Herrero de Mi?¨®n
Mi gato se llama Rojito (s¨®lo por el color) y su gata se llama Constituci¨®n. Los animales son los depositarios de nuestra infancia, pero en los nombres que ponemos a nuestros animales puede haber tanto de fijaci¨®n como de expulsi¨®n. (Todos esos perros que se llaman Sat¨¢n). Llamar a una gata Constituci¨®n puede ser la manera de desentenderse subconscientemente de la Constituci¨®n.Estoy seguro de que la gata de Herrero de Mi?¨®n, si fuese gato, se llamar¨ªa Adolfo Su¨¢rez. Existe la iron¨ªa de los nombres y es bien conocida. Herrero de Mi?¨®n, cat¨®lico por Oxford, Lovaina y Par¨ªs, peg¨® el estir¨®n de la adolescencia pol¨ªtica y tard¨ªa cuando conoci¨® a su deuterag¨®nista en la vida: Adolfo Su¨¢rez, que s¨®lo era cat¨®lico por las murallas de Avila, por Santa Teresa y por Fern¨¢ndez Miranda. El catolicismo de aeropuerto de Mi?¨®n ten¨ªa que clavarle por la espalda un pu?al de N¨¢car/Colunga al catolicismo rural, teresiano y fundacional de Su¨¢rez. El pu?al se lo clav¨® en el primer congreso de la uced¨¦, y Jos¨¦ Luis Alvarez, de perfil tras su propio perfil, se asomaba por una cortina para levantar acta. Herrero de Mi?¨®n no ve¨ªa la uced¨¦ como la p¨¦rgola central de las noches en los jardines de Espa?a, sino que Alb¨¦niz le suger¨ªa el compromiso sentimental Calvo Sotelo/Fraga, en el cenador de la derecha. Como ese compromiso no se produc¨ªa, o al menos Jaime Pe?afiel no ha dejado constancia, Herrero de Mi?¨®n arroj¨® el Hola, mascull¨® algo sobre la Prensa canallesca y pidi¨® asilo pol¨ªtico y nocturno en casa del se?or Carro. De all¨ª saldr¨ªa para abrazar el arrianismo de derechas: ya est¨¢ en la Santa Alianza.
El ministro Arias y el portavoz Lamo no son para Hache de Eme m¨¢s que unos gatos callejeros de solar, apedreados por la gallofa canallesca de la Prensa, que dec¨ªamos antes, y a los que, por supuesto, nunca permitir¨¢ que le arrimen taller a su gata Constituci¨®n. Herrero de Mi?¨®n es de Madrid, tiene 41 a?os, est¨¢ licenciado en Filosof¨ªa y Derecho y es abogado del Consejo de Estado. Uno, aqu¨ª en Espa?a, suele ser una joven promesa hasta los cuarenta, y a los 41 justos comienza a ser una vieja carroza pol¨ªtica o jur¨ªdica o literaria, que hasta puede emplearse de auriga con Fraga, para llevarle adonde diga don Manuel, porque los revolucionarios de derechas tienen que elegir entre ser cocheros de otra reinona pol¨ªtica o subirse, como dec¨ªa C¨¢novas, ?a la trasera de las carrozas?. Todav¨ªa es pronto para saber si Fraga le va a vestir a la federica o le va a mandar a la trasera, como un valet de pompas f¨²nebres. El a?o 78 se lo pas¨® Herrero de Mi?¨®n entre la mesa oblonga donde se escrib¨ªa la Constituci¨®n espa?ola, entrando y saliendo, y el hiper donde le compra los friskis a la gata, como yo. (A los gatos les gusta m¨¢s el friskis de perro, se?or Herrero, como a los de uced¨¦ les gusta m¨¢s AP). En la voladura controlada de Su¨¢rez, H/ M fue el etarra de derechas que m¨¢s kilos de trilita acumul¨® bajo el coche en que iba a pasar el presidente. Siempre he sostenido lo insostenible: que, en pol¨ªtica, un portavoz no es mucho m¨¢s de lo que era un portaestandarte en las Cortes renacentistas. La prueba es que Herrero de Mi?¨®n ha tirado el estandarte, tras apalear con ¨¦l algunos gatos y centristas, y se ha ido aportar irisli/coffee a Fraga, que es una cosa que pide mucho don Manuel.
El portaestandarte se ha llevado algunos pecheros, como don Cierva, pero s¨®lo son figurantes y extras que salen en todos los telefilmes. Los polit¨®logos dicen que nuestro protagonista se ha ido m¨¢s a la derecha, y¨¦ndose a AP. Uno cree, sencillamente, que ha cambiado de curro esperando un andamio m¨¢s alto. La gata Constituci¨®n parece que tiene una crisis de identidad con su nombre.
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