Centenario del descubrimiento del bacilo de Koch
Hace cien a?os, el 24 de marzo de 1882, el alem¨¢n Robert Koch -Premio Nobel, 1905- comunicaba a la Sociedad de Fisiolog¨ªa de Berl¨ªn el hallazgo de la etiolog¨ªa o causa de la tuberculosis. El autor de este art¨ªculo expone aqu¨ª los pasos y circunstancias m¨¦dico-cent¨ªficas que condujeron a este trascendente descubrimiento.
No fue la ciencia pura el destino inicial de Robert Koch, sino el de ejercer una medicina rural en Wolfstein (Prusia oriental), por su precaria econom¨ªa. Esa encomienda reca¨ªa nada menos que sobre un esp¨ªritu de ¨¢guila, en un hombre de sucios estelares. Pero como materialmente no pod¨ªa volar como el ¨¢guila, y mucho menos acercarse a las estrellas, sus sue?os viajeros le volvieron al universo que m¨¢s a mano ten¨ªa; al tan insondable de lo peque?o, quiz¨¢ tan amplio, que como hombre de muy reciente formaci¨®n universitaria, mejor (?) pod¨ªa tener al alcance de la mano. Peque?as manos que, aunque arrugadas y ennegrecidas por la acci¨®n de los reactivos y desinfectantes, gozaban, tal vez por el ¨¢nimo que las gobernaba, la rara pericia de lo min¨²sculo en cuanto a tama?o, pero terriblemente grande y mort¨ªfero en la realidad diaria. Aquellas part¨ªculas, apenas visibles a su rudimentaria lupa cotidiana, mataban sin cesar a hombres y animales.La afortunada fecha de su veintiocho cumplea?os le proporcion¨® un precioso regalo.
Al principio fue el microscopio
Con escasos ahorros, su mujer, Emy, le regal¨® un microscopio. ?Supo ella lo que hizo? Se qued¨® pr¨¢cticamente sin marido, porque ¨¦ste ten¨ªa entre sus manos la herramienta que le iba a permitir una de las m¨¢s grandes empresas de su esp¨ªritu aventurero para el bien de la humanidad. Trazar un camino que ¨¦l modesta y humildemente, como era su esp¨ªritu, calific¨® de vereda sembrada de oro, que ¨¦l no busc¨®, sino que hall¨® y recogi¨® as¨ª, por azar. Azar que solamente captan los hombres verdaderamente ejemplares, se?alados por el destino o por la Divina Providencia.
No importan hechos materiales aun dentro de su grandiosidad, porque todos ellos son fruto del tronco prol¨ªfico que los cr¨ªa; aunque importando m¨¢s el tronco, no hay la menor duda de que sus frutos son los que palpamos, aunque los atrapemos al vuelo.Por aquella ¨¦poca ya corr¨ªan los tiempos del genial Pasteur en Francia, m¨¢s ocupado en averiguar las causas de la p¨¦rdida de los vinos de los vinateros, cosa que tambi¨¦n marca un momento estelar.
En la historia, que no en la relaci¨®n propiamente hist¨®rica del acontecer del trabajo de Koch, sino de los primeros hechos, figura el de que Pollender, ya olvidado, y Devaine (poco menos que lo mismo) hab¨ªan encontrado en los animales muertos por el carbunco asolador de las ganader¨ªas ovina y bovina los llamados "campos malditos". All¨ª se fij¨® la atenci¨®n de Koch para descubrir el curso infectivo, la evoluci¨®n desde el nutrimiento de los animales, cargados de esporos (formas de resistencia en algunas bacterias), los resultados de la inoculaci¨®n... Todo esto en un maloliente laboratorio contiguo al despacho de su consulta pueblerina, de la que se apartaban y hac¨ªan m¨¢s infrecuente la llegada de enfermos que le proporcionar¨ªan el sustento.
Por entonces, de la misma manera que nuestro Cajal encontr¨® a Koelliker, que le lanz¨® al prestigio universal, cuando Cohnheim, en Breslau, pretendi¨® lanzar a Koch, mas con una soldada tan m¨ªsera que le oblig¨® a volver de nuevo a su pueblecito de la Prusia ori4ntal, Wolfstein, a su pr¨¢ctica rutinaria y mal atendida. En aquel medio inh¨®spito descubri¨® las bacterias que infectaban las heridas. Desde all¨ª, y tras m¨²ltiples avatares, ?por fin!, gracias nuevamente a Cohnheim, fue llamado a Berl¨ªn.
Sus postulados
Poco importa lo que all¨ª hizo con las bacterias; importa m¨¢s c¨®mo y el esp¨ªritu. Importa saber que ya antes hab¨ªa descrito para el estudio del cielo del carbunco y de la bacteriolog¨ªa universal el cultivo l¨ªquido en humor acuoso del buey, utilizando la por ¨¦l descubierta c¨¢mara h¨²meda en gota pendiente. Importa que luego, en Berl¨ªn, descubri¨® la posibilidad de aislar el cultivo s¨®lido, la realidad absoluta de especies bacterianas, que en los cultivos l¨ªquidos se mezclaban infinitamente. No importa que el gran Virchow, grande entre los grandes, menospreciase este maravilloso hallazgo. Virchow se equivoc¨®, como les ocurre a veces a estas personas, con aquel hombrecillo menudo que, apestando a fenol, se presentaba ante ¨¦l. No importa la odisea de a?os ya en compa?¨ªa de dos j¨®venes ayudantes, le condujo a definir el hallazgo de la causa de la tuberculosis. No importa, aunque bien es verdad que algo, el descubrimiento del llamado fen¨®meno de Koch, clave indiscutible de la evoluci¨®n de la tuberculosis, le condujese a una comprensi¨®n de la misma. No importa que se las arreglase para hacer microfotograf¨ªas, y digo que no importa, porque m¨¢s tarde o m¨¢s temprano se hubieran realizado los hallazgos. No importa que su inmenso prestigio, ya concedido, se difundiese por el mundo. No importa que, con precisi¨®n matem¨¢tica, encontrase en la India, procedente de Alejandr¨ªa, al bacilo del c¨®lera y su transmisi¨®n por el agua. Lo que importa es que, partiendo de un m¨¦dico rural lleno de humildad, que trabaj¨® incansable en un pueblecito de la Prusia oriental, fuese capaz autodid¨¢cticamente de crear un cuerpo de doctrina para la investigaci¨®n cient¨ªfica que formul¨® en lo que hoy se conoce con el nombre de postulados de Koch, que vale la pena transcribir y que se relacionan con las enfermedades infecciosas.
1. En todos los casos de la enfermedad en cuesti¨®n debe encontrarse al agente causal, y su distribuci¨®n por el cuerpo debe estar acorde con las lesiones que en ¨¦l se observan.
2. Ese agente causal debe poder cultivarse fuera del campo enfermo, en cultivo puro, durante varias generaciones.
3. El agente aislado en esta forma debe reproducir la enfermedad original en los animales susceptibles, incluido el hombre.
Humildad y ejemploA Koch no le hac¨ªan falta los argumentos, porque los llevaba gen¨¦ticamente en s¨ª. Su inmensa humildad le bastaba a las m¨¢ximas existencias, especialmente para s¨ª mismo, y sus colaboradores, cuando los tuvo, que si le rindieron servicios, m¨¢s se los rindi¨® ¨¦l.
Modelo quiz¨¢ uno de los m¨¢s grandes, sirvi¨® para los investigadores futuros. Riguroso al extremo, sigue siendo ejemplar y con un tanto de romanticismo nos hace que su hallazgo penoso, duro y tenaz del bacilo de la tuberculosis u otros haya cambiado su nombre hoy y ya no se llame bacilo de Koch, sino por su nombre fr¨ªamente bot¨¢nico de Mycobacterium tuberculosis.
Premio Nobel en 1905, y en cuanto a su prestigio universal, nunca fue causa de inmodestia: "... no tiene importancia; el oro que yo recog¨ª estaba en las lindes de mi vereda". Como luego Cajal, ese hombre s¨ª que traz¨® un camino. Viajero desde joven vocaci¨®n, viaj¨® contra vientos y mareas, mucho m¨¢s all¨¢ de confines, y abri¨® un surco para los dem¨¢s.
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