Daltonismo en la Iglesia cat¨®lica
La tragedia de Polonia ha puesto al descubierto las posibilidades que la religi¨®n -concretamente, el cristianismo- tiene de luchar con bastante eficacia contra las situaciones, opresivas de los Estados y las violaciones p¨²blicas de los derechos humanos. La actitud de la Iglesia cat¨®lica en Polonia es, desde este punto de vista, ejemplar; y si, por casualidad, sus gestiones no obtuvieran todos los resultados apetecidos, siempre podr¨ªamos decir que su equivocaci¨®n habr¨ªa sido evang¨¦lica: era una equivocaci¨®n a favor del hombre.
En este sentido, la atenci¨®n de Juan Pablo II a los avatares de los acontecimientos polacos no puede ser tildada, sin m¨¢s, de injerencia en lo que no le concierne, porque si un Papa no se pone en vilo cuando todo un pueblo es pisoteado, ?para qu¨¦ le sirve ser sucesor de san Pedro y primera Figura de una Iglesia que se pretende depositaria del Evangelio?
Sin embargo, los cat¨®licos de la periferia nos preguntamos si nuestros pastores padecen quiz¨¢ una especie de daltonismo prof¨¦tico; o sea, para ellos solamente ser¨ªa apremiante acudir al socorro y ayuda de colectivos cat¨®licos que sufren privaci¨®n de derechos u opresi¨®n por parte de dirigentes ateos o, al menos, no cristianos. Si no, ?c¨®mo se explica la evidente desproporci¨®n en la denuncia de nuestros pastores -nacionales y vaticanos- con respecto a las tragedias horrorosas de El Salvador, Honduras, Bolivia, Guatemala, Chile, Argentina, Brasil, donde se conculcan impunemente los m¨¢s elementales derechos humanos? ?Ser¨¢ quiz¨¢ porque los dirigentes de estos pueblos se llaman a s¨ª mismos cat¨®licos y la Iglesia espera que un d¨ªa u otro se arrepientan de sus pecados, impulsados por los solos remordimientos de su conciencia?
Afortunadamente, para que no se pierda la especie, hasta en el propio Estados Unidos hay voces prof¨¦ticas que desde la propia jerarqu¨ªa cat¨®lica denuncian valientemente el enorme pecado del coloso occidental, que jura su cargo sobre los Evangelios y ostenta como insignia nacional esta c¨ªnica inscripci¨®n: In God we trust ("En Dios confiamos"). Me refiero a monse?or Reymond Hunthousen, arzobispo cat¨®lico de Seattle, que, en una reciente pastoral, acaba de decir cosas tan gordas como estas: en vista de que un n¨²mero considerable de personas del Estado de Washington se niega a pagar el 50% de sus impuestos, como signo de resistencia no violenta al martirio y suicidio nucleares, "pienso", dice el arzobismo, "que la ense?anza de Jes¨²s nos exige darle a un C¨¦sar cargado de armas nucleares lo que merece: el rechazo de los impuestos, y empezar a darle s¨®lo a Dios la confianza que ahora ponemos, a trav¨¦s de los d¨®lares de nuestros impuestos, en una forma demon¨ªaca de poder. Algunos llamar¨ªan desobediencia civil lo que os sugiero hacer. Yo prefiero llamarla obediencia a Dios".
El arzobispo norteamericano insiste todav¨ªa m¨¢s: "Algunos me dicen que el desarme unilateral frente al comunismo ateo es insensato. Yo creo que el armamento nuclear, donde quiera se ubique, es lo que es ateo, y todo lo que se quiera menos, sensato"
En los viajes que el papa Juan Pablo II hizo por Africa y Am¨¦rica Latina, los periodistas cat¨®licos que le acompa?aron vieron, con desencanto, que la voz del Papa estaba falta de aquel soplo prof¨¦tico que todos esperaban y que ya se estaba oyendo por aquellos espacios por boca de no pocos obispos, muchos misioneros y numerosos grupos de cristianos militantes. Una sola excepci¨®n podr¨ªa ser Brasil, donde la jerarqu¨ªa cat¨®lica, casi toda ella, est¨¢ realmente comprometida con las comunidades populares que proclaman un Evangelio tremendamente inc¨®modo a las autoridades y a los pr¨®ceres de la econom¨ªa de aquel inmenso Estado.
Sin embargo, es un hecho triste la comprobaci¨®n de la soledad en la que se ven muchos obispos, sacerdotes y religiosos, que luchan vigorosamente en aquellos espacios del Tercer Mundo y no cuentan con la solidaridad de los miembros de su Iglesia; a¨²n m¨¢s: a veces s¨®lo obtienen respuestas de recelo y de sospechas. La sombra de un posible marxismo -realmente ya fl¨¢ccido y decadente- parece asustar a los pastores de nuestras iglesias, sin pensar que en los momentos de emergencia un cristiano evang¨¦lico no ha de plantearse la cuesti¨®n de la impureza ritual que el contacto con esos supuestos fantasmas pueda hacerle contraer. Desgraciadamente, la reacci¨®n de muchos responsables de iglesias se parece mucho a la del sacerdote y del levita que bajaban de Jerusal¨¦n y Jeric¨® y, al ver un hombre medio muerto, se fueron a la acera de enfrente para no contraer la impureza ritual que el contacto con la muerte les pudiera acarrear.
Y, ci?¨¦ndonos a Espa?a, ?por qu¨¦ los elementos m¨¢s representativos de nuestra Iglesia cat¨®lica no se comprometen, al menos, con el mundo hispanoamericano, aunque no sea m¨¢s que por la vinculaci¨®n cultural y cultual que con ¨¦l nos une? ?Por qu¨¦ van a ser solamente las bases eclesiales y algunas voces -eso s¨ª, robustas- de nuestros te¨®logos las que se entremetan evang¨¦licamente, mal que les pese a los peque?os c¨¦sares -?tan cat¨®licos ellos!- y al Gran C¨¦sar de la Casa Blanca, que con guante del mismo color hace con sus sat¨¦lites quiz¨¢ cosas mucho peores que las que hace el Gran Zar de Mosc¨² con los suyos?
?Ser¨¢ que nuestra Iglesia cat¨®lica padece de daltonismo y s¨®lo embiste, como los protagonistas de nuestra fiesta nacional, contra los trapos de intenso color rojo?
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