El debate de las ingenuidades
Sobre el tema que se debati¨® hace un par de domingos en este diario -?Los poscristianos ? -, el autor de este art¨ªculo lo apostilla cr¨ªticamente y se interroga sobre los elementos realmente novedosos y no novedosos que comporta este movimiento religioso.
Es de suponer que Dios, omnisapiente, sabiendo de antemano lo que se le ven¨ªa encima el domingo (?Los polcristianos?. Temas para el debate. EL PAIS de 24 de enero de 1982), tuvo la prudencia infinita de suicidarse el s¨¢bado. Yo, que en cambio no me suicid¨¦ y que pas¨¦ toda la tarde y parte de la noche tratando de ver si el concepto de poscristian¨¢mo (caso de que, en efecto, se trate de un concepto) serv¨ªa para algo, s¨®lo confi¨® ya en que Hegel, que en vida hizo todo lo que pudo por salvar a los te¨®logos de sus cong¨¦nitas ineptitudes, no llegue a enterarse, all¨¢ en el cielo, de este asunto. El debate fue un rotundo fracaso, y voy a tratar a continuaci¨®n de decir exactamente por qu¨¦.Es muy posible que, seg¨²n se nos hizo saber en la introducci¨®n al debate, se produjo en Europa en 1975 un movimiento de cr¨ªtica teol¨®gica llamado poscristianismo, y es muy posible que ese movimiento pretenda ser un nuevo discurso sobre la religi¨®n que no quiere ser teolog¨ªa, sino teor¨ªa de la religi¨®n?. Es, sin embargo, muy dudoso o, a juzgar por las manifestaciones concretas del movimiento en cuesti¨®n que se ofrecieron como muestra del domingo pasado, es sencillamente falso que se trate de un discurso nuevo, en cualquier sentido aceptable de la palabra nuevo o la palabra discurso. Para hablar despu¨¦s de Hegel, de la muerte de Dios, en cualquiera de sus variantes, hace falta ser capaz de constituir, tanto, real como conceptualmente, variaciones (diferencias) que ni siquiera remotamente se vislumbran en los tres discursos de este debate. Yo dir¨ªa que los tres son, en realidad, convencionales y, desde luego, devotamente respetuosos de las autoridades intelectuales vigentes, desde Hegel hasta Karl Barth. Hablar de teolog¨ªa cr¨ªtica con semejante equipaje de respetos podr¨¢ servir quiz¨¢ para expresar la buena intenci¨®n de los autores, pero es de hecho una pura farolada. El lector que desee comprobar en s¨ª mismo la exactitud de lo anterior s¨®lo tiene que comparar el tratamiento hegeliano de la religi¨®n con el ofrecido aquel domingo en las p¨¢ginas de este peri¨®dico. Pero prosigamos.
La ingenuidad del 'pos'
Jos¨¦ G¨®mez Caffarena comienza su art¨ªculo, titulado ?Conservaci¨®n, negaci¨®n y superaci¨®n de lo cristiano?, diciendo que el t¨¦rmino poscristianismo se refiere primariamente a un ?diagn¨®stico social y cultural?, y acto seguido describe esquem¨¢ticamente cristianismo mediante tres n¨²cleos fundamentales: el originario, el eclesial y el de la cristiandad. Hasta aqu¨ª no hay dificultades, aunque tampoco especial claridad o agudeza. La primera dificultad aparece al tratar de d,ecir'qu¨¦ significa el prefijopos de la expresi¨®n poscristianismo. Caffarena emerge de su particular nocturno espiritual con la declaraci¨®n siguiente? ?No una simple negaci¨®n en el sentido de ausencia y lejan¨ªa,?, Pero ?qui¨¦n dice que pos en, por ejemplo, posliberalismo, o posiranquismo, o pospalatal, o postigo, signifique una simple negaci¨®n en el sentido de ausencia y lejan¨ªa? ?Por qu¨¦ reh¨²sa Caffarena -por qu¨¦ no usa positivamente- el sentido ordinario y primario del prefijo en cuesti¨®n? ?A qu¨¦ introducir nada menos que a Hegel para definir poscristianismo? ?Quiz¨¢ lo m¨¢s adecuado?, dice, ?es el definir elpos.. en el sentido, tan explotado por Hegel, del alem¨¢n Aufhebung: a la vez, conservaci¨®n, negaci¨®n y superaci¨®n?. Se cuentan con los dedos de una mano las ocasiones en que la definici¨®n m¨¢s adecuada de una expresi¨®n sea la m¨¢s rebuscada, la m¨¢s rara. Para definir el pos como Caffarena desea hay que forzar dial¨¦cticamente el lenguaje. Ahora bien, es evidente que Caffarena es un fil¨®sofo torpe; luego no sabe tratar dial¨¦cticamente el lenguaje y cae en la primera ingenuidad del debate; a saber: ama?ar el significado ordinario del prefijo pos, en pos de un inveros¨ªmil consuelo sem¨¢ntico para su est¨¦ril neologismo. Despu¨¦s de Wittgenstein, cualquier estudiante de filosof¨ªa conoce la gravedad exacta de la acusaci¨®n que acabo de hacer. No es leg¨ªtimo usar las palabras seg¨²n lo que tendr¨ªan que significar; s¨®lo seg¨²n lo que, de hecho, en su uso ordinario significan. Pos significa, sencillamente, despu¨¦s.
En su art¨ªculo titulado ?La religi¨®n de Jes¨²s ha muerto?, Alfredo Fierro conserva, niega y supera la ingenuidad del pos para caer de bruces en la ingenuidad del alrededor de ?Poscristiano?, dice, ?es todo lo sucedido despu¨¦s de Cristo, de su muerte, sin exceptuar, claro, la entera historia eclesl¨¢stica?. Menos mal. Confieso que respir¨¦ aliviado al leer esto. Tras las insensateces y preocupaciones pastorales de Caffarena, Fierro son¨® en un principio casi cartesiano. Pero solamente en un principio. El sentimentalismo teol¨®gico se apodera de ¨¦l acto seguido, Como todos los pensadores sentimentales, Fierro podr¨ªa pasar por un poeta regular en ciertas ocasiones. En esta ocasi¨®n, por ejemplo. Tambi¨¦n Fierro ha le¨ªdo a Hegel; tambi¨¦n a Fierro,
Hegel le ha impresionado mucho; despu¨¦s de leer a Hegel, la prosa teol¨®gica de Fierro se ensombreci¨® much¨ªsimo, seg¨²n dicen. En cualquier caso, el hecho es que ahora da repentinamente en el clavo (yo hab¨ªa perdido ya toda esperanza). Ahora descubre que el momento m¨¢s po¨¦tico -que conste que Fierro no lo Dama as¨ª; como todos los te¨®logos en funciones, Fierro no est¨¢ para bromas en este debate de la muerte de Dios es la ascensi¨®n del Hijo de Dios, en cuerpo y alma, al cielo. Puro Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, a decir verdad. Yo tambi¨¦n escrib¨ª sobre esto mismo, y casi con las mismas palabras, hace unos doce a?os. La palabra de Jes¨²s dej¨® de existir con Jes¨²s y fue transferida y trasladada, en memoria de Jes¨²s, ala palabra de sus fieles, que le constituyeron en habla como Jes¨²s-objeto. ?El cristianismo no es ya tanto la religi¨®n procedente de Jesus de Nazaret cuanto una religi¨®n alrededor de Jes¨²s, el Cristo...?.
La ingenuidad de las consecuencias po¨¦ticasCaffarena se limitaba a poner el parche antes de la herida; Fierro se limita a dar constancia de la herida, sirvi¨¦ndose tambi¨¦n, aunque sin ,decirlo, de una noci¨®n hegeliana del lenguaje: la noci¨®n de que el lenguaje aparece como la realizaci¨®n existencial del esp¨ªritu. A los ojos de Fierro, la comunidad cristiana aparece hist¨®ricamente en la medida en que se constituye a s¨ª misma como un grupo de hablantes que hablan de Jes¨²s. La ingenuidad de Fierro consiste en creer que se puede sustituir la teolog¨ªa como ciencia de Dios por una teor¨ªa acerca de la religi¨®n. Al hilo de esta ingenuidad, resulta que Dios no puede ser ni trascendente a la conciencia religiosa ni inmanente a la conciencia religiosa, salvo como
pura pluralidad de instant¨¢neas po¨¦ticas de lo sagrado, una pluralidad de epifan¨ªas. ?Si realmente desde la religi¨®n debiera entenderse solamente una relaci¨®n desde nosotros hacia Dios, entonces no habr¨ªa lugar para un ser de Dios independiente; Dios existir¨ªa solamente en la religi¨®n (el subrayado es m¨ªo), ser¨ªa algo puesto, engendrado por nosotros? (BDG, 46. Traducci¨®n de Jos¨¦ Mar¨ªa Artola). La ingenuidad de Fierro es, a mi juicio, doble: detenerse, por un lado, est¨¦ticamente en el at¨®nito paisaje de la ascensi¨®n del Se?or y sacar de ello las consecuencias po¨¦ticas (en vez de dial¨¦cticas), y, por otro lado, adoptar, por puro compromiso con su tiempo (por falta de entereza y gravedad kierkegaardiana para mantenerse, cueste lo que cueste, out of key, que dir¨ªa Eliot, con su tiempo), una inane perspectiva sociocultural -la perspectiva de todos los segundones.- Noli foras ire es el ¨²nico consejo sensato que se me ocurre.
La ingenuidad de Antonio Marz¨¢l consiste en reclamar para la relaci¨®n entre el hombre y Dios una distancia cualitativaffiente infinita, y a la vez, muy unamunianamente, contradecir la contradicci¨®n, declarando que irracionalmente es salvable. S¨¦ que estoy siendo injusto para con el trabajo de Marzal, que es quiz¨¢ el m¨¢s sentido de los tres. Es, sin embargo, preciso detenerse. La desconfianza en la raz¨®n humana conduce invariablemente a la declamaci¨®n, no a la claridad.
es, adem¨¢s de ensayista y fil¨®wfo, poeta y novelista.
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