El general Armada arrebat¨® en la sesi¨®n de ayer a Tejero y Milans del Bosch el protagonismo de la intentona
En poco m¨¢s de cinco horas de vista oral el general Alfonso Armada ha adquirido el protagonismo que pod¨ªan hasta ayer arrebatarle el ya c¨¦lebre bando del teniente general Milans del Bosch y su ocupaci¨®n de Valencia o la estampa decimon¨®nica del teniente coronel Tejero ocupando el Congreso a punta de pistola. El goteo de diligencias que solicita el fiscal coincide con la impresi¨®n que se desprende de sus conclusiones provisionales: una revalorizaci¨®n del papel de Armada en la conspiraci¨®n de febrero. Todas las indagaciones y declaraciones sumariales, cuya lectura es solicitada por el fiscal, son pasillos que acaban conduciendo a la imagen de un hombre -Armada- que como el protagonista de la f¨¢bula de Kipling quer¨ªa ser Rey, (o presidente del Gobierno) en una estrategia de sobreentendidos, medias verdades, citas fuera de contexto o distorsiones de la realidad. Un hombre que aparece tentado por las brujas de Macbeth y al que se ve imperturbable, sentado hombro con hombro con Milans, con una cierta impasibilidad y resignaci¨®n orientales en su expresi¨®n.Armada y Milans, protagonistas de careos y contradicciones psicol¨®gicamente muy duros, ni se hablan ni se miran; su ignorancia rec¨ªpocra es total, incluso cuando al leer el relator su careo se escuchan en la sala las palabras de Milans a Armada: "Alfonso, si te inventaste tus entrevistas con los Reyes, m¨¢s vale que lo digas ya". Ciertamente la defensa de Armada puede ser harto dificultosa, a menos que se cumplan las predicciones sobre las sorpresas que pueda contener el tomo de 180 p¨¢ginas, ya encuadernado, en el que el abogado Ram¨®n Hermosilla intentar¨¢ demostrar que su patrocinado, no hizo otra cosa que lo que le mandaron y que en el peor de los casos es tan culpable de querer forzar la Constituci¨®n como pueda serlo un voyeur de una enso?aci¨®n amorosa.
La existencia o no de la entrevista entre Armada y Tejero, el d¨ªa 20 ¨® 21 de febrero, en un piso de la calle madrile?a de Juan Gris aparece una vez m¨¢s como una de las claves del arco del papel de Armada en la intentona. ?Existi¨® ese hombre de gris elegante que seg¨²n Tejero le imparti¨® aquella noche las instrucciones finales del golpe? Una persona con cierto conocimiento de la psicolog¨ªa de Armada y que ha tenido ocasi¨®n de verlo recientemente asegura que el general lleva su religiosidad hasta organizar un altarcito con estampas o medallas all¨ª donde instala sus habitaciones privadas; y que acogi¨¦ndose a ese entendimiento de la existencia jura ante personas de su confianza que ¨¦l no hab¨ªa visto a Tejero antes de la noche del 23 de febrero, en el Congreso, cuando fue a parlamentar con ¨¦l.
Tejero, una memoria t¨ªpica de atestado
Tejero, no obstante, con una memoria sumarial notable, t¨ªpica de atestado (recuerda indumentarias, distribuci¨®n de habitaciones, voces, ornamentos, muebles) le identifica como el hombre de gris de la calle Juan Gris. Una palabra contra otra. Bien es cierto que Armada se encuentra apoyado por otros dos encausados que niegan la entrevista de Juan Gris: el comandante Cortina (figura clave en las operaciones de nuestra inteligencia militar) y el capit¨¢n G¨®mez Iglesias, acaso el procesado menos hier¨¢tico de todos, que mueve la cabeza de derecha a izquierda cuando el relator da lectura a sus presuntas implicaciones.
La defensa de Cortina, en el brev¨ªsimo resumen de conclusiones provisionales que fue le¨ªdo a la sala de Justicia, se distingue en que el encausado debe ser absuelto no ya porque no quepa hablar de "circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal" o por eximentes de estado de necesidad u obediencia al mando, sino porque no tuvo participaci¨®n en los sucesos del 23 de febrero.
Ya en esta primera sesi¨®n se consolidan las tres esperadas l¨ªneas de defensa: las de Armada y los dos oficiales de la inteligencia militar (no han hecho nada seg¨²n ellos), la de Milans, su staff de Valencia y las voluntades drenadas en la Acorazada Brunete, m¨¢s el general Torres Rojas y el fulminante de Tejero (dicen que hicieron lo que les mandaba quien pod¨ªa hacerlo) y la de un escal¨®n inferior de responsabilidades o protagonismos (hicimos lo que nos ordenaron nuestros mandos naturales; no pod¨ªamos hacer otra cosa). Obviamente la guerra de las defensas no ser¨¢ balad¨ª: si Armada es culpable los dem¨¢s podr¨ªan aspirar a serlo un poco menos. Sobre Armada, qu¨¦ duda cabe, pivota en buena manera este proceso.
Desde que hace cincuenta a?os fuera procesada la plana mayor de la rebeli¨®n militar del 10 de agosto de 1932, con Sanjurjo como director, no hab¨ªa viste, este pa¨ªs un juicio militar de tan alto rango y tan largas incidencias sobre una sociedad civil. La descripci¨®n de la liturgia es aqu¨ª algo m¨¢s que una concesi¨®n a lo anecd¨®tico. Las medidas de seguridad en el madrile?o Instituto Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito son impresionantes: Polic¨ªa Nacional a pie, a caballo y motorizada, Guardia Civil, boinas verdes, perros, alguna alambrada, radio-transmisores de campa?a, dentificaci¨®n visible de los asistentes, polic¨ªa militar, detector de metales graduado exquisitamente hasta el extremo de tener que depositar antes del control unas gafas de patilla met¨¢lica, un encendedor de m¨ªnima cabeza met¨¢lica, una moneda de cinco pesetas, los cantos reforzados de una agenda de bolsillo. En la ma?ana un oficial de la Armada lleg¨® a sugerir quitarse los botones de su guerrera para terminar de pasar la detecci¨®n; inmediatamente fue amablemente acompa?ado a otro arco destinado solo a militares. En ocasiones el rotor de un helic¨®ptero apaga la megafon¨ªa de la sala.
Periodistas, invitados, familiares, letrados, observadores, comisiones militares, coinciden f¨ªsicamente en los controles de acceso y en las puertas de la sala. La entrada en ella, en este primer d¨ªa de la vista, provoca una sensaci¨®n cuando menos chocante. Los encausados se vuelven en sus sillas para observar la entrada del p¨²blico, sus familiares; los periodistas, en pie, observan expectantes a los procesados tras la luneta blindada, durante un buen rato, en silencio, hasta que el presidente del tribunal tiene que ordenar que tomen asiento. Una observaci¨®n mutua un poco desazonante, en la que se advierte el buen humor de Tejero, en el centro de la primera fila; en los jefes de mayor graduaci¨®n no es dif¨ªcil apreciar la tensi¨®n contenida de quien se siente observado y ha de cuidar cualquier gesto.
La prosopopeya del tribunal est¨¢ conseguida; su distanciamiento f¨ªsico de los encausados es tal que una periodista -precavida- otea la sala con unos peque?os binoculares. La lectura del apuntamiento se aproxima en su brevedad a la pr¨¢ctica procesal de la jurisdicci¨®n ordinaria. Cuando el relator salmodia las penas solicitadas por el fiscal (treinta a?os de reclusi¨®n, ocho a?os de prisi¨®n, veinte a?os de reclusi¨®n...) se escucha m¨¢s n¨ªtidamente el sonsoneo de los acondicionadores de aire. As¨ª como cuando se da lectura a las conclusiones de la defe¨¢sa: absoluci¨®n, absoluci¨®n, absoluci¨®n...
Relato monocorde
Despu¨¦s, el relato monocorde de las negaciones de Armada. No a la involucraci¨®n del Rey, no a sus llamadas a Mil¨¢ns, no a su supuesta jefatura del golpe, no a cualquier propuesta inconstitucional al Congreso secuestrado. Y dos p¨¢rrafos de la declaraci¨®n del teniente general Pascual Galmes, en aquellas fechas capit¨¢n general de Catalu?a, sobre los que el fiscal no cree necesario extenderse por cuanto pueden hablar por s¨ª solos. Aquellos en los que relata una llamada nocturna de Mil¨¢ns:
-Mil¨¢ns: ?T¨² estas de acuerdo con la soluci¨®n Armada?
-Pascual Galmes: ?Y qui¨¦n lo manda?
-Mil¨¢ns: ?Qui¨¦n va a ser?; el Rey.
Pascual Galmes cuelga tras recordarle a su compa?ero c¨®mo es precisamente ¨¦l quien lleva toda la noche neg¨¢ndose a obedecer.
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