Pedimos dignidad
Muchos de los acusados de rebeli¨®n militar que se sientan en el banquillo -c¨®modo y aparente, pero banquillo al fin- del juicio de Campamento ya tuvieron oportunidad en la noche del 23 de febrero de 1981 de demostrar sus cualidades y condici¨®n'y qu¨¦ clase de respeto o aprecio debe ten¨¦rseles en la sociedad espa?ola. Por eso no es sorprendente el bochorno que ayer protagonizaron en un acto de evidente desacato, quiera o no quiera el fiscal deducir tanto de culpa del mismo, y en cualquier caso de vulgar oprobio a?adido al pueblo espa?ol, que ya, por desgracia, no necesita curarse de espanto ante actitudes como esta. Tampoco es casi noticia que en el esc¨¢ndalo, que protagonizaron ayer gran parte de los rebeldes, les acompa?ara una buena porci¨®n de los defensores y codefensores militares y no pocos de los familiares y amigos de los acusados, que marcharon de all¨ª dando portazos y voces. Pero no por apropiado a la condici¨®n y gesto de quien encabezando un grupo armado toma a tiros el Congreso de los Diputados, o de aquel otro que desarrolla la brillante operaci¨®n militar de tomar con los tanques y sin resistencia alguna la ciudad de Valencia, puede pasar inadvertido lo que algunos quieren llamar el incidente de ayer y que es en realidad el accidente de todos los d¨ªas: el choque frontal de un sector minoritario del aparato del Estado con la mayor¨ªa de los ciudadanos, por no querer aqu¨¦l asumir la nueva situaci¨®n democr¨¢tica, que le despoja de privilegios injustamente obtenidos en la historia.Aunque hab¨ªamos prometido silencio durante el desarrollo de la vista, y bien puede reconocerse lo prudente de nuestra actitud,
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parece, desde luego, que hechos como los de ayer merecen no s¨®lo una opini¨®n, sino un inventario de reflexiones, s¨ª no queremos que a fuerza de callar tanto tengamos alg¨²n d¨ªa que callarnos del todo. Tres actitudes merecen tenerse en cuenta en lo que viene sucediendo en el juicio. La de los procesados, la de los letrados, codefensores y p¨²blico asistente, y la del propio tribunal.
Sobre los primeros vaya por delante nuestra comprensi¨®n. Aunque disfrazado de solemnidades y protocolos, a veces innecesarios, lo que all¨ª sucede es bien sencillo para ellos: se les pide numerosos a?os de c¨¢rcel y a nadie, militar o civil, a quien se reclama tan severas penas se le puede solicitar adem¨¢s que mantenga de buen grado la compostura o ensaye la educaci¨®n. Como procesados tienen derecho a mentir y protestar para defenderse. Cuando est¨¢n en juego treinta a?os de prisi¨®n parece que todo pataleo es desde luego poco, y por eso tantas veces hemos visto comparecer a acusados, ante sus respectivos tribunales, o bien con las esposas de rigor o bien en protegidos lugares cerrados de los que no es posible ausentarse a voluntad. A quienes piensan que es improcedente ver a militares de alta graduaci¨®n esposados, habr¨¢ que sugerirles que m¨¢s improcedente resulta verles comportarse como ayer lo hicieron y en medio de una especie de lenidad. Porque la comprensi¨®n humana que nos merecen estos acusados no debe hacernos desdecir de lo que pensamos, y que piensan gran parte de los espa?oles. Que la toma del Congreso por las armas fue un acto de terror pol¨ªtico, y que por tanto merece el apelativo, no sabemos si jur¨ªdico, pero s¨ª desde luego t¨¦cnico y literario, de terrorismo y los diputados el de rehenes, como dijo ayer con toda propiedad ante el tribunal el capit¨¢n general de Valladolid. En efecto, ense?a la Academia que terrorismo es la "dominaci¨®n por el terror", y no por otra cosa fueron dominados los congresistas y el Gobierno durante la noche del 23 de febrero -las dotes de persuasi¨®n verbal de los guardias civiles encausados se ha visto estos d¨ªas atr¨¢s que son escasas-. Y a mayor abundancia la propia Academia se?ala que reh¨¦n es "aquella persona de estimaci¨®n y calidad que como prenda queda en poder del enemigo o parcialidad enemistada mientras est¨¢ pendiente un ajuste o tratado". Resulta evidente por lo dem¨¢s que los diputados-rehenes no gozaron precisamente del acomodo de que disfrutan hoy d¨ªa en el juicio sus secuestradores. Pero as¨ª lo justifican la dignidad del Estado de derecho y la indignidad del golpismo, respectb;amente.
Los abogados defensores, por su parte, han abusado con prodigalidad de sus facultades de defensa. En su derecho est¨¢n tarnbi¨¦n, pero debieran medir sus actitudes. Deseosos de politizar el juicio, muchos de ellos son reincidentes en preguntas sobre las creencias, opiniones o suposiciones de sus defendidos, pero se muestran en cambio muy poco activos en demostrar que los hechos probados desdicen de la culpabilidad de aqu¨¦llos. Y ya que se cit¨® ayer la palabra asco, asco nos da la utilizaci¨®n abierta que se ha venido haciendo de la figura del Jefe del Estado en un empe?o in¨²til de descalificaci¨®n de quien simboliza hoy el r¨¦gimen de concordia y paz civil que los golpistas pretendieron romper. Si los letrados est¨¢n no obstante en su derecho, seg¨²n dec¨ªamos, ya es m¨¢s dudoso el caso de los codefensores militares, algunos de los cuales participaron ayer del esc¨¢ndalo que se produjo, pues est¨¢n sujetos a la disciplina militar am¨¦n de a la procesal. Esperamos que el Gobierno abrir¨¢ los expedientes oportunos respecto al comportamiento de dichos codefensores y tomar¨¢ las medidas disciplinarias a que haya lugar. Pues, de no hacerlo, el propio Gobierno ser¨ªa culpable de este ambiente de dejaci¨®n de autoridad y de subversi¨®n latente que se esparce desde Campamento. Y dos palabras m¨¢s sobre los familiares y amigos presentes en el juicio. Su dolor es justificado, pues a nadie le gusta ver a su padre, hermano, marido o hijo tratado como un delincuente, ni bajo la sospecha de que efectivamente lo es. Pero ello no implica que puedan permitirse abandonos masivos, abrumadores y coreados de portazos, de la sala del juicio. Por actitudes y hechos bastante menos graves que estos hemos visto c¨®mo eran suspendidas las credenciales del director de un diario de Madrid y c¨®mo a otro periodista se le expulsaba del recinto. Y para nada se tuvo en cuenta que los periodistas tambi¨¦n tienen sus convicciones y que han debido soportar igualmente no pocas agresiones verbales, ante las que no obstante procuran, con mayor acierto que otros a lo que se ve, mantener la calma.
Pero es el tribunal finalmente quien debe en todo esto ofrecer un mayor aspecto de dignidad y energ¨ªa en el desempe?o de sus funciones. Es al tribunal a quien corresponde utilizar la fuerza all¨ª presente para restablecer el orden cuando este es roto, de quien depende hacer guardar sala a los acusados, acallar los excesos de los defensores, garantizar en suma el desarrollo del juicio en un ambiente procesal adecuado. Es sobre el tribunal -cuya condici¨®n de tribunal especial le aleja de las consideraciones ordinarias del poder judicial- sobre quien descansa la responsabilidad de que este juicio se vea y se establezcan las sentencias . Y no conviene desde?ar la condici¨®n militar y jer¨¢rquica de los propios jueces, sujetos en mucho a la disciplina del Gobierno, que es quien mediante nombramiento les design¨® en su d¨ªa para tan alta e importante funci¨®n como la que desempe?an. Es al tribunal por eso al que hay que decirle con respeto y claridad que ahora resulta obvio que tuvo que ejercitar la energ¨ªa suficiente para hacer comparecer a los procesados en ocasi¨®n del primer plante de ¨¦stos; y que si la opini¨®n p¨²blica ha de guardar en adelante la imagen de que este tribunal no es capaz de hacer llevar a su presencia a los acusados cuando los acusados no quieren, semejante idea se compadece mal con la propia serenidad de ¨¢nimo exigible de los juzgadores para establecer el veredicto.
Por eso pedimos dignidad. Dignidad para saber que este r¨¦gimen es fuerte para juzgar y castigar a quienes tratan de subvertirlo y para conocer que la imagen de las Fuerzas Armadas que proyectan los procesados con su comportamiento anterior y actual no se corresponde en absoluto con la realidad. Los espa?oles tenemos derecho a un Ej¨¦rcito respetado y respetable y a que no se encenague m¨¢s a la vista de todos el nombre de la Constituci¨®n, del Rey, de las Fuerzas Armadas y de las instituciones del Estado democr¨¢tico. La dignidad de estas cosas reside precisamente en demostrar lo indigno y deshonroso del comportamiento delictivo de los golpistas, tal y como hizo ayer el general S¨¢enz de Santa Mar¨ªa. Si hoy mismo no se toman medidas para ello, el escepticismo o el pavor de los ciudadanos crecer¨¢ de tono. Y empezar¨¢n a sospechar que nuestro sistema pol¨ªtico est¨¢ siendo puesto en almoneda por la inobservancia, la ineficacia, la debilidad y el miedo. Pero entonces tambi¨¦n existen gentes culpables de eso, y tienen nombres y apellidos.
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