Recuerdos de periodista
Uno de mis mejores recuerdos de periodista es la forma en que el Gobierno revolucionario de Cuba se enter¨®, con varios meses de anticipaci¨®n, de c¨®mo y d¨®nde se estaban adiestrando las tropas que hab¨ªan de desembarcar en la bah¨ªa de Cochinos. La primera noticia se conoci¨® en la oficina central de Prensa Latina, en La Habana, donde yo trabajaba en diciembre de 1960, y se debi¨® a una casualidad casi inveros¨ªmil. Jorge Ricardo Masetti, el director general, cuya obsesi¨®n dominante era hacer de Prensa Latina una agencia mejor que todas las dem¨¢s, tanto capitalistas como comunistas, hab¨ªa instalado una sala especial de teletipos s¨®lo para captar y luego analizar en junta de redacci¨®n el material diario de los servicios de Prensa del mundo entero. Dedicaba muchas horas a escudri?ar los largu¨ªsimos rollos de noticias que se acumulaban sin cesar en su mesa de trabajo, evaluaba el torrente de informaci¨®n tantas veces repetido por tantos criterios e intereses contrapuestos en los despachos de las distintas agencias y, por ¨²ltimo, los comparaba con nuestros propios servicios. Una noche, nunca se supo c¨®mo, se encontr¨® con un rollo que no era de noticias sino del tr¨¢fico comercial de la Tropical Cable, filial de la All American Cable en Guatemala. En medio de los mensajes personales hab¨ªa uno muy largo y denso, y escrito en una clave intrincada. Rodolfo Walsh, quien adem¨¢s de ser muy buen periodista hab¨ªa publicado varios libros de cuentos policiacos excelentes, se empe?¨® en descifrar aquel cable con la ayuda de unos manuales de criptograf¨ªa que compr¨® en alguna librer¨ªa de viejo de La Habana. Lo consigui¨® al cabo de muchas noches insomnes, y lo que encontr¨® dentro no s¨®lo fue emocionante como noticia, sino un informe providencial para el Gobierno revolucionario. El cable estaba dirigido a Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco armado en Cuba por cuenta del Gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal en el norte de Guatemala.
Idea magistral
Un hombre con el temperamento de Masetti no pod¨ªa dormir tranquilo si no iba m¨¢s all¨¢ de aquel descubrimiento accidental. Como revolucionario y como periodista cong¨¦nito se empe?¨® en infiltrar un enviado especial en la hacienda de Retalhuleu. Durante muchas noches en claro, mientras est¨¢bamos reunidos en su oficina, tuve la impresi¨®n de que no pensaba en otra cosa. Por fin, y tal vez cuando menos lo pensaba, concibi¨® la idea magistral. La concibi¨® de pronto, viendo a Rodolfo Walsh que se acercaba por el estrecho vest¨ªbulo de las oficinas con su andadura un poco r¨ªgida y sus pasos cortos y r¨¢pidos. Ten¨ªa los ojos claros y risue?os detr¨¢s de los cristales de miope con monturas gruesas de carey, ten¨ªa una calvicie incipiente con mechones flotantes y p¨¢lidos y su piel era dura y con viejas grietas solares, como la piel de un cazador en reposo. Aquella noche, como casi siempre en La Habana, llevaba un pantal¨®n de pa?o muy oscuro y una camisa blanca, sin corbata, con las mangas enrolladas hasta los codos. Masetti me pregunt¨®: "?De qu¨¦ tiene cara Rodolfo?". No tuve que pensar la respuesta porque era demasiado evidente. "De pastor protestante", contest¨¦. Masetti replic¨® radiante: "Exacto, pero de pastor protestante que vende biblias en Guatemala". Hab¨ªa llegado, por fin, al final de sus intensas elucubraciones de los ¨²ltimos d¨ªas.
Como descendiente directo de irlandeses, Rodolfo Walsh era adem¨¢s un biling¨¹e perfecto. De modo que el plan de Masetti ten¨ªa muy pocas posibilidades de fracasar. Se trataba de que Rodolfo Walsh viajara al d¨ªa siguiente a Panam¨¢, y desde all¨ª pasara a Nicaragua y Guatemala con un vestido negro y un cuello blanco volteado, predicando los desastres del apocalipsis que conoc¨ªa de memoria y vendiendo biblias de puerta en puerta, hasta encontrar el lugar exacto del campo de instrucci¨®n. Si lograba hacerse a la confianza de un recluta habr¨ªa podido escribir un reportaje excepcional. Todo el plan fracas¨® porque Rodolfo Walsh fue detenido en Panam¨¢ por un error de informaci¨®n del Gobierno paname?o. Su identidad qued¨® entonces tan bien establecida que no se atrevi¨® a insistir en su farsa de vendedor de biblias.
Masetti no se resign¨® nunca a la idea de que las agencias yanquis tuvieran corresponsales propios en Retalhuleu mientras que Prensa Latina deb¨ªa conformarse con seguir descifrando los cables secretos. Poco antes del desembarco, ¨¦l y yo viaj¨¢bamos a Lima desde M¨¦xico y tuvimos que hacer una escala imprevista para cambiar de avi¨®n en Guatemala. En el sofocante y sucio aeropuerto de la Aurora, tomando cerveza helada bajo los oxidados ventiladores de aspas de aquellos tiempos, atormentado por el zumbido de las moscas y los efluvios de frituras rancias de la cocina, Masetti no tuvo un instante de sosiego. Estaba empe?ado en que alquil¨¢ramos un coche, nos escap¨¢ramos del aeropuerto y nos fu¨¦ramos sin m¨¢s vueltas a escribir el reportaje grande de Retalhuleu. Ya entonces le conoc¨ªa bastante para saber que era un hombre de inspiraciones brillantes e impulsos audaces, pero que, al mismo tiempo, era muy sensible a la cr¨ªtica razonable. Aquella vez, como en algunas otras, logr¨¦ disuadirle. "Est¨¢ bien, che", me dijo, convencido a la fuerza. "Ya me volviste a joder con tu sentido com¨²n". Y luego, respirando por la herida, me dijo por mil¨¦sima vez:
-Eres un liberalito tranquilo.
En todo caso, como el avi¨®n demoraba, le propuse una aventura de consolaci¨®n que ¨¦l acept¨® encantado. Escribimos a cuatro manos un relato pormenorizado con base en las tantas verdades que conoc¨ªamos por los mensajes cifrados, pero haciendo creer que era una informaci¨®n obtenida por nosotros sobre el terreno al cabo de un viaje clandestino por el pa¨ªs. Masetti escrib¨ªa muerto de risa, enriqueciendo la realidad con detalles fant¨¢sticos que iba inventando al calor de la escritura. Un soldado indio, descalzo y escu¨¢lido, pero con un casco alem¨¢n y un fusil de la guerra mundial, cabeceaba junto al buz¨®n de correos, sin apartar de nosotros su mirada abismal. M¨¢s all¨¢, en un parquecito de palmeras tristes, hab¨ªa un fot¨®grafo de c¨¢mara de caj¨®n y manga negra, de aquellos que sacaban retratos instant¨¢neos con un paisaje id¨ªlico de lagos y cisnes en el tel¨®n de fondo. Cuando terminamos de escribir el relato agregamos unas cuantas diatribas personales que nos salieron del alma, firmamos con nuestros nombres reales y nuestros t¨ªtulos de Prensa, y luego nos hicimos tomar unas fotos testimoniales, pero no con el fondo de cisnes, sino frente al volc¨¢n acezante e inconfundible que dominaba el horizonte al atardecer. Una copia de esa foto existe: la tiene la viuda de Masetti en La Habana. Al final metimos los papeles y la foto en un sobre dirigido al se?or general Miguel Yd¨ªgoras Fuentes, presidente de la Rep¨²blica de Guatemala, y en una fracci¨®n de segundo en que el soldado de guardia se dej¨® vencer por la modorra de la siesta echamos la carta al buz¨®n. Alguien hab¨ªa dicho en p¨²blico por esos d¨ªas que el general Yd¨ªgoras Fuentes era un anciano inservible, y ¨¦l hab¨ªa aparecido en la televisi¨®n vestido de atleta a los 69 a?os, y hab¨ªa hecho maromas en la barra y levantado pesas, y hasta revelado algunas haza?as ¨ªntimas de su virilidad para demostrarles a sus televidentes que todav¨ªa era un militar entero. En nuestra carta, por supuesto, no falt¨® una felicitaci¨®n especial por su ridiculez exquisita.
Masetti estaba radiante. Yo lo estaba menos, y cada vez menos, porque el aire se estaba saturando de un vapor h¨²medo y helado y unos nubarrones nocturnos hab¨ªan empezado a concentrarse sobre el volc¨¢n. Entonces me pregunt¨¦ espantado qu¨¦ ser¨ªa de nosotros si se desataba una tormenta imprevista y se cancelaba el vuelo hasta el d¨ªa siguiente, y el general Yd¨ªgoras Fuentes recib¨ªa la carta con nuestros retratos antes de que nosotros hubi¨¦ramos salido de Guatemala. Masetti se indign¨® con mi imaginaci¨®n diab¨®lica. Pero dos horas despu¨¦s, volando hacia Panam¨¢, y a salvo ya de los riesgos de aquella travesura pueril, termin¨® por admitir que los liberalitos tranquilos ten¨ªamos a veces una vida m¨¢s larga, porque tom¨¢bamos en cuenta hasta los fen¨®menos menos previsibles de la naturaleza. Al cabo de veinti¨²n a?os, lo ¨²nico que me inquieta de aquel d¨ªa inolvidable es no haber sabido nunca si el general Yd¨ªgoras Fuentes recibi¨® nuestra carta al d¨ªa siguiente, como lo hab¨ªamos previsto durante el ¨¦xtasis metaf¨ªsico.
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