El Banco de los Pirineos
LOS EXTRANJEROS que visitan nuestro pa¨ªs suelen sorprenderse ante el gran n¨²mero de establecimientos bancarios que encuentran al pasear por pueblos o ciudades. Sin embargo, la actividad bancaria, el oficio de banquero, ha estado severamente controlado en Espa?a. La apertura de nuevas sucursales de los bancos existentes exig¨ªa ¨ªmprobos trabajos de gesti¨®n y tr¨¢mites largos y complicados.El statu quo bancario, defendido a capa y espada incluso en ¨¦pocas de gran prosperidad y sostenido crecimiento econ¨®mico, conced¨ªa a esa actividad los beneficios de un mercado de oligopolio y proteg¨ªa a los participantes de los riesgos del mercado de libre competencia.
Este esquema restrictivo comenz¨® a flexibilizarse a comienzos de los setenta, en momentos de gran especulaci¨®n financiera. Sin embargo, los a?os de las vacas flacas pronto echar¨ªan por tierra los alegres e irresponsables c¨¢lculos a los que se hab¨ªan entregado algunos promotores de negocios f¨¢ciles. En 1974, cuando comienzan los problemas del petr¨®leo y empiezan a dibujarse las sombr¨ªas perspectivas de la crisis econ¨®mica mundial, la especulaci¨®n crec¨ªa desbordad amente, como muestran las cotizaciones burs¨¢tiles del ejercicio. De a?adidura, las anteriores f¨¦rreas restricciones a la actividad bancaria en Espa?a hab¨ªan suscitado esas expectativas desmesuradas que despiertan los mundos prohibidos y hacen sospechar la existencia de Eldorados tras las puertas cerradas a cal y canto.
Pero las puertas, en realidad, s¨®lo fueron entreabiertas y el temor a la libre competencia sigui¨® orientando la pol¨ªtica de autorizaciones. La a?oranza del statu quo continu¨® lastrando las posibilidades de estimular una actividad bancaria robusta y competitiva. La gran banca extranjera ha ido penetrando s¨®lo de puntillas en el recinto de nuestro sistema financiero, y la experiencia profesional o la solidez de los capitales invertidos no garantizaban de antemano la autorizaci¨®n de nuevos bancos. A la vez, algunas autorizaciones fueron dadas con una generosidad y frivolidad que merecer¨ªan una investigaci¨®n meticulosa.
En cualquier caso, la oleada especulativa de los comienzos de la d¨¦cada de los setenta se manifest¨® en las actividades bancarias de nuevo cu?o en forma de captaci¨®n de dinero caro, que era luego invertido en activos a veces ficticios y muchas veces de dudosa rentabilidad. Primero se realizaba una captaci¨®n agresiva de dep¨®sitos mediante el pago de intereses m¨¢s altos que los usuales en el mercado. Luego se colocaba el dinero en bolsa para apoyar la cotizaci¨®n de los nuevos bancos o de financieras filiales, y se concertaban pr¨¦stamos con sociedades subsidiarias, muchas veces relacionadas con la especulaci¨®n inmobiliaria. El despertar tras los dulces sue?os fue que la crisis del petr¨®leo y el descenso de la actividad econ¨®mica hac¨ªan imposible la devoluci¨®n de los dep¨®sitos que los ahorradores hab¨ªan confiado a algunos de los nuevos bancos. Porque la triste realidad es que los activos de esos especuladores no son realizables, est¨¢n hinchados o son ficticios, y sus obligaciones exigibles superan su capacidad de pago.
Para evitar el p¨¢nico de los depositantes, el Estado ha intervenido, a trav¨¦s del Banco de Espa?a, los bancos en crisis y ha venido asegurando a los ahorradores, mediante el Fondo de Garant¨ªa, -al 50% con el conjunto de la banca privada-, unos dep¨®sitos m¨ªnimos, primero cifrados en.500.000 pesetas y m¨¢s tarde en cantidades hasta 1.500.000 pesetas.Hasta ahora, el Fondo de Garant¨ªa de Dep¨®sitos se cuidaba de comprar, sanear y vender los bancos en crisis. Sin embargo, la suspensi¨®n de pagos del Banco de los Pirineos ha roto, por vez primera, esa l¨ªnea de acci¨®n preventiva y de saneamiento a cargo de la Administraci¨®n p¨²blica y del conjunto de la banca privada. Si este caso no es un suceso aislado, los ahorradores se ver¨¢n obligados de ahora en adelante a meditar mejor sus elecciones y a tener mayor cuidado al confiar su dinero a quienes les ofrecen mayores intereses, pero fr¨¢giles garant¨ªas. Porque es necesario plantearse con seriedad el problema de que la especulaci¨®n no siga, en ¨²ltima instancia, protegida por el manto benefactor de la Administraci¨®n p¨²blica.
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