La disoluci¨®n de las C¨¢maras
En contra de la sentencia filos¨®fica de que s¨®lo aquello que es tiende a permanecer, las recientes palabras pronunciadas por el presidente del Gobierno con ocasi¨®n de haber sido elegido hombre del a?o, ciertamente con algo de retraso, parecen evidenciar todo lo contrario: que incluso aquello que ya no es debe permanecer como si todav¨ªa fuera. Me estoy refiriendo, en concreto, a las reflexiones que en tal ocasi¨®n Calvo Sotelo hizo a prop¨®sito de si la actual legislatura acabar¨ªa o no una vez transcurrido el per¨ªodo natural de cuatro a?os que rija la Constituci¨®n espa?ola. Seg¨²n ¨¦l, cualquier antelaci¨®n de ¨¦sta no s¨®lo era desaconsejable, sino que, en caso de producirse, y esto es lo sorprendente y lo que en parte ha dado pie a estas reflexiones, la responsabilidad de ello habr¨ªa de recaer sobre "las impaciencias de unos, el desacomodo de otros, las codicias de ¨¦stos o el antojo de aqu¨¦llos".Tal planteamiento del hecho -no deseable, pero s¨ª previsible- de la disoluci¨®n de las C¨¢maras, sobre desnaturalizar de antemano el significado radicalmente democr¨¢tico que la Constituci¨®n otorga a dicho resorte, prescinde de las exigencias de aquella l¨®gica m¨¢s abstracta de la que al principio se part¨ªa y, lo que es m¨¢s importante, de la que en concreto informa el modo de proceder democr¨¢tico. Ciertamente, sin atender a la primera, se hace del hecho de la permanencia un valor en s¨ª, sagrado casi, que no guarda relaci¨®n con lo que acontece en el resto de las manifestaciones de la vida que se producen en torno nuestro. Ni siquiera el p¨¦treo mineral permanece al margen de la estructura molecular que le constituye. S¨®lo el f¨®sil es, quiz¨¢, el ¨²nico ejemplo en el que cabe advertir ese il¨®gico af¨¢n por dejar constancia de lo que en un momento fuera pero que ya no es.
La l¨®gica del sistema pol¨ªtico democr¨¢ticoEn lo que hace a la l¨®gica del sistema democr¨¢tico, tampoco parece acorde con ¨¦sta la presentaci¨®n p¨²blica de lo que constituye uno de sus mecanismos institucionales como una conspiraci¨®n de ciertos desaprensivos diputados, a cuyas ambiciones personales habr¨ªa que imputar, de tener que producirse, ese acortamiento en la actual legislatura. Como si en las manos de ¨¦stos estuviera, y no en las del propio presidente del Gobierno, la facultad de disolver las C¨¢maras. Tal suplantaci¨®n de responsabilidades, unido al hecho de presentar lo que circunstancialmente es desaconsejable como una amenaza para la democracia, hurta a los propios elementos que integran ¨¦sta la raz¨®n de ser de su permanencia. Y lo que es m¨¢s grave, f¨ªan el sost¨¦n del sistema democr¨¢tico a un conjunto de criterios y valores que, por ser ajenos a los que conforman ¨¦ste requerir¨ªan para su interpretaci¨®n, tal y como recordaba reciente y agudamente en estas p¨¢ginas un fil¨®sofo, la figura excepcional de un padre protector y no, como ser¨ªa l¨®gico, la del presidente del Gobierno respaldado por la mayor¨ªa parlamentaria que hoy constituye su partido pol¨ªtico.
Aqu¨ª es, a mi juicio, donde se originan los desajustes y verdaderos problemas que hoy tiene la joven democracia espa?ola, m¨¢s que en el consabido y en exceso dilatado juicio pendiente. El tema clave al que hay que poner remedio es al de la de desnaturalizaci¨®n y extra?amiento que padecen el conjunto de las instituciones en las que el orden democr¨¢tico adquiere su identidad. La disoluci¨®n de las C¨¢maras no es, ni m¨¢s ni menos, que devolver al titular de la soberan¨ªa, el pueblo espa?ol, la capacidad para ejercitarla con car¨¢cter extraordinario. B¨²squese, por consiguiente, si tal soluci¨®n resultara inaplazable, el momento adecuado a la importancia que el acto requiere, pero no se cree en torno a tal hecho una sensaci¨®n catastrofista como si de algo ajeno a la disputa democr¨¢tica misma se tratara. El l¨ªmite, en consecuencia, al uso de tal instituci¨®n es consustancial al contenido de la misma, pero en ning¨²n caso extra?o a ¨¦sta. A tal efecto, y para evitar precisamente su uso desnaturalizado, la Constituci¨®n ya se?ala como improcedente la propuesta de disoluci¨®n de las C¨¢maras bien cuando simult¨¢neamente se tramite una moci¨®n de censura, bien cuando no haya transcurrido un a?o desde la ¨²ltima proposici¨®n.
Reconducida, pues, a estos t¨¦rminos, que son, a mi juicio, la ¨²nica versi¨®n democr¨¢tica que tiene la hipot¨¦tica disoluci¨®n de las C¨¢maras, habr¨ªa que a?adir todav¨ªa lo siguiente: no se podr¨ªa, por el contrario, calificar igualmente de democr¨¢tica la pretensi¨®n de continuar una acci¨®n indefinida de gobierno que se viera privada del suficiente respaldo parlamentario y, esto es importante, natural y no coactiva o artificialmente prestado por los diputados. De lo contrario, estar¨ªamos ante la desnaturalizaci¨®n de una de las instituciones que, en este caso, adem¨¢s de integrar tambi¨¦n el orden democr¨¢tico, constituye su sustrato mismo: la instituci¨®n del partido pol¨ªtico. No es as¨ª aceptable para la posibilidad de la democracia misma que bajo la amenaza del riesgo que ¨¦sta pudiera correr se trate de evitar la fuga de parlamentarios de UCD y, consiguientemente, los posibles riesgos que tal fuga generar¨ªa en orden a tener que hacer uso de la instituci¨®n de la disoluci¨®n de las C¨¢maras.
Partidos y fuerzas sociales
Pretender desde el Gobierno sostener as¨ª una conformaci¨®n del espacio pol¨ªtico que en su d¨ªa ocupara UCD resulta hoy, adem¨¢s de sorprendente, escasamente ¨²til para la democracia. Tal pretensi¨®n ignora que el dispositivo t¨¦cnico-econ¨®mico de un partido, por muy grande que ¨¦ste sea, es insuficiente sin el soporte de una fuerza social a la que representar. Y hoy ya no es un secreto para nadie, y menos para los que todav¨ªa integran UCD, que este partido, a pesar de configurarse inicialmente como de centro, no ha sido sino uno de los dispositivos del que en su momento se valiera la derecha conservadora y democr¨¢tica para su recomposici¨®n como tal, dada la fragmentaci¨®n en que el r¨¦gimen anterior le hab¨ªa dejado sumida. De ah¨ª que las sucesivas fugas de parlamentarios de dicho partido no sean sino uno de los efectos, que no la causa, de la actual desnaturalizaci¨®n que el espacio de la derecha todav¨ªa hoy padece. Su salida de UCD en distintas direcciones habr¨¢ que interpretarla, pues, y en contra de lo que a veces se ha pretendido, no como un s¨ªntoma de descomposici¨®n de la democracia, sino como una manifestaci¨®n de la capacidad que ¨¦sta tiene para recuperar su coherencia.
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