En la muerte del capit¨¢n Sanch¨ªs Guarner
Van 44 a?os transcurridos desde que hable por ¨²ltima vez con Manuel Sanch¨ªs Guarner. No recuerdo exactamente el d¨ªa, pero debi¨® ser a ra¨ªz de la batalla de Brunete. Era entonces el fil¨®logo levantino capit¨¢n de Artiller¨ªa del Ej¨¦rcito Popular. No hab¨ªa intervenido directamente en la batalla, si mi memoria permanece fiel a los hechos, pues la bater¨ªa que mandaba Sanch¨ªs desde meses; antes segu¨ªa guarneciendo el frente de El Escorial y cubriendo el flanco derecho de la operaci¨®n ofensiva del Ej¨¦rcito mandado por el general Miaja.
Hab¨ªa conocido a Sanch¨ªs Guarner unos diez meses antes, cuando las tropas de Franco se acercaban irresistible, inconteniblemente, a Madrid y los sindicatos movilizaban a sus afiliados para contribuir a la resistencia de ?la ciudad de los m¨¢s turbios siniestros presentidos? (en premonitorio verso de Alberti). Los miembros de la Federaci¨®n de Trabajadores de la Ense?anza (FETE), sindicato de UGT, hab¨ªamos sido convocados en su sede del palacio del duque de Terranova, en Recoletos, para integrarnos en alguna de las unidades que estaba organizando el Quinto Regimiento de Milicias Populares. Se constituy¨® all¨ª el Batall¨®n F¨¦lix Barzana, formado por miembros de la FETE, al que se le hab¨ªa puesto el nombre del maestro comunista, muerto heroicamente hac¨ªa pocos d¨ªas, cuando ya mandaba uno de los batallone que compon¨ªan la columna de L¨ªster.Nuestro batall¨®n era, en principio, intelectualmente, aunque todav¨ªa no lo fuese militarmente, de elite. Lo constitu¨ªan catedr¨¢ticos de universidad y de instituto, inspectores de primera ense?anza, profesores, maestros y bedeles. En poco tiempo ocuparon su mando dos o tres profesores comunistas con relativa veteran¨ªa como combatientes, dado que la guerra apenas contaba un trimestre. M¨¢s renombre pose¨ªa el comisario del batall¨®n, pues era nada menos que el director general de Primera Ense?anza; un maestro asturiano, estudiante de Filosof¨ªa y Letras en la irrepetible facultad de la central, llamado C¨¦sar Lombard¨ªa, que fuera elevado por su camarada de partido Jes¨²s Hern¨¢ndez, el ministro de Instrucci¨®n P¨²blica y Bellas Artes en el Gobierno Largo Caballero, a aquel importante puesto.
Recibimos instrucci¨®n te¨®rica los milicianos del Batall¨®n F¨¦lix Barzana, como parec¨ªa l¨®gico dada su composici¨®n, en los locales del Museo Pedag¨®gico y de la antigua Escuela Superior del Magisterio, en el paseo de la Castellana. O sea, en el mismo edificio que hoy ocupa el Centro Superior de Estudios de la Defensa (CESEDEN).
Entre los flamantes artilleros del batall¨®n fueron designados los oficiales que hab¨ªan de instruirnos o mandarnos. Se escogieron a los que, dentro del servicio militar, hab¨ªan sido oficiales de complemento. Para capit¨¢n fue nombrado Federico Bonet Marco, catedr¨¢tico de Ciencias Naturales y director del Instituto Nebrija, de Chamart¨ªn de la Rosa, y profesor tambi¨¦n de la Escuela de Veterinaria. Los puestos de tenientes fueron ocupados, me parece, por Armis¨¦n, un Ilustre ingeniero, a quien pronto le encargar¨ªan de organizar y regir la industria de aparatos ¨®pticos (tel¨¦metros, anteojos de antena, etc¨¦tera) que no tardar¨ªan en improvisarse en el Madrid sitiado; por Marcelo Mart¨ªn, bon¨ªsimo maestro pontevedr¨¦s, que ven¨ªa compartiendo nuestra suerte de becario desde Santander, y por Manuel Sanch¨ªs Guarner, aventajado disc¨ªpulo y ayudante de Navarro Tom¨¢s, en la secci¨®n de ling¨¹¨ªstica del Centro de Estudios Hist¨®ricos, dirigido por Men¨¦ndez Pidal.
La instrucci¨®n te¨®rica que recib¨ªamos de aquellos profesores convertidos en oficiales, aunque era acelerada por la urgencia del momento, ven¨ªa a ser m¨¢s propia de una academia militar que para la simple formaci¨®n de unos artilleros de segunda. Adem¨¢s, un disc¨ªpulo de Torner nos ense?aba himnos patri¨®ticos y revolucionarios. Yo desafinaba involuntariamente cuando se coreaban, entre otras canciones, Asturias, patria querida, Joven Guardia y Compa?¨ªas de acero.
Esperaba el batall¨®n a que se le dotase de armamento, pues ¨¦ste no sobraba y el mando prefer¨ªa entreg¨¢rselo, con cierta raz¨®n, a unidades menos intelectuales, cuyo valor f¨ªsico supon¨ªa superior. El dramatismo de aquellos ¨²ltimos d¨ªas de octubre y primeros de noviembre de 1936 estremec¨ªa a los que, a la vez, ¨¦ramos actores y espectadores. La batalla a¨¦rea se lidiaba sobre nosotros, en el cielo de la afamada villa de las siete estrellas. Una de aquellas tardes cay¨® a pocos metros de donde marc¨¢bamos el paso un piloto ruso, lanzado en paraca¨ªdas, tras ser derribado su caza, un mosca, por un trimotor italiano al que se propon¨ªa interceptar. Cuando ya est¨¢bamos a punto de tomar las armas nos revist¨® una tarde el ministro Jes¨²s Hern¨¢ndez, sin descender del Studebaker presidente. Tras sus gafas de cadeneta, los ojos vivaces de Jes¨²s se fueron posando en las nutridas filas de los selectos milicianos, en las cuales el rector Gaos, como un futuro combatiente m¨¢s le rend¨ªa honores.
Al llegar, el 7 de noviembre, la Brigada Internacional a Madrid para defender al ?rompeolas de las 49 provinciales espa?olas? frente a las huestes de Franco que alcanzaban esa misma jornada la Ciudad Universitaria, los cuadros -oficiales y sargentos- de nuestra bater¨ªa de la FETE fueron incorporados a la artiller¨ªa de aquella brigada; para hacerse cargo del mando de tina pintoresca bater¨ªa hispano-italiana, con dos piezas servidas por soldados del antiguo regimiento de artiller¨ªa a caballo y otra pieza por italianos exiliados, todos ellos muy serios y disciplinados, salvo un siciliano, de corte mafioso, que hac¨ªa excelentes migas con Pichi, un simp¨¢tico chul¨¢ngano de Lavapi¨¦s. Del mando directo de tales m¨ªlites se ocup¨® el teniente Sanch¨ªs, quien continu¨® teniendo a sus ¨®rdenes a dichos soldados espa?oles hasta casi el final de la guerra.
Aquella bater¨ªa hispano-italiana formaba parte del grupo artillero de apoyo directo a la Brigada Internacional, constituido adem¨¢s por una bater¨ªa alemana-checoslovaca y otra franco-belga. El personal de esta ¨²ltima estaba compuesto mayoritariamente por artistas parisienses, quienes hab¨ªan adquirido ellos mismos los ca?ones que serv¨ªan. Mandaba el grupo un teniente coronel mejicano, apodado Horita, que dif¨ªcilmente se entend¨ªa en aquella torre de Babel. Mas nuestro capit¨¢n Bonet llevaba consigo a Jes¨²s Prados Arrarte, que aquel mismo a?o, hab¨ªa ganado la c¨¢tedra de Econom¨ªa y Hacienda en la Universidad de Santiago. Prados, ahora acad¨¦mico de la Real de la Lengua, era ya un pol¨ªglota consumado. Horita, al saberlo, le nombr¨® su ayudante para poder comunicarse con aquella Ginebra en miniatura que era su grupo. Pero el teniente coronel mejicano ten¨ªa una miliciana de secretaria tan guapa y castiza como ¨¦l era de feo y esmirriado. Sin raz¨®n, Horita tuvo celos de Jes¨²s Prados y una mala tarde intent¨® balearlo sin ¨¦xito. El joven y apuesto catedr¨¢tico, al sentir rozando los disparos, mont¨® en una moto y no par¨® hasta el cuartel general de Kleber, donde inform¨® al general jefe de la Internacional de lo que acababa de ocurrir. Kleber destituy¨® inmediatamente al mexicano y design¨® a Federico Ronet para sustituirle. En cuanto a Prados Arrarte, al conocer Kleber las excepcionales condiciones que le adornaban, le conserv¨® con ¨¦l de ayudante e int¨¦rprete; elev¨¢ndole m¨¢s tarde a la jefatura de su Estado Mayor, cuando se le encomend¨® el mando de cierta unidad, precursora de las panzer-divisi¨®n.
Entonces, d¨ªa m¨¢s o menos, nos incorporamos a la bater¨ªa de la Internacional los artilleros de la FETE, que hab¨ªamos hecho mientras tanto nuestro bautismo de fuego en las angostas trincheras del barrio de Usera. Pasamos la Navidad con la bater¨ªa emplazada en el hip¨®dromo de la Zarzuela. La voz asaz, chillona, de Sanch¨ªs Guarner -que mandaba las piezas mientras Bonet y Marcelo dirig¨ªan el fuego desde el puesto de observaci¨®n- sonaba agrandada por el inmenso eco que produc¨ªa aquella modern¨ªsima edificaci¨®n de cemento armado, orgullo entonces de la nueva arquitectura espa?ola. Los modestos ca?onazos del 7,5 casi romp¨ªan los o¨ªdos, como si fuesen disparos del 42, de aquel hist¨®rico ca?¨®n que llevara el nombre de Berta Krupp. Bajo la atrevid¨ªsima estructura de la tribuna del hip¨®dromo transcurri¨® la primera Nochebuena de guerra, aliviando con recio co?¨¢ manchego a Manuel Sanch¨ªs y a los dem¨¢s profesores metidos a guerreros, la crudeza del invierno m¨¢s sangriento de Espa?a. Disimulando la general a?oranza de la familia lejana y la singular desilusi¨®n por los estudios olvidados, las investigaciones interrumpidas, la c¨¢tedra abandonada...
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