Todos somos rehenes en Polonia
En la primera parte del escrito que Adam Michnlk consigui¨® mandar desde la c¨¢rcel de Bialoleka, publicado en estas p¨¢ginas el domingo, el historiador disidente polaco trat¨® de responder a la pregunta de por qu¨¦ consigui¨® el poder estatal en tan poco tiempo romper la resistencia. En esta segunda parte Michnik contin¨²a la reflexi¨®n sobre el problema e introduce nuevos elementos.
Hay que conceder que la acci¨®n nocturna de diciembre discurri¨® a la perfecci¨®n, a lo que contribuy¨® la absoluta falta de escr¨²pulos de sus ejecutores. Con tanques y bayonetas se "pacific¨®" el sindicato Solidaridad, se rompi¨® la resistencia de los obreros en las f¨¢bricas.Este triunfo del aparato puede tener consecuencias inesperadas, puede ser una prueba de miop¨ªa pol¨ªtica. Con una bayoneta se puede sembrar el miedo, aterrorizar, matar, librar batallas victoriosas contra un pueblo desarmado. Pero sobre una bayoneta uno puede sentarse muy mal, y con una bayoneta no pueden borrarse quince meses de libertad de la memoria de la gente.
Adem¨¢s del choque producido por la sorpresa, junto con el convencimiento de que el derramamiento de sangre es una barrera infranqueable para todos los polacos, hubo adem¨¢s un factor decisivo sobre la marcha de los acontecimientos: la sombra de Rusia.
Se discuti¨® con frecuencia el problema de una intervenci¨®n sovi¨¦tica. Los medios de Prensa confirmaban a diario las intenciones perfectamente claras de Mosc¨². En el Kremlin, eso lo sab¨ªamos, Solidaridad no ten¨ªa amigos. Se discut¨ªa sobre la valoraci¨®n de las tendencias de la pol¨ªtica sovi¨¦tica, que est¨¢ implicada en el conflicto de Afganist¨¢n, con dificultades internas y en un complicado juego internacional.
Aqu¨ª no hab¨ªa la menor claridad. Algunos de nosotros alberg¨¢bamos la esperanza de que era posible crear un modelo de relaciones polaco-sovi¨¦ticas en el que habr¨ªa un espacio para Polonia como sujeto. Cre¨ªamos tambi¨¦n que los dirigentes sovi¨¦ticos se decidir¨ªan por una intervenci¨®n armada s¨®lo en una situaci¨®n extrema, en el caso de una guerra civil o del intento de una toma del poder. Opin¨¢bamos que el aparato de poder polaco utilizaba con profusi¨®n el espantajo sovi¨¦tico para conseguir el efecto psicol¨®gico de una intervenci¨®n, sin llegar a la intervenci¨®n.
La marcha de los acontecimientos demuestra que estas reflexiones eran racionales. La Uni¨®n Sovi¨¦tica hizo todo lo posible por enmascarar su intervenci¨®n en el golpe de diciembre. El escenario en el que se desarroll¨® todo fue, desde la perspectiva sovi¨¦tica, ¨®ptimo: "Los polacos se pusieron ellos solos manos a la obra de solucionar sus problemas".
El fantasma de la invasi¨®n
El decreto sobre el estado de guerra debi¨® recordar al pueblo a Targowica, el oscuro s¨ªmbolo de la verg¨¹enza nacional. (N. de la r.; el a?o 1792 los grandes polacos se unieron en la confederaci¨®n de Targowica contra las reformas constitucionales y llamaron en su ayuda a las tropas rusas, lo que llev¨® a la segunda divisi¨®n de Polonia).
El fantasma de una intervenci¨®n sovi¨¦tica, en el caso de un fracaso de Jaruzelski, fue decisivo para el comportamiento de los polacos. Yo quiero arriesgar esta hip¨®tesis, convencido de que es un argumento m¨¢s sobre el volumen de las reservas de patrimonio nacional y el sano sentido com¨²n existente en este pueblo rom¨¢ntico, un argumento m¨¢s de que los polacos no s¨®lo saben luchar, sino tambi¨¦n son capaces de pensar.
Nadie contaba en Polonia con ayuda de Occidente. Por eso la fuerte reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica occidental y de los Gobiernos es una sorpresa agradable. Este eco anima y puede contribuir con el tiempo a poner diques a la ola de represi¨®n.
La indignaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica mundial tiene una dimensi¨®n moral importante, porque subraya que los valores democr¨¢ticos son indivisibles, que esos valores tienen defensores en todo el mundo y que no dejan de ser valores, cuando son pisoteados por las botas de los soldados. Para las personas detenidas y perseguidas, esto es una inyecci¨®n de esperanza, una verdadera luz en el t¨²nel oscuro que representa la vida cotidiana polaca en estado de guerra.
Las acciones de los Gobiernos tienen su dimensi¨®n pol¨ªtica, son una parte de la gran estrategia internacional, en la que la cuesti¨®n polaca s¨®lo es un episodio. No hay que hacerse ilusiones de que sea de otra manera. Merece la pena ocuparse de "un" elemento de esta estrategia: la exigencia de sanciones econ¨®micas.
Yo no s¨¦ cu¨¢les han sido los motivos del presidente Reagan. Yo dudo que -como afirma la propaganda oficial en Polonia- las sanciones anunciadas fuesen expresi¨®n de la ira, porque Solidaridad no consigui¨® restaurar el capitalismo en Polonia. Si fuese as¨ª, Reagan tendr¨ªa que estar loco.
Respuesta de Occidente
Yo creo que las sanciones son una respuesta f¨¢cilmente previsible de Occidente al golpe militar. La responsabilidad por sus consecuencias recae sobre los organizadores de ese golpe. Jaruzelski y el Consejo Militar, no Reagan o el Pent¨¢gono, cargan con la responsabilidad de las consecuencias catastr¨®ficas de las sanciones sobre las familias polacas.
La econom¨ªa de los pa¨ªses comunistas no puede salir adelante sin la tecnolog¨ªa occidental y las materias primas, porque depende de ellas. Cr¨¦ditos generosos no son necesariamente un factor de aceleraci¨®n de las reformas. En esto, el caso Gierek resulta instructivo.
M¨¢s imposible es reformar una econom¨ªa nacional con ayuda de las bayonetas, denuncias y gendarmes. El cr¨¦dito del pa¨ªs ha ca¨ªdo por los suelos. A qui¨¦n puede asombrar de que esto sea para Occidente una perspectiva poco animadora. ?Puede extra?ar que los pol¨ªticos occidentales quieran tener como socio un Gobierno polaco, que tenga al menos entre su propio pueblo un m¨ªnimo de credibilidad? ?Puede llamar la atenci¨®n que los sucesivos cr¨¦ditos se hagan depender del restablecimiento de los derechos civiles en Polonia? La propaganda oficial se esfuerza en presentar las sanciones como un ataque contra la existencia de los polacos. Aseguran que las sanciones impedir¨¢n las reformas democr¨¢ticas, si se atenta contra la soberan¨ªa polaca. Yo no soy partidario de sanciones, pero por parte de los responsables es una pura cobard¨ªa quitarse de encima esa responsabilidad.
No fue Reagan quien arruin¨® la econom¨ªa polaca, sino los que subordinaron el destino intelectual y material del pueblo polaco a sus intereses particulares estrechos y ego¨ªstas. ?Qu¨¦ tiene todav¨ªa que ocurrir para que esa gente comprenda que la liquidaci¨®n de instituciones independientes, con aplicaci¨®n de los m¨¦todos de una dictadura militar y policial, los aisla ante su propio pueblo y todo el mundo civilizado? ?C¨®mo seguir¨¢n las cosas? Todas las conversaciones nocturnas en Polonia giran en torno a la respuesta a esta pregunta. Las conversaciones contin¨²an, a pesar del toque de queda.
Una secta de mandarines
En la noche del 12 al 13 de diciembre los gobernantes comunistas volvieron a su situaci¨®n de 1945: el estado de una peque?a secta, escasa en n¨²mero, que monta su poder sobre la bayoneta. En aquella fecha era una peque?a secta de jacobinos prosovi¨¦ticos; hoy es una secta de mandarines prosovi¨¦ticos. Entonces defendieron su programa; hoy defienden sus privilegios.
La experiencia hist¨®rica lleva a recordar dos modelos diferentes de descarga de tales crisis. Uno lleva el nombre de Kadar, y el otro el nombre de Husak. Janos Kadar inici¨® en 1956, en Hungr¨ªa, el ejercicio de su poder, como un virrey sovi¨¦tico, que se apoyaba en los tanques de la URSS. Los primeros a?os de su Gobierno estuvieron marcados por una cruel pol¨ªtica represiva, a la que sigui¨® un "aflojar la tuerca" de una forma lenta y dirigida desde arriba.
Gustav Husak, en Checoslovaquia, declar¨® desde el principio. su deseo de continuar la Primavera de Praga. Despu¨¦s de la intervenci¨®n sovi¨¦tica, todas las instituciones de la vida p¨²blica fundadas con anterioridad continuaron en funcionamiento, pero de forma lenta y segura avanz¨® el proceso de liquidaci¨®n. Las personas fueron obligadas a autocr¨ªticas denigrantes y a la delaci¨®n de sus colegas de trabajo. Se desconectaron "elementos extremistas", se liquidaron instituciones independientes, y todo ello ocurri¨® bajo el manto de que hab¨ªa que salvar al menos los restos de la obra reformista. As¨ª la Primavera de Praga fue asesinada por las manos de sus creadores.
El modelo de Kadar es el cami-
Todos somos rehenes en Polonia
no desde una acci¨®n social destructiva hacia la pol¨ªtica de un liberalismo paternalista. El modelo de Husak, por el contrario, lleva a una continuaci¨®n conflictiva de las estructuras democr¨¢ticas, a una esterilizaci¨®n total de la vida p¨²blica.Para los comunistas polacos, Kadar es un h¨¦roe positivo, cuyo camino querr¨ªan repetir. Sentencias judiciales van acompa?adas de afirmaciones de que contin¨²an la renovaci¨®n y las reformas. El escenario proyectado se capta f¨¢cilmente: Solidaridad debe ser aniquilada, las instituciones totalitarias deben entrar de nuevo en funcionamiento, la esperanza de una vida digna deber¨¢ ser borrada de los corazones de la gente. Solidaridad debe ser aniquilada por las manos de sus mismos antiguos funcionarios, que -rotos y humillados- hayan firmado declaraciones de sumisi¨®n. Los representantes del Consejo Militar se esforzaron para mover a Lech Walesa a la aceptaci¨®n de estos planes. No tuvieron el menor ¨¦xito.
Una Solidaridad sin Walesa, Bujak y Slowik no podr¨ªa ser m¨¢s que una imitaci¨®n, que tendr¨ªa que ocultar una pol¨ªtica contra los trabajadores. Una amplia acci¨®n represiva -limitada por las protestas de la opini¨®n p¨²blica polaca e internacional- comprende pacificaciones de empresas, detenci¨®n de los dirigentes sindicales, campa?as propagand¨ªsticas calumniadoras. Simult¨¢neamente, se emiten continuamente declaraciones de que todo est¨¢ en orden y la situaci¨®n en Polonia se normaliza d¨ªa tras d¨ªa.
Desde los p¨²lpitos de las iglesias -el ¨²nico lugar donde no fue ensuciado el lenguaje- sonaron las palabras de la verdad sobre la situaci¨®n de la naci¨®n. Se habla de represi¨®n y de acciones de ayuda para las v¨ªctimas. Por otra parte, se sabe que hay resistencia. Aparecen publicaciones ?legales, instituciones independientes renacen de nuevo. Este movimiento no puede ser subyugado.
Golpe modelo para el Este
Aqu¨ª, en mi nueva casa, que est¨¢ vigilada por personas armadas asegurada con rejas y alambre de espinos, llegan s¨®lo jirones de la noticias de Polonia y del mundo. A cambio, hay m¨¢s tiempo para efectuar una s¨ªntesis. Estos quince meses fueron una lecci¨®n de libertad. Se puede lavar a Solidaridad de las fachadas de las casas, pero no de la memoria de la gente. Con frecuencia se habl¨® del car¨¢cter mod¨¦lico de las experiencias polacas, de la lucha polaca sin derramamiento de sangre y sin empleo de la violencia f¨ªsica. Una lucha consistente en el restablecimiento de v¨ªnculos sociales fuera de las estructuras oficiales. Este modelo continuar¨¢ en funcionamiento, bajo nuevas condiciones. Puede resultar aprovechable no s¨®lo para los polacos, sino tambi¨¦n para otras sociedades de esta zona geopol¨ªtica. Indudablemente, hay que tener en cuenta que el mecanismo del golpe de Estado polaco puede ser un indicador de ruta.
Hasta ahora nunca ocurri¨® en un sistema comunista que una minor¨ªa militar fuese sujeto del poder. Sujetos de poder similares fueron habitualmente el aparato del partido y -en tiempos de endurecimiento del terror- los servicios de seguridad del Estado. Los militares est¨¢n considerados s¨®lo como instrumento, y cuando intentaron convertirse en sujeto agente fueron eliminados. El destino de los mariscales sovi¨¦ticos Tujachevski y Zukov resultan bastante reveladores en este sentido.
El golpe militar polaco puede convertirse en un precedente. Merece la pena reflexionar sobre la hip¨®tesis de si cuando Jaruzelski decidi¨® aniquilar a Solidaridad redujo tambi¨¦n, por grado o por fuerza, el poder del aparato del partido a una ficci¨®n. Hasta la fecha hab¨ªa gobernado el aparato del partido, mientras que el Ej¨¦rcito hac¨ªa las veces de su brazo armado. Quiz¨¢ hoy, gobierne el aparato militar y el partido s¨®lo hace de fachada para el ejercicio del poder de los militares.
Un golpe militar es una t¨¦cnica de transformaci¨®n social, es una forma que no determina necesariamente sobre el contenido. Con un golpe militar se fund¨® en Chile una dictadura, pero en Portugal, un golpe militar abri¨® el camino hacia una democracia.
El Ej¨¦rcito, la ¨²nica estructura comunista con cierta soberan¨ªa ante el partido y el aparato de seguridad, puede representar papeles diferentes. Por ejemplo, un Ej¨¦rcito implicado en una guerra impopular contra el valiente pueblo afgano (llamado por Marx en el siglo XIX "los polacos de Asia") puede cumplir un papel completamente diferente que en Polonia, para lo cual el ejemplo polaco, parad¨®jicamente, podr¨ªa presentarse como aprovechable.
Aqu¨ª, tras las rejas, todo gesto de solidaridad humana es como una bocanada de aire fresco. Por eso doy las gracias de coraz¨®n, en nombre de mis colegas y en el m¨ªo propio. Cada buena noticia ayuda a sobrevivir.
Hay tambi¨¦n momentos dif¨ªciles. Cuando, por ejemplo, un socialdem¨®crata alem¨¢n asegura que la situaci¨®n de los internados es satisfactoria y se basa para ello en las palabras de un viceprimer ministro de la Rep¨²blica Popular de Polonia. Aqu¨ª tengo que pensar con amargura en el destino de los socialdem¨®cratas alemanes hace 45 a?os y en las afirmaciones de los diferentes hombres de Estado extranjeros de que en Alemania todo estaba en orden y los enemigos del orden y la tranquilidad eran tratados humanamente.
Un viceprimer ministro del Gobierno, que act¨²a como experto en cuestiones de sus contrarios encarcelados, es una figura grotesca y lamentable. Su interlocutor alem¨¢n es o un c¨ªnico o un ingenuo. (N. de la r. Michnik se refiere a la reciente visita del jefe de la fracci¨®n parlamentaria socialdem¨®crata de la Rep¨²blica Federal de Alemania, Herbert Wehner, a Polonia, y al viceprimer ministro polaco, Mieczyslaw Rakowski).
Sin orden de detenci¨®n
Dos palabras sobre los internados. Nosotros somos detenidos sin orden de detenci¨®n de un fiscal. Cada uno de nosotros puede conseguir la libertad en todo momento, si est¨¢ dispuesto a firmar una declaraci¨®n de lealtad y a representar el papel de un confidente policial. Un hombre roto, as¨ª piensan nuestros guardianes, no es capaz de ofrecer resistencia. Todos nosotros -obreros, campesinos, intelectuales- somos rehenes. Nuestra suerte debe servir de advertencia para otros colegas; nuestra situaci¨®n es una tarjeta de visita para el extranjero, nosotros debemos ser un objeto de trueque. Mucho peor es la suerte de aquellos que fueron condenados por su participaci¨®n en huelgas.
Como todos los dem¨¢s, tambi¨¦n nosotros hemos llegado a una situaci¨®n nueva por medio de la guerra polacojaruzelski, como se le llama en el lenguaje popular de Varsovia. Es dif¨ªcil hoy d¨ªa lograr una f¨®rmula de conducta unitaria. Cada uno tiene que responder ante su conciencia en solitario: c¨®mo defender la dignidad humana, c¨®mo comportarse en esta extra?a guerra, que -hay que tenerlo siempre presente- es una nueva encarnaci¨®n de la permanente lucha desde siglos entre la verdad y la mentira, entre la dignidad y la humillaci¨®n.
Repitamos, por consiguiente, que en esta lucha no hay realmente ninguna victoria definitiva, pero tampoco ninguna derrota definitiva. Aqu¨ª va una pizca de optimismo.
La fe en esto ¨²ltimo es lo que me movi¨® a escribir estas reflexiones. Esta es mi aportaci¨®n a esta guerra. Con seguridad, no podr¨¦ volver a tomar de nuevo la palabra tan f¨¢cilmente. Por eso deseo a mis amigos, ante todo a los perseguidos y a los que luchan, mucha fuerza, para que puedan atravesar la oscuridad existente entre la desesperaci¨®n y la esperanza. Y tambi¨¦n mucha paciencia, para que aprendan el dif¨ªcil arte de perdonar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Opini¨®n
- Wojciech Jaruzelski
- Guerra fr¨ªa
- Deserci¨®n
- Disidencia
- URSS
- Delitos militares
- Polonia
- Pol¨ªtica exterior
- Centroeuropa
- Bloques pol¨ªticos
- Justicia militar
- Gobierno
- Europa
- Historia contempor¨¢nea
- Bloques internacionales
- Conflictos pol¨ªticos
- Partidos pol¨ªticos
- Relaciones exteriores
- Administraci¨®n Estado
- Historia
- Pol¨ªtica
- Defensa
- Administraci¨®n p¨²blica