En un mercado persa
No hace demasiados d¨ªas, una enorme editorial barcelonesa presentaba ante la Prensa su nueva colecci¨®n de pensamiento. El empleado declaraba que la tal colecci¨®n hab¨ªa sido concebida con criterios muy liberales desde el punto de vista ideol¨®gico. Se van a publicar -dijo- toda clase de trabajos, siempre que respeten: 1) la democracia establecida; 2) la Constituci¨®n vigente; 3) la pluralidad sindical; 4) la libertad de expresi¨®n, y 5) la econom¨ªa de mercado. Una colecci¨®n de liberalidad ideol¨®gica inusitada, como pueden ustedes comprobar. Los editores no van a juzgar el talento de quien escribe, sino su lealtad. Como en tiempos de Franco, ya puede usted ser un genio, que si no jura los principios del Movimiento tendr¨¢ que editar en Par¨ªs. En fin, ellos se lo pierden, porque con esos criterios no se puede editar ni a Adam Smith.Dejando de lado que la discusi¨®n de esos grandes principios es, precisamente, lo caracter¨ªstico de la verdadera democracia y la verdadera libertad de expresi¨®n, nada sobre los cuatro primeros dogmas de fe merece comentario. S¨®lo que para esa ideolog¨ªa no hacen falta alforjas de talento. La tal colecci¨®n corre el riesgo de convertirse en una sucursal de Coca-Cola o en una renovaci¨®n del No-Do. Pero el quinto y ¨²ltimo dogma de fe s¨ª merece una modesta advertencia.
Y es que eso de la econom¨ªa de mercado es un misterio. Sobre todo, en nuestro pa¨ªs. ?Puede verdaderamente ponerse junto a los restantes dogmas? ?Defiende, en verdad, algo quien defiende la econom¨ªa de mercado? Dicho de otro modo: ?no ser¨¢ por ah¨ª por donde un enano infiltrado puede introducir la subversi¨®n? Porque defender la econom¨ªa de mercado, aqu¨ª y ahora, puede llevarle a uno a la c¨¢rcel.
Defender la econom¨ªa de mercado es tratar de acabar con la Telef¨®nica, con las el¨¦ctricas, con las compa?¨ªas del gas, con el monopolio del petr¨®leo, del tabaco, del cobre, del uranio, con las papeleras, el INI, Iberia, las distribuidoras cinematogr¨¢ficas, la Renfe, Televisi¨®n Espa?ola, la sider¨²rgica, los precios agr¨ªcolas, la pr¨¢ctica totalidad del sistema financiero espa?ol y el poder de las grandes familias. ?Va a ser eso la colecci¨®n? Perm¨ªtasenos una sombra de duda. No va a ser una colecci¨®n que ataque todo aquello que corrompe a la econom¨ªa de mercado. Lo m¨¢s probable es que se trate de otra manifestaci¨®n de cinismo.
Porque lo m¨¢s asombroso del actual Gobierno Reagan, que es nuestro Gobierno, es el uso implacable, riguroso, feroz, del cinismo. El cinismo es el estilo universal de todos los fascismos. Cuando alg¨²n aliado de Estados Unidos habla de desaparecidos, y no de asesinados, est¨¢ empleando el estilo adecuado. Tambi¨¦n cuando Hitler dec¨ªa defender la civilizaci¨®n cristiana occidental dec¨ªa una verdad, pero una verdad c¨ªnica. Quer¨ªa decir que iba a limpiar Europa de asi¨¢ticos, es decir, de jud¨ªos. Cuando Reagan habla de libertad, dice una verdad c¨ªnica, habla de su prop¨ªa libertad para el negocio y el genocidio, dos palabras terriblemente similares. En este sentido, econom¨ªa de mercado quiere decir que somos libres de elegir entre comprarnos un bimbollo o unos madelman, siempre y cuando hayamos satisfecho nuestras facturas con los monopolios, los bancos, la Seguridad Social, los propietarios de inmobiliarias, la patronal en general y la Iglesia cat¨®lica en particular. Sin perder de vista ese bill¨®n en armamento que vamos a financiar con el sudor de nuestras frentes.
Es extraordinariamente curioso que en los ¨²ltimos dos a?os abunde tanto ese g¨¦nero de personaje que le pregunta a uno con expresi¨®n de perplejidad: ?pero est¨¢ usted en contra de la propiedad privada? Como si estando uno contra la propiedad privada estuviera uno a favor de la halitosis o algo semejante. Y digo que es curioso porque Locke, por ejemplo, con mayor o menor ¨¦xito, se esforzaba en demostrar que la propiedad privada era cosa divina. Pero estos caballeros, que no creen en otro tipo de intervenci¨®n ultramundana, dan por sentado ¨¦sta sin molestarse en argumentarlo. Defender la econom¨ªa de mercado es, para ellos, defender la humedad del agua. Bueno, pues no tanto, no tanto.
Sin necesidad de que nadie saque del ba¨²l de los cad¨¢veres al camarada Suslov, basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobar que lo malo de la econom¨ªa de mercado es que s¨®lo existe en el manual de Samuelson. S¨®lo es un sue?o cuyo despertar es el dominio de unos pocos sobre muchos, la explotaci¨®n, el abuso, la corrupci¨®n, el crimen y el cinismo. El cinismo como estilo, y todo lo otro, como contenido.
Pero cada vez que se le recuerdan a un liberal estas cosas tan sencillas, acude al ba¨²l y nos pega los bigotes de Stalin. ?Qu¨¦ suerte tienen los liberales de que exista la Uni¨®n Sovi¨¦tica! A veces da toda la impresi¨®n de que son ellos mismos quienes la financian. ?Van unos militares polacos y encierran a sus sindicalistas? Ya tenemos un argumento a favor del librecambio. Son fortunas hist¨®ricas.
Da igual. Leeremos los libros de esa colecci¨®n tan liberal con paciencia, con resignaci¨®n, como leemos todas las imposiciones liberales. Comprobaremos que se trata de otro canto arcang¨¦lico a la bondad del dinero. Recordaremos que tambi¨¦n el Vaticano habla de cristianismo mientras conculca con exquisito placer todo lo que dicen los Evangelios. Leeremos a Locke y a Hobbes con m¨¢s placer que a estos liberales nuevos ricos, que, por cierto, no habr¨ªan podido incluirlos en su colecci¨®n.
Y comprenderemos que libertad en boca de un capitalista suele ser sin¨®nimo de honor en boca de un fascista. Es decir, una pistola amartillada.
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