Ciencia y pol¨ªtica
EL TRASTORNO que producen en las sociedades algunos hombres de ciencia es el de una injusta transferencia de sus aciertos, hallazgos y descubrimientos en un campo reducido y altamente especializado hacia la filosof¨ªa, por la que todo el mundo -excepto los nuevos fil¨®sofos- parece tener una vocaci¨®n irreprimible; y la inevitable derivaci¨®n de eso que llamamos generosamente filosof¨ªa a la pol¨ªtica. La sociedad en que brillan los vip suele atribuir a ¨¦stos una versatilidad peligrosa en cualquier terreno, desde el consumo del champa?a hasta la forma de gobernar los pa¨ªses. El doctor Barnard, que ha traducido sus inmensas aportaciones a la cirug¨ªa cardiaca a las revistas del coraz¨®n (aunque la idea de esa v¨ªscera sea muy distinta en los dos campos), puede equivocar a las gentes en cuanto al hecho de que su capacidad quir¨²rgica le habilite para opiniones de otro g¨¦nero. En las primeras divagaciones poco consistentes, y quiz¨¢ mal interpretadas, que ha hecho en Madrid durante la operaci¨®n comercial del lanzamiento de un libro que merodea entre la ciencia y el pensamiento, Barnard se aferra a ciertas ideas gen¨¦ticas ya antiguas y desprestigiadas para defender aspectos de la diferencia inevitable de las razas, de la supervivencia del m¨¢s fuerte y del riesgo que Occidente sufre con la libertad -c¨®mo si la libertad no fuese la definici¨®n de la espera y la esperanza m¨¢s capaz de justificar la existencia actual de Occidente-; incidentalmente, con la libertad de Prensa, y ya de una manera m¨¢s reducida, con los riesgos que esa libertad de Prensa introduce en su vida familiar y afectiva.No est¨¢ hoy demostrado que la evoluci¨®n se haya hecho por el camino de lo mejor, y hay pensadores que suponen incluso que se ha hecho por el de lo peor (lo m¨¢s fuerte dominando sobre lo m¨¢s inteligente), las aportaciones posteriores del fant¨¢stico y misterioso Teilhard de Chardin; los m¨¢s profundos estudios de Monod (El azar y la necesidad) y de Jacob sobre el operon -conjunto de genes que entran en acci¨®n simult¨¢neamente-, las aportaciones biol¨®gicas de Severo Ochoa y hasta la larga y profunda obra de nuestro Faustino Cord¨®n, entre otros muchos, han modificado seriamente esta idea de fatalidad y predeterminaci¨®n que inconscientemente han conducido a los campos de exterminio, a ciertas formas aberrantes de la eugenesia carcelaria y al sistema de apartheid del pa¨ªs del que procede el doctor Barnard. Ver estas ideas reaparecer en la' de que la libertad pol¨ªtica es la peor amenaza que sufre hoy Occidente produce un estremecimiento: es una l¨ªnea ya o¨ªda muchas veces, y que una m¨¢s puede llevar a todos los excesos.
Libre es el doctor Barnard de expresar sus opiniones, como lo es de ir bailando por el mundo y ser una figura importante de la jet society; nada de ello va a empa?ar la reconocida habilidad de su cirug¨ªa del coraz¨®n, de su progreso en los trasplantes y de su conocimiento de la compleja m¨¢quina del cuerpo humano. Pero conviene advertir que tambi¨¦n en nombre de la ciencia se han cometido enormes y tr¨¢gicas matanzas. Barnard ha llegado hasta las pantallas de nuestra televisi¨®n con la imagen gastada de un nazi de siempre, y lo ha hecho en medio del revival y la decrepitud de las manifestaciones fascistas de Madrid. Todos sus conocimientos cient¨ªficos no valen ni un minuto de la libertad de un negro en el ominoso r¨¦gimen surafricano, del que este doctor es al tiempo tambi¨¦n lamentable causa y triste resultado.
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