La lecci¨®n de Maquiavelo
Ahora que, por lo visto, entramos ya en per¨ªodo descaradamente preelectoral, es el momento oportuno para releer uno de los m¨¢s agudos panfletos pol¨ªticos de? siglo pasado: el Di¨¢logo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, pr¨®ximo a reeditarse en lengua castellana. Su autor, Maurice Joly, abogado y libelista, contradictor permanente de los grandes de su mundo, acab¨® peg¨¢ndose un tiro en 1887. Este di¨¢logo singular enfrenta al autor de El esp¨ªritu de las leyes, convencido de que las instituciones democr¨¢ticas son una conquista irreversible y emancipadora de los pueblos, y al sagaz florentino que teoriz¨® el despotismo, seguro tambi¨¦n m¨¢s all¨¢ de la muerte de que bajo el barniz democr¨¢tico puede instalarse una forma de autocracia no menos tir¨¢nica que cualquiera de las ya conocidas. No es caso repetir aqu¨ª las argumentaciones sutiles y prof¨¦ticas de este ¨²ltimo: me limitar¨¦ a recomendar vivamente la lectura de esta obra escrita en 1864 a cualquiera que pretenda entender el contexto pol¨ªtico en que hoy nos movemos. Pero hay un p¨¢rrafo tan adecuado para la circunstancia presente de este pa¨ªs que no me resisto a transcribirlo por extenso. As¨ª alecciona Maquiavelo al perplejo Montesquieu: "En nuestros tiempos, se trata no tanto de violentar a los hombres como de desarmarlos, menos de combatir sus pasiones pol¨ªticas que de borrarlas, menos de combatir sus instintos que de burlarlos, no simplemente de proscribir sus ideas, sino de trastocarlas, apoder¨¢ndose de ellas. (...). El secreto principal del Gobierno consiste en debilitar el esp¨ªritu p¨²blico, hasta el punto de desinteresarlo por completo de las ideas y de los principios con los que hoy se hacen las revoluciones. En todos los tiempos, los pueblos, al igual que los hombres, se han contentado con palabras. Casi invariablemente les basta con las apariencias; no piden nada m¨¢s. Es posible entonces crear instituciones ficticias que respondan a un lenguaje y a ideas igualmente ficticias; es imprescindible tener el talento necesario para arrebatar a los partidos esa fraseolog¨ªa liberal con que se arman para combatir al Gobierno. Es preciso saturar de ella a los pueblos hasta el cansancio, hasta el hartazgo". Palabras escritas a mediados del siglo pasado. ?Habr¨¢ que recordar que la "fraseolog¨ªa liberal" de entonces ten¨ªa al menos una frescura revolucionaria, una credibilidad moral, que en nuestros d¨ªas ya no guarda ni por asomo, en buena medida por lo bien que los Gobiernos han aprendido y aplicado la lecci¨®n de Maquiavelo?A quien cree que la libertad es una idea, en lugar de reclamarla como posibilidad de acci¨®n social, con que la libertad se le reconozca en el plano ideal ya le basta para sentirse satisfecho; a quien no le interesa de la democracia m¨¢s que su forma de legitimar sin esc¨¢ndalo lo vigente, en lugar de tenerla por el instrumento subversivo de revocaci¨®n permanente de lo dado, con que se le conceda formalmente la democracia, se contenta y ya no pide m¨¢s. El contenido radical de la democracia va siendo descartado como utop¨ªa inviable o provocaci¨®n: s¨®lo se conserva aquello que de la democracia puede utilizar para sus fines Maquiavelo. ?Y el resto? Pues el resto queda englobado en lo que tiende a considerarse gen¨¦ricamente "terrorismo", secci¨®n "compa?eros de viaje". Y es que aut¨¦ntico terror -a diferencia de los terroristas oficiales, cuya funci¨®n, lejos de espantar, entretiene al Estado- causan todos los que siguen empe?ados en ejercer el potencial reformador de la democracia, en vez, de "defenderla", "apoyarla",, "sostenerla", "elogiarla" o cualquier otra de las reverencias protocolarias que pueden hac¨¦rsele: sin practicarla fuera del papel. Seg¨²n este reparto de roles en que vivimos, todo el que no aparece expl¨ªcitamente aterrorizado puede ser sospechoso de connivencia con el terrorismo. En tan creciente envilecimiento de la conciencia democr¨¢tica -maquiav¨¦lico morbo corruptor-, la nefasta ley Antiterroristat (y su interior?zaci¨®n y ampliaici¨®n por cada cual) es un elemento fundamental. Pongamos que uno se interese, por ejemplo, por Jimena Alonso y por las torturas policiales sufridas por el,la, por sus hijas y por el resto de las personas detenidas con ella y ya puestas en libertad: quiz¨¢ esta preocupaci¨®n sea inoportuna dentro de la campa?a pascual "Tenemos La Mejor Polic¨ªa Del Mundo", pero en cualquier caso no se trata de apolog¨ªa del terrorismo, sino de claro antiterrorismo militante, es decir, defensa de la integridad y dignidad de la persona. Pongamos que una serie de personas nos movilicemos en solidaridad con Jimena, a la que conocemos desde hace muchos a?os y no estamos dispuestos a considerar de buenas a primeras como un peligroso monstruo antidemocr¨¢tico, cuando tantos verdaderos monstruos cuyos zarpazos hemos sufrido en carne propia van tranquilamente de dem¨®cratas por la vida, y poiigamos que uno se escandaliza en acto p¨²blico, como debe ser, de que a Jimena se le niegue la libertad provisional mientras que al se?or Alfaro, del siniestro caso Fidecaya (s¨®rdida manipulaci¨®n del miedo al futuro de tristes ahorradores), se le concede la misma en veinticuatro horas. Creo que seguimos sin convertirnos en apologetas del terrorismo, aunque no colaboremos con el aterrorizado silencio general (en la Prensa de la capital nadie se ocup¨® del acto en favor de Jimena, cuando, en cambio, tanto se nos informa de los conmovedores movimientos an¨ªmicos del intachable doctor Iglesias Puga). Y hablando de cosas de las que la Prensa no informa: dar cuenta de que decenas de presos vascos han mantenido una huelga de hambre de m¨¢s de 35 d¨ªas como protesta por las alarmantes condiciones del penal de El Puerto de Santa Mar¨ªa no equivale a suscribir la ideolog¨ªa teol¨®gico-homicida de los etarras, sino a hacer cre¨ªble el compromiso de humanidad que f¨¢cilmente se proclama y a¨²n m¨¢s f¨¢cil y maquiav¨¦licamente se traiciona. A¨²n otro caso, en fin: el del antrop¨®logo Tom¨¢s Poll¨¢n, acusado de injurias al Ej¨¦rcito por oponerse activamente, como debe ser, al etnocidio de la maragater¨ªa. La principal injuria que a Tom¨¢s se le reprocha, por lo visto, es haber escrito que los ej¨¦rcitos tienen fines "eminentemente destructivos", obviedad que tambi¨¦n Clausewiz afirm¨®, sin por ello haber pasado a engrosar, que yo sepa, las listas del terrorismo internacional...
S¨®lo a quien tenga coraz¨®n de esclavo y mentalidad de bur¨®crata o de verdugo le sirven las insuficiencias de la democracia como coartada y apolog¨ªa del totalitarismo; pero s¨®lo quien haya nacido para vivir y prosperar bajo el despotismo puede confundir el estado actual de la democracia con su realizaci¨®n efectiva. Las paradojas vienen de ambos lados: de quienes condenan aqu¨ª la dictadura militar y la defienden en Polonia y de quienes defienden la intervenci¨®n pol¨ªtica de los sindicatos obreros en Polonia y la condenan aqu¨ª (son los mismos que ayer la reprim¨ªan con las armas, como ahora en Centroam¨¦rica), y tambi¨¦n por parte de quienes han mantenido el triste mito del h¨¦roe popular que asesina a "malos" desarmados por la espalda y que hoy se complementa con las repugnantes loas a los mort¨ªferos y eficaces "hombres de Harrelson" por quienes son incapaces de admirar en la sociedad lo que no sea l¨¢tigo o voz de mando. La lecci¨®n de Maquiavelo es que el secreto principal del Gobierno consiste en debilitar el esp¨ªritu p¨²blico y contentar al pueblo con palabras: tambi¨¦n podr¨ªamos decir que consiste en administrar el terror. Fomentar un civismo activo, disipar la fascinaci¨®n enga?osa de las palabras y resistir al terror, tales pueden ser hoy algunas de las tareas propias del dem¨®crata no maquiav¨¦lico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.