El "refugio de mujeres apaleadas" de Londres cumple 10 a?os desde su fundaci¨®n

El primer refugio, en el Reino Unido y en el mundo entero, para esposas apaleadas, cumple el 25 de noviembre su d¨¦cimo aniversario. Estos han sido diez a?os de lucha contra los elementos, por una parte de las fundadoras de Woman's Aid, Erin Pizzey y Anne Ashby. Pero en esta d¨¦cada el movimiento se ha ampliado a nivel internacional, con la aparente excepci¨®n de Espa?a, donde, sin embargo, ser¨ªa muy necesario.
Erin Pizzey abri¨® el primer refugio como respuesta a la desesperaci¨®n de sus vecinas del barrio de Chiswick, al oeste de Londres. Los hostales de este tipo se han multiplicado desde entonces, y el central sigue siendo el del 369 Chiswick High Road, una casa algo destartalada. Sus promotoras han tenido que luchar contra viento y marea, contra el recelo de los servicios sociales y las autoridades, contra amenaza de expulsi¨®n, de encarcelamiento y contra las cr¨ªticas de algunas organizaciones feministas.Pizzey estuvo a punto de ir a la c¨¢rcel en 1977, por sobrepoblar este refugio, y le salv¨® la reina Isabel II, con una carta en la que apoy¨® la postura de la defensora de las esposas apaleadas. Este era un tema ?del que no se quer¨ªa hablar?, declar¨® Pizzev a EL PAIS, ?como no se quiere hablar del incesto. Se menciona el incesto entre padre e hija pero hable del incesto ente madre e hija, y ver¨¢ ... ?.
En 1974 Pizzey public¨® su primer libro sobre el tema, con el sugestivo t¨ªtulo de Grita bajo, o te oir¨¢n los vecinos, consiguiendo que se reconociera el problema. Seg¨²n Pizzev, su libro no ha sido publicado en Espa?a por presiones feministas en su contra. Uno de los problemas que separa a Pizzey de las feministas sexualmente separatistas, es que considera absolutamente vital que en estos refugios trabajen hombres, pues ?c¨®mo van a tener buenas relaciones las mujeres y los ni?os si nunca han conocido c¨®mo puede ser un hombre bueno?. Los amigos varones no son sin embargo, admitidos en el refugio.
Este refugio es como una estaci¨®n para desescalar la violencia acumulada, pues Pizzey mantiene que algunas mujeres -y hom bres- padecen de una adicci¨®n a la violencia. Una investigaci¨®n llevada a cabo en el Maudsley Hospital de Londres apunta esta posibilidad. La violencia produce adrenalina, pero tambi¨¦n otra hormona, la nordrenalina, que estimula los centros de placer en el cerebro. El refugio de Chiswick, una casa en cuyo interior parec¨ªa haber estallado una bomba, con colchones amontonados, dormitorios abarrotados y tan s¨®lo dos cuartos de ba?o, viene a cobijar hasta un millar de mujeres y ni?os al a?o. Cuando este corresponsal visit¨® el local, en ¨¦l viv¨ªan unas cuarenta personas.
En general, las que acuden a este refugio son mujeres de clase trabajadora. La clase media y la clase alta, adem¨¢s de disponer de mayores ingresos, ?tiene una violencia m¨¢s intelectualizada?, dice Pizzey. La gran proporci¨®n de irlandesas se explica por una educaci¨®n en la que los hermanos cristianos (cat¨®licos) aplicaban castigos corporales. Por otra parte, para Pizzey, fueron los prisioneros brit¨¢nicos lo que ense?aron a los habitantes de las colonias del Caribe a pegar a sus hijos.
Seg¨²n las impulsoras de estos refugios, las mujeres tardan entre tres y seis meses en recuperarse de sus experiencias violentas, aunque un 10% o un 15% de estas mujeres apaleadas vuelven a sus maridos. Ashby reconoce que un 5% de las mujeres que vienen a pedirle ayuda provocan a sus maridos a pegarlas, pero se trata s¨®lo de un aspecto minoritario del problema. El hecho de que el marido llegue a pegar a sus hijos, suele ser decisivo para que su mujer le abandone.
En este refugio hay pocas reglas: se proh¨ªben las drogas y las bebidas alcoh¨®licas en los dormitorios, se fijan algunas horas para acostar a los ni?os, y, sobre todo, se proh¨ªbe pegar a los ni?os, pues como dice una pegatina, ?las personas no est¨¢n para que se las pegue, y los ni?os son personas?.
Discutir los problemas
Diariamente se llevan a cabo terapias individuales y de grupo, donde se discuten problemas comunes o particulares. Existe tambi¨¦n el problema de la falta de intimidad y las tensiones comunitarias que lleva consigo. Este no es un lugar agradable para vivir, lo cual indica la gravedad de la situaci¨®n de las esposas apaleadas que se deciden a abandonar sus hogares. Para una jovencita negra, de unos doce a?os de edad, ¨¦sta era la tercera vez que regresaba con su madre a este refugio. ??Te gusta estar aqu¨ª??. ?No. Nada?, contest¨®, ?esto no es un hogar?. ??Preferir¨ªas volver a tu casa??. ?No; desde luego que no?.Anne Ashby mantiene una lucha constante para llegar a financiar este refugio. El Gobierno le concede una subvenci¨®n anual de tres millones y medio de pesetas, pero el refugio viene a costar siete veces m¨¢s. Durante su estancia aqu¨ª, las mujeres entregan la casi totalidad de sus ingresos de la seguridad social a Ashby: unos ocho millones de pesetas al a?o. El resto lo consiguen a trav¨¦s de subastas, donativos y conciertos de m¨²sica cl¨¢sica y pop. Muchos grupos modernos apoyan a estas mujeres, incluidos The Who, Peter Townsend y su mujer, Carol, han hecho donativos sustanciales. Pero para las organizadoras, que ahora quieren abrir una cl¨ªnica, esta no es una soluci¨®n. Al cabo de alg¨²n tiempo, las mujeres y sus hijos son alojados en casas propiedad de los ayuntamientos.
Han sido diez a?os duros para Pizzey y Ashby. Una d¨¦cada de lucha contra los maridos que aporreaban la puerta del refugio o no cesaban de llamar por tel¨¦fono. Pero en diez a?os la actitud hacia la causa de las mujeres apaleadas ha cambiado en el Reino Unido. Ahora cuentan con las simpat¨ªas del poder judicial y de la polic¨ªa, y ?se habla? de las esposas apaleadas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.