Nostalgias deformadoras
Solemos sumergirnos en la nostalgia cuando sentimos el abandono de las cosas inmediatas, de los est¨ªmulos que nos condujeron a la situaci¨®n ganada en la carrera de la existencia. Aparte de otros delicados matices -tal el de la fecunda rememoraci¨®n po¨¦tica-, podemos distinguir, entre las neblinas que envuelven los caminos de la nostalgia, dos v¨ªas f¨¢cilmente identificables. Aunque ambas lleguen a entrecruzarse e incluso confundirse en ocasiones, sus imaginados fines de trayecto ofrecen objetivos de una clara diferenciaci¨®n.Descubrimos, por una parte, el noble sentimiento de la conciencia de lo ido, de aquello que, constituyendo una porci¨®n inalienable de nuestro ser, se aleja m¨¢s cada d¨ªa por los confines del pasado. La sensaci¨®n de lo perdido inexorablemente, pese a su continuo gravitar sobre los propios mundos interiores, amontona las brumas de la melancol¨ªa. Una melancol¨ªa dignificada por la certidumbre de los sue?os sin retorno; por la aceptaci¨®n de que el pret¨¦rito, por mejor que fuera, pertenece al inquietante llamear del recuerdo y la evocaci¨®n.
Pero existe otro desarrollo nost¨¢lgico de signo y caracter¨ªsticas muy diferentes, seg¨²n antes se?alaba. Para caracterizarlo me atrever¨ªa a decir que se trata de un proceso de reactivaci¨®n y magnificaci¨®n de la nostalgia, convertida -si el caso llegaseen instrumento de acci¨®n y presencia individual y colectiva. Algo as¨ª como si se buscara la resurrecci¨®n del pasado; pero de un pasado engrandecido, mitificado, envuelto en los prestigios cautivadores de lo legendario.
Este ensanchamiento y fabulaci¨®n del pasado por las v¨ªas de la nostalgia es un fen¨®meno f¨¢cilmente observable en bastantes personas. Gentes que, por distintas razones, se vieron obligadas a acomodarse a nuevos rumbos para continuar su existencia o que sintieron los castigos de una postergaci¨®n que consideraban injusta, comenzaron a so?ar un pret¨¦rito, al que fueron acomodando una quim¨¦rica a?oranza. Tan quim¨¦rica como esa tan tra¨ªda y llevada "nostalgia del futuro", indiscutible acierto expresivo -por otro lado- de una manera colectiva de sentir el haz de incertidumbres y esperanzas que cerca el vivir actual.
Esos so?adores de su personal grandeza -criaturas de psicolog¨ªas f¨¢cilmente encuadrables, sobre todo a partir de los hallazgos y teor¨ªas del profesor Freud- nos reviven una experiencia de curiosa y deformada apreciaci¨®n infantil. La mayor¨ªa de las personas hemos conservado hasta la edad adulta la visi¨®n engrandecida de los espacios en los cuales nos movimos durante la ni?ez. S¨®lo al retornar a ellos, ya en el correr de los a?os, pudimos percibir la realidad de sus dimensiones y circunstancias. Ni la estancia de la chimenea era tan inmensa, ni el pasillo tan largo, ni tan densas las sombras del desv¨¢n, ni tan alto el peral grande del huerto, ni tan apretada la floresta del jard¨ªn, ni tan inmensas las monta?as que cerraban el horizonte, ni tan anchuroso el r¨ªo que sol¨ªamos atravesar a nado... La p¨¦rdida de las estimaciones que presidieron la ni?ez, con sus fantasmagor¨ªas e imaginaciones, nos muestran un¨¢ representaci¨®n m¨¢s exacta de los escenarios en que transcurrieron nuestros primeros a?os.
Pero existen personas empe?adas -consciente o inconscientemente- en no abandonar aquellos ¨¢mbitos, en constituirse en habitantes perpetuos de las parcelas de cada vivir que fueron superadas en la carrera existencial de cada uno. Caracteres enfermizos, que de este modo manifiestan su incapacidad de madurez, de superior desarrollo emocional y coherente.
Creo que el ejemplo es lo suficientemente claro para eximir de m¨¢s explicaciones. Pues bien, esa fijaci¨®n de morbosos perfiles, que ancla algunas conciencias en un existir a?orante y deformado, resulta mucho m¨¢s cuantioso de lo que imaginarse pueda. Sucede que para bastantes de los afectados, en vez del amarre a la infancia, este sentimiento se produce en relaci¨®n con ciertos episodios que el individuc, juzga decisivos y exaltadores. Suele tratarse de personas v¨ªctimas de una desabrochada supervaloraci¨®n de s¨ª mismas, a quienes la nost¨¢lgica rememoraci¨®n de unos escogidos trances de su trayectoria vital los hace sentirse protagonistas concluyentes y decisivos de la historia.
Sin que por el momento parezca tener soluci¨®n alguna, los espa?oles estamos asistiendo a un desfile de figurones alucinantes. Gentes de incierta y ambigua efigie y de borrosa personalidad han dado en asomarse a la plaza p¨²blica para convencernos de la importancia de sus vidas y de sus actuaciones. El espect¨¢culo no puede ser m¨¢s deprimente. El simple hojeo -ya que no es viable una lectura a conciencia- de la mayor¨ªa de lo libros de memorias disparados cada d¨ªa sobre el espa?ol suele provocar en los esp¨ªritus serios una triste sensaci¨®n de bochorno y hastio.
El impudor con el que cada quisque da suelta a su egolatr¨ªa llega a inusitados niveles. Cotas s¨®lo comparables con el descaro que acostumbra a presidir sus maneras peculiares de escribir la historia. Los acontecimientos -o los que se imaginan tales- suelen ser descritos bajo luces distintas a las que iluminaron su acaecer, con el claro prop¨®sito de acomodarse a las nuevas circunstancias de la pol¨ªtica nacional.
Quienes as¨ª se comportan, agregando a la falta de memoria la resquebrajadura ¨¦tica, vienen a delatar el poso picaresco de los h¨¢bitos espa?oles. Porque la so?ada grandeza de sus a?oranzas, con sus anteojos deformantes, sirve de testimonio inconsciente a una vasta operaci¨®n tergiversadora de la historia com¨²n. Resulta curioso y aleccionador, observar que, de un sentimiento tan noble como el de la nostalgia, gran parte de los recientes autores de diarios y meniorias est¨¢n haciendo una encharcada manigua de distorsiones y desva¨ªdos alegatos exculpatorios.
Uno pensaba -eterna candidez- que cuando un determinado personaje, por muy escasa que haya sido su presencia en el angustioso circo nacional, se adelanta hacia el palco esc¨¦nico para mostrarnos su intimidad, ser¨ªa a guisa de avisador de yerros futuros, de advertido vig¨ªa de escarmientos y descalabros. Pues nada de eso, se?ores. El esforzado despliegue de revelaciones y confidencias suele desembocar en un estallido de vanidades o, lo que es peor, en una delirante y mal disimulada ansiedad justificativa. Se pretende "pasar a la historia" de acuerdo con las propias y gratificantes versiones, en lugar de hacer frente a los hechos con la objetividad y grandeza de los esp¨ªritus que supieron desechar las miserias y cicater¨ªas de cada jornada.
Falsificadores irremediables, el peligro de estos mixtificadores de la realidad a trav¨¦s de una viciosa nostalgia es inmenso. No ya s¨®lo por el ejemplo demoledor de sus estilos de proceder, sino por su contribuci¨®n al establec¨ªmiento de un pervertido ¨¢nimo de nostalgia colectiva. Pero esto del manoseo y manipulaci¨®n de la nostalgia com¨²n merece otro comentario urgente. Por hoy qued¨¦monos, a modo de meditaci¨®n inaplazable, con aquella pat¨¦tica advertencia de Leon Bloy al decirnos que "somos nosotros quienes destrozamos la nostalgia del ser".
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