El presidente de Benin salud¨® al Papa con el pu?o en alto
Juan Pablo II se encontr¨® ayer con una sorpresa en Cotonu, la capital de Benin. Mathieu Kerekou, el presidente de este pa¨ªs, donde rige un r¨¦gimen revolucionario marxista-leninista, recibi¨® al Papa, m¨¢s que con un discurso con un verdadero mitin en el que exalt¨® las glorias de un pa¨ªs que "lleva a cabo", dijo, "una revoluci¨®n socialista, un pa¨ªs que respeta a los creyentes y a los no creyentes, defiende la familia y la autonom¨ªa de la mujer y promueve la justicia y la igualdad".
Kerekou hablaba con voz recia, teniendo en su mano el cl¨¢sico bast¨®n de mando de madera africana. En el aeropuerto, el servicio de orden era pr¨¢cticamente inexistente. Ni caballos, ni perros, ni agitaci¨®n y empujones, como en Lagos. Todo en un orden perfecto. La gente, alegre, danzaba con entusiasmo sin romper filas. No hab¨ªa cordones de seguridad. Flores rojas para el Papa. Juntas estaban la bandera de la Revoluci¨®n (verde, con la estrella roja) y la del Vaticano (blanca y amarilla).El presidente benin¨¦s repet¨ªa con fuerza en su mitin las palabras del viejo revolucionarismo marxista-leninista. Se advert¨ªa un cierto empacho en todo el s¨¦quito papal. El presidente, acalorado, no daba se?al de poner punto Final a su exaltaci¨®n revolucionaria. Obispos y cardenales miraban disimuladamente el reloj; el Papa empezaba tambi¨¦n a impacientarse. Por fin, Kerekou aterriz¨® con un gesto que ciertamente nadie esperaba. Levantando el brazo con el pu?o cerrado, ante los Ojos del Papa, grit¨®: "Viva el santo padre Juan Pablo II; preparados para la revoluci¨®n, la lucha contin¨²a".
El Papa, en contraste con el tono de mitin del presidente, ley¨® un discurso con voz pausada y calma: "Yo vengo", dijo, "a Benin, la tierra del cardenal Gantin, como amigo de la paz y de todo lo que es verdaderamente humano". "Vengo para encontrarme con todos los ciudadanos de este pa¨ªs a quienes deseo las mejores condiciones de paz, justicia y fraternidad".
El presidente revolucionario aplaud¨ªa cada vez que el Papa hablaba. Estuvo presente, con el Consejo de la Revoluci¨®n, durante las tres horas de misa en el campo de f¨²tbol de la capital. Despu¨¦s de la misa, en la que se mezclaron el lat¨ªn, el dialecto africano fon, el gregoriano y el ritmo arrollador de los tambores, al Papa le aguardaba otra sorpresa en el palacio presidencial.
En el gran sal¨®n de recibimiento, donde la presidencia de la Revoluci¨®n ofreci¨® al s¨¦quito del Papa champa?a franc¨¦s, jugos de papaya y de pi?a, hab¨ªa sido preparado una especie de altar en el cual, en vez de las tradicionales im¨¢genes de los santos, destacaban grandes fotografias. Las m¨¢s gigantescas eran las de Juan Pablo II. En torno a ellas, como si fueran ¨¢ngeles, las fotografias de Marx, de Lenin, de Stalin, con sus grandes bigotes, y de Mao Zedong.
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