oficialmente 42 muertos, aunque la Prensa siempre baraj¨® la cifra de 150.
Cuando, hace once a?os, muri¨® Nasseir, a causa de un ataque cardiaco, los pa¨ªses ¨¢rabes y los socialistas estaban representados al m¨¢s alto nivel, mientras las delegaciones occidentales sol¨ªan tener un rango inferior. Ayer, la URSS estaba ausente, y s¨®lo dignatarios de tres pa¨ªses miembros de la Liga Arabe -Somalia, Sud¨¢n y Om¨¢n- asistieron al entierro. En contra, de lo anunciado, ni siquiera el primer ministro marroqu¨ª, Maati Buabib, hizo acto de presencia; pero las nutridas delegaciones occidentales compensaban en volumen estas ausencias.
Sud¨¢n, Somalia y el sultanato de Om¨¢n han sido los aliados incondicionales de Egipto despu¨¦s de su exclusi¨®n, hace tres a?os, de la comunidad ¨¢rabe. En compensaci¨®n, el r¨¦gimen egipcio les ha asegurado su protecci¨®n frente"a la "agitaci¨®n, subversiva" de sus adversarios y vecinos.
"En la mayor ciudad ¨¢rabe del mundo, una mayor¨ªa de extranjeros acompa?¨® los restos mortales del presidente hasta su ¨²ltima morada", era un comentario frecuentemente formulado. Poco antes de las doce, con varios minutos de retraso sobre el horario previsto, las delegaciones extranjeras -precedidas por destacamentos de los tres ej¨¦rcitos, por el Gobierno egipcio, la familia del difunto y la cure?a mortuoria, tirada por seis caballos- recorrieron los novecientos metros de explanada que les separaban de la tribuna oficial desde la que, hace cuatro d¨ªas, Sadat presidi¨® su ¨²ltimo desfile de la victoria, en conmemorac¨ª¨®n del octavo aniversario del cruce del canal de Suez por las tropas egipcias.
A duras penas se pudieron distinguir los rostros conocidos de los jefes de Estado o de Gobierno, rodeados por una aut¨¦ntica muralla humana de guardaespaldas y escoltados por decenas de paracaidistas, que apuntaban, nerviosos sus metralletas hacia una muchedumbre inexistente.
Los polic¨ªas, alineados al borde de la explanada, como los soldados y oficiales de los destacamentos de los tres ej¨¦rcitos que participaron en el acto, no hubiesen podido hacer lo mismo por carecer de armas, para evitar la repetici¨®n de hechos similares a los del pasado martes, cuando integrantes del desfile dispararon contra la tribuna presidencial.
Fue justamente desde esta tribuna presidencial desde donde las delegaciones extranjeras presenciaron los ¨²ltimos momentos de la ceremonia, que s¨®lo concluy¨®, tras su partida, con la introducci¨®n del cad¨¢ver en la tumba de m¨¢rmol blanco, en la que una l¨¢pida de m¨¢rmol negro reza: "Aqu¨ª yace el presidente Anuar el Sadat, h¨¦roe de la guerra y de la paz, que vivi¨® en la paz y muri¨® por los principios del 8 del Zuelhaja de 1401, aniversario de la victoria" (6 de octubre de 1981).
Alg¨²n d¨ªa, acaso, se cumpla el deseo del fallecido presidente de ser enterrado en el sector del desierto del Sina¨ª devuelto por Israel a Egipto y donde Sadat ten¨ªa la intenci¨®n de construir tres templos: una mezquita, una iglesia y una sinagoga.
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