Las viejas
Hay u?a entra?abilidad de la estad¨ªstica, que es la estad¨ªstica fin-de-a?o, por la que nos hemos enterado en este de que 16.000 ancianas viven solas en el madrile?o distrito de Salamanca. Ay de las viejas.Ahora que se aprovecha la cataclism¨¢tica aproximaci¨®n del calendario y de Reagan/Breznev al a?o 2000 para hacer en los peri¨®dicos milenarismo de la hora del cierre, ocurre que a uno le t¨ªae bastante flojo el futuro y la ruta espacial/jacobea de los misiles (al fin y al cabo, Galicia est¨¢ en el Atl¨¢ntico y Santiago podr¨ªa ser ap¨®stol/patr¨®n de la OTAN con m¨¢s derechos que Haig). Ocurre que uno, mejor que contar marcianos o cabezas at¨®micas o renta por cabeza, de un lado, y piojos por cabeza, del otro (el otro lado siempre es Laos), uno, digo, prefiere contar ancianas de olases pasivas que han hecho de su forzada pasividad una clase. O que, al menos, la llevan con cierta clase. En el citado distrito municipal hay m ¨¢s de 35.000 personas mayores de 65 a?os. En su mayor¨ªa son viejas, porque el hombre y m¨¢s el viejo, es animal ef¨ªmero, mientras que las viejas, mis queridas, mis entra?ables viejas -?las viejas respiran por sus encajes?, escrib¨ªa el primer Aleixandre-, han visto pasar, como reinas madres o madres porteras de ese barrio, al general Serrano a caballo, por el perfil del liberalismo, a don Francisco de Goya en calesa, camino de alguna becerrada pict¨®rica con marquesas, sorbetes y rosol¨ªes, a Padilla, Bravo y Maldonado, en espectro, de vuelta del pat¨ªbulo, m¨¢s el coche con alas de fuego de Carrero Blanco.
?Y qu¨¦ hacemos, qu¨¦ hace nadie por el enlutado Laos de nuestras viejas? Ellas no hicieron la una guerra, sino que enviaron a ella un hijo y les devolvieron un cad¨¢ver, o empe?aron unas arracadas volviendo a casa como desorejadas, como si el tasador les hubiese co rtado las orejas. La Juvenalia de la vejez est¨¢ todas las tardes en las cafeter¨ªas del barrio, de cualquier barrio, envenen¨¢ndose dulc¨ªsimamente con la tartita de nata o el bicarbonato del suicidio. Ni el Ministerio de Cultura, ni la cultura off/ ministerial, ni la sociedad y las familias, que teorizan a gritos sobre su tierra y sus muertos, sin haber le¨ªdo a Maurr¨¢s, se acuerdan nunca para nada de la vieja que tienen en la cuadr¨ªcula de la estad¨ªstica, como en el hospital de los n¨²meros. La vieja, a no ser que vaya a dejarnos unas buenas hect¨¢reas de futuro, no es sino un copo de sombra que se muere poco a poco, estorbando mucho. Los viejos tambi¨¦n, claro, pero siempre genera m¨¢s prosa la vieja, porque en ella ve el cronista la n¨ªfia invisible que fue, la muchacha alfonsina o republicana. Me lo dec¨ªa la otra noche Ra¨²l del Pozo:
-Las duquesas de nuestra juventud, Umbral, son ya tan viejas como las de Goya.
Casi el 20% de nuestra poblaci¨®n madrile?a es senil y solitaria. Quiere,decirse que apoyamos todo nuestro futurismo b¨¦lico, espacial y tecnocr¨¢tico en un quicio de sombra que adem¨¢s es femenino en proporci¨®n abrumadora.
Otros barrios, he dicho. En Guindalera y Fuente del Berro hay ancianas de ochenta a?os con 4.000 pesetas de pensi¨®n al mes. L¨¢j¨²venilidad estelar y jactanciosa que nos comunica ya la cercan¨ªa del 2000 no es sino la necedad del olvido en su forma c¨®smica. Mientras vuelan mundos y misiles, uno se queda aqu¨ª, aterido de vejez vecinal, al abrigo de estas viejas ¨¢lgidas, al calor de su fr¨ªo. Abuelas victimarias del siglo: ese nieto que sali¨® cruel, tolondr¨®n, yi las caza todos los d¨ªas en el paso de cebra.
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