El caballo
Se ha clausurado una Semana H¨ªpica de las Fuerzas Armadas, con la presencia del Rey Don Juan Carlos. Seg¨²n los viejos tratadistas, caballero es el que tiene un caballo. Hoy, cuando el l¨ªrico bicho ya apenas pasea nuestras ciudades, los caballos s¨®lo son her¨¢ldico atributo de los militares y de los poetas (que metaforizan al caballo, quiz¨¢, sin haber visto nunca ninguno).Al caballo hay que hacerle una lectura de caballeros, que es la que suelen hacerle los militares. Ha habido ocasiones en que un hombre, s¨®lo por subirse a un caballo, cre¨ªa encarnar la Patria, se sent¨ªa estatua ecuestre, alegor¨ªa. Lo dice Malaparte, no sin iron¨ªa, sobre Mussolini: ?Ya canta el gallo y Mussolini monta a caballo?. El caballo de Pav¨ªa es el contracaballo, el caballo antiparlamentario, el caballo anticonstitucional. (Y cuando se redacta una Constituci¨®n, no conviene olvidarse de los caballos.) Ucello pintaba caballos que, para trotar, mov¨ªan las dos patas de un lado al mismo tiempo. Esto har¨¢ sonre¨ªr ir¨®nicamente a un militar. Es el antitrote. Para que los caballos troten corno es debido, y no a contracorriente de la Historia, est¨¢n los militares, y ellos nos aseguran y defienden la libertad de que pintores y poetas inventen caballos impracticables, pero l¨ªricos.
A Marc Chagall lo expulsaron de la Uni¨®n Sovi¨¦tica porque pintaba vacas verdes. Pero una Patria en libertad es una Patria/Utop¨ªa poblada de vacas verdes y caballos imposibles. Los hipogrifos violentos de los militares, entre Vigny y Calder¨®n, hacen posible el caballo de Ucello, las vacas verdes de Chagall e incluso las vacas gordas de un pa¨ªs en paz.
El caballo es la oficina del militar de Caballer¨ªa. La oficina, la her¨¢ldica y el mito. Un caballo cuyo pienso pagarnos todos los ciudadanos, de buena gana, para que nos patrulle, nos defienda, nos garantice e incluso nos metaf¨®rice. Las estatuas a caballo que gan en bronce el aire contradictorio de las grandes ciudades, de Madrid, hoy, en toda Europa, son ya, m¨¢s que una mera memoria enciclop¨¦dica, las vi?etas que ilus tran el c¨®dice en piedra de un pa¨ªs, las capitulares con que empieza un siglo. Lo militar tiene su lectura m¨¢s literaria y a lo Vigny, m¨¢s human¨ªstica, corno estilizaci¨®n de lo c¨ªvico, y la estatua de Pedro I a caballo, en el Petersburgo de Andrei Biely, es el emblerna de una ciudad que duda entre Oriente y Occidente. Nosotros, que no dudamos en nuestro occidentalismo, vemos en una semana h¨ªpica militar mucho mas que un concurso de saltos y carreras. Vemos esta Espa?a, con m¨¢s ¨®rdenes de caballer¨ªa, anta?o, que ning¨²n otro pa¨ªs de Europa, y si el toro ha sido el t¨®tem menestral de lo popular, de las Ventas para abajo, el caballo es la peana viva de lo caballero, de lo que cabalga en el tiempo, y aqu¨ª lo que hace falta es que ni el caballo del picador siga sirviendo para picar y barrenar al toro, ni el toro goyesco/picassiano le saque m¨¢s las tripas al caballo. O sea, que no se tiren m¨¢s copias guerra civilistas del aguafuerte de Espa?a que luego compra el mun do como very typical. Hay que guardar las planchas en los fondos del Prado, querido Sope?a, que ya van muchas tauromaquias en dos siglos. Ahora que la guerra se ha tecnificado, se ha hecho puritana y cibern¨¦tica, el caballo, por menos pr¨¢ctico, queda m¨¢s mitol¨®gico que arcaico, queda casi hecho un humanista, y es cuando mejor explica el civismo equitativo de la equitaci¨®n.
A medida que los caballos sirven menos para la guerra, nos sirven m¨¢s para la paz. S¨®lo se encabritan de luz en el garabato de una tarde casi provenzal. (Siempre he sospechado que los caballos se, encabritan ¨²nicamente por razones est¨¦ticas.) Todo caballo es un griego que no ha le¨ªdo a Plat¨®n. O sea un dem¨®crata.
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