Las cruces de Yeste
Indemne, inexorable, porfiada: exactamente como la recordaba desde el d¨ªa en que, dieciocho a?os antes, la descubr¨ª a la vera de la cuneta, en el trayecto en zigzag de la carretera, al pie de un desmonte ¨¢rido y calcinado. Una cruz de piedra con un z¨®calo escueto, cuya inscripci¨®n, aunque raspada hoy por mano justiciera, se lee, no obstante, con dificultad:RIP
Aqu¨ª fueron asesinados
por la canalla roja
de Yeste cinco
caballeros espa?oles
Un recuerdo y una
oraci¨®n por sus almas.
El viajero conserva un recuerdo n¨ªtido del paisaje, como si su memoria, a lo largo de ese tiempo, lo hubiese preservado de la polilla convocando, con concurrencia obsesiva, una serie condensada de cuadros esc¨¦nicos. Espartizales, alberos, canchales, campos de almendros, revividos con aleve e implacable nostalgia, configuran espacios nunca perdidos, emergen s¨²bitos y precisos, cobran inesperada tangibilidad. La ronda de estaciones gira mon¨®tonamente y el sol brilla, como siempre, con fan¨¢tica obstinaci¨®n: las mismas alquer¨ªas enjalbegadas, los mismos vareadores y reba?os, las mismas colmenas min¨²sculas desdibujadas por el calor. Cuando el terreno cambia y verdean los pinos, la sonrisa inefable de alguien que toma por Adolfo Su¨¢rez y resulta ser Manolo Escobar irradia desde un cobertizo construido en el cruce del camino que lleva a la presa de la Fuensanta. El forastero acecha la superficie azul del embalse, cuyos brazos y ensenadas se extienden hasta las revueltas de la carretera y descubre tan s¨®lo una desolaci¨®n ocre, la escalonada superposici¨®n de estratos que altea y roza los bosques de la pendiente opuesta, como la maqueta destinada a la lecci¨®n de geolog¨ªa en un cursillo de historia natural. La sequ¨ªa ha mermado el nivel de las aguas a cotas nunca vistas: los valles del Tus y Segura, anegados desde hace 47 a?os, activan de golpe recuerdos amargos y exhuman sin quererlo episodios e historias evocados, kil¨®metros antes, en el p¨¦treo rencor de la cruz.
Como el revelado de una fotograf¨ªa en la c¨¢mara oscura descubre paulatinamente los contornos, figuras, colores del negativo tratado o la operaci¨®n de reconstituir un palimpsesto recupera la escritura original subyacente y borrada, as¨ª el desag¨¹e progresivo del embalse restablece la visi¨®n del universo sumergido cuyo anegamiento deb¨ªa suscitar la tragedia del 29 de mayo de 1936: el pantano, al menguar, enflaquece y escurre hacia el cauce de los r¨ªos que lo alimentan y los meandros del Tus serpentean entre los antiguos campos de cultivo, cubiertos ahora de un limo reseco, arcilloso. Aqu¨ª y all¨¢ campean vestigios de viviendas, el puentecillo intacto de la vieja carretera, las ruinas desnudas de la f¨¢brica de harina, la existencia abrogada de una comunidad montaraz. Las vegas ribere?as sembradas antes de la construcci¨®n del embalse, el curso fluvial por el que los pineros arrastraban la madera ilustran la magnitud del drama fraguado por el paro, caciquismo, miseria, abandono de los poderes p¨²blicos. La feroz represi¨®n que en 1939 se abati¨® sobre Yeste y las pedan¨ªas cercanas sumi¨® a sus habitantes en una campana neum¨¢tica de aislamiento, recato y silencio que deb¨ªa perpetuarse casi cuarenta a?os. Cuando visit¨¦ el pueblo en 1963, la gente hablaba a murmullos de lo sucedido y daba la callada por respuesta a mis preguntas curiosas e ingenuas. Como tuve ocasi¨®n de comprobar en seguida, su reserva ten¨ªa un fundamento real.
Las cruces conmemorativas escoltan la comarcal 3.212 hasta la entrada misma del pueblo. All¨ª, el despegue econ¨®mico de los sesenta ha modificado sensiblemente el cuadro esc¨¦nico de mi memoria: estaciones de gasolina, sucursales bancarias, edificios modernos, un aumento espectacular del parque de autom¨®viles. Inc¨®lume, en cambio, como en el recuerdo, la maciza casa cuartel de la Guardia Civil.
Para abarcar a Yeste a vista de p¨¢jaro hay que tomar la carretera forestal que desboca en el r¨ªo Mundo y culebrea luego a lo largo del lecho por un panorama abrupto y grandioso. Los cipreses del cementerio, a la izquierda, se?alan el punto ideal de contemplaci¨®n. El pueblo se acurruca y hace pi?a en torno a la mole del castillo y el campanario de la iglesia descuella se?ero sobre el verde remoto de las monta?as. En los nichos encalados del camposanto, l¨¢pidas e inscripciones evocan todav¨ªa a los "gloriosos ca¨ªdos por Dios y por Espa?a". Los que cayeron por rebelarse contra un hambre, abandono y opresi¨®n seculares se pudren, siempre an¨®nimos, en la indignidad de la fosa com¨²n.
Un kil¨®metro despu¨¦s reconozco la curva de la carretera donde ocurri¨® la matanza de campesinos por las fuerzas del orden enviadas por el cacique. La boca de la atarjea donde se refugiaron los heridos y en la que fueron rematados sin piedad cuando intentaban arrastrarse hacia los olivares. La cuesta escarpada desde la que los guardias dispararon sobre la multitud. Ninguna cruz, ninguna l¨¢pida rememora a los dieciocho espa?oles que perdieron la vida entre los, pinos, arbustos y zarzas, en aquel escenario agreste y soberbio. Cielo, oraciones, gloria p¨®stuma siguen siendo patrimonio exclusivo de aquellos a quienes la fortuna sonri¨® desde su nacimiento. Nuestra sociedad prolonga a la vida futura su inconmovible voluntad de estratificaci¨®n.
Carretera abajo, bosques espl¨¦ndidos arropan las estriban¨ªas de la sierra y el ausente localiza a la izquierda el fr¨¢gil puentecillo de tablas que, por sinuosidades y angosturas de piso terrero, orienta a la pedan¨ªa de La Graya. La aldea brav¨ªa de donde parti¨® la cuerda de presos, detenidos por carbonear en los antiguos terrenos comunales, ha sobrevivido victoriosamente a varios decenios de pruebas, diezmada primero por la guerra, duramente castigada despu¨¦s por los rigores de la depresi¨®n. Un temor infundido durante tantos a?os no se disipa f¨¢cilmente: seg¨²n el amigo de la CNT que me acompa?a con objeto de preparar un documental amateur sobre los hechos narrados en Se?as de identidad, uno de los escasos sobrevivientes que fueron testigos de la matanza huy¨® a la monta?a para eludir las preguntas formuladas por ¨¦l y otro compa?ero de sindicato, temeroso, al parecer, de que por exponer sus recuerdos ante la c¨¢mara, las autoridades provinciales democr¨¢ticamente elegidas le privaran de su modesta pensi¨®n de ancianidad.
Con todo, cinco a?os despu¨¦s de la muerte del dictador, las bocas empiezan a descoserse y el forastero no topa ya con el muro de recelo contra el que se estrellaba a cada paso durante su estancia anterior. En Yeste pudo conversar con varios vecinos de lo acaecido el 29 de mayo, de la vindicta popular del siguiente verano, del desquite final de las clases pudientes al concluir la guerra civil. En Elche de la Sierra, durante los encierros, encontr¨® al "personaje" que, con el seud¨®nimo de Arturo, aparece en alg¨²n pasaje de la novela: denunciados, sin duda, por alg¨²n alma caritativa, no hab¨ªa vuelto a saber de ¨¦l desde el d¨ªa en que la Benem¨¦rita les interrogara por separado sobre el contenido y prop¨®sito de sus conversaciones y le conminara a abandonar inmediatamente el lugar. Al fin, pudo conocer su verdadero nombre: Antonio L¨®pez S¨¢nchez, miembro del PSOE desde la ¨¦poca de la Rep¨²blica y actual propietario de un almac¨¦n de hierros de Hell¨ªn. Gracias a ¨¦l, a su actitud ejemplar, le fue posible reunir una serie de datos sumamente valiosos para su trabajo en aquellos dif¨ªciles tiempos.
Durante mi recorrido por Alcaraz y Ayna, Molinicos y La Bienservida, Letur y Ri¨®par, a trav¨¦s de una de las comarcas m¨¢s bellas y desconocidas de la Pen¨ªnsula, he podido comprobar una vez m¨¢s el desajuste existente entre nuestras zonas urbanoindustriales y el descuidado y hura?o universo rural. Las transformaciones pol¨ªticas del pa¨ªs desde la muerte de Franco se manifiestan en el ¨²ltimo remotas y desva¨ªdas, como un simple rumor filtrado por los televisores y sin gran incidencia real en la vida diaria. Mientras las escasas librer¨ªas que he hallado no venden EL PAIS ni, en general, la Prensa democr¨¢tica, la distribuci¨®n de El Alc¨¢zar se lleva a cabo sin problemas. Los locales de Fuerza Nueva sobrepasan en vistosidad y n¨²mero a los de Comisiones Obreras o UGT.
El nivel de vida de los pueblos ha mejorado desde la fecha en que escrib¨ª mi novela, y se respira sin duda con mayor libertad; pero una simple Ojeada a los mecanismos de control pol¨ªtico-econ¨®mico actualmente vigentes prueba tambi¨¦n de modo palmario que el bando vencedor en la guerra sigue ejerciendo con mano firme su dominio tradicional. Sin proponerme en absoluto reabrir heridas ni escarbar en lo que permanece y debe permanecer enterrado, se?alar¨¦ en cualquier caso la incongruencia de que en 1981 se mantengan inscripciones insultantes para todo un pueblo como la que reproduzco al comienzo del art¨ªculo y se silencie, en cambio, el drama de docenas y docenas de familias que osaron alzarse y combatir por unos ideales de libertad y de justicia inscritos no obstante en la Constituci¨®n. Ignorarlo a¨²n equivale a perpetuar neciamente los vej¨¢menes de un pasado siniestro, que todos los espa?oles, so pena de volver a las taifas, deber¨ªamos esforzarnos en exorcizar.
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