Yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia
Londres. Yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia. No quer¨ªa hacerlo porque el d¨ªa en que murieron siete trabajadores en una mina de Katowice murieron diecinueve personas en Guatemala y sus cad¨¢veres, para escarmiento de todos aquellos que a¨²n se atrevan a levantarse en armas contra la sangrienta dictadura centroamericana, fueron expuestos en las calles de la capital. La noticia apareci¨® perdida en los peri¨®dicos brit¨¢nicos y no figur¨® en ning¨²n noticiero de la radio o la televisi¨®n. En cambio, los mineros de Katowice, que fueron muertos despu¨¦s de atacar a los soldados polacos con hachas y barras de metal, ocuparon todos los titulares: se hab¨ªa cometido un crimen de lesa humanidad. Unos d¨ªas despu¨¦s, tambi¨¦n perdida en las p¨¢ginas interiores de varios peri¨®dicos, apareci¨® una breve noticia dando cuenta de una nueva ola de violencia posnavide?a en Guatemala, que dio como resultado m¨¢s de noventa muertos. Polonia segu¨ªa, como sigue, ocupando los titulares, y la crisis polaca colocaba al mundo al borde, si no de una guerra, s¨ª de la histeria. Europa condenaba la censura de noticias impuesta en Polonia, la Internacional Socialista denunciaba la "brutal represi¨®n de los derechos humanos" en ese pa¨ªs y, al mismo tiempo que el Gobierno de Reagan exhortaba a la Comunidad Econ¨®mica Europea a imponer sanciones econ¨®micas contra la dictadura militar polaca, los instaba a abandonar las sanciones vigentes contra la dictadura militar turca.Polonia volv¨ªa a sufrir una agon¨ªa rom¨¢ntica, a cubrirse de la gloria mesi¨¢nica de la cual la rodearon sus insignes poetas, como Adam Mickiewicz y otros de sus hijos ilustres, como Federico Chopin. Polonia volv¨ªa a ser "El Cristo de las Naciones", el pa¨ªs "destinado a sufrir en aras de la salvaci¨®n del mundo"; Polonia, que junto con millones, no s¨®lo de cat¨®licos sino de cristianos de Europa y otros continentes -principiando por el Sumo Pont¨ªfice- elevaba sus plegarias al Hijo de Dios para que restaurara la paz y la justicia; Polonia, dec¨ªa, se hab¨ªa tragado a Guatemala y muchos otros pa¨ªses abrumados por la represi¨®n y la tiran¨ªa, y entre ellos, a otro pa¨ªs centroamericano que, al menos por su nombre, parecer¨ªa tener m¨¢s derecho a ser alg¨²n d¨ªa el Mes¨ªas de las naciones: El Salvador.
El pasado de un pueblo
No, yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia porque me ha airado -aunque no sorprendido-, como a otros latinoamericanos que vivimos en Europa, el enorme, desaforado despliegue de propaganda anticomunista que se ha desbordado en los medios de difusi¨®n del llamado Occidente, y la s¨²bita preocupaci¨®n de los l¨ªderes occidentales por una violaci¨®n inaudita de los derechos del hombre. Yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia porque la forma en que los poderosos manipulan las noticias, y con ellas la historia provisional, colocan a cualquier disidente de la opini¨®n formada por ellos mismos en una posici¨®n sospechosa. Pero a veces es necesario, indispensable correr este riesgo. No se trata de justificar ning¨²n golpe o dictadura militares. Ninguna represi¨®n, ninguna ley marcial. No se trata de ignorar el pasado de un pueblo, sus pasados sufrimientos. Nada habr¨¢ que justifique, jam¨¢s, nunca, la repartici¨®n de Polonia a fines del siglo XVIII entre Rusia, Austria y Prusia. Las innumerables masacres y represiones que m¨¢s tarde, en 1830 y 1831, y en 1863, y en tantas otras ¨¦pocas a lo largo de otros siglos, ejercieron los rusos contra el pueblo polaco, para sofocar su lucha por la independiencia. Y as¨ª, hasta llegar a nuestros d¨ªas, a las deportaciones de cientos de miles de polacos a campos de trabajos forzados en la Uni¨®n Sovi¨¦tica; a 1944, cuando las tropas sovi¨¦ticas, a las puertas de Varsovia y al otro lado del V¨ªstula, esperaron con los brazos cruzados que el pueblo polaco sucumbiera en su ¨²ltima, desahuciada batalla contra los nazis. Y as¨ª, tambi¨¦n, hasta llegar a la matanza de Katyn y las represiones de Postdam, a Yalta y, en pocas palabras, hasta llegar a los ¨²ltimos 35 a?os en que Polonia ha sufrido la represi¨®n y la dictadura de los sovi¨¦ticos y una falta de libertades que, si hab¨ªa ya sido se?alada muchas veces, s¨®lo lleg¨® a escandalizar a media humanidad cuando comenz¨® a abrirse paso para ser reprimida de nuevo, temporal, definitiva o indefinidamente.
Pero habr¨ªa que recordar que la ¨¦poca dorada de Polonia, como potencia europea en los tiempos de la dinast¨ªa lituana de los Jagellon, se acab¨® cuando el pueblo polaco abus¨® del esp¨ªritu de tolerancia y libertad y se volc¨® en el libertinaje y la anarqu¨ªa. Habr¨ªa que recordar las palabras pronunciadas por el cardenal Wyszynsky tras la invasi¨®n de los rusos de Hungr¨ªa, cuando dijo que si los polacos sab¨ªan c¨®mo morir de manera espl¨¦ndida, hab¨ªa llegado ya el momento de que aprendieran a trabajar tambi¨¦n de manera espl¨¦ndida. Se trata, nada m¨¢s, de hacer constar una protesta, una indignaci¨®n. De preguntarse por qu¨¦ el Gobierno de Reagan condena a Jaruzelski y le da su bendici¨®n a Jos¨¦ Napole¨®n Duarte, a Pinochet y a los generales turcos. Por qu¨¦ los medios de difusi¨®n brit¨¢nicos denuncian a los militares polacos y aceptan y reciben con benepl¨¢cito al capit¨¢n Rawlins de Ghana al d¨ªa siguiente de llegado al poder. De saber, por ejemplo, por qu¨¦ en el mismo d¨ªa un peri¨®dico como el Daily Telegraph califica los sucesos de Polonia como una tragedia humana a una vasta escala, y unos renglones m¨¢s abajo saluda al nuevo r¨¦gimen del general Galtieri, de Argentina, a nombre de una posible nueva actitud libremercadista y m¨¢s claramente pro Occidental que, sin duda, dijo el diario, ser¨¢ "acogida cordialmente en Washington".
Todo huele mal
No, yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia, porque todo huele mal. Sabemos que si Polonia acapara la atenci¨®n y la histeria, es por los enormes intereses estrat¨¦gicos, militares, pol¨ªticos, econ¨®micos que la Uni¨®n Sovi¨¦tica, Europa y Estados Unidos tienen en ese pa¨ªs, y que ello no justifica, s¨ª explica, este fen¨®meno. Y sin embargo, todos o casi todos nos dejamos arrastrar en un momento dado por el aspecto m¨¢s doloroso de esa avalancha de propaganda y nos vemos presionados para aceptar el chantaje que significa obligarnos a recordar en estos d¨ªas las luchas desesperadas del pueblo polaco por sobrevivir. Del heroico pueblo polaco. No, yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia porque no creo que existan los pueblos heroicos. Creo, s¨®lo, que los pueblos tienen momentos heroicos. Creo que los pueblos tienen mucha m¨¢s capacidad para vivir sojuzgados durante a?os, y a veces siglos, que para morir sacrificados, y que s¨®lo hay momentos en que la desesperaci¨®n y el abuso de sus tiran¨ªas locales o de sus opresores, extranjeros los precipitan al hero¨ªsmo, cuando est¨¢n dispuestos ya a cambiar una vida que no tiene sentido por una muerte que s¨ª lo tiene. Por eso mismo me parece inmoral desviar as¨ª la atenci¨®n, de una manera tan brutal, de Guatemala o El Salvador hacia Polonia. Desviarla de pueblos que est¨¢n pasando por momentos heroicos. O al menos, de parte de esos pueblos, de la parte mayoritaria que sufre la opresi¨®n de minorias privilegiadas. Me parece inmoral que en unos cuantos d¨ªas, o acaso unas cuentas semanas, los nombres de ciudades como Gdansk, Wroclaw o Katowice hayan pasado, en Europa, Estados Unidos y el resto de Occidente, a ser casi sin¨®nimos de infamia y terror, en tanto que palabras como Ciudad Vieja, Cojutepeque o Cajul no han merecido ocupar un lugar en la conciencia occidental, y no porque sean m¨¢s impronunciables, como lo son los cr¨ªmenes cometidos en ellas. Tambi¨¦n pienso que si a Polonia le ha tocado la suerte de ser calificado de pueblo heroico, es porque ha tenido la mala suerte de vivir, quiz¨¢ m¨¢s que otras naciones y por razones geopol¨ªticas, la amenaza de verse aniquilado. Pero no por ello podemos decir que el pueblo polaco es m¨¢s heroico que el chino, o que el guatemalteco lo es m¨¢s que el namibio.
El nacionalismo, arma de los d¨¦spotas
Todos los pueblos, seg¨²n les toque o pueda tocarles, se transforman en v¨ªctimas o verdugos. Tambi¨¦n hubo una ¨¦poca en que los cat¨®licos polacos -hacia mediados del siglo XVII- se dejaron llevar por una ola de fanatismo religioso y persiguieron encarnizadamente a los protestantes y los jud¨ªos, que eran, como ellos, ciudadanos de su pa¨ªs. Y otra en que Polonia era un imperio que se extend¨ªa desde el B¨¢ltico hasta el mar Negro, que comprend¨ªa varias naciones: polacos, latvios, lituanos, ucranianos, bielorrusos, alemanes, armenios y jud¨ªos, y persegu¨ªa una actitud expansionista: quer¨ªa conquistar Rusia. Tambi¨¦n hubo una ¨¦poca en que algunos reyes de Polonia, como Esteban Bathori y Segismundo Tercero, se lanzaron a la conquista del trono de los zares, y en alg¨²n momento de la historia las ¨¢guilas blancas de las banderas polacas se posaron en las torres del Kremlin.
No, yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia porque desconf¨ªo del nacionalismo y de quien lo exacerba y aprovecha, por m¨¢s que en Polonia el nacionalismo ha tenido las m¨¢s de las veces un papel defensivo vital. Porque el nacionalismo ha sido incontables veces el arma de los d¨¦spotas. El nacionalismo alem¨¢n engendr¨® al nazismo. Del nacionalismo se alimentan los partidos fascistas. Y hubo tambi¨¦n una ¨¦poca, largas ¨¦pocas de la historia de Polonia en que el nacionalismo polaco s¨®lo se identific¨® con las clases gobernantes y privilegiadas, con la oligarqu¨ªa. Los polacos eran los nobles. Los dem¨¢s -una inmensa mayor¨ªa de campesinos miserables- no ten¨ªan derecho a usar ese gentilicio: eran s¨®lo siervos. El nacionalismo, tambi¨¦n, ha sido un instrumento de conquista. Y desconf¨ªo tambi¨¦n de todos aquellos que a nombre del nacionalismo est¨¢n dispues-
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tos a aceptar o buscar el apoyo de un tirano contra aquel del que pretenden desembarazarse. Aceptar el apoyo de un imperialismo contra otro. Hoy, de Estados Unidos. Ayer, de la Francia napole¨®nica. Porque fue por aniquilar la amenaza rusa por lo que los polacos se unieron a Bonaparte. Y no fue porque Napole¨®n deseara salvaguardar la nacionalidad polaca por lo que busc¨® la alianza y la acept¨®, sino porque quiso usar a los polacos para que le ayudaran en su insaciable sed de expansi¨®n. As¨ª murieron numerosos soldados polacos: en defensa del ¨¢guila imperial napole¨®nica. As¨ª muri¨® el pr¨ªncipe Paniatowski en Leipzig: cubriendo la retirada de Bonaparte. El destino de otros polacos iba a ser m¨¢s ir¨®nico: las legiones polacas que fueron formadas en Lombard¨ªa con la autorizaci¨®n de Napole¨®n, y que se supon¨ªa iban a marchar hacia Polonia a los compases de la mazurca de Dombrowski -transformada despu¨¦s en himno nacional-, fueron enviadas primero a Roma y N¨¢poles, m¨¢s tarde a Alemania y por ¨²ltimo a Hait¨ª para combatir a Toussaint Louverture, y all¨ª, en tierras del continente americano, en otro pa¨ªs hasta hoy d¨ªa dejado de la mano de Dios y olvidado por la Iglesia, muchos patriotas polacos, y con ellos los mercenarios que iban a cubrirse de gloria a su entrada en Varsovia, fueron diezmados no por los negros, a quienes ten¨ªan consigna de eliminar, sino por la fiebre amarilla.
Yo no auer¨ªa escribir sobre Polonia porque me repugnaba la ambivalencia de la actitud occidental. Por una parte, Estados Unidos y Europa ponen el grito en el cielo ante la represi¨®n de las libertades ejercida por el general JaruzeIski. Por la otra, lo que m¨¢s desean es que el general vuelva a establecer el orden en Polonia. As¨ª conviene a los intereses de los bancos occidentales, que no est¨¢n dispuestos a perder sus inversiones y sus pr¨¦stamos. As¨ª conviene a Estados Unidos. Y a las empresas multinacionales incluso les conviene que no se eleven demasiado los salarios, el nivel de vida de los trabajadores polacos, porque hace tiempo ya que la coca-cola y el vodka se casaron. Hace tiempo ya que varios pa¨ªses de Europa oriental son una fuente de mano de obra barata, y fabrican para esas multinacionales productos que les suministran mayores ganancias. Desconf¨ªo, tambi¨¦n, de Lech Walesa. No de su honestidad, sino precisamente debido a su honestidad, porque ella, junto a una falta de experiencia pol¨ªtica evidente, lo hace tambi¨¦n instrumento f¨¢cil de otros intereses. Desconf¨ªo de la vanidad de Lech Walesa, del hecho de que ya ha se?alado que nadie en Polonia, ni siquiera el Papa, se hab¨ªa mantenido como ¨¦l, Walesa, tanto tiempo en los titulares y las primeras planas. Desconf¨ªo del orgullo que siente por su reloj japon¨¦s digital, regalo de un admirador, que es capaz de tocar veintis¨¦is melod¨ªas de todo el mundo. Desconf¨ªo del l¨ªder de Solidaridad porque se ha dejado secuestrar por Occidente, como Solyenitsin y tantos otros -muy pronto, quiz¨¢, Sakharov- para convertirse en el hombre del a?o de la revista Time -?d¨®nde qued¨® Ed¨¦n Pastora?-, en el m¨¢rtir de la d¨¦cada, o tal vez, como otros, en el ganador de un Premio Nobel y para acabar quiz¨¢, tambi¨¦n como otros, por justificar la guerra de Vietnam y, por qu¨¦ no, una posible, futura intervenci¨®n armada de Estados Unidos en El Salvador o un bloqueo de Cuba. Desconf¨ªo tambi¨¦n de los que no entendieron a Cristo cuando dijo que se diera al C¨¦sar lo que es del C¨¦sar y a Dios lo que es de Dios. De los que no saben separar el poder espiritual del poder temporal. De todo l¨ªder pol¨ªtico o sindical que se deja exhibir a los ojos del mundo arrodillado y con los brazos en cruz permitiendo as¨ª que se aumente y se explote a¨²n m¨¢s una confusi¨®n deliberada entre la ley marcial y la ley divina, la carne de vaca y la sangre del Hijo de Dios.
La Iglesia y Polonia
Y es que desconf¨ªo tambi¨¦n, profundamente, de la Iglesia cat¨®lica y de la forma en que su actitud ante la crisis polaca y su intervenci¨®n en ella han sido tambi¨¦n aprovechadas por Occidente. El que la Iglesia polaca haya contribuido varias veces, incluso con m¨¢rtires, a la supervivencia de la naci¨®n polaca, o el que se haya despertado la conciencia social en algunos sacerdotes latinoamericanos no puede, no debe ocultar el hecho de que la Iglesia contin¨²a siendo una fuerza oscurantista en la que se apoyan numerosas oligarqu¨ªas y dictaduras, y resulta asimismo muy sospechoso que de pronto la Iglesia -as¨ª, con may¨²sculas- se preocupe con tanta vehemencia por la libertad de expresi¨®n, y los derechos sindicales de los ciudadanos polacos, cuando prefiere ignorar, por ejemplo, las represiones sufridas por los trabajadores bolivianos. Desconf¨ªo, tambi¨¦n, de Juan Pablo Il. De un Papa que en un continente como el latinoamericano, donde millones y millones de personas sufren de hambre, opresi¨®n y terror constantes y antiguos, advierte a sus sacerdotes que deben mantener se apartados del proceso revolucionario, y que ahora permite que la Iglesia intervenga en forma abierta y directa para proteger las aspiraciones pol¨ªtico-sociales de Solidaridad. Desconf¨ªo de ¨¦l y de la Iglesia, porque resulta muy, claro, transparente, que la condici¨®n de Polonia como pueblo cat¨®lico casi en su totalidad est¨¢ siendo explotada para darle a la crisis una apariencia de lucha entre la Fe -as¨ª tambi¨¦n, con may¨²scula- y el comunismo ateo.
Y se olvida que si Polonia es un pa¨ªs cat¨®lico en un 95%, fue porque as¨ª lo decidieron los rusos y los norteamericanos, y no porque as¨ª lo hayan decidido los ciudadanos polacos arrastrados por una fe que les incendi¨® el alma. Porque antes de la segunda guerra mundial menos de dos tercios de la poblaci¨®n eran cat¨®licos. M¨¢s de un tercio estaba formada por jud¨ªos y cristianos ortodoxos. Hitler acab¨® con los primeros, y Stalin se anexion¨® las provincias orientales que habitaban los segundos, gracias al tratado de Yalta, que recientemente denunciara el presidente Mitterrand, y que permiti¨® que Estados Unidos y Rusia dividieran Europa en dos zonas de influencia: una, norteamericana, y la otra, sovi¨¦tica, y fue as¨ª como la Iglesia recuper¨® en Polonia el poder que hab¨ªa perdido varias veces desde que lo gan¨® la primera, cuando el rey Boleslao II tuvo la desafortunada ocurrencia de cortarle los miembros y ejecutar despu¨¦s al obispo de Cracovia, hoy san Estanislao. Yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia porque tambi¨¦n desconf¨ªo de Dios y de sus impenetrables designios. Porque no creo que, por muchas velas que se enciendan en todo el mundo para pedirle la libertad de Polonia, Dios pueda ocuparse de estas cosas. Si Dios no pudo o no quiso evitar la Noche de San Bartolom¨¦, Auschwitz, Hiroshima, la masacre de Varsovia o la desaparici¨®n de 10.000 personas en Argentina, no veo raz¨®n por la cual ahora desee o pueda preocuparse m¨¢s, de repente, de Polonia. A menos que decida hacer una milagrosa excepci¨®n. Yo no quer¨ªa escribir sobre Polonia, pero tuve que hacerlo, por indignaci¨®n y frustraci¨®n, Para recordarme a m¨ª, y a otros, que el mundo no comienza ni se acaba en Polonia, y que no es el ¨²nico pa¨ªs donde una vez m¨¢s est¨¢ en juego la libertad, y los derechos humanos. No s¨¦ qu¨¦ va a pasar en ese pa¨ªs europeo: si los trabajadores podr¨¢n reconquistar sus libertades apenas ganadas y alcanzar otras a¨²n m¨¢s amplias e insospechadas, o si el aumento de la resistencia y del temor del pueblo y del Gobierno, las presiones de Occidente, el invierno, Lech Walesa, la Uni¨®n Sovi¨¦tica y la Iglesia, todos juntos, van a dar al traste, una vez m¨¢s, con la dignidad humana. Y es que me decid¨ª a escribir estas p¨¢ginas no porque sepa yo qu¨¦ est¨¢ sucediendo en Polonia, sino porque quiero saber qu¨¦ est¨¢ pasando en el mundo.
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