Verdades a medias
No despertaron demasiado entusiasmo en Venecia estas confesiones, a pesar de reconocerles un rigor profesional al que nos tiene acostumbrados el cine americano.Quiz¨¢ ello se debiera a que en un certamen donde se busca, como en la mayor¨ªa, nuevos caminos o estilos, su aportaci¨®n fuera pr¨¢cticamente nula en tal sentido, m¨¢s bien centrada en el duelo entre dos pesos pesados de la pantalla grande como Duvall y De Niro.
La pel¨ªcula, s¨®lida y bien interpretada en general, se nos presenta, sin embargo, como un ejercicio un tanto opaco, al que su director, Ulu Grosbard, ha prestado formas poco actuales a pesar de su historial, que incluye. aprendizajes a la sombra de maestros ilustres. Educado con Strasberg en el Actor's Studio, seguidor del no menos famoso Stanislavski en obras como Panorama desde el puente, su paso al cine vino determinado por sucesivos trabajos a las ¨®rdenes de Kazan, Rossen y Lumet, que no acabaron de borrar en ¨¦l ciertos resabios teatrales.
Confesiones verdaderas
Direcci¨®n: Ulu Grosbard. Gui¨®n: John Gregory Dunne y Joan Didion. Seg¨²n la novela de John Gregory Dunne. Fotograf¨ªa: Owen Roizman. M¨²sica: Georges Delerue. Int¨¦rpretes: Robert de Niro, Robert Duvall, Burguess Meredith, Charles Durning, Ed Flanders, Cyril Cusack y Kenneth McMillan. Dram¨¢tico. EE UU. Cine Paz.
Tal se presenta este filme tan solemne como blando, pecado que le viene de la labor de Joan Didion, adaptadora, poco feliz en este caso. La novela, basada en un hecho real sucedido en Los Angeles en 1947, ten¨ªa como m¨¢ximo valor un tono agrio muy de acuerdo con el tema entre mordaz e ir¨®nico. Tal m¨¦rito desaparece como por encanto en su versi¨®n cinematogr¨¢fica, donde actores como Mereditt o Cusack quedan como elementos casi decorativos destinados s¨®lo a dar la r¨¦plica.
As¨ª, la historia de los dos hermanos, que adivinamos enfrentados a la postre, el uno cl¨¦rigo, polic¨ªa el otro; el primero, venal, frente al segundo, honrado, resulta demasiado plana y vaga, un tanto artificial, a falta de escenas de choque, que no llegan a prodigarse demasiado. Al amparo de una ambientaci¨®n m¨¢s que exacta, suntuosa, queda como un relato de prevaricaci¨®n y penitencia antes que como retrato de una sociedad a la que el esc¨¢ndalo apenas llega a tocar en la conciencia.
Tal como el mundo va, a pocos escandalizar¨¢ el hecho de que un cl¨¦rigo, a t¨ªtulo personal, pueda, a la larga, verse envuelto en tal caso.
Al espectador, m¨¢s que saber de qu¨¦ lado se halla la verdad, le importa en realidad si De Niro es mejor que Duvall, o al contrario, seg¨²n sus apetencias personales.
La labor del primero, del que sabemos puntualmente su rigor a la hora de interpretar, es todo un recital de movimientos y expresiones que, sin embargo, no acaban de acercarnos a la realidad. Duvall, quiz¨¢ porque su personaje resulta m¨¢s agradecido, se le ve m¨¢s libre y espont¨¢neo en este vago recital que, a pesar de todo, viene una vez m¨¢s a confirmar esa vena de la que vive y en la que perdura un cine capaz de superar tiempos y crisis.
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