Les Luthiers y el eco
Hasta el pr¨®ximo d¨ªa 29 del presente mes, en el madrile?o teatro Alcal¨¢-Palace, el conjunto argentino Les Luthiers ofrece un espect¨¢culo c¨®mico-musical titulado Luthier¨ªas. A juzgar por el clima de la noche de estreno, el grupo cuenta con un estado de sensibilidad ganado de antemano entre el p¨²blico. El eco precede a la voz. Y ese eco ni aguarda al preludio para darse a la carcajada rendida sin la menor vacilaci¨®n. Queda esto dicho no como insinuaci¨®n destemplada, sino como una neutra referencia a un punto de partida peculiar.Por supuesto, cabe alegar que ese estado de sensibilidad se lo han ganado a pulso Les Luthiers a lo ancho y largo de muchos a?os. Pero cabe tambi¨¦n que alguien no herido de nostalgia, y aun a riesgo de quedarse solo en la sala, permanezca insensible a la propuesta del recital y bastante asombrado del ¨¦xito estruendoso que consigue.
La f¨®rmula de Les Luthiers radica en el ingenio de poner en solfa tanto las partituras cl¨¢sicas como las melod¨ªas modernas de consumo. Hacen peque?as piezas dram¨¢ticas con bromas de conservatorio. Para ello se ayudan de todo un arsenal de instrumentos informales, quevan del contrachitarrone de gamba al dactil¨®fono, pasando por el yerbomat¨®fono d'amore, logrando as¨ª que el ruise?or cante como un cuco. Esa miscel¨¢nea par¨®dica de lo instrumental es aderezada mediante un juego m¨ªmico de ra¨ªz chaplinesca, aunque debilitado, por los gui?os a Les Fr¨¨res Jacques. De limitarse a ahondar en gestos y sonidos, uno entender¨ªa la risa estrepitosa del respetable. El entendimiento se ciega con la lengua. Porque Les Luthiers, adem¨¢s, hablan.
Hablan, en especial, por boca de Marcos Mundstock, aplaudido a porrillo con s¨®lo anunciar que iba a leer un poema titulado Y c¨®mo lastiman los celos, perteneciente al volumen Atardecer de un ocaso crepuscular. Confundir la nieve con la caspa es la consagraci¨®n de la risa oto?al. Y contar que a un guitarrista le llamaban el Cervantes de la guitarra, ?porque era manco? (sic), desencadena un hilarante entusiasmo que se resuelve en l¨¢grimas. Visto esto, ?qui¨¦n ser¨¢ el guapo que se atreva, de ahora en adelante, a criticar a Fernando Esteso o Andr¨¦s Pajares?
Uno siempre ha pensado que la conciencia cr¨ªtica en Evita, para ser radical de verdad, no tendr¨ªa que asumirla el Che, sino Borges. Les Luthiers necesitar¨ªan ese mismo contrapunto brechtiano: al autor del Elogio de la sombra, sentado en una humilde silla, contemplando al p¨²blico con una resignada sonrisa.
Otro cantar es cuando Les Luthiers entonan Celos con la desmesura de Los Panchos, dinamitan alegremente la zarzuela con Las majas del bergant¨ªn, desacralizan la austera enso?aci¨®n de un cuarteto de c¨¢mara oscura o eclipsan a Tom Jones mediante la presentaci¨®n del cantante Huesito Williams, int¨¦rprete feliz de El tel¨¦fono del amor.
El resto es chiste blando y pretencioso. O sea, no de colegio, cosa siempre perdonable, sino de colegio mayor, ese lugar nefando donde ya el eco precede a la palabra p¨²blica, etiquetada y rentable.
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