Indignaci¨®n en los alrededores de Do?ana
El art¨ªculo suscrito por Borja Cardel¨²s, aparecido recientemente en EL PA?S, da lugar a ¨¦ste. Redactado aqu¨¦l por el que -amablemente destituido- fuera presidente del Patronato de Do?ana, hace en cierto modo explicable que se haya ido del seguro, pero no lo es en personas de esmerada formaci¨®n y temple el uso de denuestros que lo hacen aparecer como hombre resentido y el m¨¢s vulgar de los que han escrito sobre el tema.No quiero abarcar las diversas facetas a las que alude en su texto. Deber¨¢n hacerlo quienes en otro orden de cosas se sientan tocados. Conste que no es porque aqu¨ª carezcamos de material informativo para responder a todas ellas, sino porque se apartan, con una excepci¨®n, de lo que una extens¨ªsima zona en particular y dos provincias en general piden y tendr¨¢n: la carretera interprovincial C¨¢diz-Huelva. Es decir, una igual a todas las que unen a las provincias con sus vecinas. Esa v¨ªa, de la que el firmante se permite decir: ?A¨²n siguen agazapados pero persistentes los defensores de la famosa y pol¨¦mica carretera costera C¨¢diz-Huelva?. ?A¨²n siguen tratando de enga?ar a toda una poblaci¨®n habl¨¢ndoles de salidas naturales, cuando en realidad ocultan torpes intentos urbanizadores?.
Lo expuesto es grave y propio dejuzgado de guardia y, al propio tiempo, exponente de las cotas que puede alcanzar la vanidad humana. Esa carretera se viene reiterando de modo intermitente desde 1934, y de ello hay constancia en todas las ¨¦pocas en diputaciones, ayuntamientos, etc¨¦tera, sin omitir las c¨¢maras de Comercio, Industria y Navegaci¨®n. En los primeros tiempos, a trav¨¦s de un camino denominado Camino Real de Sanl¨²car a Almonte, que atraviesa Do?ana. Camino que la reserva biol¨®gica del mismo nombre viene manipulando, dando as¨ª fe de sus procedimientos colonialistas. M¨¢s tarde, y a instancia del patronato entonces existente, por la costa. Esto previamente avalado por el director de aqu¨¦lla y, a la vez, conservador del parque nacional. Art¨ªfice tambi¨¦n de la creaci¨®n de ambas cosas.
En la actualidad son esas C¨¢maras de Comercio, asociaciones y confederaciones empresariales y el pueblo llano con miles de firmas -superaron a los votos de los partidos pol¨ªticos en las elecciones- quienes mantienen el fuego sagrado de esa necesidad.
El ef¨ªmero reinado en el patronato del se?or Cardel¨²s le debi¨® impedir leer el texto de la ley Do?ana, aunque dice que ?es buena?. En ella queda establecido que el parque ?es suelo no urbanizable?. Si la ley Do?ana ha pasado por delante de la retina del citado se?or, ?por qu¨¦ insiste en las urbanizaciones? Creemos estar en condiciones de explic¨¢rnoslo: es el ¨²nico basti¨®n que les queda a los salvadores de Do?ana para seguir haciendo hincapi¨¦ contra nuestra irrenunciable v¨ªa; y para ellos, mantenerlo siquiera sea para ganar tiempo en espera de un milagro que les haga salir airosos y, de paso, cubrir su objetivo es asunto, al parecer, de vida o muerte, y, seg¨²n opini¨®n generalizada, tambi¨¦n lo es para los escopeteros de fuste de m¨¢s all¨¢ de los Pirineos. En este aspecto -bien lo sabemos- huelgan las pantomimas. ?Qu¨¦ les importar¨¢ a ellos la forma en que se desenvuelve la vida de cientos de familias y si derivado del buen hacer de quienes intervienen en la regencia del coto se han quedado en la calle decenas de ¨¦stas, acogidas al comunitario de Sanl¨²car de Barrameda y, suponemos, de Almonte? ?Es acaso eso lo que pretende el Plan Rector de Uso y Gesti¨®n del Parque Nacional de Do?ana, que dictatorialmente pisotea los derechos humanos de su entorno? Por algo fue impugnado.
Ya no cabe, como antes, acusar a esa carretera de atentar contra las dunas y p¨¢jaros y ser alentadora de urbanizaciones. El p¨²blico visita Do?ana y, aunque en escasa cuant¨ªa, s¨ª ve y comprueba. Y l¨®gicamente hace el consiguiente comentario apenas sale de Do?ana, de ese parque nacional que todos queremos conservar racionalmente, no con pancartas seudoecologistas ni con colonialismos. Tampoco como medro de quienes lo intentan presentando a ese parque no como es, sino como quieren que sea, para justificar el tremendo desd¨¦n por la forma de vida de sus alrededores.
La ley Do?ana, en estas latitudes, no ha enga?ado a nadie. Tan previstos estaban desde aquel 28 de diciembre de 1978 sus resultados que se la bautiz¨® con el nombre de ley de los inocentes. Hac¨ªa falta poca imaginaci¨®n para no vaticinarlos. Hubiera sido mejor que la Administraci¨®n considerara a estos pueblos o ciudades como inundables para un pantano y con cuantiosas indemnizaciones por delante y proceder luego a legislar cuanto se estimase y con toda la fantas¨ªa. Para ello, no dudamos, hubiera podido contar con la ayuda econ¨®mica de los que dentro y fuera de nuestro pa¨ªs se declaran eso: salvadores de Do?ana. Sobre todo, habida cuenta de que ese espacio -?cu¨¢ntos miles de hect¨¢reas tendr¨¢ al final?-, seg¨²n el articulista, ?est¨¢ propuesto como lugar de patrimonio mundial?.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.