Contra la intransici¨®n
Europa es diferente. La diferencia con que Europa nos sorprende hoy respecto de s¨ª misma otrora procede, en primer t¨¦rmino, de nuestra propia interna diferenciaci¨®n hispana en los ¨²ltimos tiempos: pues Europa no es la misma bajo Franco que bajo la franca franquicia actual. En efecto, mientras que anta?o Europa significara el ¨¢nima voluptuosa del minot¨¢urico deseo hispano encarcelado, hoga?o la m¨ªtica princesa es entrevista con animoso ¨¢nimo ominoso. Lo dir¨¦ bien claro: la cultura europea, antes animada, reaparece hoy desanimada -desanimaci¨®n que resulta, parad¨®jicamente, sobrecompensada de una t¨ªpica animosidad cuasi-americana. Perder el alma o ¨¢nima no significa, obviamente, perder el ¨¢nimo. El hombre europeo, hombre desanimado, es, empero, un hombre lleno de animosidad: su viejo almario exhausto ha sido desvalijado por un renovado ¨¢nimo neoburgu¨¦s pragmaticista. Mas he aqu¨ª que los intentos l¨²cidos por sobrepasar esta situaci¨®n olvidan, como el propio grupo de Eranos en el que acabo de participar, que la soluci¨®n no est¨¢ en reganar una gnosis preeuropea, sino en transitar una v¨ªa poseuropea.Europa desanimada: Espa?a desalmada. No est¨¢ en crisis la idea de Europa cuanto la Europa de la Idea: un nuevo reto para nuestro reciente ascenso a la racionalidad democr¨¢tica europea. Pues, ?c¨®mo acceder hispanamente a una Europa en crisis? Convendr¨ªa, entre tanto, rehacer nuestra propia vivencia y convivencia interiores.
Podemos apostar por una Idea en transici¨®n, no por una Idea en crisis. Espa?a puede aportar a la transici¨®n de la Idea de Europa no otra idea, sino un lenguaje cultural poli¨¦drico que se enfrenta a la caduca Europa de la Idea puritana y pura. Ahora bien, no podemos entrar en Europa sin salir antes de nosotros mismos, de nuestro propio encierro y encerrona cultural. Mas, siempre, ?ad¨®nde y c¨®mo? Propongo una salida airosa, tan vieja como nueva, a un lugar de encuentro y reencuentro, en cuyo ¨¢mbito, medium y trama poder rehacer nuestro invertebrado lienzo nacional: el lenguaje hispanocastellano. No se trata, en efecto, de la lengua o idioma meros, sino de algo m¨¢s: el lenguaje cultural o interlenguaje, un lugar lim¨ªtrofe de transici¨®n y transducci¨®n (traducci¨®n), un espejo metanarcisista, un eje del mundo, un signo en rotaci¨®n e impansi¨®n/expansi¨®n, un centro descentrado y recursivo, un alma o ¨¢nima cultural a cuyo trav¨¦s y dialog¨ªa pod'er reanimar, sin animosidad, nuestra desmantelada alma desgarrada, nuestro ser interling¨¹¨ªstico, nuestro apalabramiento radical (sin el que el Parlamento ser¨ªa pura especulaci¨®n y fantasmagor¨ªa intransitiva).
?Puede hoy el lenguaje hispano-castellano -relato y correlato de nuestro ser, estancia o modo de estar- recomponer a¨²n el ser escindido? Tiene la ventaja nuestro idioma nacional de ser interlenguaje ordinario, coloquial e intersubjetivo y no, como el alem¨¢n, instancia paterna, superestructural y abstracta tiene, asimismo, en su mano, haber emergido de una serie de interrelaciones que complican, a tergo y de frente, fondos antropol¨®gicoliterarios tan abigarrados como el judeoar¨¢bigo, el galaico-portugu¨¦s o el latinoamericano; y tiene, sobre todo, en su historial interno, la encarnaci¨®n m¨¢s honda de una dial¨¦ctica o complexi¨®n de los contrarios: don Quijote y Sancho, realidad e idealidad, asc¨¦tica y m¨ªstica. Apenas si nadie, dentro y fuera de ¨¦l, podr¨¢ sentirse ajeno a la fascinaci¨®n emanada de su lirismo aut¨®ctono.
Pero est¨¢ claro tambi¨¦n que pesan en su haber otros signos de indigencia y contradicci¨®n e
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Contra la intransici¨®n
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intransici¨®n ling¨¹¨ªstica y cultural. Entre todos sobresale el tr¨¢gico escamoteo hist¨®rico de otros ¨¢mbitos, otras voces, otros signos y se?as de identidad entrecruzadas: me refiero al olvido de su papel de interlenguaje mediador, intentando asumir, pol¨ªticamente, el rol de protolenguaje y metalenguaje, de inconsciente y consciencia, ello y super-yo, matria y patria.
Yo creo que la destinaci¨®n del lenguaje castellano no est¨¢ en erigirse en juez y parte, sino en testigo intermediador del alma nacional, que encarna s¨®lo y cuando dice, y no desdice, nuestros aut¨®nomos deseos, s¨®lo y cuando cumple el papel de complexi¨®n -nexo, plexo- de los opuestos y contrarios o distintos, s¨®lo y cuando sea capaz de constituirse en lugar de transducci¨®n, comunicaci¨®n y reconciliaci¨®n de nuestro esquizofrenizado tejido nacional. Pues no hay lenguaje del perd¨®n sin el perd¨®n del lenguaje.
Un tal entendimiento del lenguaje hispanocastellano como Fratria o lugar de comunicaci¨®n, circulaci¨®n y coimplicaci¨®n de las diferentes fratr¨ªas hispanas con sus diferenciados idiomas, gestos o signos propios, se hace hoy preciso. Pero a tal fin, habr¨ªa que revisar profundamente ciertas concepciones cuasi-falicistas del idioma nacional falsamente entendido como instrumento de subsunci¨®n de los denl¨¢s idiomas y culturas al imperio de un sentido inconsentido.
Nuestra consideraci¨®n del lenguaje hispanocastellano como ¨¢nima cultural, y no como ¨¢nimo policial, no es un mero juego de palabras intransitivo: pues no es lo mismo considerar al castellano como mediaci¨®n de las otras lenguas hispanas que considerarlo como subyugador de ellas. Creo que solamente desde una posici¨®n aut¨¢rquica del lenguaje castellano, autoconsiderado como norma de madurez ling¨¹¨ªstica, pueden desconsiderarse los otros idiomas como elencos parciales (catal¨¢n), regresivo-orales (gallego), arcaico-ca¨®ticos (eusquera) o, en definitiva, dimidia,dos o castrados (dialecto andaluz). Frente a esta jer¨¢rquica y concentracionaria visi¨®n del lenguaje, habr¨ªa que proponer otra concepci¨®n psicosocial seg¨²n la cual el lenguaje hispanocastellano ocupar¨ªa una posici¨®n transitiva y medial, y no fijadora, estancadora y definidora.
La aludida funci¨®n reprimidorepresora por parte de un idioma, por lo dem¨¢s tan er¨®tico y lujurioso como el hispanocastellano, estar¨ªa simbolizada arquet¨ªpicamente, a nuestro parecer, por un personaje literario, y, por tanto, ling¨²¨ªstico, de Miguel de Unamuno: la t¨ªa Tula. La t¨ªa Tula representar¨ªa para m¨ª la personificaci¨®n arquet¨ªpica de nuestro lenguaje y cultura hispanocastellana reprimida y, por,ende, represora de nuestra end¨®gena luxuriosidad. Institutriz castratriz: he aqu¨ª el arquetipo de nuestra comunicaci¨®n excomunicada y de nuestra indigencia simb¨®lica. Por todo ello, me aparece como pura obturaci¨®n hispana el lema r¨ªgido/fr¨ªgido de nuestra Real Academia de la Lengua. Frente al intento por mantener un lenguaje perfecto -limpio, fijo y esplendente-, se tratar¨ªa de conjugar un lenguaje complejo, dial¨¦ctico y vivo. Hay que elegir, en esto como en todo, entre la escler¨®tica perfecci¨®n abstracta, sea gramatical, jur¨ªdica o moral, y la complecci¨®n o complexi¨®n antropol¨®gica., Yo ya eleg¨ª: frente a la t¨ªa Tula y al simb¨®lico lema de la Academia de la Lengua, prefiero un lenguaje complejo y vital, aunque imperf¨¦cto, a un lenguaje perfecto, pero incompleto, castrado o amordazado. O dicho en otra simbolog¨ªa: que no es recomendable un Parlamento y su consenso puro sin un concomitante apalabramento y consentimiento impuro. El lenguaje que quiera representarnos ha de ser un lenguaje de lenguajes, raz¨®n de razones, relaci¨®n de relaciones. Un lenguaje polimorfo/diverso.
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