La guerra de los compa?eros
LA GUERRA civil est¨¢ bastante atenuada en las relaciones entre los partidos del arco parlamentario. Salvo las intervenciones de alg¨²n fogoso Catilina que cada grupo programa, los debates parlamentarios son moderados y cuidadosos. A veces, excesivamente, para la necesidad de definiciones m¨¢s concretas que tienen los sectores de la opini¨®n p¨²blica. Las intemperancias de Alfonso Guerra o los comunicados, escritos en prosa infantil, de la oficina de Prensa de UCD son- demasiado crudos para que nadie termine de creerlos.Desgraciadamente, hay algunos aficionados, fuera de los partidos, que van alentando el conflicto fratricida, recuperando su vocabulario y remedando su acci¨®n. Probablemente hay estrategas insomnes que por las noches hacen los croquis de campos de concentraci¨®n que les gustar¨ªa inaugurar -con salvas- en algunas efem¨¦rides reivindicativas; algunos esquizoides que escriben incesantes listas negras -dicen que en la ¨²ltima de la que se supo, en febrero, hab¨ªa ya 10.000 buenos nombres-; apacibles fan¨¢ticos que en las tardes libres siguen los itinerarios de autom¨®viles de personajes con la esperanza de que otros, alg¨²n d¨ªa, hagan caer sobre ellos el rayo del crimen; damas y caballeros que liman el punto de mira de sus pistolas y recortan el ca?¨®n de sus escopetas. Son escasos, pero nunca son pocos; los sanguinarios tienen el secreto de proliferar en los momentos cruci¨¢les. Por el momento, las batallas de la guerra civil fr¨ªa se van resolviendo. con desplazamientos de puestos, con rebati?a de poderes menores, con ocupaciones t¨¢cticas y con disparos verbales. La clase pol¨ªtica profesional no est¨¢ en pie de guerra en lo que respecta a sus relaciones exteriores. Los partidos, dentro del juego de las concurrencias y de las alianzas, suelen respetarse. M¨¢s, incluso, de lo tradicional.
Lo que resulta relativamente nuevo es el estallido de la guerra civil dentro de cada partido. La guerra de los compa?eros. En algunos grandes partidos, mayoritarios y minoritarios, oficialistas y cr¨ªticos, bur¨®cratas y renovadores, se est¨¢n destrozando. Brotan los odios, las denuncias, las calumnias. Este toque de guerra civil dentro de los partidos parece algo m¨¢s que una simple purga pol¨ªtica, incluso algo m¨¢s que una necesidad de coyuntura. Los antrop¨®logos -Julio Caro entre ellos- niegan la existencia de caracteres nacionales. Probablemente tienen raz¨®n, pero a veces resulta muy fuerte la tentaci¨®n de exceptuar de la regla a nuestro pa¨ªs, mucho m¨¢s singular de lo que la proclam¨® el inventor de la frase "Espa?a es diferente". En momentos de des¨¢nimo cabe temer que una de las caracter¨ªsticas espa?olas sea el cainismo, esa furia fratricida de expulsiones, condenas, ostracismos, manifiestos, divisiones e insultos que se est¨¢n prodigando dentro de cada partido. El fen¨®meno supera las viejas definiciones ideol¨®gicas: no distingue entre la filosofia de la izquierda y la filosofia de la derecha. No vacila en la distorsi¨®n m¨¢s brutal del lenguaje y la realidad. Se ha renovado el vocabulario antiguo, que hoy est¨¢ en desuso, y ya no se llaman p¨²blicamente reaccionarios o subversivos -quiz¨¢ s¨®lo in pectore, o en las sesiones restringidas, o tras las puertas cerradas-, sino que todos han convenido en llamar "enemigos de la democracia" a los otros. A los compa?eros que piensan de otra forma, que defienden soluciones distintas, se les descalifica como traidores a la democracia, como enemigos de la democracia. Con la misma desfachatez con que antes -y aun ahora- se les llamaba traidores a Espa?a, o antiespa?oles, ahora se les acusa de falta de patriotismo.
Fuera de la peque?ez de cada caso, m¨¢s all¨¢ del origen inmediato de la discordia en cualquiera de los partidos que se desgarran por dentro, se sit¨²a esta desoladora guerra civil incoada. Parece que se ha perdido el uso de la palabra libre, el empleo de la raz¨®n. ?Viejos vicios espa?oles? ?Quiz¨¢ el "pleito matrimonial" de las dial¨¦cticas medievales que empezaban ya a insinuar, precediendo en siglos a Freud, que en el m¨¢s pr¨®ximo se deposita la mayor frustraci¨®n y se proyecta la propia c¨®lera? ?Tal vez un s¨ªntoma del deslizamiento hacia el Tercer Mundo, con sus componentes cl¨¢sicos: la cobard¨ªa ante el futuro, la pobreza de fondo, la p¨¦rdida de los disfrutes del poderja f¨¢bula de las liebres cuando la tierra retumba con la carrera de los podencos o los galgos? ?O simplemente regreso a "lo natural", a que tan aficionado es Fraga Iribarne: la descomposici¨®ri de las alianzas artificiales para la recomposici¨®n de las predestinadas?
El hecho est¨¢ ah¨ª, y domina la circunstancia pol¨ªtica de Espa?a: la guerra civil entre los compa?eros. Los que se sientan juntos en los bancos azules, los que se sit¨²an cerca del poder o los que representan una forma de oposici¨®n. Parece que ya no se pueden aguantar m¨¢s entre s¨ª. Con todo ello est¨¢n haciendo un enorme da?o a la imagen,de una Espa?a democr¨¢tica de la que son responsables; tan responsables que en su delirio cada uno de ellos se cree su ¨²nico autor, su ¨²nico inventor, su ¨²nico celador. Unos partidos de hombres ¨²nicos. Frente a una colectividad que les mita at¨®nita y desesperada. Con el miedo de que sean, en ¨²ltimo instante, quienes recortan los ca?ones de las escopetas, en el nacionalismo violento, o dise?an los campos de concentraci¨®n, en la ultraderecha, los que se aprovechen de esta Babel est¨²pida que est¨¢n creando los intolerantes y exaltados en el seno de los grandes partidos.
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