Renbourn y Grossman, un aburrimiento folkl¨®rico
Stefan Grossman parec¨ªa un miembro descolgado de Viva la Gente sobre el escenario del Alcal¨¢ Palace, tan bonito con su decoraci¨®n brechtiana-juguetona. Era el pasado martes, y el patio de butacas mostraba numerosos claros, prontamente cubiertos por ruidosas oleadas provenientes del gallinero.Stefan Grossman es hombre que ha tenido muchos amigos. Desde el reverendo Gary Davis hasta Janis Joplin, pasando por John Sebastian, Sun House, Mike Bloorrifield y muchos otros. Form¨® parte de los m¨ªticos Fugs de Nueva York, y luego tom¨® contacto con folkloristas ingleses. Ha escrito libros sobre c¨®mo tocar la guitarra y discos sobre lo raismo. Es un trabajador, y tal vez sea esto lo mejor que se pueda clecir de ¨¦l.
Porque la sesi¨®n con que nos castig¨®, plagada de gracias absurdas, de bromas sobre los punks, parec¨ªa m¨¢s bien una fiesta para colegiales en la cual el animador es ese buen misionero de Mozambique que toca la guitarra. Era burdo, y su presunto virtuosismo se perd¨ªa en lo basto de sus interpretaciones. Eso s¨ª, tiene una bonita voz. Toc¨® ragtimes, baladas irlandesas y blues, pero lo mismo pod¨ªa haber sacado de su bagaje polcas o zortzikos: no es el repertorio el que no tiene remedio, es ¨¦l.
John Renbourn, ingl¨¦s, tocaba con mucho mejor gusto, y no dec¨ªa estupideces, pero, ?oh desgracia!, no cantaba absolutamente nada. O cantaba mal, que es lo mismo. Sin embargo, su guitarra, lanzada en temas parecidos al anterior, se agradec¨ªa en algunos momentos, aunque tampoco fuera muy excitante. Cuando se unieron ambos m¨²sicos, el bostezo se cerr¨® un poco, pero permaneci¨® entreabierto.
Fue triste comprobar c¨®mo dos mitos del folk son capaces de presentar tales carencias, de resultar tan insoportablemente aburridos.
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