Contra Edmundo Desnoes
La supuesta antolog¨ªa de literatura revolucionar¨ªa cubana confeccionada por Juan Edmundo P¨¦rez Desnoe (usando su alias de Edmundo Desnoes) y publicada ilegalmente en Estados Unidos es un libro antifonal: s¨®lo sirve para el coro de Castro. Tan intenso es su intento que ha contaminado la cr¨®nica de Mariano Aguirre, de EL PA?S de 13 de diciembre, propia para ingresar en el coro. Dije publicaci¨®n ilegal porque Edmundo Desnoes, viniendo de un pa¨ªs sinPasa a la p¨¢gina 12
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leyes, ha pirateado textos de Severo Sarduy, Calvert Casey, Reinaldo Arenas, Antonio Ben¨ªtei Rojo y Heberto Padilla, todos escritores en el exilio. Tambi¨¦n ha robado textos m¨ªos y ya le he inici¨¢do su correspondiente acci¨®n legal en EE UU por haber infringido all¨¢ mi copyright. Pero el libro no es execrable por su pirater¨ªa descarada, sino por el embozado prop¨®sito, a¨²n m¨¢s nocivo, de tratar de hacerlo pasar por una colecci¨®n variada, pero imparcial, de literatura cubana cu¨¢ndo no es m¨¢s que pura propaganda castrista encuadernada para consumo externo. De m¨¢s est¨¢ decir que ninguno de los autores exiliados acogidos en la antolog¨ªa pueden ser publicados o siquiera le¨ªdos en Cuba.
Desnoe ha completado ahora su c¨ªrculo exc¨¦ntrico. Primero fue un emigrado cubano, que viv¨ªa en Nueva York en 1956, cuando sol¨ªa declarar que hab¨ªa, nacido en Jamaica, pero siempre se cuidaba de advertir de padres blancos, tal vez para evitar contaminaciones de la piel. Mientras trataba de insertarse en la corriente literaria americana escribiendo en ingl¨¦s, usando el nombre de Eddy Desnoe, colaboraba en la revista Visi¨®n, ya entonces acusada de estar financiada por el State Department. Retom¨® luego su periplo como el fracasado fuera que regres¨® moh¨ªno pero tard¨ªo a la revoluci¨®n en 1960, y s¨®lo consigui¨® ser nombrado funcionario menor del Ministerio de Educaci¨®n -gracias a su suegro, exiliado republicano y conocido educador cubano-. Ya desde 1968 intentaba su fuga extra?a de la isla (conozco sus gestiones in¨²tiles cerca de la Universidad de Essex, entonces), para lograrla hace apenas dos a?os bajo condiciones que ¨¦l debe saber. Aunque casado con americana y profesor en EE UU, ahora se presenta no como exiliado, sino enmascarado de cubano que residefuera, actitud pol¨ªtica no lejos del zomb¨ª: de entre los muertos, un muerto viviente.
El cr¨ªtico Aguirre no tiene por qu¨¦ conocer esta biograf¨ªa de otro h¨¦roe de nuestro tiempo: despu¨¦s de todo, no aparece en la solapa. Pero esta antolog¨ªa debi¨® dejarle saber, como lector, que si ¨¦l puede localizar la posici¨®n del escritor cubano en un lugar "entre la utop¨ªa y el infierno", tal emplazamiento no es una opci¨®n precisa, sino visiones fabianas lucubradas en Espa?a y que, por supuesto, nada tienen que ver con la realidad cubana. En un momento de su cr¨®nica entusiasmado, Aguirre habla de partidos pol¨ªticos cubanos. As¨ª, en plural ?en un pa¨ªs totalitario! (Para una mejor informaci¨®n sobre c¨®mo opera el totalitarismo, le aconsejo ponerse en contacto con Lech Walesa en seguida.) Tampoco puede esquivar, el gastado clich¨¦ de comparar la Cuba anterior con Las Vegas, sin conocer, probablemente, Las Vegas, ciudad radiante, ni mucho menos haber conoc¨ªdo Cuba antes, esa "fiesta innombrable", como la cant¨® su admirado Lezama Lima, entonces. Aguirre permite comprobar, una vez m¨¢s, que los clich¨¦s pol¨ªticos de la izquierda literaria no por nuevos.dejan de ser menos torpes que los viejos clich¨¦s de la derecha, despu¨¦s de Kipling.
En Cuba, ahora parecer¨ªa innecesario decirlo, ya tan tarde en la noche antillana-, no hay otra alternativa que la adhesi¨®n vociferante, el silencio total o el exilio dif¨ªcil. Como lo ha demostrado recientemente C¨¦sar Leante, viejo comunista, revolucionario de siempre y escritor reducido a funcionario y obligado, finalmente, a escoger la defecci¨®n en Madrid. ?Es ¨¦ste un tercer destino pol¨ªtico?
A todas estas ordal¨ªas se ha sometido Desnoes tambi¨¦n, ?y qui¨¦n no? La diferencia con Leante es que Desnoes, fuera de juego, sigue haciendo el juego, aunque lo sabe sucio. No otra cosa es hacer m¨¦ritos pirateando textos ajenos y convirtiendo en escritores a fantasmas, como la difunta Celia S¨¢nchez, la difunta Haydee Santamar¨ªa, al difunto Ch¨¦ Guevara y al vivo Fidel Castro, primera figura, obligada en este elenco de escritores imaginarios. As¨ª paga su cuota de tinta al padrino, en propaganda. Pero igual paga el diablo: los trabajos de amor desganado que deforman esta antolog¨ªa la convierten, parafrase¨¢ndo a Paz, en un modelo para odiar. Pero su autor no se sentir¨¢ contrito. Al contrario, Edmundo Desnoes sabe hace rato, con Huxley y otros tantos de este siglo, que "si grande es la verdad, todav¨ªa mayor, desde el punto de vista pr¨¢ctico, es el silencio de la verdad"./
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