"Nasser siempre dudaba de todo el mundo por principio"
Durante el largo per¨ªodo en que trat¨¦ a Gamal Abdel Nasser, hubo momentos en que me resultaba imposible entenderle o explicarme algunas de sus acciones. No obstante, mis sentimientos no cambiaron. Eran sentimientos ¨²nica y exclusivamente de amor; ten¨ªa con ¨¦l una deuda de por vida.En este mundo hay dos lugares en los que ning¨²n hombre puede escapar de s¨ª mismo. Son la guerra y la c¨¢rcel. En la celda 54, viv¨ªa conmigo mismo. Est¨¢bamos juntos d¨ªa y noche; la soledad era terrible y era la ¨²nica forma de librarse de ella. Viv¨ªa efectivamente con mi ego, pero, a pesar de ello, jam¨¢s consegu¨ª alcanzarlo. Era como si algo se interpusiera entre los dos: una oscuridad que llevaba mucho tiempo padeciendo, pero que no hab¨ªa reconocido de manera total, pues no era capaz de sacarla a la luz.
As¨ª es la historia de mis relaciones con Gamal Abdel Nasser, o al menos ciertos aspectos. A lo largo de los dieciocho a?os que estuve a su lado, hubo momentos en que me resultaba imposible entenderle o explicarme algunas de sus acciones. No obstante, jam¨¢s cambiaron mis sentimientos.
Hay quien se ]la preguntado c¨®mo pude pasar tanto tiempo al lado de Nasser sin pelearnos, como les suced¨ªa a sus otros colegas. Igualmente perplejo, un periodista extranjero en Londres lleg¨® a la conclusi¨®n de que o bien yo no hab¨ªa tenido la m¨¢s m¨ªnima importancia o bien hab¨ªa sido tan astuto que logr¨¦ evitar discutir con Nasser. De todos los hombres de la revoluci¨®n, era el ¨²nico que me manten¨ªa inc¨®lume. En efecto, a la muerte de Nasser era el ¨²nico vicepresidente de la Rep¨²blica.
Si la ingenua perplejidad de esa gente demuestra algo no es otra cosa que su ignorancia de mi naturaleza. Ni tuve poca importancia en vida de Nasser ni fui tan taimado o astuto en ning¨²n momento de la m¨ªa. La cuesti¨®n es muy simple. Nasser y yo ¨¦ramos amigos desde los diecinueve a?os. Luego vino la revoluci¨®n. Se convirti¨® en presidente de la Rep¨²blica. A m¨ª me llenaba de felicidad que el amigo en quien confiaba se convirtiera en presidente. Y as¨ª me sent¨ªa cuando Nasser se convirti¨® en sagrado dirigente de la naci¨®n ¨¢rabe.
Hab¨ªa ocasiones en las que difer¨ªamos, y nos alej¨¢bamos durante cierto tiempo, a veces dos meses e incluso m¨¢s. Esto se deb¨ªa bien a nuestras diferencias de opini¨®n o a las maniobras de quienes ten¨ªan alguna influencia en ¨¦l; Nasser cre¨ªa en los informes y ten¨ªa cierta tendencia natural a prestar o¨ªdos a los rumores y cotilleos.
Sin importar la duraci¨®n de nuestro alejamiento, ¨¦ste acababa cuando Nasser me telefoneaba, pregunt¨¢ndome d¨®nde me hab¨ªa metido y por que no me hab¨ªa puesto en contacto con ¨¦l. Yo contestaba que supon¨ªa que estaba muy ocupado y que hab¨ªa preferido dejarle trabajar en paz. A continuaci¨®n nos ve¨ªamos como si no hubiera ocurrido nada. Esto sucedi¨® muchas veces, pero sin tener en cuenta las acciones de Nasser, siempre recib¨ªan mi m¨¢s sincero amor. A finales de 1942, Nasser tom¨® bajo su control la Organizaci¨®n de Oficiales Libres. Bajo su direcci¨®n, y en el curso de seis a?os, la organizaci¨®n hizo grandes progresos. En ese per¨ªodo entr¨¦ y sal¨ª varias veces de las c¨¢rceles y campos de concentraci¨®n. Cuando sal¨ª de la c¨¢rcel sent¨ª una urgente necesidad de volver al Ej¨¦rcito y unirme a Nasser y a sus compa?eros. Quer¨ªa participar en los esfuerzos que hab¨ªa comenzado y que hab¨ªan continuado sin m¨ª. As¨ª lo hice en 1950; este a?o reingres¨¦ en el Ej¨¦rcito.
Regreso al ej¨¦rcito
El bolet¨ªn militar anunciaba que, contando a partir del 15 de enero de 1950, reingresaba en las fuerzas armadas con el grado de capit¨¢n; el mismo grado que ten¨ªa cuando lo dej¨¦. Durante este per¨ªodo que pas¨¦ fuera del Ej¨¦rcito, mis compa?eros hab¨ªan sido ascendidos en dos ocasiones, primero, al grado de comandante, y luego, al de coronel.
Quien primero vino a felicitarme fue Gamal Abdel Nasser, acompa?ado de Abdel Hakkem Amer. Por Nasser supe que la Organizaci¨®n de Oficiales Libres hab¨ªa crecido y ganado poder d¨ªa a d¨ªa. Como si quisiera prob¨¢rmelo, o quiz¨¢ para poner a prueba su poder, me pidi¨® que me presentara a los ex¨¢menes para poder obtener los ascensos que hab¨ªa perdido mientras estaba fuera del Ej¨¦rcito. Me dijo que no prestara atenci¨®n a los problemas que iba a encontrar, ya que, independientemente de su naturaleza, la organizaci¨®n los pasar¨ªa por alto. As¨ª sucedi¨® efectivamente. En poco tiempo, logr¨¦ el grado de coronel.
Nasser me pidi¨® que no desempe?ara ninguna actividad pol¨ªtica abierta, ya que, debido a mi historial de lucha, lo l¨®gico era que me estuvieran vigilando. Sin embargo, esto no le impidi¨® a Nasser revelarme la lista de oficiales en las diferentes unidades del Ej¨¦rcito. Les visitaba y hablaba con ellos, pero la conversaci¨®n era siempre intrascendente, sin tener nada que ver con la pol¨ªtica. De acuerdo con las normas de la organizaci¨®n, no deb¨ªa descubrirme o permitir que nadie sospechara que pertenec¨ªa a los Oficiales Libres.
Era un principio fundamental se?alado por Nasser el d¨ªa que tom¨® control de la organizaci¨®n, tras mi detenci¨®n en el verano de 1942. La composici¨®n de cada unidad era un secreto que s¨®lo sus miembros conoc¨ªan.
Mi segundo en el mando antes de mi arresto hab¨ªa sido Abdel Moneim Abd-el Raouf, que hab¨ªa mantenido los contactos con el jeque Hassar el Banna, dirigente de la secta de los Hermanos Musulmanes. El jeque Hassan el Banna se hab¨ªa mostrado de total acuerdo en que la Organizaci¨®n de Oficiales Libres fuera independiente de cualquier otra organizaci¨®n o partido, pues su finalidad era servir a Egipto en su totalidad, y no a un grupo concreto.
Cuando ingres¨¦ en el campo de concentraci¨®n, Nasser estaba todav¨ªa en Sud¨¢n. Le hab¨ªan enviado all¨ª con su batall¨®n a finales de 1942. En cuanto lleg¨® a Egipto, Abdel Moneim Raouf se puso en contacto con ¨¦l para atraerle a la organizaci¨®n. Nasser era un oficial sobresaliente y esa era la base que nos hab¨ªamos marcado: no se aceptar¨ªa a nadie en la organizaci¨®n que no destacara en su trabajo en las fuerzas armadas. Al fin y al cabo, un oficial sobresaliente estaba en una posici¨®n de confianza y ser¨ªa f¨¢cilmente seguido por sus hombres.
Nasser a la cabeza
Nasser respondi¨® inmediatamente. Tras su ingreso no result¨® dif¨ªcil quitar del medio a Abdel Moenim Abdel Raouf y tomar ¨¦l mismo el control de la organizaci¨®n.
El modo de dirigir la Organizaci¨®n de Oficiales Libres de Nasser era diferente del m¨ªo. Cre¨® unidades secretas en el Ej¨¦rcito, desconocidas entre s¨ª. El n¨²mero de miembros aumentaba d¨ªa a d¨ªa, hasta que la organizaci¨®n incluy¨® a todas las fuerzas armadas y, sobre todo, departamentos bastante delicados, como el de la Administraci¨®n del Ej¨¦rcito.
En 1951, Nasser crey¨® que la organizaci¨®n hab¨ªa alcanzado su madurez y que necesitaba un tipo concreto de direcci¨®n. Muchos miembros hab¨ªan empezado a preguntarse sobre el dirigente o dirigentes de la organizaci¨®n.
Se tom¨®, pues, gran cuidado en la formaci¨®n del comit¨¦ constituyente. Nasser empez¨® a escoger a los miembros de entre quienes hab¨ªa conocido personalmente en la guerra de Palestina, sus amigos y los dirigentes primitivos de la organizaci¨®n antes de que ¨¦l tomara el control.
Mi elecci¨®n parec¨ªa ser una prueba de su lealtad. Es cierto que yo hab¨ªa fundado la Organizaci¨®n de Oficiales Libres, pero hab¨ªa estado ocho a?os alejado de ella, desde mi salida del Ej¨¦rcito en 1942 hasta mi regreso en 1950 Nasser no figuraba entre quienes act¨²an en base a sus sentimientos por la gente, a menos que esos sentimientos surgieran de una firme amistad como era el caso con Abdel Hakeem Amer.
A pesar de que nos hab¨ªamos hecho amigos a la temprana edad de diecinueve a?os, no puedo decir que nuestra relaci¨®n fuera otra que de respeto mutuo y confianza. No se trataba, desde luego, de una relaci¨®n de amistad. A Nasser no le resultaba f¨¢cil establecer una relaci¨®n de amistad en el sentido aut¨¦ntico de la palabra, porque era una persona siempre llena de dudas, precavido, lleno de amargura muy excitable.
La lealtad
No quiero despojar a Nasser del elemento de lealtad que hab¨ªa mostrado al elegirme como miembro del comit¨¦ constituyente. Sin embargo, le a?ado otro elemento m¨¢s, la inteligencia. Bas¨¢ndose en mi conducta en las fuerzas armadas y en su conocimiento desde la temprana edad en que nos conocimos de que yo era un hombre de principios, no le result¨® dif¨ªcil a Nasser darse cuenta de que pod¨ªa confiar en m¨ª y de que su acto (le lealtad al elegirme me har¨ªa, a su vez, mostrarme leal con ¨¦l durante toda la vida.
A causa de ello, Nasser ven¨ªa corriendo a verme en cuanto regresaba a El Cairo, describi¨¦ndome los problemas que estaban surgiendo con algunos miembros del comit¨¦. Recuerdo esos d¨ªas lejanos. No exagero si digo que Nasser se pasaba cinco d¨ªas conmigo cada vez que yo ven¨ªa de vacaciones a El Cairo, y esas vacaciones no duraban nunca m¨¢s de una semana.
A cada oportunidad, estudi¨¢bamos la situaci¨®n de la organizaci¨®n y las dificultades y problemas que se nos ven¨ªan encima. Nasser sent¨ªa un gran respeto por mi experiencia. En 1951, por ejemplo, se le propuso que empezara la revoluci¨®n con un gran n¨²mero de asesinatos. Nasser me pidi¨® opini¨®n. Le contest¨¦: "Es una equivocaci¨®n, Gamal. ?Cu¨¢les ser¨ªan los resultados? ?D¨®nde nos llevar¨ªan los asesinatos? Los esfuerzos que tendr¨ªamos que emplear en los asesinatos ser¨ªan los mismos que tendr¨ªamos que emplear en la revoluci¨®n. Tomemos el camino directo y honroso. Hagamos de la revoluci¨®n nuestro primer objetivo".
Finalmente lleg¨® la revoluci¨®n, en 1952, y tom¨¦ parte. Mi participaci¨®n no fue una cuesti¨®n de gran importancia para m¨ª. Lo m¨¢s importante era el hecho de que se hab¨ªa llevado a cabo la revoluci¨®n. El sue?o que se hab¨ªa apoderado de mi vida desde que era ni?o de apenas doce a?os se hab¨ªa convertido en realidad.
Eso fue lo que me hizo vivir dieciocho a?os junto a Nasser sin pelearnos. No deseaba nada. No ten¨ªa ninguna exigencia, sin importar cu¨¢l era mi situaci¨®n, miembro del consejo revolucionario, secretario de la Conferencia Isl¨¢mica, director del diario Al-Goumhouria, vicepresidente de la Asamblea Nacional o incluso presidente de la misma. Mi amor por Nasser jam¨¢s cambi¨®: nunca variaron mis sentimientos hacia ¨¦l. Estuve a su lado en la victoria y en la derrota. Puede que eso fuera lo que le hizo a Nasser echar un vistazo a su alrededor al cabo de dieciocho a?os. Hab¨ªa una persona con la que nunca se hab¨ªa peleado.
Gran deuda
Viv¨ª en una deuda permanente con Nasser. Jam¨¢s podr¨¦ olvidar que fue ¨¦l quien me meti¨® en la Organizaci¨®n de Oficiales Libres a mi reingreso en el Ej¨¦rcito, tras un alejamiento de ocho a?os; ocho a?os que pas¨¦ en c¨¢rceles y campos de concentraci¨®n.
Por eso dije antes que el amor todo lo vence. No fue f¨¢cil quitar la venda de los ojos de Nasser; en su interior estaba lleno de contradicciones que s¨®lo Dios conoc¨ªa. Mi deber como amigo es no revelarlas, pero ah¨ª estaban. Nasser muri¨® sin haber disfrutado la vida como los dem¨¢s; la pas¨® en continuos estados de agitaci¨®n. Le devoraba la ansiedad, dudando de todo el mundo por principio. La consecuencia l¨®gica fue que Nasser dej¨® tras de s¨ª un horrible legado de rencor, entre sus m¨¢s ¨ªntimos colaboradores y a todos los niveles del pa¨ªs. Por este motivo, algunos de los que sufrieron injusticias dieron rienda suelta a su amargura a su muerte, acus¨¢ndole de obrar en provecho propio. Yo, al igual que todos los que le conoc¨ªan bien, testifico que Nasser era completamente inocente de tal acusaci¨®n.
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