El teatro musical de Falla y Ravel
Pocos programas tan atractivos pueden ofrecerse a un p¨²blico verdaderamente cultivado como la suma del Retablo de maese Pedro, de Manuel de Falla, y La hora espa?ola, de Mauricio Ravel. M¨¢s si se alcanzan niveles interpretativos que igualan, e incluso superan, los tantas veces aplaudidos en escenarios internacionales de importancia.La delicia imaginada por Falla, sobre un episodio cervantino, ha sido montada por P¨¦rez Sierra en una de sus formas posibles y menos frecuentadas: la utilizaci¨®n, en lugar de cristobitas o marionetas, de actores que imitan mu?ecos. Sobre escenarios y figurines de Gustavo Torner -esplendorosos en su enorme simplicidad-, la acci¨®n fue llevada con sobriedad desde una t¨®nica expresiva que parec¨ªa conciliar realismo y distanciamiento.
Teatro de la Zarzuela
Ciclo de ¨®pera de c¨¢mara. Obras de Falla y Ravel. Compa?¨ªa de la Escuela Superior de Canto. Director esc¨¦nico: R. P¨¦rez Sierra. Director musical: Jos¨¦ Mar¨ªa Franco Gil. 20 de noviembre.
Mar¨ªa Arag¨®n interpret¨® el Trujam¨¢n dentro de la l¨ªnea heredada de su maestra -Lola Rodr¨ªguez de Arag¨®n-, pero a?adi¨¦ndole no pocos matices personales. Nada m¨¢s lejos en la versi¨®n de la joven soprano que la mera voluntad de reproducirlo aprendido. Lo que, en otro registro expresivo, puede aplic¨¢rsele a Enrique Baquerizo, Don Quijote, de amplio vuelo l¨ªrico, especialmente l¨²cido en la neorrenacentista Invocaci¨®n a Dulcinea.
Manuel Ibarra otorg¨® a Maese Pedro la necesaria agilidad popularista hasta subrayar, con exactitud, las diferencias de origen. Jos¨¦ Mar¨ªa Franco trabaj¨® muy bien la orquesta, que supera, d¨ªa a d¨ªa, la calidad de su trabajo.
Despu¨¦s de este cap¨ªtulo aparte en la m¨²sica esc¨¦nica, que es el Retablo..., de Falla; La hora espa?ola, de Ravel, supon¨ªa otra invitaci¨®n a la singularidad, aun dentro de usos m¨¢s normales en el g¨¦nero m¨²sico-teatral.
Sobre el argumento de Franc-Nohain, Ravel demostr¨® en ¨¦ste su m¨¢s ir¨®nico acercamiento a lo espa?ol, cuanto significaba para ¨¦l lo imaginativo (?una de las grandes superioridades del hombre sobre los animales?, seg¨²n el compositor), lo po¨¦tico y lo perfeccionista. Particularmente acertado es el tratamiento de la parte cantada que combina el casi recitado y el arioso y que, mejor que los cr¨ªticos musicales de la ¨¦poca (1911), entendi¨® Henri Gehon cuando escribe: ?Su gracia y su alegr¨ªa son, sobre todo, vocales?. De ese estilo vocal parece derivarse el tratamiento orquestal, uno y otro sumergidos en un difuminado iberismo que, con frecuencia, se concreta en el l¨¢nguido ritmo de habanera.
Opera de dif¨ªcil interpretaci¨®n, pues lo es de actores y de cantantes (y, como todas, de directores), encontr¨® int¨¦rpretes de aut¨¦ntica calidad en C¨¦lida Arzola -excelente Concepci¨®n, por voz, car¨¢cter y gesto-; en Manuel P¨¦rez Berm¨²dez, que entendi¨® a la perfecci¨®n que su arriero era, en definitiva, un arriero de Ravel; en Carlos Soto (bachiller), Paolo Barcelos (Torquemada) y Juan Pedro Garc¨ªa Marqu¨¦s (banquero). La escena y vestuario de Emilio Burgos, estilizaci¨®n espa?olista sencilla y eficaz; la regie de P¨¦rez Sierra, cuyo entusiasmo por la obra se advierte a trav¨¦s de un tratamiento cercano al teatro po¨¦tico, y la direcci¨®n de Franco Gil, encaminada a an¨¢logos fines, redondearon la versi¨®n, largamente aplaudida.
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