Tor¨¢n
Lo que todos sus amigos tem¨ªan desde hace a?os, desde que viv¨ªa solo en el chal¨¦ de Pedro de Valdivia, al fin se ha producido: a la salida de un fin de semana ha muerto Jos¨¦ Tor¨¢n. La misma semana que hab¨ªa de poner punto final a la mayor sequ¨ªa que Espa?a ha conocido en lo que va de siglo, se ha llevado para siempre a su m¨¢s original, imaginativo y fastuoso hidr¨¢ulico. Terrible paradoja, excesivo tributo que se ha cobrado un dios de las aguas, que para la ocasi¨®n parece haber adoptado el procedimiento de los usureros: llevarse lo excepcional a cuenta de la cuota m¨ªnima e imprescindible para una mediocre subsistencia.Rodeado y frecuentado por hijos, amigos, deudos, compa?eros de profesi¨®n y admiradores, viv¨ªa solo. Hasta hab¨ªa desaparecido Mauricio, el moreno que a menudo dorm¨ªa sobre la alfombra del recibidor y que -al decir de Pliego-, tras haber reducido un sof¨¢ a bastidor y muelles, abandon¨® la casa cuando iba por la mitad del tomo MICH-MOMZ del Espasa, con una grave dolencia de est¨®mago provocada por una voracidad a la que s¨®lo impuso el orden alfab¨¦tico, nadie sabe en virtud de qu¨¦ principio moral aprendido de ni?o en una misi¨®n angole?a. Solo, no en balde odiaba Tor¨¢n los fines de semana. Con insistencia hab¨ªa repetido que morir¨ªa en el curso de uno de ellos, y en el presagio no hab¨ªa el menor indicio de coqueter¨ªa, con ser Tor¨¢n uno de los hombres m¨¢s coquetos que ha producido el pa¨ªs; hab¨ªa, s¨ª, verdadero horror, que ni el alcohol ni el tabaco ni el tel¨¦fono -sus tres recursos en la soledad- podr¨ªan conjurar. Sin colegas, sin delineantes ni grafistas, sin secretarias, y a veces hasta sin amigos, el fin de semana apuntaba desde el jueves su sombra amenazadora sobre una casa aislada, con su puerta abierta, habitada tan s¨®lo por un hombre fiero, arrogante, vencido y tan empecinado como para no abandonar su mesa, repleta de utensilios, recados, bibelots, paquetes de tabaco, dinero menudo y p¨¢ginas a medio escribir, y separado del ventanal por aquel disparatado parasol de helader¨ªa.
Ultimamente s¨®lo clamaba por una secretaria, alguien que supiera y pudiera pasar al papel sus enigm¨¢ticos mensajes, casi todos hidr¨¢ulicos. El desorden, la decadencia y hasta la baja temperatura de la casa s¨®lo se pon¨ªan en evidencia cuando callaba la m¨¢quina de escribir, y carente de escribano aquel hombre que no sab¨ªa lo que era el silencio segu¨ªa bramando en una voz cada d¨ªa m¨¢s baja e incomprensible. En los ¨²ltimos tiempos solamente unos cuantos fieles -Pliego, Del Campo, Heras, Alvarez, dos generaciones de ingenieros- se atrever¨¢n a sacrificar su tarde libre para acercarse a Pedro de Valdivia y -sin m¨¢s que introducir el brazo por la mirilla siempre abierta y pulsar el bot¨®n del cerrojo- hacer un poco de compa?¨ªa y prestar o¨ªdo a un maestro casi delirante.
Parece ser que no deja un duro tras su muerte, un hombre que hab¨ªa paleado millones. Lo tuvo todo, por su propio esfuerzo, y lo perdi¨® todo. No ha habido en la ingenier¨ªa espa?ola de nuestros d¨ªas un ejemplo de tales vaivenes. Se elevaba, ca¨ªa y volv¨ªa a elevarse con una ligereza de ala con la que s¨®lo pudo la cirrosis. Fue en su momento el primer constructor de presas del pa¨ªs, el m¨¢s singular consultor despu¨¦s, el hombre que, como presidente del Comit¨¦. Internacional de Grandes Presas, alcanz¨® la m¨¢xima autoridad mundial en ese campo. Y lo perdi¨® todo. No era uno de esos llamados a ganar y prosperar tan s¨®lo. Lo suyo eran los altibajos, la inseguridad, la vuelta a empezar, y de tal manera deb¨ªa llevar en su sangre ese esp¨ªritu palingen¨¦sico, que en sus postreras obsesiones dominaba una idea atroz: la ingenier¨ªa de la destrucci¨®n. Todo se ven¨ªa abajo los viernes, todo renac¨ªa los lunes... por la tarde. Lo perdi¨® todo, menos el aprecio de cuantos le conocieron y trabajaron con ¨¦l. He dicho aprecio y me he quedado corto. Hab¨ªa tenido deudas como catedrales y, sin embargo, est¨¢bamos en deuda con ¨¦l; todo ingeniero que hubiera trabajado con Tor¨¢n en cualquiera de sus fases, que fueron muchas, se distingu¨ªa de los dem¨¢s por haber adquirido una segunda formaci¨®n al contacto con tan sigular jefe. Imprim¨ªa car¨¢cter, era lo m¨¢s parecido que yo he visto a un pont¨ªfice, un pont¨ªfice secular, desmedido, desordenado, presumido, grandilocuente, seductor, tan separado como el resto de los mortales de las fuerzas que cre¨ªa dominar. Nadie fue capaz de seguirle en sus azarosa carrera, y los hombres que m¨¢s cerca y durante m¨¢s tiempo colaboraron con ¨¦l tuvieron a la postre que buscar su acomodo profesional lejos de Tor¨¢n, tan leal para con sus amigos como infiel hacia sus empresas, de cuyos descalabros se ha nutrido la ingenier¨ªa espa?ola durante treinta a?os. En los consejos de administraci¨®n se discut¨ªan sus lances amorosos, por lo mismo que sus subordinados le alentaban en sus numerosas aventuras de faldas. Ten¨ªa maneras de magnate, pero, como todo hombre con grandeza, hab¨ªa en ¨¦l algo de contrabandista. Pudo salir de apuros vendiendo Pedro de Valdivia, pero prefiri¨® seguir so?ando con el helipuerto de Madrid -dispuesto a ceder su terreno-, siempre que se le permitiera buscar con un lanzamiento en paraca¨ªdas la "vertical t¨¦rmica".
Desde comienzos de a?o se aseguraba que la Rep¨²blica Popular China le hab¨ªa encargado un vasto proyecto de ordenaci¨®n hidr¨¢ulica. Unos dec¨ªan que era s¨®lo una fantas¨ªa, pero otros afirmaban que la cosa pod¨ªa ir en serio, aunque nadie le hiciera caso. No ten¨ªa secretarias y no pod¨ªa trabajar solo. Sin colaboraci¨®n no sab¨ªa dar un paso, y ya se hablaba de volver a montar Tor¨¢n y C¨ªa., de llamar a la vieja guardia, de devolver a Pedro de Valdivia su viejo esplendor. La historia tiene su origen en Madrid en 1973, durante el Congreso Internacional de: Grandes Presas, que presidi¨® Tor¨¢n, y al que, por iniciativa suya, fue invitada una delegaci¨®n china. Era la primera vez que la Rep¨²blica Popular acced¨ªa a un organismo semejante, y el agradecimiento de los chinos no tuvo l¨ªmites. S¨®lo por la autoridad de Tor¨¢n consintieron en sentarse a la misma mesa frente a la delegaci¨®n india -llevaban un cuarto de siglo sin hablarse- para discutir el asunto del Brahmaputra. Parece ser que, con mucha anterioridad a eso, un sabio indio, mitad m¨ªstico y mitad hidr¨¢ulico, en su lecho de muerte, llam¨® a Tor¨¢n y le susurr¨® al o¨ªdo sus ¨²ltimas palabras: "Tor¨¢n: el Brahmaputra, el lazo del Brahmaputra.... nuestra salvaci¨®n... En usted conf¨ªo...". Basta mirar al mapa para darse cuenta de qu¨¦ se trata: la posible corta del gran meandro del r¨ªo en la frontera de los dos pa¨ªses, bajo el macizo del Namcha Barwa (7.757 m.), y el mayor salto hidroel¨¦ctrico del planeta. Despu¨¦s del congreso, los chinos invitaron a Tor¨¢n a visitar el pa¨ªs, y poco menos que lo recibieron con honores de jefe de Estado. En cada banquete, Tor¨¢n repet¨ªa: "El Brahmaputra, el lazo del Brahmaputra". Hasta que los o¨ªdos chinos empezaron a zumbar. Por razones de alta pol¨ªtica enterraron el asunto del Brahmaputra; pero al correr del tiempo, m¨¢s atentos y mejores pagadores que los espa?oles, decidieron encargar a Tor¨¢n no se qu¨¦ proyecto hidr¨¢ulico de la China central. Sin ingenieros y sin secretarias, cogi¨® el tel¨¦fono un lunes por la tarde para marcar ¨¦l mismo los n¨²meros; no s¨®lo ten¨ªa que vencer su estagnaci¨®n, sino la incredulidad que le rodeaba. No ten¨ªa cr¨¦ditos, no pod¨ªa levantar Tor¨¢n y C¨ªa. de la noche a la ma?ana. Y, lo que era peor, tal vez ya no convenc¨ªa a nadie con sus frases entrecortadas, su voz vuelta hacia s¨ª mismo, tras los estragos del pavoroso fin de semana.
Estuvo un mes en la cl¨ªnica, donde le debieron peinar la cirrosis, y a su vuelta a casa, un viernes, cay¨® herido de muerte, con el tabaco, el alcohol y el tel¨¦fono al alcance de la mano. Eso es morir en acto de servicio, lo ¨²nico que sab¨ªa hacer, incluso sin ingenieros ni secretarias. Pienso que se le podr¨ªa enterrar bajo una corriente de agua, su mayor pasi¨®n, el primer agente de la regeneraci¨®n del mundo vivo y el m¨¢s cercano exponente de los ciclos de regresi¨®n y transgresi¨®n, abundancia y carest¨ªa, promesa y decepci¨®n.
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