A Andr¨¦ Malraux
Pocos d¨ªas antes de su muerte, la profesora yugoslava Sonja Popovic-Zadrovic le hizo la ¨²ltima entrevista, publicada p¨®stumamente en Le Point y ahora traducida al castellano, por primera vez que yo sepa, en El Caf¨¦ Literario, la excelente revista de N¨¦stor Madrid-Malo, en Bogot¨¢ (Colombia), como dicen los locutores de la televisi¨®n americana, gente muy mirada en cuestiones de geograf¨ªa extranjera.La entrevista subraya entre l¨ªneas la lucidez con que se aproximaba a la eternidad, la ¨²nica moneda del absoluto de curso legal en la historia, si me permite citar uno de sus t¨ªtulos. Es Malraux puro y de la mejor cosecha, aunque usted careciera de a?os aguados y de altibajos, pues sencillamente dej¨® de escribir cuando no quiso o no pudo hacerlo, entreg¨¢ndose a las voces del silencio. Aunque uno carezca de mayor inclinaci¨®n por los retru¨¦canos y dem¨¢s juegos de palabras, sus t¨ªtulos brotan solos, como los rostros de Belmez, cuando hablamos de su persona y de su obra.
Usted falleci¨® en 1976, a los 75 a?os. A Sonja Popovic-Zadrovic le dijo haber sido m¨¢s circunspecto que en sus mocedades, si no hubiese pasado entonces de los veinte, porque ya no cab¨ªa esperar otro octubre rojo ni tampoco temer otro nazismo. Como lo habr¨ªa parafraseado Octavio Paz, no era lo mismo entrar en raz¨®n y en hombr¨ªa en 1921 que en 1976. En palabras distintas, que naturalmente son de Ortega, puesto que ¨¦l se expresaba en ciertos casos con mayor nitidez que usted o que Paz, cada hombre es ¨¦l y su circunstancia hist¨®rica. Yo concluir¨ªa por mi cuenta y con su permiso, que si la historia de nuestros tiempos se escribe en caracteres pol¨ªticos, como lo afirmaba Thomas Mann plagiando a Napole¨®n sin percatarlo, cada hombre ser¨¢ ¨¦l y su circunstancia pol¨ªtica.
Tal circunstancia es aleatoria, aunque la historia, la voluntad de hacer inteligible la aventura de la humanidad", seg¨²n sus propias palabras, no viene determinada por r¨ªgidas leyes como lo cree el marxismo. Siempre a su decir, esto tampoco significa que sea fruto del azar. El 4 o el 5 terminar¨¢n por salir en la ruleta, y la ¨²nica incertidumbre ata?e a las jugadas requeridas para sacarlos. El azar, concluye usted refiri¨¦ndose de nuevo a la pol¨ªtica y a sus circunstancias, seg¨²n me lo imagino, es s¨®lo un momento y nada m¨¢s.
En este particular, como me ocurre con otros muchos de su obra, empieza por deslumbrarme; pero, al cabo, no puede convencerme, aunque desconozca otra ret¨®rica m¨¢s culta y tentadora que la suya. Una de dos, o yo no alcanzo a comprenderle o usted desbarra, aunque se exprese maravillosamente. Si el azar fuese cuesti¨®n de u n mero instante, podr¨ªa repetirse la misma circunstancia en cualquier otro tiempo. Dicho sea de otro modo, tener veinte a?os en 1921 no fuera igual que cumplirlos en 1976; pero s¨ª podr¨ªa ser lo mismo que alcanzarlos en 1981 y entre circunstancias id¨¦nticas a las de 1921. El absurdo es atrayente, mas nos llevar¨ªa a un mundo demasiado pr¨®ximo al de Borges, que no es el suyo ni desde luego el m¨ªo.
En cambio, es cierto que usted fue el primero en establecer una distinci¨®n muy hamletiana y muy propia, entre lo que dio en llamar, sin pararse en barras, las dos angustias del siglo XX. Tal es decir, el deseo de reforma de una sociedad injusta y la certeza de que el hombre es un problema metafisico, irreductible a toda f¨®rmula pol¨ªtica. Tal vez precisamente por eso cree que las civilizaciones necesitan un sistema d¨¦ valores para sobrevivir y a largo plazo la dignidad modifica la historia. Aqu¨ª coincide usted con Ortega, aunque sea sin percatarlo y con m¨¢s de medio siglo de retraso por su parte, cuando escribe, y yo cito: "En realidad, s¨®lo existe una cultura si en su interior se dirige a una categor¨ªa de seres convencidos de tener m¨¢s deberes que derechos".
Naturalmente, llegados a este punto, se topa con la ¨¦tica de la historia, saltando de un sitio a otro sin gran rigor; pero siempre con ligereza de liebre metaf¨ªsica. francesa. La profesora Popovic-Zadrovic le pregunta si los factores morales influyen en los acontecimientos hist¨®ricos y usted responde que una moral implica otras dos ideas ocultas, la primera de calidad y la segunda de culpabilidad. Aqu¨¦lla nos llevar¨ªa a la aristocracia, orteguiana, la de quienes aceptan la vida como exigencia, con la cual vino a coincidir a ciegas. La culpabilidad procede del cristianismo e impregna el marxismo, a su ver y a su decir. Marx mantiene una noci¨®n de la justicia que no tendr¨ªa sentido alguno para los romanos. Puestos a precisarlo en consabidos ejemplos, ellos nunca advirtieron nada reprobable en la esclavitud. M¨¢s claro, el agua.
Aunque usted fuese uno de los dioses inevitables de mi juventud, me permitir¨¢ que volvamos a discrepar para aclararme. Ante todo, me parece que confunde e identifica moral y civilizaci¨®n muy gratuitamente. Luego, si toda ¨¦tica implica una culpabilidad, deber¨ªa detallarnos las excepcionales razones que impidieron sentirla a los romanos ante sus propios esclavos. En realidad, a los romanos y a los tatarabuelos de mi mujer, que eran cristianos metodistas, muy devotos y de Georgia. La esclavitud, con julepe de menta, t¨¦ helado y buenas cosechas de algod¨®n, Baden-Baden. Hay ¨¦ticas sociales muy satisfechas de s¨ª mismas y sin sombra de remordimiento en el proceder, con las que no dan al traste ni Cristo ni Marx. Fueron precisas una guerra civil y dos crisis en la industria textil americana para que el dulce y profundo Sur empezara a transformarse.
Usted cree que los dos sentidos de la moral se complementan y que a largo plazo la dignidad transforma la historia. En este sentido, a?ade de forma un tanto desconcertante, se refiri¨® frecuentemente ¨¢ la fraternidad de los hombres en sus obras. De inmediato, distingue entre la cristiana y la revolucionaria, en el pasado, en los tiempos del gran octubre ruso y de la amenaza nazi. "Aunque la primera se base en la comuni¨®n de los santos y desde un punto de vista psicol¨®gico no se parezcan, ?no har¨¢, entre estos dos tipos de fraternidad, algo m¨¢s cercano? En ambos casos, el pr¨®jimo es m¨¢s importante que uno mismo, y ¨¦sta es una idea muy antigua". Al fin y a la postre, confiesa ignorar si la ¨¦tica puede o no puede modificar la historia, y admite sentirse igualmente impresionado, ante la inmensidad que dejamos atr¨¢s y la que tenemos por delante".
Entre aquellas inmensidades, la del pasado y la del futuro, vivimos ahora un presente donde la historia retrocede a ojos vista en Am¨¦rica y la fraternidad revolucionaria se reduce a la doctrina de Breznev, en su versi¨®n del Pacto de Varsovia. Este ingenioso descubrimiento consiste en mandar los tanques por delante, cuando un pa¨ªs no se pliega puntu¨¢lmente a los dictados sovi¨¦ticos, o en no saber qu¨¦ hacer cuando no se despachan los carros de asalto. Todo ello, huelga a?adirlo, sin sombra de culpabilidad ni de remordimiento. En semejantes circunstancias, comprendo muy bien que el porvenir de todos nosotros, a los cinco a?os de su muerte, le impresione mucho m¨¢s que la propia eternidad, donde ahora me imagino que sue?a o medita. En cualquier caso, larga paz a sus huesos, como habr¨ªa concluido el poeta, y gracias grandes por la entrevista p¨®stuma.
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