Albert Camus a?os 21 despu¨¦s
El 4 de enero de 1960, en Petit-Villeblevin, entre Par¨ªs y Champigny, muri¨® un hombre en un accidente automovil¨ªstico. Ten¨ªa 47 a?os y hubiera querido escribir una novela o un ensayo o una obra de teatro tan s¨®lo con diez palabras: mundo, dolor, tierra, madre, hombres, desierto, honor, miseria, verano y mar.A veinti¨²n a?os de su muerte, el mundo ha experimentado urgentes y sucesivas transformaciones, pero millones de j¨®venes todav¨ªa mantienen la vieja consigna. Ni Marx ni jes¨²s: Camus.
?Es posible definir a un hombre? Para sus exegetas, Camus fue un santo que no tuvo acceso a Dios; no un ateo, sino un antide¨ªsta. Yo me inclino m¨¢s hacia la palabra justo, pues era un pensador en constante pelea contra la maldad, contra la injusticia que ahoga el mundo. Un hombre incorruptible con el coraz¨®n rajado por tanto rencor y desamor y odio y, en definitiva, por todas esas injusticias de los hombres con los hombres.
En los campamentos hippies del sur de Francia la consigna se extendi¨® de boca en boca con inusitada rapidez. Ni Marx ni Jes¨²s: Camus. En julio de 1971 cientos de miles de j¨®venes marginados y antidogm¨¢ticos levantaron esa bandera invocando, no por casualidad, el hombre de quien preconizaba el absurdo.
El extranjero - 1.650.000 ejemplares vendidos en Francia tan s¨®lo en ese a?o- se convirti¨® en el libro de cabecera de una juventud ansiosa de replantearse todos los presupuestos ideol¨®gicos que hasta esa fecha estaban socavando sus decisiones. Medio mill¨®n de hippies franceses se envanec¨ªan con sus frases pintadas en las fachadas; otro medio mill¨®n se enorgullec¨ªa por sus textos escritos con premura en los cuartos de ba?o. De pronto lleg¨® Camus, y con una frase les oblig¨® a pensar: ?No supeditar la vida a un gesto heroico. Morir, simplemente, por la verdad?. Una frase que masculla Mersault, el protagonista de El extranjero, argelino tambi¨¦n, como Camus, y h¨¦roe humano que los marginados estar¨¢n buscando con desesperaci¨®n.La elecci¨®n es consecuente: Mersault jam¨¢s sostiene una relaci¨®n amistosa en profundidad, no tiene ning¨²n amigo, sino tan s¨®lo conocidos; la muerte de la madre no le produce la menor pena; las mujeres aparecen y se evaporan de su vida, pasan por su lado, pero no las ama; en la playa, sin ning¨²n motivo, mata a un ¨¢rabe, pero no experimenta sensaci¨®n alguna de culpa. La acusaci¨®n presenta a Mersault como la escoria de la humanidad, un monstruo que debe desaparecer, una bestia, un criminal nato; Mersault tiene que morir. Pero el enfoque de Camus es otro; Mersault es, ni m¨¢s ni menos, un hombre conocedor de que la existencia le ha sido impuesta. Camus le hace decir: ??Para qu¨¦ luchar por ella, si no la deseo??. Los hippies, aun antes de serlo, ya desde el principio de los siglos estaban esperando esa frase.
Diez sustantivos. predilectos
Como una burla del destino, Camus es la perfecta representaci¨®n qu¨¦ en alguna medida sintetiza la sociedad capitalista: el esfuerzo individual coronado por el ¨¦xito. ?No es casi un milagro que un ni?o tuberculoso, t¨ªmido, nacido en un miserable barrio de Argel, hu¨¦rfano de padre, alcance el Premio Nobel de Literatura? Hijo del pe¨®n tonelero Lucien Camus, muerto en el frente del Marne cuando Albert tiene un a?o, y de Catalina Sint¨¦s, de ascendencia espa?ola, sirvienta por horas y analfabeta, la infancia argelina de Camus transcurre en la miserable vivienda de un hermano paterno, el t¨ªo Acault, carnicero, violento. -?Si alguien quiere meterle a Albert ideas librescas en la cabeza morir¨¢ abrasado por mi fusil?Una ni?ez que, incomprensiblemente, Camus recuerda como en ?la proximidad de los dioses?. Presumo que es aqu¨ª, en la infancia, cuando hacen aparici¨®n algunos de los diez sustantivos predilectos de Camus: madre, verano, dolor, miseria, mar. Pero a Mersault el mundo exterior le es indiferente; la naturaleza, tambi¨¦n. Respira, camina, come, se acuesta con una mujer; en resumen, vive, pero vivir carece de importancia. Tan s¨®lo muriendo se consigue la libertad, es decir, el absurdo por excelencia.
La existencia de Dios -o su no existencia- no es para Camus un problema capital. ?Si el hombre es libre?, afirma, ?debe escoger sus propios valores, no los que le dicta una instituci¨®n religiosa, una comunidad, un sentimiento colectivo?.
Los nuevos extranjeros -los mismos que entronizaban a Camus-Mersault- se preguntaban: ?hacia d¨®nde nos est¨¢ conduciendo este nihilismo camusiano? Puesto que para ser aut¨¦ntico necesariamente se deb¨ªa morir, el interrogante era pertinente. ?El universo es cruel, implacable, monstruoso, tanto para los inocentes como para los criminales. Adaptarse al sistema consiste en aceptar negligentemente esa realidad, someterse a ella, depender de la criminalidad de los otros, de la crueldad de los hombres que no dudan en matar o da?ar porque son, en s¨ª, asesinos. Si eso es vivir, prefiero la muerte, prefiero la liberaci¨®n de la muerte, y mi lucha, mi revoluci¨®n, ser¨¢ esa: morir para ser verdadero?.
Cuando en el a?o 1939 Camus llega por primera vez a Par¨ªs, est¨¢ dejando atr¨¢s en Argelia una carrera period¨ªstica con chirriantes denuncias sobre la condici¨®n social de su pueblo. La situaci¨®n sanitaria, la vivienda, los salarios, eran descritos por Camus como ?catastr¨®ficos?, y por ello las autoridades militares del protectorado le aconsejaron, con buenos modos, el inmediato abandono de Argel; ?s¨®lo temporalmente?, aclararon.
En la vieja maleta, disimulada en tre la ropa, llevaba el manuscrito corregido de El extranjero, que editar¨ªa Gallimard en 1942; tambi¨¦n viajaba la copia mecanografiada de La muerte feliz y el recuerdo de Caligula.
El extranjero es un triunfo. La cr¨ªtica, en general, le apoya y la vanguardia existencialista, en particular, le aclama. Son a?os de amistad, reuniones, compa?erismo; flanqueado por Sartre y Simone de Beauvoir, Camus es exhibido en todos los cen¨¢culos casi como una propiedad de la pareja; el agudo olfato de Sartre ha percibido el talento y no est¨¢ dispuesto a que se lo arrebaten. Merleau-Ponty, Charles Dullin y, en especial, Mar¨ªa Casares y G¨¦rard Philipe componen el c¨ªrculo de los ¨ªntimos. Escribe los editoriales del diario Combat, pero contin¨²a hura?o, distante, como un hidalgo que se niega a hablar con la plebe, pues teme ofenderla. G¨¦rard Philipe organiza en su casa una peque?a reuni¨®n, y Camus baila con una invitada; todos se miran asombrados, y uno de los asistentes le dice a Mar¨ªa Casares: ? ?Qu¨¦ estoy viendo! ?As¨ª que tambi¨¦n es alegre??. Cuando el c¨ªrculo se cerr¨®, despu¨¦s deveinte a?os, de las antiguas amistades s¨®lo quedar¨ªan dos: Mar¨ªa y Philipe.
Sartre, en Les temps modernes, se enzarza en una agria pelea de la que Camus, con su ?desmesura mediterr¨¢nea?, queda triste y destrozado. ?He perdido la alegr¨ªa de vivir?, conf¨ªa a Mar¨ªa Casares, mientras Sartre sale del lance muy poco afectado, al menos en apariencia: ?Tiene Camus un lado de golfillo de Argel, p¨ªcaro, divertido?. Pero a su muerte escribi¨® Sartre el,m¨¢s hermoso elogio f¨²nebre. S¨ª, Sartre y Camus se hab¨ªan disputado. Pero ?qu¨¦ era en realidad una disputa? Otra manera de vivir juntos.
Siempre se hace un distingo con Camus. En un lado de la valla se coloca al creador, al artista, al escritor; en el otro, al hombre pol¨ªtico. En el primero se alude a la concisi¨®n de su lenguaje, a una escritura que puede ser considerada como una de las mejores de Francia en lo que va de siglo, a la autenticidad de sus prop¨®sitos e incluso al indiscutible encanto mediterr¨¢neo para formular los planteamientos, tanto en el drama como en la novela, siempre all¨¢ donde la libertad se coloque por encima de la raz¨®n. En cambio, el pol¨ªtico -aunque ¨¦l, en rigor, nunca lo fue-, imant¨® todos los insultos, todos los reproches adjudicables a quien, siendo escritor, no quiere confundir el aut¨¦ntico sentido de la lucha entre los hombres y por ello no tiene m¨¢s remedio que elevar los conflictos al plano metaf¨ªsico, algo dif¨ªcil de entender y tolerar. Camus quer¨ªa que todos los seres fueran enteramente libres y lo intent¨® a su manera. ? Si los hombres est¨¢n solos en un mundo hostil, deben unir sus desgracias comunes, cada individuo debe servir al pr¨®jimo hasta el sacrificio de s¨ª mismo?.
Una muerte arbitraria
Es una cruel iron¨ªa que el autor de La peste haya escrito alguna vez: ?Las potencialidades del hombre se diluyen injustamente en una muerte arbitraria?. Un absurdo accidente impidi¨® la temida desintegraci¨®n f¨ªsica con la est¨²pida muerte de un hombre todav¨ªa joven. Como el hippie Maurice Dermont, como S¨ªsifo, como Mersault, Albert Camus no pudo alcanzar esa peque?a compensaci¨®n que ansiaba para s¨ª el protagonista de El extranjero antes de que se consumara el injusto y arbitrario acto final: ?Para sentirme menos solo, ten¨ªa la esperanza de que el d¨ªa de mi ejecuci¨®n habr¨ªa una multitud feroz de espectadores aullando insultos contra m¨ª?. Ning¨²n espectador en este absurdo accidente automovil¨ªstico del que sale con el cr¨¢neo fraeturado y el cuello roto. ?No conozco nada m¨¢s idiota que morir en un accidente de coche?, hab¨ªa dicho a Mar¨ªa Casares pocos meses antes.
Tan s¨®lo ¨¦l y la muerte. Tan s¨®lo ¨¦l y Michel Gallimard, conductor del Facel Vega, con su mujer Jeanine y su hija Anne, Anuchska, como la llamaba Camus. Tan s¨®lo ¨¦l y la soledad. En el fondo se nace solo y se muere solo. Siempre estamos solos en los grandes acontecimientos de nuestra vida.
En Tipasa, en Argelia, existe una piedra fenicia tumbal, muy antigua, donde, pese a su mutilaci¨®n, pueden descifrarse todav¨ªa estas palabras:
?Ahora ya s¨¦ lo que es la gloria. Es el derecho a amar sin medida.
Albert Camus?.
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