El dramaturgo Buero Vallejo recuerda a su compa?ero de c¨¢rcel
El 28 de marzo de 1942 mor¨ªa en el Reformatorio de Adultos de Alicante el poeta Miguel Hern¨¢ndez. Hab¨ªa sido detenido por la polic¨ªa portuguesa cuando intentaba refugiarse en el pa¨ªs vecino, y entregado a las autoridades espa?olas. Juzgado y condenado a muerte, Miguel pas¨® por varios centros penitenciarios hasta desembocar en el de su patria chica, donde la enfermedad acabar¨ªa con su peregrinaci¨®n. Fue enterrado en el nicho n¨²mero 1.009 de la ciudad de Alicante.Durante su estancia en la prisi¨®n de Conde de Toreno, en Madrid, Miguel Hern¨¢ndez tuvo una amistad singular, la del entonces pintor Antonio Buero Vallejo, a quien debemos el dibujo m¨¢s conocido del poeta. Buero Vallejo recuerda en esta entrevista aquella relaci¨®n entre rejas cuando se cumplen cuarenta a?os de la desaparici¨®n de su compa?ero Miguel Herii¨¢ndez.
"Yo conoc¨ª a Miguel en el ¨²ltimo a?o de la guerra", declara Buero Vallejo. "Le conoc¨ª en Benicasim; yo estaba en unas oficinas de trabajos diversos, y ¨¦l hab¨ªa sido conducido al hospital. No tenia ninguna herida, pero estaba muy fatigado y necesitaba reponerse. Durante los viente o treinta d¨ªas que permaneci¨® all¨ª nos vimos poco, nada m¨¢s que en las comidas, porque nos sent¨¢bamos a la misma mesa. Fue una relaci¨®n superficial. Terminada la guerra, yo ingres¨¦ en la prisi¨®n de Conde de Toreno, y tiempo despu¨¦s lleg¨® ¨¦l. Me di a reconocer, me record¨® enseguida y, entonces s¨ª, entablamos una buena amistad que dur¨® todo el tiempo que estuvimos juntos. Yo estaba ya en la galer¨ªa de condenados a muerte, y ¨¦l, como tambi¨¦n fue condenado, vino a parar a la misma galer¨ªa.
Pregunta. ?C¨®mo se desarroll¨® su amistad? ?Qu¨¦ hac¨ªan ustedes cuando estaban juntos?
Respuesta. Habl¨¢bamos mucho; habl¨¢bamos sobre la tensa situaci¨®n que viv¨ªamos, habl¨¢bamos sobre los temas que para el hombre con inquietudes culturales son tan esenciales como el comer. Habl¨¢bamos de la poes¨ªa del 27, de la que ¨¦l era como el benjam¨ªn, de la literatura en general, de su propia literatura. Yo entonces no me dedicaba todav¨ªa a escribir, pero hac¨ªa retratos, y ambos nos sabiamos artistas. Pase¨¢bamos por el palio de la c¨¢rcel, y ¨¦l me recit¨® muchas de sus poes¨ªas, probablemente algunas concebidas en las noches de c¨¢rcel, porque ¨¦l era muy mental, muy reflexivo, y tengo la impresi¨®n de que elaboraba sus poemas casi por completo de forma memor¨ªstica antes de pasarlas al papel. Repas¨¢bamos juntos nuestro franc¨¦s; a ¨¦l le hab¨ªan mandado las Cartas de Mme. de Sevigny, y durante bastantes d¨ªas estuvimos ley¨¦ndolas juntos, corrigi¨¦ndonos mutuamente.
P. ?C¨®mo era y se comportaba Miguel Hern¨¢ndez, el hombre, en aquel per¨ªodo?
R. El era un hombre de exterior abierto, expansivo, rotundo, amigo del chiste, de risa f¨¢cil. Era un introvertido profundo que a veces se quedaba ensimismado, distraido y un tanto melanc¨®lico, pero de forma espont¨¢nea pasaba a la broma, al pitorreo, al canturreo. Cantaba lo mismo cancioncillas ingenuas y vulgares que canciones de guerra que ten¨ªan letra suya.
P. ?Recuerda usted alg¨²n hecho especial, alguna an¨¦cdota curiosa de aquel contacto carcelario con Miguel?
R. Hay una an¨¦cdota que da idea de c¨®mo era este hombre por dentro; por dentro y por fuera. Cuando ¨¦l entr¨® en nuestra galer¨ªa, yo com¨ªa con un compa?ero de expediente. Comer significaba compartir con otro u otros las cosas que mandaba la familia, quit¨¢ndoselo quiz¨¢ de la boca. Era una costumbre de los presos comer en rep¨²blica., Hab¨ªa mucha hambre, y el hambre era una obsesi¨®n primordial. El hambre es una piedra de toque para ver c¨®mo es una persona. Como Miguel apenas recib¨ªa alimentos de fuera, mi compa?ero y yo pensamos invitarle a comer con nosotros. Yo fui a su petate y se Io propuse; ¨¦l pareci¨® aceptar, pero yo a?ad¨ª: "Naturalmente, nos vamos a repartir la miseria, pero lo haremos con mucho gusto". Me pareci¨® un comentario l¨®gico, pero para Miguel tuvo mas trascendencia de lo que imagin¨¦. A la hora del rancho le esperamos, pero no apareci¨®. Yo fui a buscarle, y entonces me dijo: "Mira, no, lo he pensado, y vosotros tambi¨¦n est¨¢is muy necesitados...". Le insist¨ª y no hubo manera de convencerle. Esto es un comportamiento ins¨®lito. Que una persona muy hambrienta, como era Miguel en aquel per¨ªodo, muy necesitada, dijese que no a una invitaci¨®n de este tipo era ins¨®lito. Ofrecer lo poco que se ten¨ªa era normal, pero rechazarlo era de una abnegaci¨®n y un desprendimiento inaudito. Era tal la sensibilidad de Miguel que no se permit¨ªa aceptar algo sabiendo que restaba: alimento a una persona que tambi¨¦n estaba necesitada.
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