"Hemos perdido toda nuestra fuerza a¨¦rea"
Las semillas de nuestra derrota del 5 de junio de 1967 se sembraron mucho antes, durante los a?os del r¨¦gimen autocr¨¢tico de Nasser. Estos a?os me hicieron pensar que los errores cometidos por una democracia, en toda una generaci¨®n, no se pueden comparar con los cometidos por una dictadura en un solo d¨ªa. Cuando privamos al pueblo de su libertad pueden suceder todo tipo de males, como hemos visto reciente mente en Ir¨¢n. Dos veces en mi vida he vota do por, la dictadura, ambas ocasiones en el mismo d¨ªa, el 27 de julio de 1952, tras la revoluci¨®n que derroc¨® al rey Faruk. Y lo hice porque estaba totalmente convencido de que era la ¨²nica manera de erradicar la corrupci¨®n de nuetro pa¨ªs.No me averg¨¹enza admitir que m¨¢s tarde cambi¨¦ de opini¨®n. Los a?os de gobierno autocr¨¢tico que siguieron a la revoluci¨®n hirieron doblemente al ciudadano egipcio: una vez, por la p¨¦rdida de sus libertades, y una segunda, por las pr¨¢cticas adoptadas por el comit¨¦ creado para abolir el feudalismo. Este comit¨¦ hiri¨® el orgullo de muchas familias, a las que se confiscaron sus riquezas.
La guerra con Israel se produjo en un momento en que las re laciones ¨¢rabe-egipcios estaban en un punto bajo. El mundo ¨¢rabe estaba desunido. En septiembre de 1962 Egipto hab¨ªa enviado un gran n¨²mero de tropas para salvar la revoluci¨®n en el Yemen y para tratar de sacar al pa¨ªs de la Edad Media. Aden fue liberado como resultado directo de nuestra ayuda. A cambio, per dimos miles de hombres j¨®venes en las colinas del Yemen, a miles de kil¨®metros de sus familias.
La guerra del Yemen contribuy¨® a aumentar la ruptura dentro del mundo ¨¢rabe. Arabia Saud¨ª estaba en contra nuestra. Muchos otros pa¨ªses se le unieron y adoptaron una postura en contra de la intervenci¨®n militar egipcia.
Pero m¨¢s importante, la operaci¨®n yemen¨ª oblig¨® a Egipto a mandar sus fuerzas de elite fuera de sus fronteras. Estas fuerzas no regresaron hasta la guerra de 1967.
As¨ª, pues, nos metidos en la guerra contra Israel, un enemigo bravo, armado hasta los dientes, con una gran parte de nuestro Ej¨¦rcito alejado del frente. Libraban una batalla que no era nuestra pira defender una re voluci¨®n que tampoco era nuestra.Cr¨ªticas paquistan¨ªes
En 1967 el mariscal de campo Amer hab¨ªa ido a Pakist¨¢n, don de escuch¨® muchos comentarios cr¨ªticos sobre la aceptaci¨®n egipcia de la ocupaci¨®n israel¨ª de Sharm-el-Sheikh. Amer perdi¨® la raz¨®n y envi¨® a Nasser un tele grama pidi¨¦ndole que ordenara el cierre del estrecho de Tir¨¢n, que lleva al puerto de Sharm-el Sheikh. Cuando Nasser volvi¨® a El Cairo, le pregunt¨®: "?Sabes qu¨¦ supondr¨ªa esa-petici¨®n? Significar¨ªa la guerra con Israel. ?Est¨¢s preparado para la guerra?".
Amer contest¨®: "Nuestras fuerzas est¨¢n preparadas para cualquier cosa, jefe". Nasser quer¨ªa detener este politiqueo ¨¢rabe, de manera que orden¨® la movilizaci¨®n de nuestras fuerzas en el Sina¨ª. En ese momento el grueso de nuestro Ej¨¦rcito estaba en el Yemen.
As¨ª que, un d¨ªa, al despertar, los egipcios encontraron filas y filas de tanques y veh¨ªculos armados movi¨¦ndose hacia el Sina¨ª. Se puso en marcha una gran campa?a de Prensa para levantar la moral del pueblo.
Se hab¨ªa trazado un plan para la movilizaci¨®n del Sina¨ª. El D¨ªa de las Fuerzas A¨¦reas, el 22 de mayo, Nasser hizo un discurso anunciando el cierre del estrecho y pidiendo a las Naciones Unidas que retirasen sus tropas.
Todos los d¨ªas acud¨ªa con Nasser a las reuniones del cuartel general del Ej¨¦rcito, permaneciendo all¨ª hasta medianoche. Nuestra ¨²ltima reuni¨®n fue el d¨ªa 2 de junio, un viernes. En esa ¨¦poca, el mundo entero viv¨ªa nervioso. En Jerusal¨¦n, el primer ministro, Levi Eshkol, temblaba ante la posibilidad de una guerra, aunque Ezer Weizman, el jefe de Estado Mayor, le asegur¨® que Israel ganar¨ªa. En Washington, el presidente Johnson ped¨ªa cautela, y los sovi¨¦ticos rogaban calma. Nos llegaban mensajes de todas partes.
Debo decir algo para la historia. Todav¨ªa hoy viven testigos que saben que es cierto lo que voy a decir. En la noche del viernes 2 de junio, nos encontramos en el cuartel general de las Fuerzas Armadas, donde Nasser, en calidad de presidente de la Rep¨²blica, firm¨® los planes finales para la guerra. Entonces le habl¨® al comandante de la Fuerza A¨¦rea y le dijo: "El primer ataque ser¨¢ contra nuestra aviaci¨®n".
El jefe de la fuerza a¨¦rea contest¨®: "Estamos preparados, se?or presidente. Hemos basado nuestros planes en esa suposici¨®n". Nasser le pregunt¨®: "?Ha calculado cu¨¢les podr¨ªan ser nuestras p¨¦rdidas en el primer ataque?". El comandante respondi¨®: "No exceder¨¢ del 10%, bajo ning¨²n concepto".
Nasser pronostica el futuro
A continuaci¨®n, el presidente les habl¨® a todos los generales presentes. "Es viernes por la noche. Ayer se form¨® un nuevo Gobierno de coalici¨®n en Israel. Si la guerra estalla, ser¨¢ ma?ana o pasado ma?ana; el lunes, como muy tarde". Parec¨ªa que Nasser estaba leyendo el futuro. La guerra estall¨® en la ma?ana del lunes 5 de junio.
Juro ante Dios y el pueblo que el plan de guerra que hab¨ªamos trazado nunca se llev¨® a cabo Los cambios no autorizados que se hicieron provocaron directamente la ca¨ªda de El Arish en el primer d¨ªa de combate. Y la ca¨ªda de El Arish signific¨® que la guerra hab¨ªa acabado a favor del enemigo. El Arish era la base de vanguardia del Ej¨¦rcito y cay¨® sin resistencia.
El 5 de junio me despert¨¦ con la noticia de que Israel nos hab¨ªa atacado. Nuestra radio afirmaba que hab¨ªamos derribado veintisiete aviones israel¨ªes. Mi ¨²nico comentario fue que Israel hab¨ªa cometido un gran error al atacarnos. Est¨¢bamos preparados y estaba seguro de la victoria. No me precipit¨¦ y me vest¨ª tranquilamente; me afeit¨¦ en el ba?o y me duch¨¦, como todas las ma?anas. Entonces le dije a mi ch¨®fer que me llevara al cuartel general del Ej¨¦rcito. Vi que hab¨ªa humo sobre El Cairo y el aeropuerto Al Masa. Al principio no me preocup¨¦; sab¨ªa que ten¨ªamos una buena red de misiles antia¨¦reos y pens¨¦ que el humo proced¨ªa de los aviones israel¨ªes derribados.
Al poco tiempo observ¨¦ un coche junto al m¨ªo con el embajador sovi¨¦tico dentro, y pens¨¦ que iba de camino a felicitar a nuestro Gobierno, o que se le hab¨ªa convocado al cuartel del Ej¨¦rcito para que respondiera a una petici¨®n de m¨¢s armas y municiones. "Siga al coche del embajador. Debe ir al cuartel general".
Nuestros dos coches pararon en el exterior del edificio del cuartel general. Le di tiempo al embajador para que entrase antes que yo. Cuando entr¨¦, un entusiasta joven oficial me dijo que hab¨ªamos derribado cincuenta aviones israel¨ªes. Pero cuando baj¨¦ al despacho de Amer, me encontr¨¦ con una situaci¨®n muy diferente.
Amer estaba de pie tras su mesa, mov¨ªa los ojos sin concentrarlos en nada. Dos miembros del Consejo Revolucionario estaban sentados silenciosamente en un sof¨¢. La forma en que miraba Amer, sin concentrar la mirada, y el silencio de mis colegas me hicieron anticipar una cat¨¢strofe inesperada.
Mir¨¦ al mariscal de campo y le dije: "Buenos d¨ªas, Abdel Hakim". No contest¨®. Ni una palabra. Despu¨¦s de un rato, se dio cuenta de que estaba all¨ª y dijo en voz baja: "Buenos d¨ªas, Anuar".
Fui hacia el sof¨¢ y les pregunt¨¦ a mis colegas: "?Qu¨¦ ha pasado?". Su respuesta fue lo ¨²ltimo que esperaba. Dijeron a una: "Los israel¨ªes han destruido completamente nuestra aviaci¨®ns". Uno de ellos a?adi¨®: "?Recuerdas lo que sucedi¨® en la guerra de 1956, cuando los israel¨ªes destruyeron todos nuestros aviones? Han repetido el mismo ataque esta ma?ana. Hemos perdido toda nuestra Fuerza A¨¦rea".
Lo que hab¨ªa sucedido era a¨²n m¨¢s grave porque ya hab¨ªa ocurrido antes. El comandante supremo de la Fuerza A¨¦rea era el mismo de antes. Y Nasser nos hab¨ªa avisado a todos que estuvi¨¦ramos preparados para este golpe. Lo sab¨ªamos todo d¨ªas antes de que estallase la guerra. ?C¨®mo pudimos permitir que sucediera" ?C¨®mo ca¨ªmos en la misma trampa?
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