Los dos hermanos de Irimia
Debe de ser que nuestra especie necesita tab¨²es, ilicitudes y predestinaciones para sentirse anclada en la tierra; si no, resulta inexplicable que cuando dan en tambalearse las ideas opresivas preconcebidas salgan a reforzarlas con encuestas y cortapisas: "41 homosexuales afectados por una forma grave de c¨¢ncer", escrib¨ªa con grandes caracteres el New York Times en un n¨²mero del pasado mes de julio; demasiado despliegue, para revelar los dudosos resultados de las pesquisas de unos m¨¦dicos estadounidenses que trataban de relacionar la existencia y evoluci¨®n de un tumor fatal, nada menos que el sarcoma de Kaposi, con la actividad homosexual. Dir¨¦ de pasada que para contraer este terrible sarcoma no basta con ser adepto del amor ef¨¦bico, y hay que alzarse a las alturas de un superm¨¢n copulativo, ya que se precisan diez uniones nocturnas cuatro veces por semana, que el que no muere de c¨¢ncer desfallece al cabo de aburrimiento. Y m¨¢s: el segundo informe Kinsey sobre la homosexualidad (El desarrollo de las preferencias sexuales en hombres y mujeres) asegura que la homosexualidad no es una cuesti¨®n de libre elecci¨®n, iba a decir albedr¨ªo, ni de evoluci¨®n, ni tan siquiera de preferencias, como pudiera sugerir el t¨ªtulo del informe. Se debe exclusivamente a causas biol¨®gicas. En cinco palabras: se es gay de nacimiento.
Pero no he de seguir por ah¨ª aunque haya de volver otro d¨ªa, que ahora, antes de la aparici¨®n de una nueva contraofensiva biempensante, cumple propagar las ideas m¨¢s recientes sobre el incesto.
Desde la antig¨¹edad se ha dicho todo, en pro y en contra, del amor endog¨¢mico. Ya la Biblia nos cuenta las relaciones carnales y tr¨¢gicas de Amn¨®n y su hermana Thamar; S¨®focles escribi¨® su Edipo rey con miras a que Freud asentara en ¨¦l la justificaci¨®n de sus complejos, pues nunca se recalcar¨¢ bastante que la maldici¨®n que cay¨® sobre la estirpe edipiniana se debi¨®, sobre todo, al car¨¢cter tir¨¢nico de Layo, padre de Edipo, y a su crimen de seducci¨®n que acarre¨® el suicidio de la joven. Tambi¨¦n en aquella ¨¦poca precristiana la bella Cleopatra, de hermosa nariz que cambi¨® la faz del universo, fue el resultado de doce generaciones incestuosas. De estos amores es la trama de muchos cuentos de Las mil y una noches, y si la moral del costalero los condenaba, ah¨ª estaba el Cor¨¢n para justificar y perdonar. En el Sura IV, An-Nisa (Las mujeres) dice, con efecto, literalmente el profeta: "No os ser¨¢ l¨ªcito calar con vuestras madres ni vuestras hijas, hermanas, t¨ªas, sobrinas, nodrizas, hermanas de leche, suegras, ni con las hijas de vuestras mujeres que ten¨ªais bajo vuestra diestra a menos que hubieseis cohabitado con sus madres". Pero, a rengl¨®n seguido, agrega: "Pero si la culpa se hubiera cometido ya, ciertamente Al¨¢ es piadoso y apiadable". Cansinos Assens, cuando preludia la oncena noche, no llega a explicar la prohibici¨®n de conocer b¨ªblicamente a la suegra. Pero no viene esto al caso, lo nuestro es que Shakespeare, en Cuento de invierno; Racine, en Fedra; el tambi¨¦n elisabethiano John Ford, en L¨¢stima que sea tan puta; Diderot, que aseguraba que "el incesto no hiere en absoluto a la naturaleza"; Chateaubriand, para quien "todo amor verdadero es incestuoso", o Restif de la Bretonne, "casarse con su hija representa el ideal amoroso", dec¨ªa, sin que me olvide de las catorce generaciones sucesivas e incestuosas -hermano-hermana- de la dinast¨ªa inca, en la que no se dio un solo caso?de jefe m¨¢s ni menos monstruoso que los de Estado de ahora.
Todo esto, a m¨¢s de las incontables pel¨ªculas que ¨²ltimamente explotan este terna (Mi hermana, amor m¨ªo, La hija pr¨®diga ... ), as¨ª como un gran art¨ªculo mesurado, como es siempre el peri¨®dico Le Monde en que sali¨®, o la ¨²ltima novela de Marguerit Yourcenar, Ana Sorror, no har¨¢n tanto para poner el incesto al alcance de las familias como la asociaci¨®n americana cuya finalidad es esa. No acepta ni defiende los casos incontables de violaci¨®n de padres a hijas, denominados por esta asociaci¨®n "incestos abusivos" y yo llamar¨ªa criminales; lo que tratan de conseguir es la aceptaci¨®n de las relaciones endog¨¢micas "por consentimiento", que yo dir¨ªa convencimiento. Entre los heraldos de esta nueva causa figura Wardel Pomeroy, coautor del c¨¦lebre informe Kinsey: "Va siendo hora de reconocer que el incesto no es necesariamente una perversi¨®n o una forma de enfermedad mental, y que a veces puede resultar ben¨¦fico".
Foucault, L¨¦vy Strauss, Havealock Ellis y m¨¢s hombres cuya mera citaci¨®n ser¨ªa fastidiosa trataron de justificar la necesidad que tiene la sociedad de prohibir el incesto. S¨®lo me tienta, aqu¨ª la explicaci¨®n que le dio un anciano de la tribu Arapech, en el Pac¨ªfico, a Margaret Mead: "?Que me case con mi hermana? ?Est¨¢ usted loca? No tendr¨ªa cu?ado. ?No comprende que si me caso con la hermana de otro hombre, y si otro hombre se casa con la m¨ªa tendr¨¦, al menos, dos cu?ados? Y si no, ?con qui¨¦n labrar¨ªa el campo, con qui¨¦n ir¨ªa de caza, con qui¨¦n hablar¨ªa?".
Yo recuerdo aquella mercer¨ªa de Los Dos Hermanos que hab¨ªa en Irimi¨¢. Eran var¨®n y hembra. El emigrar¨ªa de muy joven a Argentina y, al volver, al cabo de los a?os, se encontr¨® hecha ya una mocita y con la pubertad vencida a la criatura que hab¨ªa dejado en pa?ales. Pasaron apuros idiom¨¢ticos a lo primero, pues ella hablaba la lengua de nuestra tierra y el espa?ol de ultramar. Pero aun as¨ª se hubieran entendido en lo corriente; lo peor es que el cubano (all¨ª llamamos cubanos a todos los que emigraron a las Am¨¦ricas, aunque fuera a Argentina) desconoc¨ªa las frases hechas, las circunlocuciones que impiden llamar a las cosas por su nombre. Las sab¨ªa en argentino,.a menos que fuese en lunfardo, y le dec¨ªa a su hermana: "Me la est¨¢s haciendo parar", o "No me hagas eso porque me salgo de la vaina", lo que resultaba chino canton¨¦s para ella. Hasta que retozaron un d¨ªa de carnaval en el pajar de la casa. Ella iba de Eugenia de Montijo y ¨¦l de gaucho pampero, que tambi¨¦n es que son atuendos muy aguijoneadores, la verdad. Parece como si, disfrazados, resultase m¨¢s f¨¢cil, que no se conocieran ni por parte de padre ni por parte de madre; estaban puros sus corazones; por eso hablaron sus lenguas de lo que guardaban sus interiores y al gaucho le sali¨® con toda naturalidad decirle: "Se me est¨¢ subiendo esto, vieja; tenemos que bajarlo"; lo asi¨® su hermana y, por la premura, se lo abati¨® de seguida con muchos rendib¨²es, que la habilidad es un don que Dios otorga a quien quiere. Y desde aqu¨¦lla, como ¨¦l manda, emprendieron vida mar¨ªtim¨¢, que dec¨ªan en el pueblo por envidia criticona, y montaron la referida mercer¨ªa.
La Carretera -llaman, a¨²n hoy, as¨ª a la calle principal; sus primeros pobladores no tuvieron imaginaci¨®n ni vagar para denominarla de otro modo, y el de general¨ªsimo Franco puesto por las autoridades no lleg¨® a cuajar- rechist¨® al principio, pues mucho priscilianismo, pero un incesto, tan cercano era malo de tragar.
Pese a todo, la tienda cobr¨® fama y clientela al traer, la primera en toda la provincia, medias de cristal. Y cuando instalaron una m¨¢quina el¨¦ctrica de coger puntos y empezaron a vender prendas de nailon, los dos hermanos dieron por ganada la batalla de los murmureos.
Y nunca hubo nada que decir de ellos; nadie hubo m¨¢s sufrido que aquella pareja ni m¨¢s extremados en punto a ayunos y rezos y mortificaciones y piadosos excesos.
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