Marchais o la pol¨ªtica de secretario general
LA REELECCION de Georges Marchais como secretario general del Partido Comunista franc¨¦s no ha sido ninguna sorpresa y confirma la tendencia de los m¨¢ximos dirigentes de los partidos comunistas del mundo entero a mantenerse en el poder el mayor tiempo posible mediante un cuidadoso sistema de preparar los congresos y de cooptar a los puestos de responsabilidad a personas de su entera confianza. Marchais lleva doce a?os en su cargo. Mientras se suced¨ªan presidentes de la Rep¨²blica y jefes de Gobierno y se alteraban las mayor¨ªas parlamentarias, de forma que Francia trataba de adaptarse a una din¨¢mica interior y exterior continuamente cambiante, el PCF no consideraba necesario, ni lo considera a¨²n, relevar su direcci¨®n. Todos los cambios, ascensos, degradaciones o exclusiones se han hecho por la base o en niveles intermedios.Esta afici¨®n a la longevidad pol¨ªtica tiene varias causas. Una de ellas es la muy ingenua, pero b¨¢sica, de que la constituci¨®n cient¨ªfica del partido selecciona siempre al mejor y los preceptos, doctrinas o filosof¨ªas que lo animan no necesitan modificarse porque su verdad es inmutable. Esta coartada se encuentra en todas las autocracias y puede revestirse de providencialismo o de cientificismo, que para el caso es igual, con el argumento de que es algo que se encuentra por encima de las peque?as agitaciones humanas. Esta premisa conduce a la no menos ingenua conclusi¨®n de que "nunca pasa nada"; un cambio en la direcci¨®n indicar¨ªa que en efecto pasa algo, y ese algo no debe ser nunca reconocido. La tercera raz¨®n es probablemente la m¨¢s realista y la ¨²nica cierta: que el hombre que llega al poder en el partido comunista -de cualquier pa¨ªs, incluyendo, naturalmente, a la URSS y su culto a la longevidad- domina de tal forma el aparato, ejerce con tal fuerza el centralismo. que es inamovible. Marchais ejerce este control desde que en 1961 fue nombrado secretario de organizaci¨®n. Era el escal¨®n inmediato a la secretar¨ªa general, que ocupi¨® cuando la salud de Waldeck-Rochet lo dej¨® vacante. Marchais es, por tanto, anterior a las teor¨ªas de Garaudy, anterior al final de la guerra de Argelia, a Mayo de 1968, a los acontecimientos de Checoslovaquia, a la creaci¨®n del eurocomunismo. La historia pasa, el secretario general permanece. Excomulga, define, adapta, filosof¨ªa, organiza. Mientras tanto, su partido va perdiendo afiliados, votos, influencia, personalidad.
El XXIV Congreso del partido le ha respetado una vez m¨¢s. Ha dejado que se vayan del comit¨¦ central sus enemigos, sus posibles sucesores, sus antiguos compa?eros; entre otros nada menos que Georges S¨¦guy, secretario general de la CGT -sindicato obrero comunista-, que ha dejado de ser miembro del bur¨® pol¨ªtico. En el Iugar de los degradados aparecen otros hombres del apar¨ªto de Marchais y a su mayor gloria, que es la de la continuidad, definida ahora por la participaci¨®n del partido en el Gobierno socialista como "un partido revolucionario en el Gobierno". Un Gobierno, sin embargo, que practica una pol¨ªtica muy distinta de la que enuncia el PCF, q[ue participa subordinad amente en el Poder Ejecutivo con cuatro ministros, los cuales, a su vez, no comparten las tesis de Marchais a prop¨®sito de Polonia. Es el tributo a la coyuntura. Y de un juego doble. Porque podr¨ªa ocurrir que la evicci¨®n de S¨¦guy supusiera un principio de ruptura de los sindicatos con el Gobierno.
Marchais reprocha a Mitterrand su tendenciai entenderse con la gran patronal, su moderaci¨®n, su atlantismo. Algunos ¨®rganos del partido, algunos oradores, atacan al Gobierno socialista porque "no ha hecho nada". Si, como ahora parece, Henri Krasucki sucede i Seguy al frente de la CGT, podr¨ªa empezar a romperse la tregua de las huelgas y las manifestaciones. Podr¨ªa ocurrir que desde el seno del partido comenzara un movimiento de presi¨®n contra un Gobierno en el que ¨¦l mismo participa, pero sin dejar de participar en ¨¦l. Afortunadamente, este tipo de astucias ya no tiene lugar en una pol¨ªtica tan clarificada por la informaci¨®n, tan observada por los electores, tan diariamente examinada en la Asamblea y en la Prensa, como sucede en Francia. El coyunturalismo compensa cada vez menos; los resultados electorales del PCF en las elecciones de junio pasado fueron ya un castigo, que podr¨ªa repetirse con mayor gravedad en cualquier momento. A cada cambio de situaci¨®n interna y exterior alguna de ¨¦stas tan grave como la de Polonia-, el PCF responde con la continuidad, y el electorado y el militante, con el abandono.
Los partidos comunistas van siguiendo, tanto los pa¨ªses donde gobiernan como en las naciones donde pernianecen en la oposici¨®n, la senda cansada de los ¨²ltirri,os dinosaurios. El dilema es atroz: cambiar o adaptarse puede significar perder su propia esencia, su identidad, aquello que justific¨® y ensalz¨® su existencia; pero mantenerse sin cambios, aferrado al conservadurismo, :a la tiradici¨®n y a la esencia primigenia, a los dictados antiguos, puede significar la extinci¨®n en un clima que ha cambiado profundamente. Tal vez por esa raz¨®n muchos pai-tidos comunistas, muchos secretarios generales -y Marchais entre ellos-, consideren que su ¨²nica posibilidad de supervivencia consista en el recrudecimiento clel ariticomunismo; es decir, en la vuelta a una guerrafr¨ªa, a un clima glacial, a un cerco y a unas tormentas que les d¨¦ raz¨®n de ser. Ser¨ªa una curiosa iron¨ªa que comunismo y anticomunismo llegaran a una simbiosis que les permitiera vivir el uno del otro, y los dos sobre los dem¨¢s.
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